La relación entre la conciencia y la naturaleza de la realidad es una de las preguntas más antiguas en la historia del pensamiento. Los antiguos filósofos la respondieron con métodos contemplativos, buscando en su interior. Ahora la ciencia la responde buscando en el exterior sondeando la materia, a través de la física cuántica.
Un reciente experimento ha aportado pruebas convincentes a la teoría de que la conciencia podría surgir de procesos cuánticos en el cerebro, una idea propuesta por primera vez en la década de 1990 por el laureado con el Premio Nobel, el físico Roger Penrose, y el anestesiólogo Stuart Hameroff. Su teoría, conocida como Orch OR (Reducción Objetiva Orquestada), sostiene que la conciencia podría ser el resultado de cálculos cuánticos que tienen lugar en los microtúbulos del cerebro, pequeñas estructuras huecas dentro de las neuronas.
Un experimento innovador realizado en el Wellesley College, en Massachusetts, apoya esta idea. Los científicos administraron anestesia a ratas y descubrieron que al estabilizar los microtúbulos del cerebro, los animales permanecieron conscientes durante más tiempo que aquellos sin estabilización. Esto sugiere que los microtúbulos juegan un papel crucial en el mantenimiento de la conciencia, posiblemente a través de operaciones a nivel cuántico.
El núcleo de esta teoría radica en que los procesos cuánticos—normalmente asociados a partículas subatómicas—podrían estar funcionando en el cerebro, permitiendo que la conciencia opere de maneras que la física clásica no puede explicar. En la mecánica cuántica, las partículas existen en un «estado de superposición», lo que significa que pueden ocupar múltiples estados simultáneamente hasta que son medidas o observadas, lo que las colapsa en un estado definido. Penrose planteó la hipótesis de que cada vez que una onda cuántica colapsa en el cerebro, desencadena un momento de experiencia consciente.
Las implicaciones de esta teoría son vastas. Si los microtúbulos realmente realizan cálculos cuánticos, esto sugiere que la conciencia podría no estar limitada solo al cerebro. El entrelazamiento cuántico—donde las partículas interactúan instantáneamente a través de distancias—podría significar que la conciencia misma puede extenderse más allá de las mentes individuales, tal vez incluso conectándose a través del universo.
Aunque muchos científicos son escépticos respecto a esta teoría, señalando que los efectos cuánticos generalmente ocurren en entornos extremadamente fríos, existen ejemplos en la naturaleza que sugieren que los procesos cuánticos pueden ocurrir a temperaturas más altas. Por ejemplo, la fotosíntesis en las plantas podría depender de la superposición cuántica para convertir la luz en energía de manera eficiente, y los investigadores creen que el entorno cálido del cerebro podría mantener de manera similar operaciones cuánticas, particularmente en las vainas de mielina de las neuronas.
Dos estudios anteriores también apoyan la idea de que podrían existir estados cuánticos en el cerebro. Un estudio observó que los fotones ultravioleta podían desencadenar coherencia cuántica en los microtúbulos, mientras que otro demostró que la luz que viaja a través de los microtúbulos mantenía su señal durante más tiempo de lo esperado, lo que indica una posible actividad cuántica.
Este creciente entendimiento de la conciencia como un fenómeno cuántico podría revolucionar la neurociencia y nuestra comprensión de lo que significa estar consciente, con profundas implicaciones para todo, desde la salud cerebral hasta nuestra visión del universo mismo. Si la teoría resulta ser cierta, podríamos descubrir que la conciencia no está confinada al cerebro, sino que es un aspecto fundamental del cosmos, intrínsecamente tejido en la estructura de la realidad.