Catolicismo y política estadounidense, de San Pedro a George Washington

Un creciente número de católicos estadounidenses y en toda la Iglesia rechaza al presidente Joe Biden a pesar de compartir su fe, prefiriendo a su antecesor Donald Trump. Desagrado en principio ligado a sus posturas progresistas o liberales y su supuesta e infundada fama de izquierdista. Esto ha trascendido en proporción debido a la singularidad de un Jefe de Estado que, si bien dice obedecer la doctrina católica en su fuero interno, se desempeña como un actor laico en un país plural. Proteger la legalidad del aborto es una línea roja para la mayoría de candidatos demócratas, algunos independientes y republicanos «maverick» o flexibles.

A groso modo, esto supone que una mitad de los políticos estadounidenses apoya la continuidad del aborto legal y asequible, que tuvo carácter federal en la tierra de Washington desde 1973 hasta 2022, debido a una resolución de la Corte Suprema, es decir, no ejecutiva, sino judicial: la sentencia del caso «Roe vs Wade», que los nuevos jueces colocados por Trump anularon.

El aborto es quizá el mayor tópico en un conflicto que va escalando. La Conferencia Episcopal Católica de Estados Unidos resolvió negarle la comunión a su presidente, a pesar de tácitamente favorecer a sus adversarios, algunos reconocibles por sus inclinaciones xenófobas, quizá dando un uso tendencioso a las medidas expiatorias de la Iglesia. En contraste, la Santa Sede anima a Biden a seguir comulgando, eximiéndolo de un papel directo en lo que, sin embargo, valora como un pecado trágico que no puede nunca normalizarse. La actual candidata demócrata y vicepresidenta Kamala Harris se define como una cristiana bautista que no solo no se opone al aborto, sino que propone volver a protegerlo federalmente como promesa electoral.

A pesar de ser Estados Unidos una de las naciones más religiosas y practicantes del mundo desarrollado, en contraste con Europa Occidental, Canadá y Oceanía, la mayoría de sus ciudadanos, sobre todo las mujeres, prefiere la continuidad del aborto legal como un derecho civil, aun si no acepta la práctica como una alternativa personal y moral ante un embarazo no deseado. Este apoyo crece en casos de violación, salud o malformaciones en el no nato, aunque la antigua legislación del país y de muchos estados no discriminaba motivos y permitía abortos solo por solicitud. Casi todos los Estados del planeta al menos lo aceptan bajo alguna causal específica, salvo la Santa Sede, Madagascar, Honduras, Nicaragua, El Salvador y República Dominicana.

Dicho esto, el aborto es rechazado enfáticamente por gran parte de la sociedad estadounidense, junto a otras causas liberales o “woke”, por ejemplo, proteger los derechos de las minorías LGBTTTIQ, descriminalizar la marihuana y la muerte asistida. Esto sobre todo en el territorio del «Bible Belt» o Cinturón Bíblico, mayoritariamente evangélico, que abarca los estados del Sureste, decisivos para el populismo alt-right o paleoconservador, favorable a la extrema liberalización de la economía, frenos a la inmigración y el excepcionalismo del país.

No obstante, no hay un acento único sobre el aborto entre comunidades protestantes, si bien la mayoría lo desaprueba, aunque con distintos matices de gravedad. Aunque la Iglesia Católica Romana lo considera un pecado en extremo grave que puede implicar una «excomunión latae sentence» para quienes directamente lo encausen, no se pronuncia de forma directa y orgánica por no votar a candidatos que respalden su legalidad, sino en favor de un examen ético de los fieles sobre las posturas en conjunto de sus representantes. Hay además diferencias importantes en las tendencias de los católicos estadounidenses: La mayoría de los católicos blancos, irlandeses e italianos, junto con los católicos cubanos apoyaron a Trump en las elecciones que libró respectivamente contra su sucesor, 2020, y Hillary Clinton, 2016. En cambio, la mayoría de los católicos hispanos, mexicanos y centroamericanos, votaron por el actual presidente de Estados Unidos y son más favorables a los demócratas, aunque esta tendencia ha comenzado a cambiar conforme se han asentado más en los Estados Unidos.

Esto último se explica por las preocupaciones de distintos sectores en el Catolicismo, algunos más consternados por la cohesión moral del país, y otros por los temas de inmigración, racismo y desigualdad de oportunidades. Empero, la Iglesia en Estados Unidos, en su todo, ha ido cobrando una fuerza progresiva a nivel cultural y político. Biden es el segundo presidente de esta fe, antecedido por John F. Kennedy, aunque también es destacable que la anterior primara dama, Melania Trump, una republicana, también fuese católica. Lo son también seis de los nueve jueces de la Corte Suprema y un creciente número de legisladores en las dos cámaras y en ambos partidos. Aunque la mayoría de los estadounidenses se congrega en denominaciones protestantes, sobre todo bautistas, el Catolicismo acoge a una quinta parte y es la comunión cristiana más grande por sí sola. Cuenta además con una presencia significativa en el Colegio Cardenalicio.

La Iglesia Católica en Estados Unidos a nivel episcopal y mediático ha sido una de las menos bien halladas en el pontificado actual, a pesar de su exitoso viaje pastoral al país norteamericano y Cuba de 2015. Gran parte de su jerarquía presenta a las reformas de Francisco una obediencia crítica o, menos común, una desaprobación abierta por diferencias en temas de inmigración, ecumenismo, cambio climático, pena de muerte, distribución económica, disciplina de los sacramentos, moral sexual, celibato obligatorio del clero, diálogo con la República Popular China, entre muchos otros. El cardenal y patrono de la Orden de Malta, Raymond Burke, se ha atrevido a acusar al Sumo Pontífice de pronunciamientos heréticos, por ejemplo, a través de cartas conjuntas, una con el obispo Athanasius Schneider de Kazajistán, sobre el Sínodo para la Amazonia de 2019 que analizó la ordenaciones de casados al sacerdocio latino, y otra con el cardenal Robert Sarah de la República de Guinea, sobre la declaración Fiducia supplicans de 2023 que permitió bendiciones a parejas homosexuales. Señalamientos aplaudidos por los más tradicionalistas.

Uno de los mayores críticos de Francisco no es un estadounidense, pero sí el exnuncio apostólico en el país, Carlo Maria Viganò, quien ha acusado al Papa, entre otras cosas, de haber protegido al cardenal norteamericano Theodore McCarrick, acusado de violencia sexual, y de alinearse a un nuevo orden global progresista que relativiza la fe y manipula a la población con fenómenos como la pandemia del Covid-19. En 2024, la Santa Sede reconoció la excomunión de este antiguo trabajador de la curia romana precisamente por negar la autoridad de Roma con actos y gestos considerados un pecado de cisma. Solo un enemigo más del pontífice argentino.

Este tipo de figuras que alinean al catolicismo con la nostalgia por el pasado de la Iglesia previo al Concilio Vaticano II, con el formalismo litúrgico, el antimodernismo y la intolerancia religiosa y hacia los migrantes, sobre todo musulmanes, han sido rescatadas por actores políticos como el ejecutivo de medios estadounidense Steve Bannon, expresidente del medio de extrema derecha Breitbart News, favorable a mandatarios como Trump y al partido republicano.

Sin embargo, ha habido católicos estadounidenses excepcionales y más allá de estas controversias. Basta pensar en la oblata benedictina, anarquista cristiana y activista obrera y antibélica Dorothy Day. O en el monje trapense, poeta y también luchador social Thomas Merton. O también en el sacerdote y académico experto en exégesis bíblica de renombre mundial Raymond Brown. Sin duda, una riqueza moral e intelectual inmensa que logró trascender fronteras.

El Catolicismo en Estados Unidos cuenta con mayores recursos propios de lo que se venido a denominar «extra iglesia», es decir, distintos de la recaudación parroquial, provenientes de negocios en salud, educación básica, media y universitaria. Esto ha permitido cierta autonomía y un conflicto de intereses por sintonizar con la ideología de mercado del país.

Una parte de los católicos, mayormente blancos, a veces más proclive a relativizar el Concilio Vaticano II o el pontificado actual, prefieren ser una «mayoría creada» o por asociación al encontrar causas comunes con la población protestante más conservadora y que puede definir elecciones en los estados sureños, a pesar de haber sido en el pasado y por convicción religiosa bastante anticatólica. Esto también supone una contradicción, ya que la Doctrina Social de la Iglesia difiere de la discriminación hacia los inmigrantes y del individualismo favorable a la competencia de mercado sin criterios éticos, sin mencionar que el Catecismo de la Iglesia se distingue de un Estado punitivo exacerbado. Otra parte de los católicos, más identificados con la misericordia y el compromiso con los pobres, mayormente de origen latinoamericano, simpatiza con la lucha negra contra la discriminación aún latente y es sintomática al encarecimiento de la vida en la tierra de Abraham Lincoln. Si bien es más conservadora que otras bases electorales demócratas, por ejemplo, los estudiantes y activistas más a la izquierda, o las clases medias y profesionistas liberales, pone por encima del tema del aborto las cuestiones de desigualdad económica y de libre migración. Aquí el Papa Francisco encuentra mayor resonancia para sus reformas.

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