Semillas de maíz: el origen de la civilización y la lucha por su futuro

«Cuando controlas la comida, controlas a la sociedad. Y en el caso de las semillas, cuando controlas las semillas, controlas la vida en la tierra.»

–Vandana Shiva

«El hecho de que tengamos que luchar por algo tan esencial para la vida como la integridad de las semillas muestra el verdadero drama de nuestro tiempo: tenemos que luchar para preservar lo más fundamental y sagrado de la vida.»

-Llewellyn Vaughan-Lee

En el origen está la semilla, el diminuto pero pletórico surtidor de la vida y la cultura. Como han notado diversos historiadores, la civilización y la cultura surgen inextricablemente unidos a la domesticación de las semillas, el origen de la vida sedentaria. Este es el punto esencial, las semillas no suponen solamente un bien material, son vínculos genéticos e históricos con el desarrollo cultural del ser humano. Según la Dra. Adelita San Vicente Tello: «Las semillas son principio y fin, resguardan el embrión que permite la reproducción de los alimentos y por tanto, de la especie humana y y animal, en su interior contienen el germoplasma que encierra características que se heredarán a la siguiente generación en un proceso coevolutivo de miles de años». Este proceso es refinado por la inteligencia humana, pues «en cada ciclo las manos humanas eligen las semillas de las mejores plantas» y de esta manera las semillas «socialmente guardan el conocimiento generado a lo largo de milenios por la humanidad».

Para los pueblos de Mesoamérica –la antigua región de Anáhuac– la vida coevolucionó estrechamente con la domesticación de las semillas hace alrededor de diez mil años. Desde entonces los pueblos originarios y las comunidades campesinas han sido los guardianes de las semillas y de la biodiversidad que llevan consigo, respetando su integridad como si fueran la sede de un pacto sagrado entre el ser humano y el universo. En las semillas de ciertas plantas yace encapsulada la historia de la humanidad y la posibilidad de una continuidad en armonía con los principios de la naturaleza,  Particularmente importante ha sido el maíz, la planta que provee la mayor cantidad de ingesta calórica en el mundo. El maíz está en el origen de la civilización, es fuente económica y raíz espiritual. El Popul Vuh, el mito del Quinto Sol y numerosas leyendas e historias a lo largo del continente americano sostienen que la humanidad fue creada a partir del maíz –quizá simbolizando su salto a un estadio de mayor conciencia y civilización detonado por el desarrollo del maíz–.

México es uno de los cinco países con mayor diversidad biológica y cultural del mundo. Cientos de lenguas y modos de concebir el mundo coexisten con una flora y una fauna de profusa variedad, incluyendo 59 variedades nativas de maíz, en las cuales se basan más de 600 platillos nacionales y regionales. Una de las grandes aportaciones que ha hecho la zona de Mesoamérica al mundo ha sido justamente la riqueza de germoplasmas mejorados que se encuentra en el maíz, el frijol, la calabaza, la vainilla, el chile, el aguacate y otros alimentos, mismos que debemos considerar no sólo como elementos materiales constitutivos, sino como transmisiones culturales  ¿Que sería de la cultura italiana sin el jitomate o de la India contemporánea sin el chile? Y el mismo lugar preponderante que ocupa México actualmente en la gastronomía mundial se debe en gran medida al minucioso cuidado a través de los siglos de la riqueza genética de ciertas plantas. Quien ha comido «comida mexicana» en otras partes del mundo sabe que si la tortilla no está hecha con maíz nativo  (mal llamado «criollo»), todo el aparato culinario se desmorona.

Maíz nativo

Aun cuando el maíz y las semillas nativas constituyen un invaluable patrimonio genético, en las últimas décadas éstas y en particular el maíz enfrentan serios desafíos debido a la influencia de las grandes corporaciones biotecnológicas que buscan imponer semillas transgénicas en el país y extraer valiosa información genética con fines comerciales. Si bien gracias a la acción de organismos ciudadanos como la Fundación Semillas de Vida en el 2013 una demanda colectiva logró una medida cautelar para detener la siembra de maíz transgénico en México, la integridad de la biodiversidad de las semillas y la soberanía alimenticia de México sigue estando amenazada por diversos frentes.

El gobierno entrante de Claudia Sheinbaum ha reafirmado su compromiso de proteger el maíz nativo, pero por otro lado, el gobierno de Estados Unidos, de la mano de corporaciones trasnacionales, cuestiona la legitimidad de las restricciones mexicanas. Existe una disputa comercial en el marco del T-MEC que argumenta que no existen bases científicas para prohibir las semillas transgénicas. Contra esto México ha presentado evidencia de que existen riesgos asociados tanto al maíz transgénico como a los residuos de herbicidas utilizados en su cultivo, y ha sugerido que los estudios presentados por Estados Unidos conllevan conflictos de interés. Activistas y funcionarios mexicanos argumentan que el maíz, un cultivo de polinización abierta, es vulnerable a la contaminación por genes transgénicos a través del aire, lo que pone en riesgo la diversidad genética natural que las comunidades campesinas han preservado durante siglos. Además, las empresas que promueven estos organismos genéticamente modificados suelen patentar genes modificados, creando un sistema de control económico que afecta directamente a los pequeños productores y a las comunidades locales. Aunque la mayor parte de las exportaciones de maíz de Estados Unidos a México se destinan a la alimentación animal, la resistencia de México ha sido vista como un desafío directo al poder de las multinacionales en el comercio global.

México es miembro del Protocolo de Nagoya, un acuerdo internacional que busca asegurar que los países tengan soberanía sobre sus recursos genéticos, combatiendo la biopiratería, y que el acceso a estos recursos se realice con consentimiento previo y bajo términos justos y equitativos. Aunque en el papel el Protocolo de Nagoya parece tener una intención noble, su redacción deja diversos puntos sujetos a la interpretación. Por ejemplo, la manera de definir y hacer valer los «conocimientos tradicionales» asociados a los recursos genéticos que se mencionan en el protocolo o la interpretación hasta cierto punto subjetiva de una repartición «justa y equitativa» de los mismos. Un ejemplo de los riesgos de no vigilar y transparentar todo los procesos de este protocolo ocurrió en el 2016 cuando se dio acceso al maíz olotón a la trasnacional chocolatera Mars Inc. El maíz olotón es una variedad de maíz de enorme valor, capaz de disponer del nitrógeno en el ambiente y obtener nutrientes sin necesidad de fertilizantes. Emisarios de la trasnacional estadounidense «negociaron» con autoridades locales para obtener acceso al maíz olotón sin dejar ningún beneficio sustancial a la comunidad. Como ha notado la Dra. Adelita San Vicente Tello, es esencial tener una presencia en las comunidades y asesorarlas para evitar casos como el sucedido con el maíz olotón. Asimismo, se deben recuperar las herramientas jurídicas, técnicas y políticas necesarias para garantizar el control sobre los alimentos que se producen y consumen.

Las raíces aéreas del maíz olotón secretan una mucosa que ayuda a fijar nitrógeno en la tierra a través de bacterias que se autofertilizan (Wikimedia Commons)

Las raíces aéreas del maíz olotón secretan una mucosa que ayuda a fijar nitrógeno en la tierra a través de bacterias que se autofertilizan (Wikimedia Commons)

La disputa de las semillas transgénicas enfrenta a dos concepciones del mundo diametralmente opuestas: la del llamado «norte global» que vive bajo un modelo capitalista en el que la naturaleza es una masa inerte que existe para ser explotada y dirigida por el hombre, bajo una premisa de crecimiento económico infinito en un mundo de recursos finitos, y la de las comunidades indígenas de todo el mundo, que no hacen tal distinción entre naturaleza y ser humano, pues todo es parte de un única matriz de vida sagrada. Las élites financieras que controlan el poder político buscan beneficios económicos a corto plazo, sacrificando la salud de la mayoría por la opulencia de unos pocos. A esto se opone la cultura de la resiliencia y la visión comunitaria de los pueblos originarios que, habiendo coevolucionado con el maíz, defienden prácticas que han probado ser capaces de extender la vida a largo plazo respetando los ciclos naturales. Tomando esto último en consideración, el supuesto rendimiento superior de la semilla transgénica se revela como la ilusión de la miopía de una ambición desmedida que hipoteca el futuro colectivo por ganancias inmediatas.

En el contexto de la protección del maíz nativo frente a las amenazas del capitalismo global y la biopiratería, es crucial que los ciudadanos tomen acción colectiva para salvaguardar su patrimonio biológico y cultural. Una de las formas más efectivas de hacer esto es apoyando organizaciones como la Fundación Semillas de Vida, que desempeña un papel fundamental en la defensa de la biodiversidad agrícola. Fundada en el 2006, la Fundación está enfocada en asegurar que las semillas permanezcan en manos campesinas, protegiendo tanto su integridad genética como el conocimiento ancestral que acompaña su cultivo. Semillas de Vida trabaja para evitar la contaminación del maíz nativo por organismos genéticamente modificados (OGMs), que no sólo amenazan la biodiversidad, sino también el control económico de las comunidades sobre sus semillas. Además, organiza ferias de semillas, fomenta proyectos de conservación in situ, y promueve redes de productores basadas en una economía solidaria y prácticas agroecológicas.

El maíz es tanto alimento como medicina, una representación de identidad para todo un continente donde esta planta brindó un abanico de posibilidades y significado autónomo que hizo frente a las imposiciones idiosincráticas europeas. La revalorización del maíz está directamente vinculada con un reconocimiento del profundo saber ancestral que poseen los pueblos originarios. Así, para defender el maíz de manera informada, es esencial defender su integridad genética pero también comprender las concepciones míticas y cósmicas indígenas que anteceden a la llegada de los españoles. En esta antigua y legítima sabiduría se encuentra el sentido y la esperanza para un futuro fecundo: plurilingüe, nutritivo y diverso y multicolor como el maíz, vivo emblema iridiscente de la conexión original entre lo divino y lo humano.

Para concluir, meditemos un poco sobre las palabras de Simone Weil, la filósofa y activista francesa que combatió la política colonialista de su propio país. «¿De dónde nos llegará el renacimiento, a nosotros, que hemos ensuciado y vaciado todo el globo terrestre? Sólo del pasado, si lo amamos». No es la apuesta por la máquina, por el poder tecnológico y el discurso del progreso lo que nos puede salvar; solamente una transformación radical de nuestra concepción del mundo, arraigada en una visión de respeto, responsabilidad e interdependencia de todos los seres vivos. El más loable ejemplo de esto lo tenemos muy cerca, en los pueblos originarios que hasta el día de hoy son los guardianes del conocimiento ancestral, de las semillas físicas y espirituales que son, en palabras del poeta Bonifaz Nuño, «fuente y camino ascendente de la perfección de la vida».


Este artículo es parte de una serie de artículos que investigan y celebran el lugar central del maíz en las culturas de Anáhuac, como parte de la temporada de la cosecha. Y de un llamado urgente a proteger la semilla nativa, cuidar las prácticas ancestrales y resacralizar la cultura en torno al maíz. El artículo anterior, «Maíz: cosmología y antropología; origen y destino», se encuentra en este enlace.

https://pijamasurf.com/2024/10/semillas_nativas_de_maiz_el_origen_de_la_civilizacion_y_la_lucha_por_su_futuro/

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