Este 25 de octubre, la Universidad de Stanford dio a conocer el fallecimiento de uno de sus profesores más destacados, el psicólogo Philip Zimbardo, quien murió a los 91 años de edad en su casa de San Francisco el pasado 14 de este mismo mes.
Si bien Zimbardo adquirió una reputación notable en el área de la psicología social, como profesor y como investigador, siendo docente en universidades de la talla de Yale, Columbia y Stanford, en 1971 saltó sorpresivamente a la fama al dirigir un experimento que a la postre sería conocido como el “estudio de la prisión de Stanford”.
Grosso modo, Zimbardo seleccionó a 24 jóvenes universitarios (todos hombres) y simuló con ellos el entorno de una cárcel, asignándoles a algunos el rol de prisioneros y a otros el de guardias. Los “prisioneros” fueron confinados a celdas de 1.8 metros por 2.7 metros de superficie, con la posibilidad de ser encerrados en un clóset que funcionaba como celda de confinamiento solitario. Por otro lado, los “guardias” recibieron la consigna de controlar a los prisioneros con cualquier método que no involucrara agresiones físicas directas. Zimbardo también se enroló en el experimento con el papel de “superintendente de la prisión”, esto es, con la autoridad para mediar en los conflictos entre prisioneros y guardias. Cabe mencionar por último que todo esto se montó en instalaciones de la Universidad de Stanford y que para llevar a cabo el experimento, Zimbardo empleó los fondos que le fueron concedidos como parte de una beca del área de investigación de la Marina estadounidense.
Conforme se desarrolló el experimento, una de las observaciones más escalofriantes fue la agudización de la violencia por parte de los guardias. Si bien ninguno incurrió en actos violentos tales como golpes o maltratos físicos, se documentó, por ejemplo, que los guardias evitaban a los presos dormir, los hacían dormir en el suelo o los obligaban a orinar y defecar en un recipiente que mantenían al interior de sus celdas varias horas sin vaciar. Llamó la atención que estas tácticas subían de nivel cada vez que algún guardia hacía algo fuera de las normas y no recibía ninguna sanción en consecuencia. Curiosamente, los presos admitían este trato sin mayores sobresaltos, e incluso uno de ellos que inició una huelga de hambre a manera de protesta, fue segregado por los otros prisioneros, quienes lo calificaron de «alborotador» y «mal preso».
Dada la gravedad que estaban tomando estas acciones, Zimbardo decidió detener el estudio tan sólo seis días después de haberlo iniciado.
El experimento de la prisión de Stanford provocó un intenso debate en la comunidad científica, tanto por sus resultados como desde una perspectiva ética a propósito de su realización. Del lado de los resultados, llamó la atención la rapidez y facilidad con que los participantes adoptaron los roles indicados, en un grado que incluso se creería increíble, dado que, al menos en principio, ninguno de los jóvenes habían sido realmente “prisionero” o “guardia”. Con todo, el experimento de Zimbardo mostró, por un lado, que “las situaciones pueden influir en nuestro comportamiento más de lo que solemos advertir”, como él mismo concluyó en aquella época, pero también, en este caso en particular, que cuando dicha situación implica condiciones de autoridad y jerarquía, estos dos factores modifican nuestra conducta, nuestras ideas e incluso la imagen que tenemos de nosotros mismos mucho más de lo que podríamos creer.
En ese sentido, el experimento de la prisión de Stanford se comparó en su momento con el experimento de Milgram, ideado por el psicólogo Stanley Milgram e implementado en la Universidad de Yale diez años antes, en 1961. En éste, una persona vestida con una bata blanca pedía a un voluntario en una habitación que presionara el botón de un mecanismo, lo cual provocaba una descarga eléctrica en otra persona al otro lado de la habitación. En el experimento de Milgram, la persona obedecía ciegamente al supuesto “científico” (o “médico” o “experto”, a quien se creía tal sólo por vestir una bata), aun cuando veía claramente que la otra persona estaba sufriendo debido a las descargas eléctricas. Como en el caso del experimento de Zimbardo, en el de Milgram se mostró que la noción de autoridad ejerce un poderosísimo ascendente en el ser humano, al grado de que una persona se puede permitir dañar a otra bajo la premisa de que está obedeciendo órdenes y que esta obediencia opera como una especie de salvoconducto al respecto de las consecuencias de sus acciones (el argumento con que Adolf Eichmann se defendió en Jerusalén de las acusaciones que se le imputaron por sus actos cometidos durante el nazismo).
En 2007 Zimbardo publicó The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil (Random House), libro dirigido a una audiencia amplia, no sólo a la comunidad científica, en donde analizó el fenómeno del mal a la luz de esta y otras experiencias y estudios. Asimismo, cabe agregar que los hechos en torno al experimento de la prisión de Stanford dieron lugar a una película del mismo nombre, The Stanford Prison Experiment, dirigida por Kyle Patrick Alvarez y estrenada en 2015, y a un documental de la BBC, The Experiment, transmitido como serie en 2002.
Zimbardo ganó una enorme popularidad tras su polémico estudio, lo cual lo llevó a ser un autor sumamente leído y un participante frecuente en medios de comunicación y foros de diversa índole.
Hoy descansa en paz, pero su obra permanece.
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