Las nuevas autoridades de Libia han enviado armamento a sus aliados en la ciudad sureña de Beni Walid, que es un foco de reincidencia militar.
Los partidarios del derrocado líder Muammar Gaddafi ocuparon este lunes varios edificios gubernamentales de la urbe situada a unos 160 kilómetros al sur de la capital.
El gobierno libio admite que se ha enfrentado «con ciertos obstáculos» al querer superar el caos remanente después del cambio de régimen.
A su vez, aumentan las protestas populares que exigen cambios y critican la actuación negligente de las autoridades ante el desorden e inseguridad que impera en varias partes del país.
La analista internacional Laila Tajeldine cree que los partidarios de Gaddafi volverían a tomar el poder si la OTAN decide retirarse del país árabe.
«En Libia el conflicto continúa y se agrava por la persistencia de las tropas de la OTAN», dijo. “La mayoría de la población que apoyaba a Gaddafi sigue repudiando la invasión y el intento de colonizar al pueblo libio”, agregó la analista.
Falta de control
A simple vista, Libia no solo es un país desolado; su tejido interno también está destruido. Después de más de ocho meses de guerra civil el conflicto ha dejado una nación sin Estado de derecho.
Actualmente, las fuerzas del orden público brillan por su ausencia en las calles del país. Son las milicias formadas por ex combatientes rebeldes las que ahora han tomando de manera arbitraria gran parte de las urbes. Estas brigadas justificaron su intervención ante la desconfianza que tenían a la policía gaddafista, lo que ahora es una puerta abierta para la impunidad, según muchas organizaciones de derechos humanos.
En concreto, las Naciones Unidas señalan que son más de 7.000 personas la que permanecen leales al ex líder libio y se encuentran encerradas en centros de detención improvisados. Otros corrieron con peor suerte al ser torturados y asesinados.
Sin embargo, los jefes de estas brigadas aseguran que una mayor parte de los ex insurgentes están deponiendo las armas y volviendo a la civilidad. Los propios líderes milicianos reconocen que no es fácil controlar a todos los rebeldes después de una guerra tan cruel.
«Si hubiéramos tenido una Constitución o leyes y policía la situación sería muy diferente. Pero no. Tenemos un Estado vacío. Libia existía sin dirección ni gobierno. Durante 42 años nos manejó un dictador. Y ahora debemos superar todas las dificultades de la etapa de formación de un nuevo Estado», afirmó Mujtar Al Ajdar, jefe de la milicia de Zintan.
En el Consejo Revolucionario de Trípoli, que agrupa a las milicias de la capital, creen que el régimen del ex líder libio ha dejado una herencia de represión y torturas.
Sus ejecutores quedaron sin castigo, una muestra de la impunidad del anterior gabinete, pero que hoy en día parece tomar otro matiz.
Cárceles como la de Abu Slim eran para muchos libios un sinónimo del poder omnipresente de Gaddafi. Ahora se encuentran vacías y deterioradas y como tantas otras instalaciones del régimen son un ejemplo más de la falta de institucionalidad que existe en Libia.
En la actualidad, las puertas abiertas de estos centros penitenciarios no solo quedaron como testigos mudos de la libertad que al fin llegó para los opositores del coronel, sino como evidencias del caos del actual sistema judicial que no dicta condenas.
El área ejecutiva tampoco escapa a la inestabilidad. En las últimas semanas, los miembros más representativos del nuevo gabinete han sufrido varios intentos de atentados que les recuerdan que son un gobierno que ha sido instaurado de manera temporal, sin ser elegido por los ciudadanos.
Además, las protestas comienzan a convertirse en rutina, lo que era impensable hace tan sólo 10 meses. El reloj gira en contra del actual gabinete, ya que la población anhela cambios rápidos. Las autoridades piden paciencia a un país que no tuvo otra actividad política distinta a la única voz del régimen.
«Hemos conseguido lo más difícil. Era impensable deshacernos de este régimen. Era una pesadilla”, cuenta Mohamed Alhuraizi, miembro del Consejo Nacional de Transición.
“Ahora la gente tiene altas expectativas. Quieren recuperar todo lo que perdieron: la libertad de expresión, tener un salario mejor, mejorar las infraestructuras y lo quieren muy rápido. Es muy difícil, pero vamos a hacer todo lo posible para cumplirlo», afirma.
Cambios sin mejoras
Algunos grupos tribales como los bereberes fueron excluidos durante la época del coronel Gaddafi. El mandatario norafricano les prohibió hablar en su propio idioma. Ahora, muchos de ellos no ven mejoras con el inicio del nuevo periodo.
«Estamos muy decepcionados. Creemos que tendría que ser de otra manera. Nuestra tribu debería de ser reconocida. Deberíamos tener nuestra propia voz. Creemos que ahora estamos igual que con Gaddafi”, asegura el bereber Ahmed Omar.
A mediados de año, Libia prevé que se celebren las primeras elecciones para integrar el Congreso Nacional. El reto es grande y si los acontecimientos no cambian de rumbo, las promesas podrían quedarse en el aire.