En la vida cotidiana, tomamos decisiones constantemente, desde qué comer o qué ropa ponernos hasta cómo gestionar una situación complicada en el trabajo o si debemos dar el próximo paso en una relación de pareja. Sin embargo, para algunas personas ese proceso es mucho más estresante que para otras. ¿Por qué a algunos les resulta más fácil tomar decisiones que a otros? La ciencia tiene la respuesta.
Hay 2 estilos de toma de decisiones: ¿Cuál es el tuyo?
Todos no tomamos decisiones de la misma manera. Algunos no eligen hasta que no ven el cuadro global con claridad, otros prefieren centrarse en los detalles. Sin embargo, grosso modo, existen dos grandes categorías o «algoritmos» de pensamiento que nos conducen en una u otra dirección:
- Toma de decisiones orientada a la evaluación. Estas personas a menudo se obsesionan con encontrar una única “verdad” y hacer las cosas de la “manera correcta”. Si alguna vez has pensado que “prefieres tener razón a ser feliz” o te preocupa en demasía hacer lo “correcto”, es probable que sigas este camino a la hora de decidir.
- Toma de decisiones orientada a la acción. Estas personas se enfocan en el movimiento y el cambio, por lo que toman decisiones rápidamente y se ponen manos a la obra. Mientras la persona con un estilo evaluador sigue pensando y sopesando opciones, quien se orienta a la acción ya ha recorrido la mitad del camino.
Por supuesto, ambos estilos de toma de decisiones tienen sus pros y contras. No obstante, la tendencia crónica hacia uno de ellos, descartando el otro, genera actitudes diferentes hacia el propio proceso de decidir, haciendo que sea más sencillo o se convierta en un auténtico quebradero de cabeza.
La obsesión con no equivocarte torpedea tus decisiones
Investigadores de la Universidad de Columbia y la Universidad Tecnológica de Nanyang analizaron los estados emocionales que generan ambos estilos en la toma de decisiones para evaluar cuál es más eficaz.
En uno de sus experimentos, pidieron a los participantes que eligieran un regalo para uno de sus amigos de un catálogo de ropa. Constataron que las personas orientadas a la evaluación eran más propensas a experimentar emociones negativas cuando debían elegir el regalo y también calificaron la decisión como más difícil, en comparación con quienes se orientan a la acción.
En otro experimento, pidieron a unas novias que recordaran sus experiencias al planificar y tomar decisiones para su boda. Las que tenían una tendencia a la evaluación reconocieron sentirse más preocupadas por la posibilidad de equivocarse en sus elecciones para su gran día y catalogaron la experiencia como más difícil, en contraste con quienes se enfocaban en la acción.
Curiosamente, constataron ese mismo patrón en las decisiones políticas a la hora de votar o incluso en el momento de realizar una simple lista de las tareas pendientes. Las personas con tendencia a la evaluación siempre se sentían más angustiadas.
¿La razón?
Tomar decisiones parece ser más angustiante cuando nos preocupamos demasiado por tomar el camino correcto. Cuando nos preocupa fallar, el proceso de elección se vuelve abrumador, lo que nos genera una gran tensión emocional.
Este fenómeno nos sume en una especie de círculo vicioso: cuanta más importancia le damos a no equivocarnos, más difícil se vuelve decidir, lo que incrementa a su vez la ansiedad y el estrés que experimentamos. Así todo se vuelve confuso y nos resulta aún más complicado decidirnos.
¿Qué estilo de toma de decisiones es mejor?
Lo ideal, como siempre en la vida, es encontrar un equilibrio. Así podremos responder de la forma más adaptativa posible, según las circunstancias. Estos investigadores dan un par de pautas importantes pues descubrieron que:
- Cuando se trata de decisiones cotidianas – como elegir qué comer, qué película ver o adónde ir en vacaciones – el estilo de toma de decisiones orientado a la acción es mejor. No solo porque es más rápido, sino porque demanda menos recursos psicológicos y, al final, es probable que quedemos satisfechos con cualquier decisión que hayamos tomado ya que no son tan trascendentes ni nos cambian la vida.
- Cuando se trata de decisiones relevantes o arriesgadas – como inversiones financieras, un cambio de trabajo, una mudanza o un matrimonio – el estilo orientado a la evaluación es mejor porque elimina las decisiones impulsivas de la ecuación. Nos permite sopesar calmadamente los pros y contras para elegir el camino con lo que nos sintamos más cómodos, aquello con lo que nos identificamos o lo que nos permita seguir creciendo.
Por tanto, si tienes la tendencia a rumiar y darle vueltas a las cosas, debes esforzarte por aceptar la imperfección y comprender que los errores forman parte del proceso de aprendizaje y crecimiento. Técnicas psicológicas como la meditación mindfulness promueven la aceptación y la reducción del juicio interno, por lo que pueden ser útiles para moderar esas preocupaciones.
El filósofo Henri-Frédéric Amiel escribió que «el hombre que pretende verlo todo con claridad antes de decidir, nunca decide«. Así que cambiar el enfoque en la toma de decisiones abrazando un pensamiento más flexible, donde no veas las “elecciones correctas” como absolutas, también puede reducir el estrés y aumentar tu sensación de control.
Asimismo, es importante que te liberes de la idea de que siempre debes estar en lo cierto, reconociendo que el proceso de decisión es tan solo una de las disímiles facetas de una vida mucho más rica y compleja.
Y si te equivocas, recuerda que casi siempre puedes volver atrás. Pocas cosas en la vida son permanentes.
Fuente:
Chen, C. Y. et. Al. (2018) Feeling Distressed From Making Decisions: Assessors’ Need to Be Right. Journal of Personality and Social Psychology; 115(4): 743-761.
¿Te angustia elegir? La culpa es de tu estilo de toma de decisiones y así puedes corregirlo
Bueno, no es lo mismo equivocarse eligiendo carne o pescado que contratando una hipoteca a 25 ó 30 años. En el segundo caso, volver atrás, puede resultar un pelín complicado.