Central hidroeléctrica Santo Antonio en plena construcción en octubre de 2010. |
PORTO VELHO, Brasil, feb (IPS) – El haitiano Pierre estaba en la vecina República Dominicana cuando el terremoto de enero de 2010 destruyó la mitad de Puerto Príncipe y mató a 200.000 compatriotas, entre ellos su esposa y su madre. Sobrevivieron sus dos hijos, de 13 y 14 años, a los que dejó con amigos para emigrar a Brasil.
La tragedia de Pierre no terminó ese día. Luego también murió, de hambre, su benjamín. Ahora, en medio de la desesperación, envía todo lo que le sobra de su sueldo de cargador de camiones al hijo que le resta. Mientras, trata de traerlo a su nuevo lugar en el mundo, Porto Velho, la capital del noroccidental estado brasileño de Rondônia.
Este es un caso más entre los haitianos que llegan a Brasil en busca de una nueva vida, en particular tras ingresos que no solo alcancen para sobrevivir sino también para ayudar a sus familias, que siguen sufriendo los daños del terremoto en su país, relató Marilia Pimentel, doctora en lingüística y voluntaria en un grupo de apoyo a inmigrantes.
Porto Velho se convirtió en un punto de atracción por los empleos que ofrece la construcción cercana de dos grandes centrales hidroeléctricas en el río Madeira, uno de los grandes afluentes del Amazonas, además de puentes y la ampliación de carreteras en la zona.
La Central Hidroeléctrica de Santo Antonio, que tendrá capacidad para generar 3.150 megavatios a siete kilómetros de esta ciudad, acaba de contratar a 100 haitianos para trabajar en carpintería, albañilería, electricidad e hidráulica.
Pero hay cerca de 700 de esos nuevos inmigrantes en Porto Velho y otros arriban cada día, observó Geraldo Cotinguiba, antropólogo que, como su esposa Pimentel, ayuda a los haitianos a superar la barrera profesional y social que implican una lengua y una cultura distintas.
Ambos profesionales lo hacen en colaboración con la parroquia de São João Bosco, un barrio céntrico, que les ofrece a los inmigrantes alimentación y cursos de portugués.
En ese templo católico es donde también Samuel Dorvilus, haitiano de 30 años, cumple un importante papel. Tras haber enseñado inglés y francés a los brasileños desde que llegó a Porto Velho en marzo de 2011, ahora es traductor de creole (lengua haitiana) y profesor de portugués para sus compatriotas.
En esa condición fue también contratado por Odebrecht, la empresa que lidera la construcción de la represa hidroeléctrica de Santo Antonio en Porto Velho y otros numerosos proyectos dispersos por Brasil y 34 países más en cuatro continentes.
Además de los 100 haitianos contratados para Santo Antonio, Odebrecht también empleó 42 personas del mismo origen para Teles Pires, otra hidroeléctrica que construye a 800 kilómetros al este de Porto Velho, 40 para acondicionar una base en Itaguaí, cerca de Río de Janeiro, para que la armada fabrique submarinos, y 22 más para una unidad azucarera en el central estado de Goiás.
Esos trabajadores reciben un sueldo y beneficios similares a los demás empleados mientras son capacitados profesionalmente y en lengua portuguesa en cursos intensivos, para que de ese modo puedan sostener a sus familias en Haití y pagar las deudas contraídas en el largo viaje hasta Brasil, informó la empresa.
Odebrecht mantiene el Programa Acreditar de formación profesional para la mano de obra local donde actúa. Alrededor de 70 por ciento de los casi 20.000 trabajadores que se desempeñan en Santo Antonio pasaron por esos cursos.
La presencia haitiana en Rondônia es pequeña comparada con las comunidades de bolivianos y peruanos, pero se destaca por llegar de un país lejano, de población negra y lengua menos conocida en Brasil que el español. «Son extranjeros, no vecinos», y en general solo hablan creole y francés, resumió Pimentel.
Esa nueva inmigración recuerda también el nacimiento de Porto Velho, en el que otros caribeños tuvieron gran participación.
Hace 100 años, unos miles de antillanos anglófonos, llamados «barbadianos» porque la mayoría eran de Barbados, junto con brasileños y extranjeros de otro origen, como del resto de América, Asia y Europa, construyeron el ferrocarril Madeira-Mamoré a través de un área inhóspita de pantanos y bosques, entre lo que luego sería Porto Velho y la frontera con Bolivia.
Ahora son los haitianos quienes restablecen ese hilo que une Porto Velho con el Caribe. Huyendo de la miseria en su país, entran a Brasil por las ciudades amazónicas de Brasileia y Tabatinga, en las fronteras con Bolivia y Colombia respectivamente, aprovechando la ausencia de control.
De allí se dispersan, buscando empleo en las más variadas empresas, especialmente en la construcción, que vive un auge sin precedentes en Brasil, tanto de viviendas como de infraestructura energética y de transporte.
Dorvilus cumplió el trayecto usual: en avión de Haití a Ecuador y de allí hasta Brasileia, que exige pasar por Perú y Bolivia.
«Primero intenté viajar a Estados Unidos y luego a Francia, pero no obtuve la visa en ningún caso», contó. Optó entonces por Brasil, basado en informaciones sobre el «pueblo acogedor» de ese país y la abundancia de empleos.
Para Brasil, sí logró la visa de ingreso, así que entró legalmente, como subrayó. Eligió luego Porto Velho, porque es un lugar «tranquilo, donde se puede vivir en paz», una ciudad de 436.000 habitantes sin la agitación de grandes metrópolis.
Este inmigrante, que ahora sueña con traer de Haití a su esposa e hijo de dos años, estima que 15 por ciento de sus compatriotas en Brasil aún siguen sin trabajo.
Cerca de 5.000 haitianos llegaron a Brasil en los dos últimos años, 3.500 de los cuales se concentraron en el estado de Amazonas, especialmente en la capital, Manaos, según Cotinguiba y Pimentel.
Ambos pretenden crear un centro de estudios migratorios junto a la estatal Universidad Federal de Rondônia, arguyendo que una diversificada presencia nacional y extranjera ayudó a conformar la población brasileña actual.
http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=100170