Qué ocultan los reyes

Al igual que el pueblo siempre ha requerido la ayuda y el consejo de hechiceros, videntes, curanderos… también las monarquías, cuando la adversidad de las circunstancias no dejaba otra opción, se han rodeado de esta corte de personajes mágicos, capaces de casi todo…
José Gregorio González
Ya fuese para llenar sus arcas con el oro que prometían transmutar los alquimistas, recuperar la salud con los elixires y brebajes que fabricaban los espagíricos, o dependiendo el destino de sus gentes a través de la posición de los astros o por los augurios que los espíritus transmitían a los brujos de la corte, su saber ha sido capital.
La historia esta repleta de consejeros, magos y agoreros que al servicio de la realeza interpretaban los sueños del monarca desde tiempos del bíblico Nabucodonor, hechizaban a sus enemigos con prácticas como el aojamiento -tan en boga en el siglo XV durante el reinado de Juan II de Castilla-, o dominaban a los demonios con sortilegios varios como los recogidos en la famosa Clavícula Salomonis atribuidas al Rey Salomón. Los agoreros se preocupaban en descifrar para sus señores las señales del destino, estuvieran éstas codificadas en el vuelo de las aves, en las entrañas de animales o en fenómenos de la propia naturaleza contemplados como avisos, ya fuera el paso de un cometa, la oscuridad de un eclipse o el brillo de una determinada conjunción planetaria, augurios especialmente significativos entre los monarcas chinos. Esa fijación por lo mágico se traducía también en el uso frecuente de talismanes y amuletos especialmente preparados para tan insignes portadores, como es el caso del singular «Talismán de la Felicidad» de la reina francesa Catalina de Médici, confeccionado por el célebre Nostradamus.
Coleccionistas de reliquias
Luis IX se trajo de las Cruzadas -que le convirtieron en santo- la corona de espinas que depositó en la Capilla Real de Francia; Felipe II contaba en su nutrida colección de reliquias con su propia copia a escala de 32 cm de la Sábana Santa que puede ser contemplada aún en sus aposentos del monasterio de El Escorial, mientras que monarcas como Carlos Martel, Carlomagno y Federico I el Pajarero poseyeron cual poderoso talismán la Santa Lanza, el arma que según la leyenda atravesó el costado de Jesús en el Gólgota. Esta filia de la realeza por las reliquias podría ser incluso contemporánea del propio Jesús, puesto que según la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea, el rey de Edesa, AbgarV, habría recibido una tela con el rostro del Mesías grabado en ella, que obraría el milagro de sanarle de la lepra negra que padecía. La más importante de la cristiandad, la Sabana Santa de Felipe II murió rodeado de más de trescientas reliquias -como la de la izquierda-, dando un aspecto siniestro a la escena, convencido del poder de las mismas.
Turín, perteneció durante siglos a la Casa de Saboya, hasta que el rey Humberto la donó en testamento a la Iglesia. Volviendo con Felipe II, en su colección de 7.422 reliquias se podían encontrar desde la cabeza de san Hermenegildo a la grasa y algunos huesos de san Lorenzo, así como despojos de vírgenes, santos y mártires distribuidos en relicarios ubicados en altares, y a lo largo de todo El Escorial como instrumentos de protección. La fe en las reliquias del monarca fue tanta que llegó a introducir el cuerpo del monje incorrupto Diego de Alcalá en el lecho de su hijo, el príncipe Carlos, que salió de su agonía al cabo de un mes, abriendo las puertas de la santidad al fraile franciscano fallecido un siglo antes. En ocasiones la reliquia era parte de algún miembro de la realeza, como la mano momificada del infante de Aragón y Navarra, el Príncipe Carlos de Viana, que curaba al toque algunas de las enfermedades de quienes se acercaban con fe a la abadía de Poblet desde la segunda mitad del siglo XV.
No dejó de ser frecuente también que algunos monarcas se dejaran aconsejar por místicos e iluminados que aseguraban transmitir los designios de Dios o que usaran su privilegiada posición para acceder a los saberes ocultistas de otras culturas ajenas. En este caso, resulta ejemplarizante la figura del monarca castellano Alfonso X el Sabio, quien desde su corte de Castilla y León auspició una sobresaliente recuperación y traducción de diversas obras ocultistas. Ciencias mágicas como la astrología fueron oxigenadas por Alfonso X gracias a la publicación, bajo su reinado y directa supervisión, de obras como el Libro de las Tablas Alfonsíes y el Libro de la Cruzes, singulares tratados astrológicos cuya influencia posterior en este tipo de literatura se dejan’a sentir durante siglos. Asimismo, resulta destacada la colección de textos conocida como Lapidario de Alfonso X el Sabio, una compilación de una quincena de tratados de los que apenas se conservan cuatro, en los que se detallan de forma pormenorizada las cualidades mágicas y terapéuticas de centenares de piedras, determinadas en gran medida por los planetas y las constelaciones al más puro estilo new age, pero adelantándose nada menos que en 700 años al citado movimiento. Lógicamente, cabría citar en relación con este monarca el Picatrix, un compendio de magia cuya autoría se ha querido atribuir erróneamente al propio soberano en el que los talismanes, brebajes y rituales acaparan el protagonismo.
Toques de salud
Si bien la mayoría de las veces la realeza se rodeaba de lo que hoy no dudaríamos en definir como hacedores de prodigios inexistentes, en ocasiones eran los propios monarcas quienes aparecían revestidos ante los ojos de su pueblo de esos presuntos poderes sobrenaturales. El ejemplo más notorio de lo que decimos nos remite al caso del llamado «toque regio», la curación de los enfermos a través de la imposición de manos realizada poremperadores y monarcas de todos los tiempos. «El poder de curar por contacto -escribe Enrique de Vicente en Los Poderes Ocultos de la Mente- que antiguamente se consideraba un atributo de los dioses, persistió como parte de la extendida creencia en el origen divino de la institución monárquica». Efectivamente, la tradición le otorga al rey noruego Olaf II de Haraldsoon el poder de curar a sus subditos, lo que ayudó, sin duda, a ser elevado a los altares del cristianismo, suerte que no corrió Baldomero I, rey de Dinamarca, a pesar de igualarle en prodigios. Por su parte historiadores como Tácito o Suetonio nos dejaron noticia de los poderes de Vespasiano para curar la ceguera, la cojera, dolores de diversa naturaleza y dolencias neurológicas, mientras que a través de la imposición de manos Adriano aliviaba rápidamente la hidropesía. El poder real no sólo se transmitía por las manos, sino que en el singular caso del rey Pirro -que gobernó Epiro en el siglo III a. de C.-, el alivio de los cólicos y de los problemas de bazo de los pacientes que acudían en busca de su ayuda se recibía a través del contacto con los pies del monarca, concretamente con sus dedos gordos, que según cuentan Plutarco y Plinio para irritación del padre Benito Feijoo, permanecieron incombustibles al fuego que incineró el cuerpo del monarca a su muerte. Un efecto similar tenía quince siglos después el pie de Sancho II de Castilla, quien a finales del siglo XIII curaba a los posesos recitando pasajes del Evangelio. Mientras lo hacía, su pie descansaba sobre la garganta del endemoniado…
Otro ejemplo es el segundo rey cápete Roberto el Piadoso de la Francia del siglo XI, al que se le recuerda en las crónicas de la época como un sanador capaz de curar la lepra y otras enfermedades, haciendo el signo de la cruz sobre los pacientes. En aquella época, su homólogo inglés el Confesor sanaba el bocio apretando el cuello de los enfermos, colgándoles una moneda y posteriormente orando por ellos, proceso del que incluso se llegó a hacer eco William Shakespeare. De Enrique VIII se cuenta que curaba epilépticos tocando anillos de oro que luego entregaba a quienes padecían esta alteración neuronal. No obstante, la mayoría de los monarcas demostraban una singular eficacia curando específicamente el llamado «mal del rey», la escrófula o adenopatía tuberculosa. Bultos deformantes, ulceraciones y supuraciones malolientes localizadas en el cuello, así como en la ubicación de los nodulos linfáticos, eran los síntomas visibles de esta patología ampliamente extendida durante la Edad Media, que los monarcas aceptaban tratar a través de la imposición de manos o la administración, entre los enfermos, de monedas tocadas por el propio soberano. La reina Isabel I de Inglaterra oraba y tocaba sin pudor las llagas de sus ¡^ subditos pidiendo por su sanación, mientras que Carlos I llevó a cabo amplias sesiones colectivas, entre las que alcanzó celebridad la realizada con cien enfermos en junio de 1633, escena que con relativa facilidad podemos comparar con las que nos ofrecen hoy en día los telepredicadores. Estas terapias fueron continuadas por Carlos II, del que se cuenta que llegó a repartir hasta 90.798 monedas de oro, tocadas por él, a enfermos que supuestamente sanaban de sus trastornos. En el extremo de la virtud nos encontramos a San Luis, quien siglos atrás se consideraba un simple vehículo a través del cual la divinidad operaba; «El rey te toca, Dios te cura», era la frase que decía mientras tocaba al paciente, que debía beber durante varios días el agua en la que el monarca enjuagaba sus manos tras la imposición.
 
Corte de santos y portentos
En el santoral abundan los monarcas que por sus portentos fueron santificados. Casimiro, rey de Polonia; Eduardo el Confesor; el emperador de Alemania y rey de Italia Enrique; Fernando III el Santo, rey de Castilla y León; el ya citado Luis IX; Isabel de Hungría o Margarita de Escocia son algunos de los más notables ejemplos de monarcas que además de por sus servicios al catolicismo fueron santificados por los «milagros» que eran capaces de producir, una costumbre de la que afortunadamente no se beneficiaron las dinastías de los habsburgos y austrias, a cuyos abrazos se les atribuía la propiedad de curar específicamente a los tartamudos, especialidad terapéutica que no conduce a los altares. Desde que a Tutmosis IV se le apareciera la esfinge en sueños prometiendo convertirlo en faraón, los monarcas de todos los tiempos han sido protagonistas de infinidad de portentos que, convenientemente interpretados por los magos de la corte, legitimaban su posición de poder. Amenofis IV, trece siglos antes de Cristo, impuso en Egipto el monoteísmo solar, convirtiéndose en Akenaton tras observar «un disco resplandeciente, posado sobre una roca» Si el nacimiento de Alejandro Magno estuvo señalado por la caída de un rayo que en sueños fecundaba a su madre Olimpia, su muerte sería presagiada por diferentes augurios, entre ellos las deformaciones viscerales de un animal sacrificado cuando se disponía a invadir Babilonia, culminando con esa nefasta señal una vida de auténtica adicción a los oráculos.
En la corte del Sacro Imperio Romano Germánico del gran Federico II de Hohenstaufen se daban cita astrólogos, magos, cabalistas y alquimistas de todo signo, siendo el más destacado el escocés Michel Scoto. Según se cuenta, bajo la influencia de este personaje, el emperador germano tomó importantes decisiones como la construcción de la fortaleza hermética de Castel del Monte, e instó a su ocultista a escribir el tratado de magia Líberintroductionis.M conde de Barcelona Ramón Borrell le auxiliaron en varias ocasiones espadas celestiales de fuego en su lucha contra los musulmanes, llegando incluso a llover pequeñas dagas en Sant Julia de Cerdanyola, que se clavaban en el corazón de los infieles. Juana de Arco, guiada por las voces que aseguraba escuchar, orientaba políticamente a Carlos Vil, mientras que en Inglaterra uno de los magos más influyentes fue sin duda John Dee, acusado por la hija de Enrique VIII y esposa de Felipe II, Maria Tudor, de usar la magia y los conjuros para arrebatarle la corona británica en favor de Isabel I, reina que arropó a Dee en su condición de astrólogo y consejero en la corte tras el fallecimiento de Tudor. Uno de los pocos que puede arrojar sombra sobre Dee es el médico valenciano Arnaldo de Vilanova, alquimista, astrólogo e iniciado en artes herméticas diversas, cuyos servicios le granjearon la simpatía de papas y monarcas de Aragón, Francia y Ñapóles. La tradición de integrar en la cor-f te a brujos y magos se mantendría hasta épocas recientes, con un carismático Rasputín influyendo en la corte del zar de Rusia Nicolás II, especialmente en la zarina Alejandra, que siempre se sintió en deuda con el extraño monje tras haber salvado la vida de su hemofílico hijo Alexis.
Pelayo y Rodrigo: los nombres prohibidos
En noviembre de 2003, en unas declaradores que la princesa Leticia hizo a E Comercio, de Asturias, creó un cierto revuelo al saberse la posibilidad de que un futuro hijo varón de los Principes de Asturias se llamara Pelayo. Letizia Orfe no tuvo reparos en insistir en esa idea: «Pelayo es un nombre que nos encanta a los dos. Lo barajamos, si bien es pronto para ha-blar. lodo se andará». Su primer hijo ha sido una niña de nombre Leonor, pero la puerta queda abierta a más descendencia… ¿Por qué se creó ese revuelo? En la bátala de Covadonga comenzó a fraguarse la leyenda de don Pelayo, rey de Asturias, hijo de Favila, supuesto pariente del rey don Rodrigo e iniciador de la Reconquista de España hasta que murió en 737. Para los amantes de profecías, un Pelayo salvaría a España y otro acabaría destruyéndola… Nada puede terminar igual que empieza salvo que se quiera romper el tabú. Por tanto, los nombres tienen una importancia mayor de la que creemos y no se eligen al azar. Como curiosidad, decir que una de las causas que indujeron a Garios, hermano de Femando Vil, a alimentar la esperanza de ceñir algún día la corona carlista e incluso promover una guerra por ese motivo, era porque otro Carlos (III) había sucedido a otro hermano suyo llamado también Femando (VI), quien murió sin sucesión.


Pero, por empezar con las leyendas, citemos en primer lugar el caso de Pelayo. El año 476, Odoacro, un hémlo. jefe de los mercenarios germanos del ejército romano, arrebató las enseñas de emperador al títere que ejercía el cargo en la zona occidental del imperio y gobernó durante los años siguíentes  Italia,  Panonia  y Dalmacia, en su propio interés y en el de sus guerreros, situación que se mantuvo hasta que su reino fue destruido por los ostrogodos del rey Téodorico. Casualmente, el nombre del que ha pasado a la historia como el último emperador romano coinddía con el del fundador de Roma, pues se llamaba Rómulo. Con el paso del tiempo fue creándose una leyenda acerca del destino negro de los reinos que eligiesen el nombre del fundador para sus reyes. A esta hermosa leyenda de origen romano se unió en España ura tradición visigoda muy similar, ya que el primer gran rey de la dinasta de los batos, Alarico, fue el creador del reino godo de Tolosa, desde el que a finales del siglo V comenzó la penetración visigoda en Hispania, en la que los godos habían entrado para realzar campanas mitares desde el 410. Esta colonización se acentuó con la emigración masiva del pueblo visigodo a la península Ibérica a rae de la tremenda derrota ante los francos en la batalla de los Campos de Vogtadum -Vbuié, 507-, que acabó con el reino de Tólosa y en la que (alecto su rey, llamado también Álamo. La suma de la tradición goda con la romana, en los primeros siglos de la Reconquista, aumentó el mito de que ningún rey debería levar el nombre del fundador o creador de un reino, y conscientes de esa superstición, jamás ningún monarca en la España medieval llevó el nombre de Pelayo -pese a que jamás se tituló rey-, tradición que siguieron austrias y bortones a partir del siglo XVI.
Respecto a Rodrigo, la leyenda que se forjó es similar, pero tiene un origen diferente, relacionado con los mitos artúricos de Bretaña y las Islas Británicas o con el sebastianismo portugués. Es el mito del rey del fin de los tiempos, que vendrá a salvar a su pueblo deforma providencial. Dice Menéndez Pidal, en su biografía del Cid, que exista una vieja leyenda entre los castellanos, fraguada en los primeros y sombríos siglos de la Reconquista, que pasó a los Canana Maman, los cantos de los antepasados que entonaban los descendientes de los visigodos antes de las bátalas, según la cual «un Rodrigo perdió España, pero otro la salvará». De esta tradición nadó una leyenda similar a la de Pelayo, por loque tampoco ningún rey español se ha llamado Rodrigo.


Pero es que, además, Rodrigo fue un «rey maldito» al vulnerar una prohibición y ser el causante de la pérdida del reino, desapareciendo entre las brumas de la leyenda en su última bátala, la de Guadalete, en TIL Dicen las crónicas árabes que en una ciudad de la Península -con toda probabilidad Toledo-había un palacio que siempre estaba cerrado. Cada nuevo rey godo añadía un nuevo cerrojo a la puerta y ninguno se atrevía a abrirla, hasta que… Ahmed ibn Mohammed AI-Maqqari asegura: «Desoyendo las instancias de sus consejeros, -Rodrigo- marchó inmediatamente hacia el palacio, cuya puerta tenía muchos candados. Mandó quitarlos y cuando la puerta se abrió no vio más que una mesa muy larga de oro y plata, guar-nedda de piedras preciosas, sobre la cual se leía la inscripción siguiente: ‘Esta es la mesa de Suleyman, hijo de Daúd (¡la paz sobre él!)’. Además vio otro objeto: una urna y dentro de ella un rollo de pergamino. En ese texto venia descrita la desaparición de su reino».
La corte de el Hechizado
La presencia de personajes del espectro mágico en las cortes españolas alcanza uno de sus puntos más altos e interesantes con Carlos II el Hechizado, el último de los Austria que reinó en España. Su vida y reinado, al que accedió con sólo cuatro años, estuvieron marcados por su precaria salud, con un raquitismo infantil que dejó paso a toda suerte de problemas gástricos, una debilidad permanente, fiebres crónicas y esterilidad. Estas circunstancias motivaron que por su corte pasaran todo tipo de individuos que, de las más variadas formas, buscaron devolver la salud, y sobre todo la posibilidad de tener descendencia. El aspecto más inquietante de este período histórico lo proporcionaron dos religiosos al servicio del monarca, al asegurar que el origen de todos sus males estaba en el efecto de hechizos y posesiones. Estos fueron fray Frailan Díaz y fray Tomás de Rocabert, confesor e inquisidor respectivamente del soberano. Ambos sospechaban que el mal era debido al influjo de las artes maléficas auspiciadas por monarcas como el francés Luis XIV o el emperador Leopoldo I, contratando los servicios de dos exorcistas: el dominico Antonio Álvarez y el capuchino Mauro Tenda. El asunto terminó con Tenda expulsado de España y Díaz procesado por la Inquisición.
La legendaria Leonor de Aquitania
por Jesús Callejo
Fue una mujer de bandera. Su currículo y personalidad es la envidia de cualquier dama medieval. A saben dos veces reina -de Francia y de Inglaterra -y madre de dos reyes -Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra-. Si además, añadimos que Leonor de Aquitania (1122-1204) tenía una gran belleza, una fina inteligencia, un carácter cautivador y unas actitudes sociales de vanguardia, hoy la podemos considerar como la precursora del feminismo en una época en la que las mujeres vivían sometidas al yugo masculino. Le encantaba el arte, la política, la música y los libros. Era tan aficionada a leer, recitar y cantar melodías que fue la musa de los trovadores, e inspiradora de los cantares de gesta y de la saga ai tilica. Leonor fue una agitadora cultural, llevando a su corte a cuanto juglar y trovador encontrase. Su lengua natural era el occitano, pero sabía hablar inglés, francés y latín. Promovió tómeos caballerescos, justas poéticas y los juegos de amor cortés. ¿Quieren más? Leonor era hija del duque de Aquitania, Guillermo X, heredando de su padre todo el vasto territorio del ducado al no tener hermanos vivos, más extenso que el propio reino de Francia. A los 15 años de edad contrajo matrimonio con Luis el Joven, futuro rey Luís Vil de Francia, que tenía un año más que ella. En el mismo año de la boda -1137- muere el monarca Luis VI y la pareja de jovenzuelos se convierten en reyes de Francia con su corte en París. En 1145 nace su hija, Maríe, futura condesa de Champagne y considerada la primera poetisa de Francia. Movidos por la predicación de Bernardo de Claraval, en 1147, los esposos se van a la Segunda Cruzada y, ante la oposición de su marido que no ve con buenos ojos que una mujer partícipe en estos eventos, ella crea su propio ejército. En Antíoquía, entre lance y lance, tiene Leonor una relación sentimental con su tío Raimundo de Porb’ers, príncipe de la ciudad, que provocó el distandamiento del rey y la reina. De hecho, volvieron a Francia por separado y malhumorados. Entre medias tuvieron otra hija, Alicia. Estas dos circunstancias, la ausencia de hijos varones y los rumores de adulterio, fueron las que provocaron la anulación del matrimonio en 1152 por parte de Eugenio III con la excusa de un parentesco de sangre entre ambos. Algo había que decir a la plebe. Leonor no perdió el tiempo. Seis semanas después de la anulación, se casó de nuevo, esta vez con Enrique Plantagenet, futuro Enrique II de Inglaterra. Con las propiedades de ambos, reunieron un vasto territorio en Francia, Inglaterra y en Gales, dándose la paradoja de que, aún siendo vasallos del rey de Francia, los reyes de Inglaterra controlaban un territorio ocho veces superior al regentado por el belicoso Luis VIL Este dominio inglés sería el origen del conflicto conocido como la Guerra de los Cien Años (1339-1453). Leonor nunca quedó al margen de los asuntos de Estado. Quiso intervenir y decidir de manera activa. De su matrimonio con Enrique II, once años menor, Leonor tuvo ocho hijos, entre ellos Ricardo Corazón de León y Juan sin Tierra. Una de sus hijas, Leonor de Inglaterra, se casó con el rey Alfonso VIII de Castilla y fundó el Monasterio de las Huelgas en Burgos. Con el tiempo, no aguantó las infidelidades de su esposo Enrique, lo que indujo a que en 1173 hubiera una rebelión de tres de sus hijos contra su padre. Tras reprimir la revuelta, el rey la encarceló en el castillo de Chinon -donde años más tarde estarían los últimos templarios. Tras quince años de exilio, una vez liberada, Leonor aseguró la sucesión del trono a su hijo Ricardo y se convirtió en regente de sus tierras durante las ausencias de éste al partir para la Tercera Cruzada. Fue ella la que sofocó el intento de conspiración de su hijo Juan sin Tierra (1193), aliado con Francia en contra del nuevo rey. Tras el regreso de Ricardo Corazón de León, Leonor creyó que su labor había terminado y se retiró a la abadía de FontevrauK con la idea de morir allí, pero al fallecer su hijo Ricardo el 6 de abril de 1199 provocó que abandonara el claustro para asistir a la coronación del rebelde hijo menor Juan sin Tierra. En 1200, y siendo casi octogenaria, da muestras de fortaleza cuando decide viajar hasta Castilla, cruzando los Pirineos, para escoger entre sus nietas, las infantas de Castilla, a la que se convertiría en la esposa del hijo de Fápe II Augusto, el futuro Luis VIII. La escogida sería Blanca, regente del reino en tres ocasiones que mostró sus habilidades políticas.
Regresó de nuevo a su retiro de Fontevi ault y allí murió a la avanzada edad de 82 años, el 1 de abril de 1204, el día de los inocentes anglosajón. Una ironía del destino y el último guiño de la que sería llamada «la reina de los trovadores».
Alquimistas, aojadores y magos en la corte
La alquimia siempre ha seducido a las monarquías europeas, ávidas de aumentar sus riquezas por el camino fácil que prometían quienes aseguraban transmutar los metales más comunes en auténtico oro. No obstante, lo cierto es que la ciencia alquímica va mucho más allá de esa vertiente material que tanto inquietó a los monarcas, presentando un uso medicinal como fuente de origen de elixires capaces de curar cualquier enfermedad o prolongar la vida de quien los ingiriesen, así como una lectura en todo punto espiritual, donde la transmutación del plomo en oro se presenta como una metáfora de la transformación espiritual de los hombres. D más espectacular ejemplo de adicción a la alquimia lo representa el emperador del Sacro Imperio Germánico Rodolfo II de Habsburgo, soberano austríaco nieto de Carlos V y primo de Feipe II que ha pasado a la historia con todo mérito como el rey alquimista. Tras su coronación en 1576 leñó su corte de Praga con más de doscientos alquimistas, acomodados en viviendas aglutinadas en la llamada Zlatá-ulicka o Calle del Oro, ubicada dentro de la fortaleza imperial, quien sabe si como fruto de la influencia hermética recibida durante los siete años que pasaría en Q Escorial. Ocultistas diversos formaron parte de su círculo de confianza, como su «Maestro del Alquimia» Tadeus Hajek, Wilhelm von Rosemberg, el inglés William Sethon y el noble moravoMichael Sendivoj, de los que se cuenta que llegaron a realzar ante el monarca pequeñas transmutaciones. Los reinos españoles no fueron ajenos a la influencia de los alquimistas. Así, a caballo entre los siglos XIV y XV, encontramos al rey de Aragón Pedro IV el Ceremonioso, así como a sus hijos y sucesores en el trono, Juan I el Cazador y Martin el Humano, interesados vivamente en el arte sagrado tal y como ha podido ser de-mostrado a través del estudio de su correspondencia. Bajo el reinado de este último legó a estar a sueldo de la corte el alquimista Jaime Lustrach, quien al no conseguir transmutar el oro que aseguraba ser capaz de fabricar fue encarcelado, Arándose finalmente de la condena bajo la influencia de dos franciscanos alquimistas: Francisco ‘ Eximenis y Juan Eximeno.


En su corte de reliquias, amuletos y aiemos de unicornio, el rey Felipe II financiaría varios la-boratorios alquímicos cuyo trabajo estaba enfocado a la elaboración de medicamentos y pócimas. Bajo sus órdenes trabajaban en el laboratorio de D Escorial el consagrado alquimista Mandes Richard Stanihurst, así como célebres destiladores como Francisco Holbequé y Gkwanni Vncenzo Forte, contratados para obtener quintaesencias que disiparan la permanente inquietud que el monarca tuvo hada su estado de salud. La astrología también despertó ciertas inquietudes en este monarca obsesionado por la obra esca-tológica de FJ Bosco, levantando su horóscopo el omnipresente John Dee durante el matrimonio del monarca con María Tudor, aunque siendo príncipe ya había recibido una carta astrológica de manos de Mathias Hacus, reconocido médico y matemático. Nos llevaría mucho tiempo extendemos por los caminos que las artes ocultas encontraron para penetrar en los palacios de medio mundo, citando apenas dos muy gráficos ejemplos. En la corte de Juan II de Castilla, en el siglo XV, el tema central era el poder del mal de ojo y la llamada magia de fascinación, fuente de enfermedades. En este contexto surge la figura de Enrique de Vlllena, personaje para el que la astrología y la alquimia no guardaban secretos y que con frecuencia buscaba adivinar el futuro a través de los pasajes de la Biblia.
Villena escribió, a sugerencia de la corte, un Tratado de aoja/mentó, en el que se describen los síntomas físicos de los influjos mágicos a los que tan expuestos parecían los monarcas, incluyendo los medios de protección. Con el tiempo su conocimiento de secretos ocultistas fue alimentando varias leyendas, como la que lo describía como un alumno del diablo, de cuyo yugo escapó gradas a su prodigiosa inteligencia, fama quepropiciaría que, a su muerte, el monarca supervisara la quema de su biblioteca, que se antojaba rica en textos malditos. El segundo ejemplo es si cabe más notorio y lo encontramos en la corte de Carlos I de España y V de Alemania. D monarca tuvo como historiógrafo a Heinrich Comelius Agrippa von Nettesheim, filósofo, abogado y ocultista que compiló en su De occulta philosophia el saber hermético de su tiempo, aglutinando en su tratado las recetas de conjuros, venenos, oraciones de poder, invocaciones, magia talismánica… En Francia, un paradigmático ejemplo nos lo brinda Michel de Notredame, que tras «profetizar» la muerte de Enrique II, sedujo con sus habilidades mágicas a la reina Catalina de Medici, a la princesa Margarita y a Carlos IX. convirtiéndose en su médico personal.
http://ccoo-chilecomparte.blogspot.com/2012/02/que-ocultan-los-reyes.html

3 comentarios en “Qué ocultan los reyes

  1. Cuiriosamente a eso mismo cuando lo hacian los pobres era llamado Bujería.
    Según lo ejerzan unos su otros sellama diferente ¿o no?

    1. Claro, como siempre Mónica: si tu eres homosexual, eres maricón; si ellos son homosexuales son gays, si eres demente eres loco; si ellos lo son, son excéntricos, tu eres ladrón; ellos empresarios, tu eres flojo, ellos son artistas,… y así la cosa, desde siempre

      1. Muy bueno, vamos progresando, por lo menos en el estricto sentido de lo que son unas clases y otras. Si lo hacemos de ese modo antiamargo, hasta quizás se den cuenta los dirigentes esos de lo aburridos, anti-todo que son y sobre todo de la saga-linaje ridícula esperpéntica que pretenden perpetuar para siempre.

        Y es que eso que has dicho Enrique, no es ni más ni menos que la realidad.

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