En su libro El mono que llevamos dentro, Frans de Waal nos explica el comportamiento de los chimpancés y los bonobos. La verdad es que pone los pelos como escarpias ver lo parecidos que somos. Demasiado. He de agradecer públicamente a Tay el haberme descubierto este maravilloso autor y su autor, porque es absolutamente maravilloso y os lo recomiendo sin dudarlo ni un instante. Os dejo con unos párrafos que dan para pensar un rato.
Toda civilización digna de tal nombre tiene algún ejército. Percibimos este canon con tanta claridad que incluso lo hacemos extensivo a civilizaciones no humanas imaginarias, como la película El planeta de los simios. El primatólogo contempla la versión de 2001 con horror: el cruel líder tiene el aspecto de chimpancé bípedo —aunque huele a conejo—, los gorilas son retratados como lerdos y obedientes, el orangután es un tratante de esclavos, y los bonobos [que se caracterizan por su promiscuidad] han sido convenientemente omitidos. Hollywood siempre se ha sentido más cómodo con la violencia que con el sexo.
La violencia impera en esta película. Pero no hay nada menos realista que los vastos ejércitos de monos uniformados que aparecen en la pantalla. Los antropoides carecen del adoctrinamiento, la estructura de mando y la sincronización que emplea la malicia humana para intimidar al enemigo. Puesto que la coordinación estrecha conlleva una disciplina absoluta, nada resulta tan aterrador como un ejército bien entrenado. Aparte de nosotros, los únicos animales que cuentan con ejércitos son las hormigas, aunque carecen de una estructura de mando. Si un ejército de hormigas pierde el rumbo, como cuando las rastreadoras se separan de la corriente principal, en ocasiones la cabeza enlaza con la cola de su propia columna. Al seguir su propio rastro de feromonas, forman un aro densamente apretado en el que miles de hormigas se mueven en círculos hasta morir de agotamiento. Gracias a su organización vertical, esto nunca le ocurriría a un ejército humano.
Puesto que los debates sobre la agresividad humana invariablemente giran en torno a la guerra, la estructura de mando de los ejércitos debería hacernos pensarlo dos veces antes de trazar paralelismos con la agresión animal. Aunque es comprensible que sus víctimas vean las invasiones militares como una agresión, ¿quién dice que el ánimo de los perpetradores es agresivo? ¿Acaso las guerras se derivan de la ira?
A menudo, los líderes tienen motivos económicos o de política interna o se escudan en la defensa propia. Los generales obedecen órdenes, y los soldados rasos pueden no tener ningunas ganas de dejar su casa. Con sumo cinismo, Napoleón observó: “Un soldado luchará larga y duramente por un trozo de cinta coloreada”. No creo que sea una exageración decir que la mayoría de la gente en la mayoría de las guerras se ha movilizado por algo distinto de la agresión. La guerra humana es sistemática y fría, lo que la convierte en un fenómeno casi nuevo.
La palabra clave es “casi”. La identificación grupal, la xenofobia y el conflicto letal, tendencias todas que se dan en la naturaleza, se han combinado con nuestra altamente desarrollada capacidad de planificación para “elevar” la violencia humana a su nivel inhumano. El estudio del comportamiento animal puede no ser de mucha ayuda a la hora de explicar las cosas como el genocidio, pero si dejamos de lado los Estados y las naciones y nos fijamos en las conductas humanas dentro de las sociedades a menor escala, las diferencias ya no son tan grandes. Como los chimpancés, la gente es altamente territorial y valora menos la vida de los extraños que la de los miembros de su grupo. Se ha especulado que los chimpancés no vacilarían en utilizar pistolas y navajas si las tuvieran y, de manera similar, los pueblos ágrafos probablemente no titubearían en intensificar sus conflictos si dispusieran de la tecnología adecuada.
Un antropólogo me contó una vez cómo reaccionaron dos jefes de eipo (una etnia papú de Nueva Guinea) que iban a volar por primera vez en avioneta. No tenían miedo de subir al aeroplano, pero hicieron una intrigante petición: querían que la puerta lateral no se cerrara. Se les advirtió de que allá arriba en el cielo hacía mucho más frío y, puesto que no llevaban más vestimenta que su tradicional funda para el pene, se congelarían. No les importaba. Querían llevar unas cuantas piedras grandes que, si el piloto fuera tan amable de volar en círculo sobre el pueblo vecino, dejarían caer sobre sus enemigos a través de la puerta abierta.
Por la tarde, el antropólogo escribió en su diario que había presenciado la invención del bombardeo del hombre neolítico.
Frans de Waal, El mono que llevamos dentro.
http://www.historiasdelaciencia.com/?p=1187
Por suerte o por desgracia no somos los únicos en este planeta…
Al parecer el mensaje de Jesus no llegó a la etnia de eipo, pero aún no es tarde…..ama a tu prójimo como a ti mismo…esa es nuesta EVOLUCIÓN….la información que nos dejó para seguir más allá !!!!