Ni que decir tiene que, aunque en esenciaproducido en los mismos circuitos cerebrales, no son todos los placeres iguales. Los placeres divergen en intensidad, calidad y matices. Desde luego es placer escuchar unapieza musical agradable, y no menos placer es contemplar un bello amanecer estirado en una playa tropical, pero son muy diferentes entre sí. Incluso el mismo placer, experimentado en condiciones distintas puede resultar muy diferente. No es lo mismo saborear una deliciosa tarta de queso en un cálido y relajado local barcelonés, que en el office del trabajo, simplemente, sabe distinto.
Tarta de queso con arándanos.
Hay muchas variables implicadas en la forma en que experimentamos una vivencia placentera. Esa experimentación está influida por el aprendizaje, por como se ha modelado nuestro cerebro en experiencias previas. Pongamos por caso que, esa tarta de queso, la degustamos por primera vez en un entorno idílico, y además la cogimos con apetito, produciéndonos una buena recompensa. Si hoy sabemos que vamos a probarla de nuevo, porque un apreciado amigo nos va a traer una para el café, nuestro sistema de recompensa se activa horas antes, porque sabe que la recompensa está cerca, sabe que la tarta de queso está en camino. Las áreas del cerebro que almacenan aquel buen recuerdo (principalmente el hipocampo) están conectadas con ese sistema de recompensa, y le envía mensajes (impulsos eléctricos neuronales), “hey! te acuerdas de aquel delicioso postre? te acuerdas de cuanta dopamina liberaste al probarlo?, hoy lo vuelves a catar!” . Desde ese momento ya se comienza a liberar dopamina, ni si quiera has visto la tarta todavía, pero YA estás experimentando placer. A ese fenómeno, a la capacidad de sentir placer antes de tener la recompensa, se le llama anticipación. Desde aquí, es fácil intuir, que un mecanismo antagónico consigue el efecto contrario si el recuerdo es negativo. Si el día que la probamos acabamos vomitando, sólo pensar en la tarta nos provoca nauseas.
Sopa sólida – Ferràn Adrià
De esa forma sabemos que las experiencias previas condicionan el placer que sentimos ante cualquier estímulo. Otros muchos factores influyen en este proceso que conforma el “color” del placer. Tenemos un finísimo e intrincado grupo de circuitos de neuronas que descargan sus impulsos con frecuencias distintas en función de si un alimento está caliente, si es sólido o líquido, según su textura… Eso da cierto crédito al éxito de la sopa sólida de nuestro investigador culinario Ferrán Adrià, y otras peripecias sorprendentes que deleitan paladares en los templos de la nouvelle cuisine .
Cada cerebro único, de cada persona única, se ha ido creando, moldeando y conectando de diferente manera. En función de sus genes y de las vivencias que ha tenido. Por ese motivo, a cada uno nos gusta una música distinta, una comida y no otra, unos somos más hedonistas y otros son más estoicos… (estos últimos pueden ir cambiando de blog ;p)
Pero abandonarse al placer sin control de forma continuada acaba mal (y mira que me cuesta escribir esto). Una buena muestra de ello son las drogas. ¿Quién no ha experimentado alguna vez el aumento de energía, disposición y atención que se experimenta tras una buena taza de café por la mañana?
Los receptores que activan las neuronas responsables de hacer funcionar los centros del placer son bastante inespecíficos, es decir, no sólo los activa la dopamina, o su neurotransmisor habitual, también pueden activarse por sustancias que se le parecen de forma artificial. La cafeína, por ejemplo, entre otras cosas, activa los receptores del ATV (que explicamos en el post anterior) y esté provoca que se libere dopamina en el n. accumbens proporcionándonos sensaciones agradables.
El uso de drogas por el ser humano está bien documentado de que se encontraron restos de cocaína en momias datadas alrededor del año 2000 antes de Cristo. Se puede decir que desde entonces no hemos parado de consumir drogas con diferente potencial adictivo.
La dopamina no está implicada únicamente en los sistemas relacionados con el placer, opioides endógenos (que produce el mismo cerebro), varios péptidos (proteínas muy pequeñas) y otrosneurotransmisores realizan funciones en estos cúmulos de neuronas. Por ese motivo, hay muchas drogas con diferentes efectos en el sistema nervioso central. Los opioides por ejemplo, modulan la sensación de dolor. De ahí, que la morfina, la codeína, la heroína y otros opioides alivien o anulen el dolor. Otras drogas provocan efectos estimulantes, relajantes, entactógenos (nos hacen sentir más empáticos, más sociables y divertidos) e incluso alucinatorios.
Pero ¿qué ocurre cuando nos volvemos adictos a una sustancia? ¿Por qué no podemos disfrutar de sus efectos de vez en cuando y ya está? Bueno, en primer lugar no todo el mundo tiene el mismo riesgo de volverse adicto a una sustancia. Este tema daría para otro, o varios posts, pero en esencia en nuestros genes, tenemos “escrita” una mayor o menor predisposición (debilidad) para hacernos adictos. De modo, que algunas personas tienen la suerte de poder fumarse un cigarrillo de vez en cuando, sin caer, como la mayoría, en entrar en el gran club de los fumadores empedernidos.
Cuando proporcionamos al cerebro una sustancia que activa nuestros sistemas de recompensa de forma repetida y continuada, se producen en ellos cambios profundos que determinan cambios importantes en nuestra experiencia y nuestra conducta. Ocurre que, los sistemas no aguantan una liberación de dopamina sostenida, de forma simple y tontorrona digamos que “se queman”. Comenzamos a necesitar más y más sustancia paraconseguir la misma sensación (fenómenos detolerancia). Tras un tiempo, ya no conseguimos esa sensación, necesitamos esa sustancia simplemente para no sentirnos mal, para no sentir su falta (abstinencia). Y finalmente perdemos capacidades tan importantes, como la de disfrutar, amar, controlar nuestros impulsos… dando como resultado el panorama que por desgracia todos conocemos. Así que, por si no os había llegado… las drogas son malas.
Dolor y placer
Sadomasoquismo, automutilaciones, ver lasnoticias… sí, a veces el dolor es placentero. Una paradoja que atrae y despierta curiosidad de científicos, filósofos y hombres y mujeres de a pie. ¿Que sabemos de esta fatal relación?
Pues gracias a los muchos estudios realizados a día de hoy con diferentes técnicas de imagen del cerebro, sabemos que los centros que producen el dolor, se hallan muy cerca y muy conectados con los del placer. La liberación intensa de dopamina y de opioides endógenos inhibe los centros del dolor, y a la inversa, la actividad neuronal de los centros del dolor inhibe a los centros del placer.
El mecanismo por el cuál, en ciertas condiciones el dolor puede ser placentero, es rematadamente complicado. Por una parte se explica por conceptos exclusivamente humanos. Sentimientos como la culpa, la vergüenza y la ira, bien arraigados en nuestra cultura en parte “gracias” a la religión, nos crean un estado anímico negativo, que se libera cuando creemos hacer justicia autoinfligiendonos el mal que suponemos haber hecho. Eso explica el éxtasis que narran experimentar, por ejemplo, quienes se flagelan en procesiones. El pensar que nos liberamos de la culpa hace que liberemos tal cantidad de dopamina que anula y supera el dolor, quedando como resultado un triunfo del placer (a costa de una terrible derrota del sentido común…). También eso explica en parte, porqué algunas personas sienten alivio cuando tras sentirse en conflicto consigo mismas se realizan cortes en la piel para sentir dolor.
Por otro lado, el cerebro tiene mecanismos para regular el dolor. El dolor existe porque es una excelente alarmapara saber que algo no anda bien en el cuerpo, y que más vale no manipularlo mucho y prestarle atención. Pero cuando el dolor se cronifica puede ser muy nocivo para el estado de ánimo (la gente que sufre dolor de forma continuada en el tiempo, adolece a menudo de síntomas depresivos, que pueden llegar a ser más graves e invalidantes que el propio dolor). Así, cuando el dolor es intenso el cerebro libera sustancias químicas, como los opioides endógenos, que inclinan la balanza dolor/placer del lado que nos gusta más. Se puede entender pues, que el dolor físico produzca placer en circunstancias concretas. Y también explica el efecto de técnicas como la acupuntura sin tener que recurrir a explicaciones retorcidas y poco serias, como energías extrañas, chacras y demás inventos de tebeo.
Placer y felicidad. ¿Qué es la felicidad?
¿Qué es la felicidad? ¿El placer conlleva a la felicidad? ¿Hay que colmarse de placeres para ser feliz?
Antes de nada quiero advertir de una cosa en relación con este último apartado. La felicidad, a diferencia del placer, es un concepto puramente filosófico, no es cuantificable ni se puede relacionar directamente con circuitos o funciones cerebrales (esto no es estrictamente cierto, pero se acerca mucho a serlo ) De modo que, a diferencia de la tónica general de lo que escribo aquí, esto no esta basado en estudios ni resultados científicos, es pura conjetura del ignorante en filosofía que os lo cuenta.
En mi opinión, la respuesta a segunda pregunta que encabeza el apartado es: sí. A la última es: no. Y a la primera me encantaría contestar, pero habrá que conformarse con lo que sigue.
Sólo sentimos placer al beber agua cuando tenemos sed. Por lo tanto, el placer es una sensación que se produce cuando colmamos una necesidad. De ello se deriva, que es imposible mantener un estado contínuo de placer. Luego el placer no es felicidad.
Una vez hemos bebido agua y calmado la sed, ya no sentimos placer. Sólo si tenemos la inmensa suerte de no tener ninguna otra necesidad en ese momento, lo que experimentamos es una sensación de confort. Esa sensación de confort, de no sentirnos presionados a saciar ninguna necesidad, es lo que yo entiendo porfelicidad. En palabras de Aristóteles: “No es el placer, sino la ausencia de dolor, lo que persigue el sabio”. Por lo tanto, el placer si que conduce a la felicidad, en tanto que implica que colmamos nuestras necesidades. Y no es necesario colmarse de placeres para ser feliz, basta con no crearse más necesidades que las que nos vienen impuestas por nuestra biología.
La pregunta que a mí me ha traído de cabeza, es la siguiente ¿quiero, realmente ser feliz? Y, ¿sabéis qué? que no. No quiero ser feliz, porque la felicidad me parece aburrida, es la falta de movimiento, la ausencia de intereses, la apatía, el cero kelvin. Me quedo con mis placeres y mis dolores, con mis depresiones y mis alegrías, con mis castigos y mis excesos. Y, con todo el respeto que merece Aristóteles, me quedo con la frase del genial William Blake: “El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría”.
– Soskeptical –
¿Qué es el placer? (o por qué no quiero ser feliz) (Capítulo 2)
Nuestro cuerpo está creado para sentir placer y seríamos tont@s de no disfrutarlo. Pero vivir continuamente en estado placentero es quedarse estancado y no aprender, al final nos aburriríamos, el exceso es malo para todo.
También las malas épocas, el luto, el dolor físico y psiquico son necesarios.
Un ejemplo tonto: cuando desaparece una de estas migrañas martilleantes nos sentimos los reyes del mundo.
Cuando llega la paz interior después del sufrimiento destructor renaces y aprecias mucho más la vida de una forma diferente pero más enriquecedora.