Estoy convencido que la fuente primordial de todo humanismo reside en una experiencia directa de algo que nos une a lo otro. Más bien dicho, que nos integra en un todo múltiple y a la vez indiviso. De allí surge, y no se trata de un lugar, sino de un estado interior, ese sentimiento de no separatividad de que hablaba en otro post. Trascender al ego, superarlo. Acerca de ese estado interior, de esa experiencia me quiero referir a continuación; aunque he eludido expresarlo en mis propias palabras, pues me siento incapaz. Por eso valga expresar lo que quiero decir tomando algunas exquisitas frases adaptadas (en versión libre) del libro El Camino del Zen de Alan w. Watts.
Reflexión 1
El budismo no comparte la concepción occidental de que existe una ley oral prescripta por un Dios externo o por la naturaleza, que el hombre tiene el deber de obedecer. Los preceptos de la filosofía budista referentes a la conducta ética, como el no matar, o tomar lo que no nos es dado, no mentir, etc. son reglas prácticas voluntariamente aceptadas que tienen por finalidad apartar los obstáculos que impiden llegar a la claridad de la conciencia. La inobservancia de esos preceptos produce “mal karma”, no porque karma sea una ley o retribución moral sino porque todas las acciones motivadas y dirigidas a un fin, convencionalmente buenas o malas, son karma en la medida en que tienen por objetivo aprehender la vida, lo que no es posible.
La acción completa es en última instancia acción libre, directa, espontánea, clara y total. Por eso en el centro de la práctica budista se encuentra la meditación y el recogimiento cuyo logro es alcanzar la conciencia constante y la constante vigilancia de nuestras sensaciones, sentimientos y pensamientos, sin ulterior propósito ni comentario. Mediante esta conciencia se ve que la separación entre el pensador y pensamiento, el cognoscente y lo conocido, el sujeto y el objeto, el tu y el yo, es puramente abstracta. No existe por una parte la mente y por otra las experiencias: hay simplemente un proceso de experiencia fluida en el que no hay nada que captar, como objeto, ni nadie, como sujeto, para captarlo. Visto de esta manera, el proceso de la experiencia deja de aferrarse a sí mismo. Un pensamiento sigue a otro sin interrupción, es decir, sin ninguna necesidad de dividirse a sí mismo y convertirse en su propio objeto.
Reflexión 2
Al identificarse con la idea de sí mismo el hombre adquiere un precario y espacioso sentimiento de permanencia y pertenencia. En efecto, esta idea es algo relativamente fijo; se basa en una serie cuidadosamente elegida de recuerdos de su pasado, recuerdos que han conservado y fijado el carácter. La convención social estimula la fijación de la idea porque la utilidad misma de los símbolos depende de su estabilidad. Por tanto la convención nos alienta a asociar nuestra idea de sí mismo con papeles simbólicos y estereotipados, igualmente abstractos, puesto que así podrá formarse una idea de sí mismo bien definida e inteligible.
Sin embargo, esa lógica y sentido, con su inherente dualidad, son propiedades del pensamiento y del lenguaje pero no del mundo real. El mundo concreto, no verbal, no contiene clases ni símbolos que signifiquen o quieran decir otra cosa que sí mismos. En consecuencia no contienen ninguna dualidad, porque la dualidad surge solamente cuando clasificamos, cuando distribuimos nuestras experiencias en cajas mentales, pues toda caja tiene un interior y un exterior.
Ser incapaz de quedarse sentado y atento con la mente completamente en reposo significa ser incapaz de experimentar plenamente el mundo en que vivimos. Porque uno no conoce el mundo sólo pensando en él y haciendo algo en él. Para ver el mundo tal como es concretamente, no dividido por categorías y abstracciones, hay que mirarlo con una mente que no piensa acerca de él, es decir, que no forja símbolos. No se trata de una “concentración” en el sentido corriente de restringir la atención a un solo objeto sensible. Es sencillamente aquietar la conciencia y soltarse al aquí y ahora. Esta conciencia va acompañada de una sensación muy vívida de “no diferencia” entre uno mismo y el mundo exterior, entre la mente y sus contenidos: los diferentes sonidos, formas, colores y otras impresiones del mundo circundante. Naturalmente esta sensación no surge porque tratemos de obtenerla; viene sola cuando estamos sentados y atentos sin ningún propósito en nuestra mente, ni siquiera el propósito de librarnos de los propósitos.
La respiración es no sólo uno de los dos ritmos fundamentales del cuerpo; es también el proceso en el cual el control y la espontaneidad, la acción voluntaria y la involuntaria, alcanzan la más patente identificación. Por eso, todo ejercicio de meditación cabalga sobre la respiración y, como el mástil de Ulises, nos libera del canto de nuestras sirenas conceptuales de nuestros pensamientos.
“Un día borré de mi mente todas las nociones. Abandoné todos los deseos. Descarté todas las palabras con las que pensaba y me quedé quieto. Me sentí un poco raro, como si fuera llevado hacia algo, o como si fuera tocado por algún poder extraño a mi … cuando paf!! entré. Perdí los límites de mi cuerpo físico. Desde luego tenía mi piel, pero había perdido sentido. Vi gente que venía hacia mí, pero todos eran el mismo hombre. Todos eran yo mismo! Nunca había estado en este mundo. Había creído que yo había sido creado, pero ahora tengo que cambiar mi opinión: nunca fui creado. Yo era el cosmos. No existía ningún señor Sasaki individual” (Sokei-an Sasaki)
Reflexión 3
Donde hay un objeto, allí, surge un pensamiento. ¿Es, pues, el pensamiento una cosa y el objeto otra? No, lo que es el objeto, tal es el pensamiento. Si el objeto fuera una cosa y el pensamiento otra, entonces habría un doble estado de pensamiento. Así, que el objeto mismo es justamente pensamiento. ¿Puede entonces el pensamiento pasar revista al pensamiento? No, el pensamiento no puede pasar revista al pensamiento. Como la hoja de una espada no puede cortarse a sí misma, como la punta el dedo no puede tocarse a sí misma, así tampoco el pensamiento puede verse a sí mismo.
Cuando buscamos cosas no hay más que mente, y cuando buscamos la mente no hay más que cosas. La ilusión de la división proviene de que la mente intenta ser a la vez mente e idea de la mente, debido a la fatal confusión entre hecho y símbolo. Para poner fin a la ilusión, la mente tiene que tratar de actuar sobre sí misma. Eso es la meditación. La experiencia emana cuando el cognoscente ya no se siente existiendo aparte de la experiencia. En consecuencia, toda pretensión de “sacar” algo de la vida, o de la experiencia, se vuelve absurda. Para decirlo de otra manera, resulta clarísimo que en el hecho concreto no tengo otro yo que la totalidad de las cosas de que soy consciente.
FUENTE http://humanismoyconectividad.wordpress.com
http://senderodelmago.blogspot.com.es/2012/05/reflexiones-budistas-sobre-la-no.html