Referencia: NewScientist.com ,
Si bien es difícil averiguar hasta qué punto nuestro cerebro se hizo tan grande, una cosa si parece cierta: todo lo que requiere el pensamiento es energía extra. El cerebro usa alrededor del 20 por ciento de nuestra energía en reposo, en comparación con alrededor del 8 por ciento de los demás primates. «Es un órgano metabólicamente muy exigente», apunta Greg Wray, biólogo evolutivo de la Universidad Duke en Durham, Carolina del Norte.
El interruptor de azúcar (Imagen: Roger Harris / SPL / Getty Images) |
En el último año, se han descubierto tres mutaciones que han ayudado a satisfacer esa demanda. Uno surgió con la publicación del genoma del gorila, en marzo (Nature, vol 483, p 169). Esto ha revelado una región del ADN que sufrió una evolución acelerada en un ancestral antepasado primate, común a todos los humanos, chimpancés y gorilas, en algún momento entre los 15 y 10 millones de años atrás.
La región localizada dentro de un gen llamado RNF213, el sitio de una mutación que causa la enfermedad de Moyamoya, una condición que produce el estrechamiento de las arterias que van hasta el cerebro, parece que el gen puede haber desempeñado un papel importante a la hora de aumentar el impulso de sangre al cerebro durante nuestra evolución. «Sabemos que los daños en este gen pueden afectar al flujo de sangre, por lo que podemos especular que otros cambios igualmente pueden influir de una manera beneficiosa», sostiene Chris Tyler-Smith, genetista evolutivo del Instituto Sanger en Cambridge, Reino Unido, que además participó en el grupo que secuenció el genoma del gorila.
Hay más formas de aumentar el suministro de energía al cerebro, aparte de la nueva plomería de sus vasos sanguíneos. La fuente principal de alimento de este órgano es la glucosa, y ésta se introduce en el cerebro mediante una molécula transportadora de glucosa de las paredes vasales sanguíneas.
En comparación con los chimpancés, los orangutanes y los macacos, los humanos tienen unos «interruptores activados» un tanto diferentes, de dos genes que codifican los transportadores de glucosa para el cerebro y el músculo, respectivamente (Behaviour and Evolution, vol 78, p 315). Estas mutaciones implican que hay más transportadores de glucosa en los capilares del cerebro y menos en nuestros capilares músculares.
«Se lanza un interruptor que desvía una fracción más grande de la glucosa disponible al cerebro», señala Wray. En resumen, parece que se ha sacrificado el atletismo por mor de la inteligencia.
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