El bombardeo de las defensas antiaéreas libias el sábado marcó el inicio del tercer conflicto bélico simultáneo en el que Estados Unidos se involucra, una situación inédita desde el fin de la Guerra Fría. Y no deja de ser curioso que lo haga con Barack Obama como «comandante en jefe», un político que apareció en la escena política norteamericana gracias a su presunta condición de pacifista, y detractor de la guerra en Irak.
Sin embargo, es cierto que Obama se mostró reticente a una intervención militar en Libia hasta último momento. De acuerdo con un artículo de The New York Times, en el que se explica en detalle el proceso de toma de decisiones que culminó con EEUU apoyando la resolución del Consejo, fue la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien jugó un papel decisivo a la hora de convencer al presidente Obama de la necesidad de un intervención militar para proteger a los rebeldes libios.
Según el Times, dentro de la administración estadounidense, fueron Samantha Power, miembro del Consejo Nacional de Seguridad, y Susan Rice, embajadora de EEUU en la ONU, quienes abogaron desde el principio por la aplicación de una zona de exclusión aérea en el país árabe. En cambio, durante las primeras semanas de la guerra civil libia, Hillary veía con recelo una intervención militar.
Ahora bien, el peso pesado de la adminstración que más se opuso a esa posibilidad fue el secretario de Defensa, Robert Gates, que consideraba que los intereses norteamericanos no estaban en juego en Libia. Además, Gates advertía que una intervención aérea podría acabar desembocando en una mayor implicación militar, incluso con el envío de tropas, en un momento en el que el ejército estadounidense se encuentra ya con todas sus energías concentradas en Irak y Afganistán.
Obama, que se ha mantenido en un segundo plano desde el inicio de la crisis, rechazaba una intervención que pudiera ser vista en el mundo islámico como un nuevo ejemplo de imperialismo norteamericano. Y es que no hay que olvidar que uno de los principales objetivos en política exterior que se marcó Obama al ser investido era mejorar las relaciones con los países musulmanes.
El giro inesperado de la Liga Árabe
La situación dio un giro inesperado cuando la Liga Árabe aprobó la semana pasada una resolución en la que pedía a la comunidad internacional el establecimiento de una zona de exclusión aérea, tal como algunos países europeos, con Francia y Reino Unido a la cabeza, habían insistido durante días. La resolución, además, coincidió con un cambio en la dinámica militar sobre el terreno, pues Gadafi inició una exitosa contraofensiva que amenazaba con barrer del mapa los territorios controlados por los rebeldes.
Según el rotativo neoyorquino, fue entonces, el lunes pasado, cuando Hillary se sumó al campo de Power y Rice, y en cuestión de horas convencieron a un Obama reticente de la necesidad una intervención militar para aplicar una zona de exclusión aérea. La resolución de la Liga Árabe se había convertido en el escudo con el que proteger a EEUU de las acusaciones de imperialismo.
Ahora bien, tanto Obama como Gates pusieron como condición que la intervención fuera limitada en el tiempo, y que la participación de EEUU en una coalición multinacional fuera mínima, dejando a los países europeos la responsabilidad de proporcionar los cazabombarderos que correrían el riesgo de ser abatidos por las defensas antiaéreas libias.
Así fue como se gestó la participación del ejército de EEUU en el tercer conflicto simultáneo en un país musulmán. Sin embargo, y a pesar de la insistencia de la Casa Blanca en negar cualquier parecido entre la situación entre la Libia de Gadafi y el Irak de Sadam, la historia enseña que nunca un país puede prever cómo saldrá de una guerra una vez las hostilidades se ha iniciado.