Rafael Grossi, subdirector general adjunto del organismo, reconoce que no hay claridad sobre lo que está pasando o lo que va a pasar, por las difíciles condiciones en la central.
«Ambigüedad», «falta de claridad», «hipotético» son algunos conceptos que planean durante una conversación telefónica con Rafael Grossi, subdirector general adjunto delOrganismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), dos semanas después de que el terremoto de magnitud 9 y el posterior tsunami que arrasó la costa noreste de Japón, pusiesen en vilo al mundo entero, al afectar los reactores de la central nuclear de Fukushima. Según este experto, que es también jefe de Gabinete en el organismo, la precaria situación en la central impide acceder en condiciones normales a la planta y saber a ciencia cierta qué está ocurriendo realmente. Lo único sobre lo que no hay dudas es que hay importantes emisiones radiactivas y aunque no se sabe exactamente de dónde proceden, según el OIEA, Fukushima «no está peor».
No quiero ser optimista, porque la situación es seria y puede degradarse en cualquier momento, pero hay algunas señales positivas», según Grossi. «Tenemos que seguir siendo muy avaros con los adjetivos», insiste este argentino al otro lado de la línea desde la sede del organismo en Viena, mientras busca un equilibrio entre «no ser catastrofista y no engañar a la gente».
Lo positivo es que se ha avanzado en el restablecimiento de la energía eléctrica, lo cual ayuda a recuperar los sistemas de enfriamiento de la central. «Y ya lo empezamos a observar. En la unidad 1 y 3 hemos visto las temperaturas descender de 400 a 200 grados centígrados», detalla Grossi. La estabilización de los reactores, para evitar a toda costa el derretimiento de los núcleos -el peor escenario posible- es el primer paso para avanzar en el otro frente, «el de la situación radiológica, que es la que preocupa más». Con el enfriamiento, «el 90% del problema estaría solucionado».
Lo malo es que se trabaja contra reloj «y en unas condiciones muy difíciles, en la oscuridad, en un lugar altamente radiactivo, con temperaturas extremas». Grossi reconoce que «lo que ocurre es que la situación plantea interrogantes en sí misma, es decir, no hay una claridad total sobre lo que está pasando o sobre lo que va a pasar».
La radiactividad seguirá durante «bastante tiempo»
«La liberación de radiactividad es grande, no hay que negarlo, es controlada pero es grande y es un problema», explica este experto con total sinceridad, como parece hacer durante toda la conversación. En medio de toda la ambigüedad que impide tener una visión precisa de cómo está realmente el escenario y cómo podría evolucionar, Grossi continúa: «Lo que está claro es que la liberación de radiactividad va a seguir durante bastante tiempo, porque mientras la situación en los reactores no se estabilice, siempre va a haber una liberación de elementos radiactivos al medio ambiente, que no es incontrolada, pero es constante».
Hay que tener en cuenta que la radiación «sube y baja», y que depende de muchos factores como por ejemplo las condiciones meteorológicas (la lluvia en ese sentido en negativa porque las partículas que en principio podrían disolverse en la atmósfera vuelven a la tierra). Lo importante es seguir su evolución. Y en todo caso, insiste Grossi, no se producirá un nuevo Chernóbil, porque allí «la liberación estuvo agravada por una explosión que liberó a la atmósfera una nube radiactiva monstruosa». El elemento físico que provocó la detonación no existe en Fukushima.
De dónde procede exactamente la radiación es otro misterio: «La verdad, nosotros no lo sabemos, y no creo que Tepco [la empresa eléctrica propietaria de la central] lo pueda saber. Todo es hipotético. Uno sabe por las condiciones de temperatura y de presión, o porque se producen explosiones, que está habiendo una liberación de humo, y del análisis que uno toma puede determinar qué está pasando ahí dentro, y a partir de ahí, tratar de determinar de dónde puede venir: una grieta o algún otro tipo de fuga, pero todo es hipotético».
Contaminación radiactiva
Sobre la contaminación de alimentos procedentes de Fukushima y la alerta que se activó durante un día por el agua potable en Tokio, Grossi intenta calmar a la angustiada opinión pública: «Por supuesto, toda emisión de radiactividad es preocupante y requiere la inmediata reacción y aplicación de medidas de control. Pero hay que contextualizar». Recuerda que para que la radiación detectada en verduras como las espinacas sea nociva para la salud, habría que tomar «muchísimos» kilos durante todo un año. E insiste en que «los japoneses están muy pendientes del tema radiactivo porque saben que un problema en ese ámbito es imperdonable. Se puede tener un accidente pero a partir de ahí tú gestionas la crisis y si lo haces mal es un desastre».
Grossi detalla las medidas que se toman en estos casos: «Hay cosas que se pueden descontaminar, con otras se produce decaimiento natural del radioisótopo y con las que no se puede, evidentemente hay que tomar medidas como prohibir la distribución y consumo», como se está haciendo.
La nube radiactiva llegará a lugares lejanos como Europa, «pero casi no se podrá medir y en muchos casos serán los valores naturales», tranquiliza Grossi. Por el momento el patrón de viento es favorable, porque va hacia el Pacífico. Siempre una de cal y otra de arena, porque buena parte de lo que se libera a la atmósfera se va diluyendo, pero otra parte permanecerá. De entre esas partículas que quedarán «algunas no serán potencialmente dañinas, otras sí, y otras pueden pasar a la cadena alimentaria». «Es un tema delicado al que se le hace un seguimiento muy estrecho», dice en tono serio Grossi, antes de admitir que «se está controlando hasta donde es posible hacerlo, pero las corrientes y los flujos marinos dificultan esta labor».
Japón está actuando correctamente
«Lo que nosotros vemos desde aquí y con nuestro personal en Japón, es que se está haciendo todo lo necesario», insiste Grossi. Sabe que a la sociedad le ha preocupado lo que se entendía como una falta o retraso de información por parte de las autoridades japonesas, pero cree que esto fue al principio o en episodios puntuales, y recuerda que el país sufrió un gran terremoto y tsunami que afectó a las telecomunicaciones. Grossi relata que el primer ministro japonés, Naoto Kan, se comprometió con el director del OIEA, su compatriota Yukiya Amano, a establecer un flujo de información constante y transparente, y aseguró que no iba a esconder o retrasar datos. Y justifica que pareciesen por momentos telegráficos: «Algunos expertos reclamaban cierta información que los propios japoneses no tenían, porque los instrumentos de medición estaban deteriorados o porque no se puede acceder a la central».
El OIEA contrasta directamente sobre el terreno -no en la central, donde no está permitida la entrada- la información que le dan las autoridades, y los resultados permiten confiar en los datos de las mediciones de radiactividad que se están dando. Grossi defiende la gestión japonesa y subraya que «el tema nuclear enciende pasiones».
«Hay muchas opiniones teñidas de ‘a prioris’, de los dos lados del debate: los partidos políticos y ecologistas lo ven todo con un tinte negro. Los grupos industriales intentan minimizar lo que ha sucedido». Lo suyo, en el OIEA, «es ayudar y plantear medidas de seguridad, y asegurarse de que se cumplan».