En el muro que rodea la subestación Rigolleau quedó estampado el rechazo vecinal. Crédito: Juan Moseinco/IPS
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BUENOS AIRES, ago (Tierramérica) – La incertidumbre científica sobre el impacto sanitario de los campos electromagnéticos abona cuestionamientos de ciudadanos de Argentina que prefieren las plantas transformadoras de energía lejos de sus barrios.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) no descarta que las radiaciones de los campos electromagnéticos de frecuencia extremadamente baja tengan efectos nocivos en la salud, incluso como factor desencadenante de leucemia infantil, pero considera que las evidencias no alcanzan para hacer recomendaciones taxativas.
Desde 2004, vecinos de la subestación transformadora Rigolleau en el partido (municipio) de Berazategui, al sudeste de la capital, reclaman el traslado de esa central por temor a sus efectos.
Según denuncias a la justicia, otra subestación, emplazada desde 1978 en la vecina ciudad de Ezpeleta, también en la provincia de Buenos Aires, habría elevado la cantidad de casos de cáncer en la población cercana.
En 2000, una empresa química solicitó que se ampliara el suministro de electricidad para su fábrica, a lo que accedió la administradora de la subestación, la compañía Edesur, duplicando el abastecimiento.
Los vecinos denunciaron que eso multiplicó también la polución electromagnética. La justicia reivindicó el principio precautorio y dispuso frenar las operaciones hasta tener certeza acerca de la relación entre la producción y transmisión eléctrica y los casos de cáncer. Pero la subestación sigue funcionando.
Con ese antecedente, habitantes de Berazategui exigen que Rigolleau sea reubicada antes de entrar en funciones. Pero sus acciones resultaron infructuosas hasta ahora, y hay sospechas de que la transformadora ya esté funcionando.
«Nos dicen que tenemos que demostrar que Rigolleau contamina, pero es al revés, es el Estado y la empresa que deben darnos certezas científicas de que no habrá impacto en la salud a largo plazo», dijo a Tierramérica Vanesa Salgado.
Ella hace parte del Foro por los Derechos de la Niñez, la Adolescencia y la Juventud de Berazategui, y sus dos hijos asisten a una escuela situada a 150 metros de la planta. El cableado subterráneo de Rigolleau pasa por debajo de ese y de otro colegio.
En 2004, cuando Edesur decidió colocar allí la planta, el vecindario entró en alerta. Había sido advertido por habitantes de Ezpeleta sobre peligros imperceptibles de la exposición a radiaciones magnéticas y eléctricas que varían en intensidad de acuerdo a la demanda de energía a lo largo del día.
Edesur nunca respondió los pedidos de información. Según Salgado, «dicen que están dentro de los límites legales» de emisión.
El Ente Nacional Regulador de la Electricidad (ENRE), órgano estatal de control, avala la posición de la firma, y si realiza las mediciones periódicas a las que está obligado, no las da a conocer a la comunidad.
Edesur y el ENRE se amparan en la Resolución 77/98 de la Secretaría de Energía, firmada en 1998, que estableció el límite máximo de 25 microteslas (µT) para este tipo de radiaciones. La µT es la unidad para medir los campos magnéticos.
«Pero esa resolución es una norma técnica, no tiene en cuenta el impacto sanitario sobre la población que vive alrededor de la subestación», aseguró Salgado.
El Foro y la Asamblea de Vecinos Autoconvocados por la Vida de Berazategui apelaron entonces a la justicia. Entretanto, exigen la aprobación de una ley sanitaria que fije criterios preventivos ante los campos electromagnéticos, y que está a estudio de algunos legisladores.
En 2011 una protesta vecinal fue reprimida por la policía con el resultado de 12 heridos. En febrero de este año, cuando se instaló un vallado en torno a la planta con fuerte custodia policial, volvieron los incidentes y la represión.
Según Salgado, la estación ya funciona, pero no hay certezas. Nadie responde las cartas que se envían a Edesur y al ENRE.
La OMS puso en marcha en 1996 el Proyecto Internacional sobre Campos Electromagnéticos para investigar los riesgos sanitarios vinculados a las tecnologías que producen estas radiaciones.
En ese marco, en 2005 se estableció un grupo de trabajo que produjo dos años más tarde el estudio «Campos de frecuencias extremadamente bajas», que analizó pruebas científicas de diferentes efectos sanitarios.
Ese estudio no halló cuestiones sanitarias sustantivas de la exposición general del público a campos eléctricos. En cambio, sí se refirió a efectos de corto y largo plazo de la cercanía a campos magnéticos.
A corto plazo, una exposición a radiaciones muy elevadas (por encima de las 100 µT) origina «en el cuerpo humano corrientes y campos eléctricos que (…) causan estimulación neural y muscular (y) cambios en la excitabilidad neuronal del sistema nervioso central».
En cuanto al largo plazo, el estudio ratificó la calificación emitida por la OMS en 2002: los campos magnéticos son «posiblemente carcinógenos para las personas».
«Esta calificación se aplica a aquellos agentes cuya acción cancerígena está escasamente probada en las personas e insuficientemente probada en experimentos con animales», dijo la OMS.
Análisis de estudios epidemiológicos demuestran «un cuadro sistemático de aumento al doble de la leucemia infantil asociada a una exposición media a campos magnéticos de frecuencia de red doméstica superior a 0,3 µT – 0,4 µT», agregó.
Pero las evidencias epidemiológicas se debilitan por problemas metodológicos, se desconoce si existe un mecanismo biológico que desate el cáncer ante la exposición a un campo magnético y las pruebas con animales dieron resultados negativos.
En cuanto a la incidencia de los campos electromagnéticos en otros tipos de cáncer, depresión, suicidio, trastornos cardiovasculares, disfunciones reproductivas, trastornos del desarrollo y modificaciones inmunológicas, entre otros problemas, las pruebas científicas resultaron mucho más débiles que en la leucemia infantil, concluyó el grupo de trabajo de la OMS.
En entrevista con Tierramérica, el ingeniero Jorge Sinderman, director de la carrera de ingeniería electrónica de la Universidad Nacional de San Martín, insistió en que «los datos sobre posibles efectos nocivos para la salud humana no son concluyentes».
«Para las radiaciones electromagnéticas, que incluyen frecuencias de distribución eléctrica, no se puede afirmar categóricamente su inocuidad ni su peligrosidad. La práctica habitual es emplear el principio de cautela y establecer un máximo para la exposición», añadió.
El doctor Guillermo Sentoni, de la Escuela de Ciencia y Tecnología de la misma universidad, explicó a Tierramérica que los datos de cáncer entre individuos que viven cerca de líneas de potencia «son consistentes en indicar un riesgo levemente más alto de leucemia en niños».
No obstante, dijo, «estudios más recientes cuestionan la débil asociación previamente observada» y añadió que «en ausencia de una base de estudios de laboratorio, los datos epidemiológicos son escasos para establecer recomendaciones». La incertidumbre persiste.
http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=101412
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