Aunque hemos hablado largo y tendido sobre la influencia salvaje extraparlamentaria que sufren los estados o estados-nación, si aspiramos solamente a recuperar una democracia que nunca existió mediante el cambio de fórmulas de representatividad de la población, estas no dejarán de ser lo que siempre fueron: falsas democracias y falsas repúblicas ahogadas al día siguiente por la realidad de las presiones que seguirán existiendo gobierne quien gobierne y se promulgue lo que se promulgue mediante nuevas cartas constitucionales.
Nunca el poder en la historia moderna, 300 años, estuvo tan integrado en tan pocos entes como hoy mismo. La proclamación de soberanías, sean del tipo que sean no pueden implementarse y mucho menos ser duraderas en el tiempo porque simplemente el poder de la creación de billetes, deudas soberanas, inversiones corporativas de gran envergadura incluyendo la distribución de alimentos y fuentes de energía y mucho más el poder de distribución del patrón oro impuesto están ya en manos de muy pocos. Si el “milagro Islandés” ha sido posible es porque 300.000 personas conforman un PIB que no repercute en nada a los planes de la Troika y otros. Además, que uno sepa el Banco Central Islandés sigue en manos de entes privados (a menos que haya habido cambios)
Para mayor escarnio el poder de la usura, de los interéses de los créditos también están en manos de muy pocos.
El mismo metal Oro está escondido a la espera de salir de nuevo, y que nadie piense en esa falacia distributiva de que el oro está repartido a partes iguales (30+30+30) o sea entidades privadas, Bancos Centrales y manos privadas.
Las entidades privadas tienen prácticamente el control de todo el oro del mundo (130.000 – 140.000 toneladas) extraidas a lo largo de 6000 años dadas las propiedades innatas de ese metal. Casi todo el Oro de los Bancos Centrales, según fuentes, es Tungsteno recubierto con una fina capa de Oro. El Oro que está declarado no está en esos Bancos, está en manos de entes privados y el resto de Oro (30%) en manos privadas está siendo expoliado por la duración de la “crisis” y mediante la austeridad fascista mediante el cambio de billetes falsos y electrónicos por la entrega del Oro de los particulares.
Así y todo el patrón Oro hoy en día tiene un precio ridículo en comparación con el que debería ser su valor real (30.000 – 40.000 $ la onza) que bien puede proporcionar ese precio la duración de la “crisis”.
Aparte, el mundo, en estimaciones apróximadas, sólo necesita unas 600 toneladas de Oro usado como mercancía en electrónica, automoción, química, satélites y otros.
El Oro tiene otras propiedades que no son empleadas a sabiendas y que conforman ese aglutinio de Oro en tales proporciones. Para poder llegar a este último razonamiento es preciso explicar algo más acerca del Oro que será objeto de una serie de posts sobre el tema.
Así que, para lo que importa en este post y en sentido inverso, si no se consigue el control de la adquisición del Oro, la determinación de su precio real en razón del PIB mundial y no de especulaciones, la creación de billetes para contraprestar el patrón Oro por parte de estados soberanos, por tanto la eliminación del cobro de intereses por su emisión (deuda soberana) no servirá para nada la creación de banca pública, separación de poderes y cualesquiera fórmulas de representación parlamentaria o asamblearia pues el pueblo no estará ni rozando las escamas de los entes ya referenciados que controlan el auténtico poder de base (por no hablar de los ejercitos y los medios de comunicación masivos)
Aquí el artículo concreto sobre la llamada “Soberanía que no lo és”:
Le llaman soberanía y no lo es
La soberanía es un término muy abusado en estos tiempos, paradójicamente, de ultra dependencia de las grandes fortunas económicas. La soberanía es otra burbuja más, como la democrática, que permite legitimar cualquier toma de decisión para el negocio de unos pocos a costa del malestar de las mayorías. En España, a pesar de la constitución del 78 (en su artículo 1.2, dice que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”), hace años que son otros, una minoría de grandes fortunas, hiper-representada, quienes toman las decisiones. Cuentan los teóricos que es soberano quien tiene el poder de decidir; en el caso español, es evidente a qué nos referimos, a los grandes capitales y sus instrumentos en forma de organizaciones internacionales hegemónicas y los gobernantes de la UE en todas sus instituciones. El bipartidismo dominante español es sólo un vehículo para que desde afuera, en sintonía con la minoría enriquecida de adentro, continúen decidiendo qué política económica se debe llevar a cabo en las próximos años.
España es un buen ejemplo de país subordinado que acata a raja tabla el papel de periferia dependiente del centro europeo. La Unión Europea, la neoliberal, está forjada sobre la base de una España periférica sumisa a los intereses de las economías europeas centrales, Alemania y Francia, y a sus capitales industriales y financieros, en connivencia armoniosa con los grandes empresarios españoles.
En estas décadas sumisas, la economía española es un vértice importante en la división desigual europea del binomio capital-trabajo. La economía española firmó su sentencia desde la aceptación de los criterios de convergencia nominal, que no real, y quedó a la deriva de un intercambio y desarrollo desigual en clave europea-mundial. Esta dependencia de la economía española se demuestra de mil y una formas. Hay fuerte dependencia comercial, productiva y tecnológica; España exporta productos de menor valor añadido que los que importa, sobre todo a la Unión Europea. Hay dependencia de capital extranjero; la fuga de capitales (de no colocación a largo plazo) en los últimos meses viene acompañada por un aumento de inversión extranjera directa buscando nuevos sectores privatizados. Hay dependencia financiera; la gran mayoría de la acreedores de la deuda, directa o indirectamente (vía encadenamientos financieros), están en manos de la banca alemana y francesa, bajo aseguradoras estadounidenses.
Además, hay dependencia monetaria. Hay dependencia en política agrícola y pesquera. Hay dependencia salarial. Y sin lugar a dudas, lo que hay es una fuerte dependencia política. Con la crisis, los grandes capitales europeos abogan por una transición que reconfigure el negocio. Cualquier atisbo de soberanía, estorba. La soberanía, cuanto menos, mejor. Hace poco, obedeciendo la directriz franco-alemana, el gobierno español (PP-PSOE) aprobó la reforma constitucional que amputa la política fiscal como resto de instrumento soberano en materia económica. Implementó la reforma laboral exigida por la gran patronal (europea y española) en un acto de devaluación de derechos y represión salarial sin parangón. Optó por sanear activos tóxicos privados intoxicando a toda la población. Continúa sustituyendo deuda privada por mayor deuda social. Esta senda parece no tener frenos: lo próximo, luego de la estrategia de siempre (basada en publicitar la insostenibilidad), quizás sea otra reforma para privatizar totalmente el sistema de pensiones. Los grandes capitales precisan nuevos negocios, nuevas burbujas, y esto no tiene límites.
La soberanía parece estar condenada por su propia etimología. Procedente del latín, superanus, es quien ejerce el oficio de estar o ponerse encima, quien tiene autoridad encima de todos. En España, el superanus podría ser Draghi, Merkel, el Deutche Bank, el FMI, Florentino Pérez o Botín. El pueblo, por ahora, salvo que logre lo contrario, tiene poco de soberano.
Doctor en Economía, Coordinador América Latina Fundación CEPS