LAS TRES PUERTAS

A un niño le dijeron que al pasar por tres puertas podría salvar a su madre, que estaba muy enferma. En su inocencia, el niño lo creyó plenamente y se enfrentó con la primera puerta.
En la primera puerta, había un mensaje que decía: «Solamente aquellos que son puros e inocentes en su corazón pueden pasar por esta puerta.» El niño no tuvo ningún problema en abrirla.
En la segunda puerta, había un mensaje que decía: «Solamente aquellos que tienen amor profundo por todos los seres podrán pasar por esta puerta.» El niño se confundió un poco; tenía mucho amor por su mamá y su perrito, pero no estaba seguro con relación al restante. De todas formas, decidió arriesgar y no lo pudo. La puerta no se abría.
Salió desilusionado y empezó a pensar que podría hacer. En esto, pasó un niño cuya piel tenía otro color. En otra ocasión, el niño ser reiría del otro, pero ahora no. Lo miró en los ojos y lo saludó. Unos niños aparecieron y trataron de burlarse del color de piel, pero el niño lo defendió. Y durante todo el día, demostró su amor por los otros, de una forma u otra. Cuando sintió que había cumplido con eso, fue a su casa, saludó a su mamá – que estaba peor, la pobrecita – y volvió a atravesar las puertas. Nuevamente con la primera no tuvo problemas. Y ahora la segunda se le abrió fácil.
En la tercera puerta, había un mensaje que decía: «Solamente aquellos que tienen un conocimiento profundo de todas las cosas podrán pasar por esta puerta.» El niño empezó a llorar; todavía no entraba en la escuela y le faltaban muchos años para realmente saber todo. Ni siquiera se arriesgó. La puerta no se abriría.
Salió desilusionado e iba a regresar a su casa cuando se encontró con un mendigo. Normalmente, huiría de él, pero como se había comprometido a amar a todos, se acercó y le preguntó si se le ofrecía algo. El mendigo pidió por dinero, cosa que el niño no tenía, pero este se ofreció a lavar la camisa que el mendigo la tenía puesta.
Fue y la lavó con todo el cuidado. Mientras secaba, el mendigo comía un poco del poco que les había sobrado del almuerzo y empezaron a conversar.
Conmovido con la historia del niño, el mendigo le preguntó: «Dices que no sabes nada; sin embargo, sabes ¿quién eres?»
«Sí, lo sé.»
«¿Sabes quien es tu madre?»
«Sí, lo sé.»
«¿Sabes donde es tu hogar?»
«Sí, lo sé.»
«Bueno, ahora solo tiene que saber lo mismo, pero de forma ilimitada. ¿Quién eres, más allá de tu cuerpo físico? ¿Quién es tu madre ilimitada, aquella que siempre estará dando para sin condiciones y que nunca se enferma? ¿Dónde está el hogar de aquel que realmente eres?»
Las preguntas eran bastante complicadas, pero el niño tuvo una idea brillante. Y fue corriendo a abrir las tres puertas.
En la primera puerta, había un mensaje que decía: «Solamente aquellos que son puros e inocentes en su corazón pueden pasar por esta puerta.» Entonces el niño entendió que era un ser puro, algo más allá de su propio cuerpo. Una luz, como la mamá le había enseñado.
En la segunda puerta, había un mensaje que decía: «Solamente aquellos que tienen amor profundo por todos los seres podrán pasar por esta puerta.» El único ser que realmente tiene amor profundo por todos tiene que ser Dios, al menos la mamá le había enseñado esto. Así que Dios debe ser la madre de todos los seres humanos, aquella que nunca se enferma.
En la tercera puerta, había un mensaje que decía: «Solamente aquellos que tienen un conocimiento profundo de todas las cosas podrán pasar por esta puerta.» Si el niño es un ser no físico y Dios es su madre, por lo tanto, el niño debe ser parecido con Dios. Así que pensó que Dios debe tener un hogar, donde vive y donde un día el mismo niño vivió. Ahora, el niño domina las respuestas a las tres preguntas. Y, fascinado, abre la puerta con mucha facilidad.
Detrás de la puerta, había una cajita con unas botellitas. Todo estaba muy bien explicado.
Cuando ya se iba, miró la pared. Había varias fotos. En una de ellas, reconoció el extraño mendigo.

Anónimo

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