Los aztecas creían que cuatro mundos o soles habían precedido al actual. Como en muchas otras mitologías y concepciones religiosas, entre los aztecas existía la idea de la sucesión de distintas eras o mundos, interrumpidos y transformados a través de cataclismos. Ometecuhtli representaba la dualidad de la generación, equivalían respectivamente al cielo, lo masculino, y la tierra, lo femenino, y ocupaban el primer lugar en el calendario.
El primer Sol se llamaba Nahui-Ocelotl (Cuatro-Ocelote o Jaguar), porque el mundo, habitado por gigantes, había sido destruido, después de tres veces cincuenta y dos años, por los jaguares, que los aztecas consideraban nahualli o máscara zoomorfa del dios Tezcatlipoca.
El segundo Sol, Nahui-Ehécatl (Cuatro-Viento), desapareció después de siete veces cincuenta y dos años al desatarse un gran huracán, manifestación de Quetzalcóatl, que transformó a los sobrevivientes en monos.
Durante el tercer Sol, Nahui-Quiahuitl (Cuatro-Lluvia de fuego), al cabo de seis veces cincuenta y dos años, cayó una lluvia de fuego, manifestación de Tláloc, dios de la lluvia y señor del rayo, de largos dientes y ojos enormes, todos eran niños, y los sobrevivientes se transformaron en pájaros.
El cuarto Sol, Nahui-Atl (Cuatro-Agua), acabó con un terrible diluvio, después de tres veces cincuenta y dos años y del que sólo sobrevivieron un hombre y una mujer, que se refugiaron bajo un enorme ciprés (en realidad, ahuehuete). Tezcatlipoca, en castigo por su desobediencia, los convirtió en perros, cortándoles la cabeza y colocándosela en el trasero. Cada uno de estos soles corresponde a un punto cardinal: Norte, Oeste, Sur y Este, respectivamente.
Dice la leyenda nahua que al ocurrir la última catástrofe ocasionada por la abundante lluvia que inundó la Tierra, el cuarto sol se perdió. Los dioses, consternados, se reunieron en Teotihuacan con el fin de crear un nuevo Sol que diera vida a la Tierra. Para lograr el nacimiento del quinto sol había necesidad de que se sacrificara un dios, para lo cual se ofrecieron dos de ellos; uno era rico y poderoso y el otro era pobre y enfermo. Ambos le hicieron ofrendas al padre de los dioses: el rico dio bolas de copal y liquido ámbar y espinas hechas de coral; el pobre sólo ofreció bolas de heno y espinas de maguey teñidas en su propia sangre.
Ayunaron cuatro días y al quinto todos los dioses formaron dos hileras al borde del precipicio donde estaba el brasero sagrado con un gran fuego. El dios rico fue el primero que pasó entre las dos hileras formadas por los demás dioses e intentó lanzarse al fuego por tres veces pero, temeroso, se arrepintió todas de hacerlo. Entonces tocó su turno al dios pobre y este en el primer intento, cerrando los ojos, se lanzó al fuego. Cayó en el centro del brasero y se levantó una flama enorme en la que se consumió. El dios rico, apenado, se arrojó detrás a la pequeña hoguera que quedaba, donde se consumió en seguida.
El dios pobre se convirtió en el quinto sol y el rico en la Luna, pero ambos brillaban en el firmamento con igual intensidad. Indignados, los demás dioses, tomaron un conejo y se lo arrojaron en la cara a la Luna para quitarle brillo. Desde entonces una sombra parecida a la silueta de un conejo se ve en el disco de nuestro satélite.
Como el sol no se movía, le preguntaron los demás dioses que deberían hacer para que cruzara por el firmamento, y la respuesta fue terrible: debían sacrificarse todos los dioses arrojándose también a la hoguera. Cuando al fin se sacrificaron los demás dioses se convirtieron en las estrellas que pueblan el firmamento, y el Sol emprendió su camino seguido por la Luna.
El Sol actual es el quinto y se llama Nahui-Ollin (Cuatro-Movimiento), porque está destinado a desaparecer por la fuerza de un movimiento o temblor de tierra, momento en el que aparecerán los monstruos del Oeste, tzitzimime, con apariencia de esqueletos, y matarán a toda la gente. Quetzalcóatl, junto con Xolotl, creó a la humanidad actual, dando vida a los huesos de los viejos muertos con su propia sangre. El Sol presente se sitúa en el centro, quinto punto cardinal y se atribuye a Huehuetéotl, dios del fuego, porque el fuego del hogar se encuentra en el centro de la casa.