(Por Alfonso Basco).- Por muchos años, los “productos” que ofrecen nuestros bosques y selvas han sido una importante fuente de ingresos para algunas personas, empresas o gobiernos.
Es un hecho, que la mayoría de estos productos han sido infravalorados a lo largo de la historia por considerarse prácticamente gratuitos, aunque proporcionaran grandes beneficios a unos pocos. Tal es el caso de todo aquello que se extrae de los árboles como madera, resina o carbón. También de animales silvestres (muchos en peligro de extinción) como pieles o carne. Los recursos hídricos como acuíferos, manantiales o las zonas de manglares, tampoco han quedado a salvo del negocio forestal. Y como no, las plantas comestibles y medicinales al alcance de cualquier persona; plantas cuyas fórmulas son en muchos casos patentadas, sin posibilidad de ser usadas de nuevo por las comunidades que viven desde tiempos ancestrales en su lugar de cultivo.
De igual manera, en las últimas décadas se ha llevado a cabo una lógica perversa que explicaba el por qué se escogía sobreexplotar y destruir los ecosistemas en vez de respetarlos. Muchas de estas causas “perversas” que originan la destrucción de bosques y selvas están ligadas a subsidios públicos para actividades como la tala de zonas forestales o la sobreexplotación de sus recursos. Resumiendo este dato en una cifra a escala mundial, se estima que los subsidios perversos representan el 3,8% de la economía global. Es decir 26 trillones de dólares.
El resultado de esta situación no solo ha supuesto una amenaza para la naturaleza, sino para una parte considerable de la población mundial. Aquella parte con menos dinero, menos poder y menos voz. Personas que de manera inevitable están directamente relacionadas con la tierra, el agua o la vegetación para sobrevivir.
Todo lo anterior, hasta hace no demasiado tiempo, venía de la mano del silencio, la pasividad, la desinformación y el desinterés de la otra parte de población mundial con más dinero, más poder y más voz. Población que ni percibía tales efectos, ni quería hablar de ellos. Es más, cualquier denuncia del deterioro del Medio Ambiente era considerada como apocalíptica, no prioritaria, no demostrable, contraria al desarrollo, politizada, demagógica y otras tantas visiones negativas que aun hoy siguen calando hondo, al menos en una parte de nuestra sociedad.
Por suerte, los últimos años han supuesto un punto de inflexión. No solo los “productos” extraídos de los ecosistemas comienzan a estar apropiadamente valorados, si no también, los imprescindibles y valiosos servicios que nuestros bosques y selvas nos proporcionan: estabilización climatológica, captura de carbono, protección de las funciones hídricas o conservación de la biodiversidad y del suelo.
Y sin duda, esto va a mejor. Hasta hace poco tiempo hechos como la deforestación no se relacionaban con el cambio climático global y la biodiversidad no era un concepto bien entendido ni prioritario. Actualmente algunos gobiernos, algunas empresas y cada vez mayor parte de la ciudadanía reconocen la importancia del respeto a nuestro planeta. Mientras estemos unidos y sepamos diferenciar el eco-negocio del eco-respeto, el eco-marketing del eco-sentido común, vamos por el buen camino. Esta toma de conciencia, lenta pero constante, nos lleva a algo bueno. ¿Será éste el comienzo de una nueva era de respeto a nuestro planeta y a las personas?
Nunca está de más recordar que tenemos las herramientas, recursos y capacidad para acabar con las grandes injusticias de este mundo, y el deterioro de nuestro planeta. El primer paso para este cambio comienza por personas como tú y yo… ¿Empezamos?
Alfonso Basco
www.culturadesolidaridad.org
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