Conforme pasa el tiempo, se va aclarando la trama orquestada en torno a Libia y a gran parte del mundo árabe. Bajo la gigantesca propaganda mediática, capaz de usar unas revueltas –la libia, p. ej.– para tapar otras –como la de Bahréin–, o de ocultar la sangrante e inexorable realidad de los civiles muertos por la coalición invasora, el observador crítico puede no obstante ver cómo afloran las claves reales de lo que está pasando.
Esa propaganda disfrazó una guerra civil de masiva rebelión del pueblo contra su dictador. A pesar de que –no pudieron evitar mencionarlo– éste cuenta con gran apoyo popular por ejemplo en Trípoli. Pero, como nos toman por idiotas –y además solemos serlo–, llegaron a “explicarlo” arguyendo que Gadafi paga a la gente para que se manifieste a su favor (¿también para quemuera por él?). ¿Un pueblo rabiosamente enfrentado a su dictador es tan fácil de comprar? ¿Cómo no se les ocurrió a Ben Alí y a Mubarak?
A día de hoy, y pese a los medios deformativos del Sistema, sabemos ya muchas cosas. Por ejemplo, hemos podido confirmar nuestra sospecha de que la intervención occidental en Libia estaba decidida desde mucho antes de las supuestas masacres cometidas por Gadafi en febrero pasado. Nada menos que en noviembre de 2010 tuvo lugar un hecho decisivo: la deserción y paso a Francia de Nuri Mesmari, uno de los hombres más cercanos al dictador. Con ello empezó a gestarse el golpe a éste y la agresión a su pueblo. Del asunto se ha hecho eco –movido por su odio a Zapatero y su rechazo a la política exterior francesa– hasta algún autorreaccionario y pro atlantista que cita a un medio tan sistémico como el diario italiano Il Corriere della Sera. Naturalmente, toda esta información sobre Libia no hace sino abonar la tesis de que el conjunto de las revueltas árabes involucran elementos exógenos.
En el resto de este artículo trataremos de actualizar otras claves del conflicto y mostraremos algunas de sus siniestras perspectivas.
La excusa de la agresión: “proteger a los civiles”
El casus belli, hasta hoy sin demostrar, era que Gadafi estaba masacrando a su pueblo. Por ello, la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU autorizó a adoptar «todas las medidas necesarias […] para proteger a los civiles y las zonas pobladas por civiles» de Libia. En la práctica lo que está ocurriendo es que:
1. Las potencias extranjeras se dedican a defender a uno de los dos bandos, totalmente militarizado, que se enfrentan en esta guerra civil. Lo hacen bombardeando al otro bando, incluso en zonas donde éste no ataca al primero. Los hechos han motivado las protestas de la Liga Árabe y del gobierno ruso. No contentos con ello, entre los “aliados” se insiste abiertamente en suministrar (más) armas al bando rebelde. La OTAN manifestó oficialmente su oposición a ello, pero todo parece indicar que estamos ante el típico proceso de ablandamiento de la opinión pública. Incluso el dictador Obama autorizó acciones de la CIA en Libia con ése entre otros fines (seguramente también con el de verificar sobre el terreno hasta qué punto los “rebeldes” libios son de la entera confianza del Imperio).
2. Las potencias invasoras vienen matando civiles desde el principio. Así lo denunció el gobierno libio tras las primeras oleadas de bombardeos contra Trípoli, incluido algún hospital. La prensa del Sistema se hizo eco de ello, pero aparentó incredulidad y habló de «supuestas víctimas civiles». El Imperio es siempre reticente a reconocer sus (sistemáticas) matanzas de civiles en las guerras de agresión. En este caso, con mayor motivo, al ser justamente la protección de civiles el pretexto de la intervención.
El papel del Vaticano
Días después, nos enteramos por la prensa de que «el Vaticano» ha denunciado la muerte de «al menos 40 civiles» en la capital libia (incluyendo, curiosamente, la mención de hospitales alcanzados por las bombas). Sólo entonces la OTAN se ha tomado repentinamente en serio el asunto y ha anunciado que realizaría una investigación.
En realidad, la denuncia procede del “vicario apostólico”, u obispo de Trípoli, Giovanni Innocenzo Martinelli. Aunque no es directamente el papa, se trata de su máximo representante en Libia. Cabe añadir que ha acusado a las potencias agresoras de querer «apropiarse del petróleo» libio. Hasta este momento (anteayer mismo, es decir, a doce días del comienzo de la invasión), el papado había guardado un oportuno silencio, exceptuando la típica apelación al diálogo y otras hermosas vaguedades retóricas. En todo caso,absteniéndose de condenar la agresión imperial.
Pese a ello, con su gesto de ayer el papa volverá a quedar ante muchos como “el Bueno entre los buenos”. Es a lo que juega habitualmente. Pero los gestos vaticanos siempre van más allá. Recuérdese cómo Juan Pablo II, en los meses previos a la agresión contra Irak, se pronunció alguna vez contra ella (mientras por detrás, así como a través de sus medios de comunicación, la apoyaba sin paliativos; luego, consumada la invasión, correría a legitimarla).
Se trata de uno de los resortes que emplea la “Santa” Sede para presionar a sus aliados imperiales, quienes tiemblan ante la influencia vaticana. El mensaje viene a ser: “De más está recordaros que, a poco que subamos la voz, podemos complicaros mucho las cosas. Os conviene, pues, seguir facilitándonos nuestro camino a la supremacía global.” Por ejemplo, a raíz de su juego respecto a Irak el Vaticano ha conseguido que seis de los nueve miembros del Tribunal Supremo estadounidense sean católicos romanos (incluido el presidente). O, al fallecer aquel papa, que tres presidentes norteamericanos se arrodillasen ante su cadáver (un hecho simbólico de primerísima magnitud que, como tal, implica los mayores compromisos). Con tales precedentes, es de rigor preguntarse si no estamos ahora ante una “negociación” similar a la de entonces.
Siria en el horizonte cercano
En Siria domina un régimen autoritario liderado actualmente por Bashar al Assad, que lleva casi once años en el poder. Su partido –único– es el Baaz, el homólogo del que gobernase en el Irak de Sadam.
Aunque en un principio el dictador Obama, en su política/cosmética de “diálogo”, efectuase gestos de distensión hacia Siria, lo cierto es que ha venido renovando las sanciones contra este país que ya George W. Bush, su predecesor en la dictadura planetaria de facto, estableciera. Recuérdese que en tiempos de este último ya se incluyó a Siria en el entorno del “Eje del Mal” (junto a Irán, Irak y Corea del Norte –los tres nombrados por el propio tirano globalitario– más Cuba y, hoy significativamente, Libia). Como Bush, también su alma gemela Obama acusa a Siria, típicamente, de promover y financiar el terrorismo y de buscar hacerse con armas de destrucción masiva.
En las últimas semanas, mientras el primer plano de la atención bélica se mantiene en Libia, llegan ecos crecientes de disturbios en Siria (en realidad, ya iniciados a primeros de febrero, pero ahora recrudecidos). Se han constatado múltiples muertos en diferentes momentos y localidades. Como siempre, en vanguardia de estas informaciones y denuncias, Al Yazira, «el vigía de las revueltas». La televisión qatarí, aunque privatizada, mantiene sus vínculos con el gobierno de ese país («Catar utiliza la emisora informativa como arma de política internacional»). Un gobierno que, por cierto, se ha sumado a la coalición que bombardea Libia. Además, después del 11-S, Al Yazira llegó a tener un contrato de exclusividad con la CNN (ésta, a su vez, la cadena oficiosa del Imperio; en la práctica no parece muy aventurado considerar a la emisora qatarí como la sucursal “islamista” de la CNN). Pero también tiene vínculos muy próximos, incluso desde su fundación, con la otra gran cadena televisiva del Sistema, la BBC. Sobre esta base no resulta tan sorprendente leer que los países de la zona «temen más a la cadena qatarí que a una invasión estadounidense, según se bromea en la región». No en vano, demasiadas veces una y otra parecen responder a unos mismos fines.
De hecho, Al Yazira viene desempeñando un destacado papel en el conflicto libio como voz de los “rebeldes” contra Gadafi. Respecto a Siria, ayer mismo los medios informaban de la muerte de cinco opositores a Assad, añadiendo la típica coletilla “según Al Yazira” (o alguna de sus variantes).
Hace unos días fueron detenidos varios ciudadanos estadounidenses por la policía siria. El régimen les acusaba de incitar las protestas (ver 1 y 2). Las detenciones corroborarían las palabras de Assad que apuntan a un origen externo de los disturbios, acusación compartida por analistas consultados por la cadena latinoamericana –pro chavista– TeleSur.
Preguntada recientemente en la CBS sobre una posible intervención militar del régimen estadounidense en Siria, Hillary Clinton, la secretaria de estado, dio a entender que todavía no sería el momento. En una cínica pero velada amenaza a ese país, añadió que las cosas podrían cambiar «si hubiera una coalición de la comunidad internacional, la aprobación de una resolución del Consejo de Seguridad, un llamamiento de la Liga Árabe y una condena universal». En otras palabras, básicamente estaba diciendo que se va a seguir el guión libio. Por nuestra parte interpretamos que por ahora el asunto puede esperar mientras se consolida la invasión del país magrebí y, paralelamente, se agudizan las revueltas en Siria.
Entretanto, otro dato llamativo que conecta ambos países ha surgido estos días. El Imperio afirma ahora que hay indicios de la presencia de Al Qaeda y Hezbolá entre los “rebeldes” libios. Respecto a la primera, la declaración daría la razón nada menos que al denostado Gadafi, quien desde un principio invocó esa “bicha” para desacreditar las revueltas contra su régimen. En otras palabras, el coronel habría estado combatiendo, en realidad, contra la bestia negra de Estados Unidos, acusada por Bush y Obama de ser la responsable del 11-S según la mítica versión oficial de éste (en la práctica, Al Qaeda parece más bien un espantajo de la CIA de lo más útil para la hegemonía estadounidense). La presencia de esa organización en Libia serviría como pretexto adicional para ocupar el suelo libio y establecer bases permanentes en él.
¿Y Hezbolá? He aquí la conexión de la que hablábamos. Conocidos son sus vínculos con Siria. Para empezar, se le estaría quizá asociando –más o menos subliminalmente– con la propia Al Qaeda, aunque nada tenga que ver con ésta. Y se podría usar su presencia –recordemos que Estados Unidos y otros países occidentales consideran “terrorista” a Hezbolá– como un intento sirio de interferir en el proceso libio.
Por cierto, Hezbolá también ha sido acusado de intervenir en Bahréin entrenando a los manifestantes contra el régimen, cosa que la web de dicho movimiento ha negado, aclarando que –como en Libia– se limita a prestar apoyo político y moral.
En cualquier caso, y como conclusiones (necesariamente provisionales), cabe pensar que las referencias a Hezbolá tendrán alguna implicación, quizá respecto a Siria pero también para Irán, el otro gran aliado de esa organización (que además es chiíta, como la república islámica). Todo lo cual, junto con el resto de evidencias e indicios ya apuntados, no hace sino reforzar la idea de que el tren imperialista que ahora pasa por Libia puede tener a Siria entre sus próximas paradas y a Irán como destino final.