las 12:00:03 UTC del 12 de abril de 1981 John W. Young, como comandante de la misión, y Robert L. Crippen como piloto, despegaban a bordo del Columbia en la misión STS-1, una misión que apenas duró algo más de dos días y que sirvió básicamente para comprobar el funcionamiento de la nave y recoger información acerca de sus prestaciones mediante el conjunto de instrumentos que llevaba como carga útil.
Sólo habían pasado veinte años desde el vuelo de Gagarin, pero fueron dos décadas en los que la carrera espacial, por las circunstancias que fuera, avanzó a pasos agigantados, incluyendo el haber puesto a varios hombres en la Luna, mostrando un increíble espíritu de «podemos hacerlo».
Pero hoy, treinta años después, parece perdido, dejando en un tanto en entredicho el futuro de la investigación espacial, en buena parte debido a los continuos cambios de actitud de los políticos y la variabilidad de su apoyo a los programas de investigación, y también a la postura a menudo excesivamente conservadora de los responsables de las agencias espaciales.
De hecho, el vuelo de Young y Crippen marcaba la primera vez que la NASA lanzaba un nuevo tipo de nave tripulada sin haber hecho ningún vuelo de prueba antes en vacío, y dudo mucho que hoy en día ninguna de las agencias espaciales en activo fuera capaz de tomar tal decisión.
Y es que conviene no olvidar que con la inminente retirada del servicio de los transbordadores espaciales, sólo Rusia y China, y esta aún no muy avanzada, conservarán la capacidad de poner astronautas en órbita.
Por cierto que hoy es también el día en el que la NASA ha dicho que hará público qué museos se harán finalmente con el Atlantis, el Discovery, y el Endeavour, donde terminarán su carrera. Aún con un precio de 28 millones de dólares por unidad, gastos de adecuación del museo aparte, la pugna es dura.