Casi todas las legislaciones relativas a regular un concepto tan etéreo, por llamarlo de alguna forma suave, como la “infracción de copyright“ se han aprobado mediante tretas, huecos legales e incluso de forma completamente fraudulenta.
Es el caso de las enmiendas torpedo o las patentes de software en el Parlamento Europeo, la HADOPI en Francia, la Digital Economy Bill en el Reino Unido (tan mal lo hicieron que tuvo que venir un Señor Juez a decirles que lo repitieran) o nuestra Ley Sinde, todas derivadas del tratado ACTA. Ahora, también Nueva Zelanda se ha unido al club de países que optan por usar factores de forma un tanto sucia.
Aprovechando que se tenían que aprobar un par de cosas en tanto a paliar los efectos del terremoto del pasado mes de Febrero, el Gobierno añadió al paquete la Copyright (Infringing File Sharing) Amendment Bill, algo así como “Ley de enmiendas al copyright (Infracción en la compartición de ficheros)”. El abuso de este procedimiento “de urgencia” ha levantado ampollas en todo el espectro político y social.
Aún con un nombre que abandona la línea de nomenclatura eufemística, la nueva norma neozelandesa es del mismo cuño que las europeas, pero con ligeras diferencias.
La base de los tres avisos se mantiene, así como la ‘presunción de culpabilidad’, por la cual todo usuario de Internet será culpable hasta que se demuestre lo contrario, debiendo acarrear con la tarea de demostrar su inocencia (inversión de la carga de la prueba).
También se mantiene el ‘órgano administrativo’ que, tras ser nombrado a dedo por el ministerio, será el encargado de poner multas de hasta 15.000 dólares neozelandeses (casi 11.000 euros), o de señalar, redactar y ejecutar las ordenes de desconexión, tras los tres avisos pertinentes. En Nueva Zelanda, a ese ‘órgano administrativo’ le van a llamar “Tribunal del Copyright”. Ésto es una pequeña modificación a una enmienda llamada 92a, que pretendía que todo el proceso lo llevaran a cabo los prestadores de servicio, y que la desconexión fuera automática tras el tercer aviso y que, precisamente, fue el detonante de protestas en 2009.
Otro de los parecidos es que sus señorías neozelandesas demuestran, al igual que sus colegas europeos y americanos, un desconocimiento descomunal de Internet. Tanto, que Jonathan Young (National Party, conservadores) llegó a comparar, y recordemos que era una sesión parlamentaria, Internet con Skynet, la maléfica Inteligencia Artificial que en la saga Terminator, toma conciencia de si misma y declara la guerra a la humanidad con el fin de destruirla (minuto 1:35).
Su compañera de filas, Melissa Lee, se apresuró a asegurar que cualquier descarga de una película o canción, aún cuando no estuviera disponible debido a las restricciones de contenido por países que aplican algunas productoras y discográficas, seguía siendo ilegal. Ésta afirmación levantó interrogantes en la red neozelandesa. Resulta que Lee había comentado horas antes que estaba escuchando una compilación hecha por un amigo suyo, que se la mandó a través de la red. Ésto, junto con otras cuestiones relativas a los derechos tanto de interpretes, editores y discográficas, causó que le preguntaran a Lee si su caso también sería causa de ‘infracción de copyright’ bajo la nueva ley… por mucho que el compositor fuera amigo suyo.
Otra de las anéctodas que muestran la cruda realidad de éste tema, fueron aportaciones como “No tengo ni idea“ de otros diputados defensores de la restricción, o que Simon Powell, el ministro responsable de la nueva ley, ni tan solo se encontraba presente en el debate parlamentario…
La nueva ley se aprobó hace escasas horas, se aplicará a partir del 1 de Septiembre y contó con la oposición que llevaron a cabo el diputado de los Verdes Gareth Hughes y los independientes Hone Harawira y Chris Carter, que intentaron, sin éxito, eliminar el poder del Estado para desconectar de Internet a sus ciudadanos.
Los movimientos en la red neozelandesa no se han hecho esperar, y ya se está organizando una nueva campaña de protestas muy similar a la de 2009, en que se produjeron una serie de ‘apagones’ para mostrar el negro futuro que le esperaba a Internet en ése pequeño país de Oceanía.