Mi pareja: ¿amiga o enemiga? Los secretos de una relación consciente-Por Ascensión Belart

Parece un recorrido inevitable pasar del idílico romanticismo del los inicios de una relación a una lucha de poder más o menos encarnizada. Hay una buena noticia y es que con un trabajo interior comprometido se puede reconducir y tomar una senda apenas transitada que lleva hacia una relación consciente. Este complejo proceso puede llevarse a cabo en una terapia de pareja y el terapeuta es el guía del sendero desconocido.

La primera tarea es preguntarse: “¿Cómo me hago daño a mi mismo/a?”, “¿Cómo hago daño a mi pareja?”, “¿Cuál es mi responsabilidad en lo que está pasando?”

Como ya hemos comentado en alguna ocasión, el niño/a herido/a no tarda en exigir, demandar y reprochar al otro lo que le faltó en la infancia, mirando a la pareja como si fuera el padre y/o la madre de su infancia y el otro esté obligado no ya a proporcionarle todo sino a saber lo que necesita. La pregunta que cabe hacerse es: “¿Qué es lo que no me pudieron dar mis padres cuando era niño/a, que me faltó en la infancia?” Eso es lo que se le exige al otro una y otra vez, véase: atención, afecto, apoyo, incondicionalidad…

Elegimos a la pareja desde el inconsciente, en función de rasgos positivos y negativos significativos de nuestros padres que nos son familiares, y luego esos mismos rasgos nos molestan, nos sentimos frustrados y nos peleamos con ellos. Nos empeñamos en conseguir que el otro cambie, que nos dé lo que no obtuvimos de nuestros padres… y así nos va.

Por eso es tan importante aprender a nutrirse uno mismo, hacerse cargo del niño interior y satisfacer en la medida de lo posible las propias necesidades, para no cargar sobre la relación eso que solo a uno le corresponde.

Un tema “estrella” son las quejas y críticas. Por un lado, cuando las críticas duelen es porque se acercan a la diana. Por otro, detrás de las críticas que nos hace la pareja hay sentimientos del niño/a herido y necesidades insatisfechas. Detrás de cada frustración hay deseos no satisfechos, seguramente razonables, pero que no se piden de manera adecuada. ¿Qué tal si en lugar de reprochar aprendemos a pedir lo que necesitamos?

Proyectamos en la pareja aquellos rasgos negativos que no queremos ver en nosotros. Como la pareja nos hace de espejo podemos crecer a través de sus críticas y quejas porque ellas señalan puntos ciegos, partes rechazadas o ignoradas, y el hecho de plantearnos que hay de verdad en esas quejas y de tener en cuenta al otro nos lleva a crecer, en el sentido de ampliar nuestra personalidad e integrar la sombra. Unos ejemplos. Ella dice: “nunca me haces caso, nunca hacemos nada especial, siempre estás con tus cosas”, el dice: “nunca tienes ganas de hacer el amor”. Ella dice: “No me tienes en cuenta”, el dice: ” No te pones en mi lugar”. Seguramente todo ello es cierto, así que hagamos propuestas concretas que sean fáciles de realizar y si además expresamos satisfacción el otro se motivará a continuar y estaremos creando un círculo de placer.

Es fundamental soltar exigencias, reproches, expectativas, defensas, ataques, suposiciones, descalificaciones, agresiones, culpabilizaciones … y en lugar de ello pedir, preguntar, expresar, comunicar, solicitar. Aprender a pedir, escuchar al otro, mostrar la vulnerabilidad, las carencias, los miedos, las heridas que tocan los malos entendidos y algunas actitudes de ambos. Comunicar de donde uno viene, lo que se ha vivido, los condicionamientos de la infancia y donde repercuten, resuenan y hieren las actitudes y gestos del otro.

Si cada uno habla de si mismo, si hay voluntad de comprender al otro, si validamos lo que el otro manifiesta, siente y piensa en lugar de cuestionar, descalificar o criticar, si soltamos lo antes posible la pelea, la discusión y buscamos mantener la armonía y la comunicación, si hablamos desde el “yo siento, necesito, me gustaría…”, si hay gratitud por aquello que recibo del otro y puedo valorarlo, entonces vamos por buen camino.

© Aina Climent

Necesitamos construir una visión de la relación de pareja satisfactoria, diseñando juntos actitudes, cualidades, actividades e interacciones donde se den cabida e integren deseos de ambos. Poner más interés uno mismo en ser una buena pareja y no tratar de cambiar al otro. Poner más juego, más ternura, más sorpresas, más afecto, más apoyo, más contacto físico, más sexo, más buen humor, más complicidad. Más solicitudes concretas y menos exigencias y reproches. Tener en cuenta las propias necesidades… y también las del otro.

No conseguimos ni de lejos lo que necesitamos y nos herimos mutuamente una y otra vez cuando intentamos forzar, controlamos, reclamamos, culpamos, castigamos, nos defendemos o atacamos… por el contrario arrasamos el territorio común. Quizás en la infancia gritar, exigir, patalear nos dieron buenos resultados, ahora ya sabemos que definitivamente no. El otro no va a ser afectuoso y complaciente si yo le reprocho, cuestiono y descalifico, así lo estoy alejando de mi.

No vale excusarse en que el otro lo hace (o no lo hace)… o justificar el hacer un pulso y entrar sin miramientos en una nueva jugada de la lucha de poder. Uno tiene que querer cambiar sobre todo para sí mismo, porque aquello que le hago a mi pareja me lo hago a mi misma.

Ayuda también ver al niño herido detrás de comportamiento neurótico, compulsivo o desconcertante de la pareja, y aprender a sostenerse mutuamente, incluso llegar a sostener su rabia mientras sea limpia y no destructiva. Eso que mi pareja me pide puede ser lo que yo necesito dar… aunque me cueste, y lo que me ayuda a crecer. Ella necesita ser tenida en cuenta, sentir que a él le importa, el necesita experimentar su capacidad de entrega sin miedo a ser absorbido. El necesita ser apreciado y sentir que tiene espacio para tomar decisiones, ella necesita experimentar libertad y confianza.

Ser inofensivos, transparentes, alguien en quien confiar. Ser al fin buenos amigos que se quieren, apoyan, respetan, tienen en cuenta… y se ponen límites cuando es preciso. Conocerse a sí mismo y conocer al otro en profundidad…. y para eso es necesario dejarse conocer. Querer ser feliz y hacer feliz en la medida de lo posible al otro es la senda de la relación consciente. Y en el mejor de los casos, poder compartir el amor y la creatividad que fluye entre ambos con el resto del mundo.

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