El primer día del sexto sol el viejo de la montaña se levantó temprano. Al bajar desde la montaña hasta el valle, buscando el camino que conduce a la ciudad, se encontró con un caminante que portaba espada y escudo, y cubría el vestido de su alma con vestiduras de guerrero. Este, reconociendo al hombre de paz, le preguntó:
– “¡Oh, sabio de la montaña, hombre rico en pobreza que sigues tu camino sin importarte el tiempo ni la distancia!. ¡El que acaricia el viento con sonidos que contienen palabras y palabras que contienen sentidos, y sentidos que explican los mil y un secretos del existir!. Dime: ¿ Cuál es el secreto del guerrero que sin espada entabla combate con la vida, y cada día sobrevive a cada batalla en cada recodo del camino?”.
Y el viejo de la montaña le contestó:
– “¡Ay, general, el que cubre su camino con el llanto y la sangre de los que a espada mueren, y por tu espada gritan tu nombre desde el país de los idos para siempre!.
¡Ay, general, el que sueña con la victoria y teme la derrota, el que ve en su espada la prolongación de su brazo, el que vive porque morir sería no luchar!.
El secreto de la batalla vivida es no vivirla como batalla. El secreto de vivir en este mundo es no vivir la vida como una lucha”.
– “¿Y qué he de hacer cada mañana –preguntó el guerrero- cuando el primer rayo de sol acaricie la hoja de mi espada y en su brillo esta vea el clamor de la derrota y la victoria, del vencedor y el vencido.. y me susurre al oído: “el campo de batalla te aguarda”.
Y el viejo le dijo:
– “El secreto del día a día es el fluir de los vientos y las luces, del agua y las nubes, incluso del fugaz reflejo del sol sobre tu espada…, mas no hay batalla que librar ni terreno que defender.
En verdad te digo que el secreto de toda batalla estriba en que no existe y que el alma del afán por ganar no es mas que el miedo a perder”.
Y el guerrero, al oír tan sabias palabras, dejó a un lado su espada y su escudo para siempre, lavó sus manos y su cara en el cercano río, y dijo:
– “¿Para qué querer luchar si sólo puedo vivir?. Fluiré como este río, y al llegar al mar y terminar mis días y mis noches, diré hacia mis adentros: Ni siquiera he de vencer a la muerte, porque solo la vida ha sido, es y será mi compañera”.
Y el viejo de la montaña, esbozando una ligera sonrisa, siguió su camino.