Nota del editor: Theresa Marteau es directora de la Unidad de Investigación en Comportamiento y Salud en el Instituto de Salud Pública en Cambridge, Inglaterra. Sus áreas de investigación incluyen desarrollar y evaluar intervenciones dirigidas a cambiar los comportamientos para mejorar la salud pública.
(CNN)—¿Serías más propenso a tomar las escaleras si las puertas del elevador se cerraran más lento? o ¿Comerías más alimentos saludables si la comida menos saludable fuera más difícil de obtener?
Podría ser que sí; y podrías no estar consciente de ello.
Los humanos, al igual que otros animales, estamos motivados para conservar energía y tenemos integrada una preferencia por la forma más corta o fácil de hacer algo, en lugar de elegir la más larga o difícil.
Nuestro comportamiento está guiado por dos sistemas: uno reflexivo, en el que actuamos de forma consciente, trabajando hacia metas mientras estamos conscientes de nuestras motivaciones y acciones; y otro sistema automático, en el que actuamos sin reflexión, respondiendo a nuestros alrededor y ejerciendo los mismos comportamientos en innumerables ocasiones.
Centrarse en comportamientos automáticos puede ser una forma clave para combatir las enfermedades.
En el mundo, más de la mitad de las muertes se deben a cuatro enfermedades: cáncer, enfermedades cardiacas, diabetes y enfermedades respiratorias crónicas.
Las principales causas de estas son fumar, comer en exceso, consumo excesivo de alcohol y un estilo de vida sedentario. Se estima que el 75 % de los casos de diabetes y enfermedades cardiacas y el 40 % de loscánceres se podrían prevenir si cambiaran estos comportamientos.
Los enfoques pasados se enfocaban en persuadir a las personas de los riesgos que corren al no cambiar el comportamiento; sin frenar suconsumo de alcohol, por ejemplo, o animarlos a aumentar su actividad física.
Pero incluso si los riesgos son personalizados, la evidencia muestra que esta información tiene muy poco o nada de impacto en el comportamiento.
Más programas conductuales intensivos, aquellos enfocados en la pérdida de peso o dejar de fumar, son más efectivos. Pero su efecto aún es limitado, ya que sólo una pequeña proporción de los que podrían beneficiarse se inscriben en estos programas, y de aquellos que lo hacen, solo una minoría logra cambiar su comportamiento.
Son los comportamientos altamente rutinarios los que son difíciles de cambiar.
Ahora sabemos que gran parte de nuestro comportamiento no está impulsado por pensar las consecuencias de nuestras acciones sino que es automático, formado por nuestros ambientes y ejercido muchas veces sin conciencia.
Así que, ¿cómo podemos combatir estos comportamientos?
Hay dos grupos amplios de intervenciones que intentan hacer esto: aquellos que alteran el ambiente de una persona para hacer que los comportamientos saludables sean más propensos y aquellos que cambian asociaciones automáticas para hacer que los productos más saludables sean más atractivos.
Por ejemplo, las escaleras pueden parecer más fáciles si el elevador es lento. Y colocar alimentos más saludables más cerca de las personas en una cafetería de autoservicio, reduciendo el esfuerzo necesario para alcanzarlos, puede traducirse en una alimentación más saludable.
Otro ejemplo: la reciente prohibición de refrescos grandes servidos en restaurantes en Nueva York, Estados Unidos.
El otro enfoque amplio es apuntar a procesos automáticos para alterar cómo una persona responde a su ambiente.
Eso podría significar implementar técnicas de mercadotecnia en alimentos saludables para hacerlos más atractivos.
Por ejemplo, la “sopa del osito” puede ser más atractiva para los niños que el “guiso de lentejas”.
También puede significar quitar referencias de deportes en algunos alimentos y bebidas y quitar las marcas de los paquetes de cigarros, reemplazándolas con imágenes que advierten del daño.
Pero cambiar nuestros ambientes, al igual que cómo reaccionamos a ellos, puede ser un gran paso hacia prevenir el 25 % de cánceres, enfermedades cardiovasculares, diabetes y enfermedades respiratorias para 2020; una meta de la Organización Mundial de la Salud.
Las opiniones en este texto pertenecen exclusivamente a Theresa Marteau.