Un loco de atar

Una colaboración de Lalunagatuna

Nunca olvidaré el obituario que el director Fernando Colomo escribió en 1991 cuando falleció el actor Klaus Kinski, al que habia dirigido seis años antes en la muy fallida película “El caballero del dragón”. El título no podía ser más demoledor, “Descansemos en paz”, y, en el texto, el cineasta madrileño ponía de vuelta y media al intérprete, al que le dedicaba frases como la siguiente: “Era un niño mimado, consentido y maleducado. De haber sido una persona mayor, sólo le cabría el calificativo de hijo de puta”. Sobra cualquier comentario.

Al margen de que estoy totalmente de acuerdo en que no hay necesariamente que hablar bien de alguien por el mero hecho de que ha muerto (entre otras cosas porque es algo por lo que, antes o después, todos habremos de pasar, aunque nos declaremos absolutamente en contra, como Woody Allen), todo esto viene al caso de que al azar ha querido que mi semana haya estado muy marcada por el padre de la bella Nastassja (la genética, a veces, puede llegar a ser muy caprichosa).

El viernes, casi todos los medios de comunicación se hacían eco de las denuncias de su hija Pola que, a los 60 años, acusaba a su padre de haberle gritado, golpeado, maltratado sexualmente y violado entre los 5 y los 19 años. En primer lugar, esto no hace sino confirmar todo lo malo que de Kinski siempre se dijo que fue mucho. Y, en segundo, que vivimos en una sociedad hipócrita, oportunista e impresentable. ¿Por qué la tal Pola ha esperado que pasaran más de dos décadas desde la muerte del actor para hacer públicos estos hechos? Pues, simplemente, porque hasta ahora no había publicado un libro y no necesitaba promocionarlo de cualquier manera, aunque fuera a costa de revelar los trapos más sucios de su pasado. Poderoso caballero es don dinero…

Pero es que dos días antes, sin poder prever esto, me había enfrascado en el visionado de una de las cinco películas que integran el fantástico pack Herzog-Kinski Essential, editado por Manga Films. Hablo de “Fitzcarraldo”, delirante y espectacular filme del año 1982 que contiene todos los ingredientes necesarios para ser calificado, sin miedo a equivocarse, como un clásico imperecedero.

Mezcla de la megalomanía del director y del actor, que todavía no está claro cuál de las dos es mayor, cuenta la demencial historia de un irlandés visionario que a principios del siglo XX soñaba con construir un magno Teatro de la Ópera en Iquitos, ciudad amazónica del Perú. Para conseguir el dinero necesario, no se le ocurre nada mejor que ir en busca de caucho a una zona inaccesible a causa de unos rápidos fluviales y, para sortearlos, decide navegar por otro río y luego atravesar con el barco de vapor a cuestas una montaña. Eso sí, con la inestimable ayuda de los indios jíbaros.

Viendo el resultado en pantalla, no es difícil imaginar que el rodaje, que se prolongó tres años, fue una odisea aún más complicada que la que afronta el protagonista. Y que Kinski disfrutaba como un enano poniendo la expresión más psicópata de que era capaz. Y que Herzog tuvo cientos de encontronazos con él. Y que Claudia Cardinale no acababa de entender muy bien qué pintaba allí y por eso se limitaba a reírse como una estúpida, en la peor interpretación de una carrera que tampoco es especialmente brillante.

Pero, a pesar de todo eso, o precisamente por ello, se trata de una película fascinante, en todos los sentidos. La belleza alucinada de sus imágenes es hipnótica, tanto en las escenas más grandilocuentes como en las más intimistas. La delicadeza de la música clásica está perfectamente integrada con los sonidos de una naturaleza salvaje y hostil. La epopeya es conmovedora y, aunque debería resultar increíble, acaba teniendo toda la verosimitud imaginable. Y, sobre todo, transmite un mensaje que todos deberíamos tener siempre muy presente: los sueños hay que perseguirlos sí o sí, con constancia y determinación, sin rendirse nunca, por muy disparatados que sean. Si se alcanzan, bien. Si no se alcanzan, bien también. De lo que se trata es de haberlo intentado.

El pack al que antes hacía alusión también incluye otras tres colaboraciones entre Herzog y Kinski, “Aguirre o la cólera de Dios”, “Nosferatu, el vampiro de la noche” y “Cobra verde”, además del documental “Mi enemigo íntimo”, en el que Herzog cuenta su relación profesional y personal de amor-odio (más odio que amor, dicho sea de paso) con el que fue su actor fetiche durante muchos años. Pero ninguna de ellas está a la altura de “Fitzcarraldo”, donde la locura del uno y del otro se mimetizaron a la perfección, para alcanzar la simbiosis y dar lugar a lo que genera la locura cuando es llevada a su máxima expresión: ARTE, con mayúsculas.

http://www.metropoli.com/blogs/sonar-despierto/2013/01/12/un-loco-de-atar.html

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