Revisión de diversas concepciones sobre la mente humana
La consciencia es probablemente uno de los temas de moda en el panorama científico actual. Ha pasado de ser un misterio o un aspecto del psiquismo a convertirse en “el trofeo más preciado” de la neurociencia, la inteligencia artificial (I.A.) y la psicología. Nuestro objetivo en este artículo es poner de manifiesto algunas de las debilidades de las que adolece la concepción estrictamente mecanicista de la mente humana, revisar críticamente algunos de los planteamientos alternativos sobre el tema esgrimidos hasta la fecha, y presentar nuestra propia propuesta. Por Juan Pedro Núñez Partido.
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La consciencia es probablemente uno de los temas de moda en el panorama científico actual, ha dejado de ser un misterio o un aspecto del psiquismo que se dejaba de lado por las gigantescas dificultades que su investigación entrañaba y ha pasado a convertirse en “el trofeo más preciado” de la neurociencia, la inteligencia artificial (I.A.) y la psicología. Además, por tratarse de la dimensión primera de la mente, a la única que tenemos acceso de forma directa, y por ser la responsable de nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos, su abordaje científico estrecha el cerco entorno al “alma humana”, a la naturaleza misma de lo que somos como individuos.
Por otro lado, su estudio pone encima de la mesa, con intención de cerrarlo definitivamente, el espinoso tema de considerarnos a nosotros mismos seres libres, con capacidad de decisión y responsables de nuestros actos. Si tenemos en cuenta que la posición más ampliamente aceptada en las ciencias de la mente es que, básicamente, somos un complejo mecanismo, comprenderemos fácilmente la “amenaza” que esto implica a la concepción del ser humano de las tres grandes religiones monoteístas ya que desmantela el principio de responsabilidad moral del individuo.
El mecanicismo nos advierte de que la libertad, entendida como la capacidad para tomar decisiones no determinadas por ningún tipo de regla o proceso pre establecido, podría ser una mera ilusión basada en la falsa sensación de “control” que tenemos. De igual manera que durante siglos creímos que el sol giraba alrededor de la tierra, pues ésa es la sensación que nos transmiten nuestros ojos.
Por tanto, cuando conscientemente pensamos, sopesamos las ventajas e inconvenientes de distintas opciones y valoramos la alternativa más conveniente para nosotros y tomamos una decisión, lo que vivimos y experimentamos sería exclusivamente la consecuencia de procesos inconscientes que están fuera de nuestro control, por lo que dicha experiencia consciente no tendría ninguna función causal sobre nuestras acciones ni sobre nuestros estados internos.
Nuestro objetivo en este artículo es, simplemente, poner de manifiesto algunas de las debilidades de las que adolece la concepción estrictamente mecanicista de la mente humana, así como revisar críticamente algunos de los planteamientos alternativos esgrimidos hasta la fecha y presentar nuestra propia propuesta.
¿Científicamente libres?
La libertad como tal no es un concepto objeto de estudio científico. La ciencia busca desvelar las regularidades causa-efecto que explican el comportamiento de los elementos de la naturaleza. Y la libertad, de existir, es por definición un principio de acción indeterminado, no sujeto a reglas, pues no es otra cosa que el criterio caprichoso y arbitrario que cada individuo utiliza para tomar sus decisiones. Por tanto, no sería posible “atraparlo” científicamente, ya que no puede ser causada por ningún otro fenómeno, ni su actividad es suficientemente estable ya que no se ajusta a principio alguno.
Esta dificultad “conceptual” tiene una segunda lectura y es que si existiera algo parecido a la libertad, tal y como la concebimos, al menos una de las premisas universales sobre las que se asienta el método científico se vería claramente cuestionada.
La posibilidad de que las decisiones que toma una persona, no sean la consecuencia inevitable de la combinación de una serie de procesos que siguen determinadas reglas, negaría directamente el supuesto de que todo fenómeno tiene una causa y que dicha relación causa-efecto está determinada por la naturaleza de las propiedades físicas de ambos.
Mejor hablamos de la consciencia
Con lo expuesto anteriormente, es fácil entender que el debate científico sobre la libertad se desviara, sutilmente, al papel de la consciencia en el devenir de nuestros actos y de nuestra vida psíquica.
Por un lado, porque ciertamente es imposible hablar de libertad si la consciencia no fuera activamente relevante, es decir, si fuera un mero epifenómeno. Dicho de otra manera, la libertad no puede residir en el inconsciente, pues no tenemos acceso a sus contenidos ni control sobre su actividad. Así pues, en la medida en que logremos determinar si la consciencia tiene un papel y en qué consiste éste, automáticamente podremos concluir si hay margen o no para hablar de libertad en el ser humano.
Por otro lado, aunque lo hemos señalado de pasada, las leyes de la ciencia son las leyes de la física. Vivimos en un mundo físico y a través del conocimiento de sus propiedades es como hemos llegado a entender los principios que lo rigen. Pero resulta que la consciencia, su naturaleza última al menos, se resiste a poder ser inequívocamente identificada con los procesos neurológicos en los que reside o de los que surge.
Es decir, sensaciones como el rojo, el frío, el dolor etc. sólo existen en nuestra mente consciente y no son idénticas ni a los estímulos que las provocan, ni a las estructuras o actividades neurológicas que las soportan porque poseen características completamente distintas [1] . Por eso no es de extrañar que, recientemente, sea al amparo de la “misteriosa” física cuántica, donde muchos investigadores hayan puesto sus esperanzas para dar con la clave que desvele la naturaleza última de la consciencia.
De ahí que el debate en torno a la consciencia sea un reto sin parangón para poner a prueba los límites del método científico y el valor de algunos supuestos de los que parte.
Encrucijada ciencia-religión
Así pues, “con las grandes religiones amenazadas y la ciencia en entredicho”, el debate en torno a la consciencia se ha visto inmerso en el epicentro del cada vez más radicalizado debate entre ciencia y religión [2] . Por eso, algunos de los científicos y pensadores más relevantes del momento han tratado de “resolver el misterio” de la consciencia, aprovechando que la psicología no tiene un modelo claro de la mente y sí planteamientos contradictorios con respecto a su papel [3] y que tanto la neurociencia como la I.A. parecen ofrecer datos inequívocos sobre el mecanicismo cerebral.
En este sentido, para situar al lector, vamos a aclarar nuestro punto de partida con respecto a algunas de las cuestiones implicadas:
1. La ciencia como forma de conocimiento no está amenazada. Si alguno de sus supuestos tuviera que ser revisado para el ámbito específico de la actividad consciente, no sólo no sería un drama sino que estaría ampliamente justificado por la excepcional naturaleza de la consciencia [4].
2. Debido al escaso conocimiento que a día de hoy tenemos del funcionamiento de la mente en general y de la actividad consciente en particular, pretender cerrar rápidamente el debate sobre el papel de la consciencia, nos resulta poco razonable pues conlleva un alto riesgo de hacerlo de forma simplista.
3. El debate no es si somos o no somos libres genéricamente, sino que asumiendo que somos básicamente un mecanismo, pues así lo indican claramente la mayoría de los datos que conocemos sobre el funcionamiento de nuestro sistema nervioso, se trata de establecer si lo somos al 100% o queda margen para que parte de nuestra actividad psíquica no esté determinada por principios físico-biológicos o computacionales.
4. La simulación que la I.A. hace de muchas funciones psicológicas humanas, incluidas las que están estrechamente ligadas a la actividad consciente, no demuestra que la consciencia sea funcionalmente irrelevante [5] (en la medida que las máquinas no tienen experiencia subjetiva) sólo que hemos sabido pormenorizar y ordenar eficazmente nuestro conocimiento consciente en ámbitos muy específicos, para que el sistema artificial lo reproduzca [6].
5. Que reconozcamos nuestra ignorancia sobre la naturaleza última de la consciencia, no implica necesariamente ningún tipo de dualismo [7], ni abre la puerta al esoterismo o a conceptos ajenos al debate científico como son el alma o el espíritu. Basta con asumir que la consciencia es una dimensión o forma de manifestación de la materia de la que desconocemos sus propiedades y que como tal emerge de la actividad neuroquímica del cerebro (emergentismo).
6. Atribuirle a la actividad consciente un papel causal no es un problema mayor que el de explicar cómo la actividad neuroquímica del cerebro se transforma en las experiencias conscientes. Desconocemos cómo ocurre dicho proceso, pero basta que el proceso se invierta, lo cual no es excepcional en la naturaleza, para que la causalidad de lo consciente sobre lo neurológico quede explicada.
7. Como ya veremos, hablar de un “yo que toma decisiones con libertad” (es decir, no determinadas al 100%) tampoco implica necesariamente un modelo de la mente a modo de “teatro cartesiano” [8] con el consiguiente problema del homúnculo interno [9].
Un modelo de la mente
Un debate de esta envergadura requeriría partir de un modelo de la mente mínimamente estructurado, basado en los datos que sobre las distintas funciones psicológicas tenemos en la actualidad y que tenga como eje central la interacción entre la consciencia y el inconsciente. De lo contrario, los límites de lo “razonable” se vuelven demasiado amplios. Desgraciadamente esa es la situación en la que nos encontramos en la actualidad, no existe un modelo de la mente ampliamente aceptado del que podamos partir y menos aun con las características mencionadas [10].
Así pues, no nos queda más remedio que partir de “nuestro” propio modelo, y al no tener espacio aquí para desarrollarlo, al menos vamos a especificar algunos de sus elementos fundamentales:
1. Entendemos como consciencia, el continuo fluir de contenidos y actividades de los que tenemos una vivencia subjetiva directa, por lo que podríamos dar cuenta de ellos en un momento dado. Como vemos, la consciencia queda definida por la calidad de los contenidos que la configuran (qualia) los cuales son excepcionales y su valor o significado es en sí mismo irreducible a ninguna otra cosa.
2. En la medida que ninguno de nosotros tiene experiencia directa alguna sobre el modo en cómo se generan dichos contenidos (frío, rojo, hambre, miedo, etc.) el proceso de gestación de los mismos se realiza de forma inconsciente. Es decir, toda experiencia consciente está en alguna medida soportada por la actividad inconsciente [11].
3. Por tanto, necesariamente los modos de procesar consciente e inconsciente de la mente están estrechamente vinculados y configuran una unidad de trabajo perfectamente armonizada [12] en todas sus facetas: percepción, atención, memoria, aprendizaje, emociones, pensamiento…
4. La excepcionalidad de los contenidos conscientes reside, entre otras cosas, en la coordinación de distintos dispositivos inconscientes que crean unas experiencias multidimensionales [13] , pero unificadas de la realidad: vemos, oímos, tocamos, olemos, sentimos…, los objetos del mundo de forma integrada (incluidos nosotros mismos) [14].
5. El mero fluir de los contenidos conscientes posibilita un espacio de trabajo único, pero la actividad consciente propiamente dicha sería la manipulación que la mente hace de dichos contenidos [15]. En sí misma es una actividad relativamente sencilla. lo que la hace excepcional son las posibilidades que ofrecen los contenidos que la configuran.
6. Cuando la mente trabaja en modo consciente está al límite de su capacidad de computación ya que, por un lado, varios de sus dispositivos inconscientes tienen que actuar coordinadamente para crear determinados contenidos conscientes y simultáneamente, por otro lado, tiene que manipular dichos contenidos [16]. De ahí que la actividad consciente vaya unida a la sensación de esfuerzo y cansancio y sea mucho más precaria computacionalmente hablando que la inconsciente, es decir, procese pocos datos y de forma secuencial (en serie).
7. La capacidad de trabajo de la mente en modo inconsciente es enorme ya que puede procesar rápidamente una gran cantidad de datos, así como realizar multitud de tareas a la vez (en paralelo).
8. El modo de trabajo en formato inconsciente es el mecanismo óptimo cuando se sabe qué respuesta dar ante determinada señal, ya que permite ejecutar simultáneamente un montón de procesos en cuanto se detectan los estímulos correspondientes. Esto obliga a la mente tener almacenada mucha información sobre la regularidad de los acontecimientos, para que la eficacia de la respuesta esté suficientemente “garantizada”, pues su ejecución es tan rápida que es muy difícil y costoso rectificar sobre la marcha.
Características y papel de la conciencia
El alto coste que la actividad consciente conlleva, así como su reciente aparición en el desarrollo de las especies “exigen”, evolutivamente hablando, que sea una mejora o complemento al modo de procesamiento inconsciente. Y así parece, puesto que sus características nos permiten actuar con relativa eficacia en las situaciones en las que nos faltan datos para saber cuál es la respuesta más adecuada, es decir, para aquellas que no tenemos una regla de actuación funcionalmente operativa.
Como ya hemos señalado, la consciencia surge de la capacidad de la mente para reproducir internamente, en un código sin parangón, los aspectos más relevantes del mundo externo e interno, para después poder manipularlos con cierta coherencia. Dichos contenidos generados por la actividad inconsciente son vivencias sensorial y afectivamente integradas de los distintos aspectos de la realidad.
Cada dispositivo especializado crea una señal diferenciada (qualia) pero compatible con el resto. La consciencia es el resultado de esa integración coordinada de señales y como tal es un “experimento” cuyo resultado la mente desconoce de antemano, puesto que cada combinación de elementos es distinta [17] y además depende de los recursos disponibles y del estado del organismo en cada momento.
1. Gracias a las características de los contenidos conscientes podemos evaluar la importancia y la eficacia “global” de la respuesta que es, precisamente, lo que conviene cuando desconocemos qué aspecto de la realidad es relevante, o qué respuesta la más eficaz. Dicha evaluación se desarrolla de tres formas:
1.1. Evaluando hasta qué punto los efectos reales (previstos o no) de la respuesta que estamos improvisando nos perjudican o nos benefician y/o se alejan de nuestro objetivo, en cualquiera de las dimensiones internamente representadas.
1.2. Comparando las consecuencias en las distintas dimensiones, lo que nos permite hacer un versátil balance de costes y beneficios.
1.3. Integrando en la evaluación la necesidad de responder o no a cualquier otra señal o demanda del medio que irrumpa súbitamente.
2. Como la probabilidad de error es muy alta, que el procesamiento consciente se realice en serie posibilita en gran medida corregir la respuesta sobre la marcha.
3. Además, el conocimiento consciente permite establecer rápidamente nuevas y originales asociaciones basadas en las semejanzas “cualitativas” entre las situaciones y no sólo en función de la acumulación “cuantitativa” de interacciones regulares con los acontecimientos (conocimiento inconsciente) [18] lo que amplia enormemente nuestro abanico de respuestas.
4. Otra ventaja es que cuando especulamos conscientemente sobre posibles estrategias de acción y tanteamos su puesta en práctica, “experimentamos” sin sufrirlas realmente las consecuencias a corto, medio o largo plazo de dicha acción imaginada, lo que posibilita “valorar su eficacia” sin correr riesgos.
5. Este modo de procesamiento es único en la evolución de las especies y es tan sofisticadamente costoso como eficaz, por lo que su mantenimiento y aprovechamiento lo colocan en el “centro” de nuestra actividad psíquica. Por eso, aunque una situación sea conocida, como siempre está sujeta a imprevistos, es también en modo consciente como la mente “supervisa” la evolución de la respuesta (motora) que estemos dando. Y también es, presumiblemente, la razón por la que genéticamente tenemos menos respuestas prefijadas, ya que a largo plazo es más eficaz poder ajustarlas y corregirlas rápidamente a la particularidad de cada circunstancia e individuo.
Déficits del mecanicismo
La explicación mecanicista del funcionamiento de nuestra mente es más que razonable, si bien hay ciertas limitaciones en su estructura argumental que no conviene ignorar.
1. No es lícito atribuirle al inconsciente la causalidad de todo proceso mental. En la medida que la actividad inconsciente sólo puede desaparecer totalmente con la muerte, dicha forma de argumentación se vuelve en la práctica circular. Además, ya hemos señalado cómo en gran medida los contenidos conscientes surgen de la actividad inconsciente. Por tanto, la clave está en demostrar si la actividad consciente aporta algo a nuestro funcionamiento psíquico y a nuestra adaptación al medio.
1.1. La psicología está llena de investigaciones en distintos campos (percepción, memoria, atención, aprendizaje, emociones etc.) en las que determinados procesos ven alterado su funcionamiento cuando participa la consciencia, resultados que no encajan fácilmente con la concepción de la consciencia como mero epifenómeno.
1.2. Además, estos resultados siguen un patrón coherente con el papel que le hemos atribuido al modo consciente de procesamiento ya que, básicamente, se establecen asociaciones más rápidamente, son más flexibles, inestables y menos fiables, y dicha actividad suele tener cierta prioridad sobre el procesamiento inconsciente [19].
2. Exactamente igual ocurre con la atribución exclusiva de causalidad al soporte neuronal (al menos mientras no se haya identificado la naturaleza física diferencial de la experiencia consciente). Al considerar la actividad neuroquímica como la causa única del comportamiento del organismo y simultáneamente de nuestras experiencias conscientes (doble causalidad) el debate queda cerrado de principio.
2.1. Además, no se puede negar tan fácilmente que, por ejemplo, sea el dolor el que nos lleva a retirar la mano cuando nos pinchamos con algo argumentando que, al detectar la destrucción del tejido, se disparan a la vez en el cerebro los impulsos para quitar la mano y sentir dolor (por lo que éste último no sería más que un mero fenómeno colateral) ya que cuando se elimina la sensación consciente de dolor, el sujeto no sólo no retira la mano sino que deja de gritar. Suponer “porque sí” que los analgésicos han actuado simultáneamente inhibiendo la actividad motora de la mano y de las cuerdas vocales, así como de los centros cerebrales del dolor, en nuestra humilde opinión, es mucho suponer a día de hoy. Si la presencia o no del dolor genera comportamientos distintos, no es tan sencillo eludir la capacidad causal de los contenidos conscientes.
2.2. Del mismo modo, si la causalidad fuera sólo en una dirección, parece difícil explicar los efectos que nuestra actividad mental tienen sobre el tejido neurológico (plasticidad cerebral). El entrenamiento cognitivo para la recuperación de funciones dañadas, el neuro feed-back, etc. implican que la actividad mental, especialmente en modo consciente, genera cambios en nuestro sistema nervioso. Pretender explicar estos resultados sólo a través del impacto físico de los estímulos externos es complicado, entre otras razones, porque sin el procesamiento consciente dichos efectos tardan más en producirse [20] y, por otro lado, basta la simulación consciente de la realidad (imaginación, sueños, alucinaciones…) para obtener efectos similares en el cerebro.
3. Si funcionalmente la consciencia no aportase nada, su aparición y su costoso mantenimiento como característica de la actividad cerebral, no sólo dejaría sin explicación por qué unas veces la información adopta ese formato y otras no [21] , sino que su existencia pondría en jaque los principios de la evolución.
4. Las normas culturales y sociales controlan una amplia gama del comportamiento humano, por lo que explicar cómo surgen, cambian o se mantienen es fundamental.
4.1. Las explicaciones mecanicistas que tratan de hacerlo al margen de la actividad consciente son cuanto menos cuestionables ya que plantean modelos de la mente con ciertas limitaciones [22] .
4.2. Además, que se recurra a la selección natural para explicar el origen de dichas normas como necesariamente ventajosas para la supervivencia [23], resulta paradójico cuando, como acabamos de señalar, es precisamente la teoría de la evolución la que se contradice al restarle valor adaptativo a la consciencia.
4.3. Algunas de esas normas son demasiado arbitrarias y cambiantes (modas, supersticiones, juegos, etc.) como para ser el resultado de procesos mecánico-biológicos y/o reglas establecidas mediante regulares contingencias ambientales.
5. Un sistema mecánico sólo es operativo cuando está perfectamente establecido su protocolo de acción, o el algoritmo de cómputo que ha seguir en cada circunstancia y además recibe todas las señales o datos necesarios para maniobrar en dicha situación. Por tanto, quedaría por explicar cómo el ser humano es capaz de responder con relativa eficacia en aquellas situaciones que son impredecibles, no tenemos información suficiente, ni sabemos cuál es la respuesta más adecuada [24]. Pues bien, resulta que las dos hipótesis mecanicistas más utilizadas para explicar cómo nos enfrentamos a dichas situaciones resultan básicamente insatisfactorias.
5.1. Una posibilidad sería que la mente diera respuestas al azar, pero en ese caso el nivel de eficacia de las mismas sería bajísimo, es decir, nuestra supervivencia estaría claramente amenazada. Además, sería necesario que el cerebro dispusiera de un dispositivo de selección aleatoria de alternativas, algo que a día de hoy no ha sido identificado.
5.2. La otra opción sería que se dispusiera de un exhaustivo y versátil sistema de atribución de probabilidades que, automáticamente, seleccionara la respuesta con mayor probabilidad de eficacia aunque ésta fuera mínima. El problema no es sólo imaginar el funcionamiento de dicho sistema (cómo atribuye probabilidades sin criterio claro y con pocos datos disponibles) sino que de existir, lo difícil sería entonces explicar la aparición de respuestas creativas y novedosas en contextos conocidos, pues las respuestas un poco más probables tenderían fácilmente a perpetuarse.
5.3. Por último, en ambos casos sería imposible explicar el fenómeno de la duda ya que ambos dispositivos seleccionarían una respuesta en cuestión de milésimas. En segundo lugar, puesto que la situación psicológica de duda existe, dicha experiencia consciente sería un artefacto terriblemente absurdo e innecesario, una especie de bucle que sólo serviría para perder un tiempo precioso y gastar energía. En tercer lugar, porque la cantidad de información no afecta por igual a un sistema mecánico que a un ser humano. Una persona tiende a dudar más cuanta más información tiene entre opciones equivalentes y opta con más facilidad cuando apenas tiene datos. Mientras que un sistema mecánico pondera mejor cuantos más datos tiene y tiende bloquearse si le faltan. Y en cuarto lugar, porque básicamente dudamos por no querer experimentar las consecuencias negativas de una opción ni renunciar a las positivas de la otra, y no tanto por no saber qué es objetivamente un poco mejor o un poco peor.
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Neurología de la intención
Son muy conocidos los experimentos en los que se detecta actividad neurológica previa a la decisión de realizar un movimiento simple [24] , lo que indicaría que la “decisión” estaría causada por dicho proceso neurológico. El problema es que este razonamiento asume una fiabilidad en las medidas neurológicas actuales y realiza unas atribuciones a dichos datos algo desmedidas.
1. El rigor experimental exigiría identificar todo patrón neurológico de actividad consciente presente durante el experimento (pues ésta obviamente no desaparece) y descartar que no tiene relación causal con el patrón neurológico inconsciente detectado. Algo que inexplicablemente nunca se contempla. De hecho, la actividad neurológica registrada pudiera no ser más que una parte del proceso de decisión.
Cuando informamos de nuestra decisión nos referimos al momento final del proceso (el ¡ahora! definitivo) no a su inicio, lo que podría justificar en parte dicho desfase. Lo normal sería que durante el proceso se mezclasen los modos de procesar consciente e inconsciente, de forma que cierta evaluación-determinación consciente podría ir aumentando hasta alcanzar un punto en el que se desencadenara, de forma inconsciente, cierta actividad preparatoria, tanto emocional como motora, que a su vez podría llegar a precipitar el momento final de la decisión si supera cierta intensidad [25].
2. No tiene sentido dudar de la capacidad consciente del ser humano para juzgar la relación causal entre sus decisiones y sus comportamiento cotidianos, pero sí asumir como fiable el informe que los sujetos hacen en una situación extremadamente difícil a nivel consciente como es: tomar la decisión de realizar un movimiento [26] , además ejecutarlo y simultáneamente valorar el momento exacto en que han tomado dicha decisión, e informar de ello. Por lo que el desfase de un segundo que suele detectarse, no parece demasiado esclarecedor para todo lo que se le exige a nuestra capacidad de procesamiento consciente que, como ya hemos indicado, no es especialmente rápida.
3. Sin libertad de decisión, la instrucción “mueve el dedo cuando quieras”, típica de estos experimentos, sólo es resoluble mecánicamente a través de un sistema de toma de decisiones por azar, cuyas limitaciones ya hemos señalado.
Soluciones híbridas
Aunque no podemos ser exhaustivos, este debate ha propiciado concepciones de la consciencia y de la libertad razonablemente compatibles con el mecanicismo que, si bien para nosotros no son válidas, conviene conocer.
Probablemente, el primer y único modelo de la mente moderno (surgido de la investigación en psicología cognitiva) sea el de Baars [27] , el cuál atribuye a la consciencia la función de ser una “pizarra común”, es decir, el formato necesario que debe adoptar la información para ser intercambiada entre los distintos dispositivos inconscientes. De esta manera, la consciencia tendría un papel que justificaría su existencia desde un punto de vista evolutivo, sin cuestionar el modelo mecanicista de la mente. El problema es que los subsistemas inconscientes interaccionan e intercambian información sin necesidad de que ésta pase por consciencia [28] .
Por otro lado, algunos autores plantean que aunque seamos un mecanismo y la consciencia no aporte nada o casi nada [29] a nuestro funcionamiento psíquico, seguimos siendo responsables de nuestros actos, no moralmente, pero si como el organismo agente de los mismos [30]. O al menos nos interesa tratarnos unos a otros como si lo fuéramos ya que es una forma útil de organizar la interacción social [31].
La consecuencia: un yo que decide
Para cualquier organismo o sistema de procesamiento de información es crucial diferenciar qué señales provienen del exterior y cuáles del interior. Esta diferenciación es sencilla ya que todo organismo tiene unos límites bien establecidos, así como claramente identificadas las entradas de información externa. Los organismos con consciencia, lógicamente, deben mantener esta diferenciación en la representación interna que hacen de la realidad para evitar que el sistema se vuelva caótico [32].
La representación en modo consciente que la mente hace de las señales más frecuentes y constantes que recibe (señales del cuerpo [33], reacciones emocionales que se repiten, estrategias de pensamiento habituales, la percepción estable de que nuestras acciones generan consecuencias etc.) son la base de lo que denominamos nuestro “yo”.
Estos elementos comunes a la mayoría de las situaciones nos terminan resultando familiares y son los que nos permiten reconocernos como lo que somos: organismos estables, únicos y diferenciados del resto.
Si bien, no se trata de un conjunto rígido, uniforme e inalterable de elementos ya que, lógicamente, a lo largo de la vida se pueden añadir otros contenidos de presencia similar y tampoco es esperable que toda respuesta sea coherente con dicha estructura, pues hay aprendizajes específicos para situaciones concretas, así como respuestas puramente creativas y de tanteo [34].
Es importante caer en la cuenta de que, cualitativamente hablando, la representación consciente de dichos elementos no es más compleja que la de otros contenidos conscientes. Por tanto, no supone “una mente dentro de otra mente”, ni ningún extraño misterio o compleja función, sólo la representación en modo consciente de la parte más permanente de la realidad. Si bien las consecuencias que acarrea posibilitan un modo de procesamiento extremadamente excepcional [35]:
1. Gracias a que el sistema puede reconocerse en todo momento, es por lo que puede proyectar y mantener su acción a largo plazo en la maraña de cambiantes circunstancias y el consecuente replanteamiento de objetivos que constantemente le exige la realidad. Sin dicho “anclaje”, la versatilidad y adaptabilidad a las circunstancias presentes que posibilita el modo consciente entrañaría un alto riesgo de inoperancia. Si a la vivencia del “yo” se vincula un objetivo, éste es recuperable fácilmente por el sistema en cualquier momento aunque las circunstancias ya no lo demanden.
2. La sensación consciente de uno mismo posibilita reevaluar cualquier objetivo y estrategia a corto, medio y largo plazo con un criterio constante e “independiente” de las circunstancias y adaptado a lo que el sistema sabe de sí mismo (intereses y competencias).
3. Así pues, lo que llamamos LIBERTAD es la vorágine que implica especular y tantear con la simulación consciente de la realidad, evaluando multidimensionalmente los efectos de las distintas opciones, con la constante y familiar sensación del yo, en una espiral sin límites claros porque carecemos de los conocimientos que permitirían determinar la respuesta correcta. Podríamos decir que se trata de un proceso de creación de “reglas particulares” de actuación con pocos datos disponibles, lo que las hace poco estables en sí mismas. Pero si bien dicha especulación no está determinada a concluir de ninguna manera (alta flexibilidad) si queda básicamente delimitada por:
3.1. La información (veraz o no) a la que accedemos conscientemente sobre la realidad.
3.2. Las reacciones emocionales activas en ese momento y/o asociadas a las experiencias que tanteamos internamente con cada opción [36].
3.3. El conocimiento (realista o no) de nuestras propias habilidades intelectuales, motoras, sociales y emocionales.
3.4. Nuestra competencia consciente para tantear y configurar posibilidades más o menos complejas y originales (inteligencia y creatividad).
4. El “final” de la especulación, la decisión [37], puede sobrevenir “accidentalmente” por muchos factores: cansancio, irrupción de datos contundentes, presiones o influencias externas, planteamientos simplistas o muy sesgados etc. Pero el criterio de cierre más frecuente es conseguir “dar” con cualquier opción cuyo balance de costes y beneficios (según se cree/imagina) resulte “rentable” para el individuo en función de sus intereses y su capacidad para asumir las consecuencias, es decir, valor para enfrentarse a los riesgos que conlleva y voluntad para ejecutar y mantener la respuesta el tiempo necesario (capacidad de sacrificio y de esfuerzo).
5. La eficacia relativa del sistema de diseño de respuestas y toma de decisiones consciente va más allá de las puntuales ventajas obtenidas con cada éxito o acierto, ya que nos permite: a) adquirir cierta “sabiduría” relativa a nuestras circunstancias específicas y peculiaridades individuales, b) aprender de la mera observación de otros [38] y c) gracias a que las estrategias diseñadas en dicho formato son fácilmente comunicables, la vida en grupo nos permite acumular y beneficiarnos de un gran número de conocimientos “valiosos” (cultura, ciencia y religión).
Notas:
[1] Ley de Leibniz.
[2] En pleno siglo XXI podemos encontrar personas que reniegan del conocimiento científico porque no encaja con algunos postulados de su tradición religiosa. Y otras que han hecho de la ciencia su religión y de las teorías científicas verdades absolutas.
[3] Desde los inicios de la psicología hasta nuestros días podemos encontrarnos con planteamientos contradictorios, tanto teóricos como prácticos, respecto al papel de la consciencia (mentalismo, conductismo, psicoanálisis, humanismo, cognitivismo, racionalismo).
[4] Véase Searle (1992).
[5] Como propone, entre otros, Chalmers (1996).
[6] Véase Núñez (2012).
[7] Por otro lado, es posible que nunca seamos capaces de reconocer como válida la naturaleza física de la consciencia, ya que difícilmente podremos identificar los contenidos conscientes (qualia) con otra cosa que no sean ellos mismos. Es decir, estaríamos atrapados en una paradoja sin solución posible, precisamente, porque nuestro conocimiento directo es a través de los contenidos conscientes. Es lo que hemos denominado “dualismo por disparidad” (Núñez, 2012) pues al “externalizar/objetivar lo interno/subjetivo” inevitablemente lo convertimos en otro qualia y ya no podemos reconocerlo como lo mismo.
[8] Tal y como lo asume categóricamente Dennett (1991).
[9] El cual refiere a un “misterioso” sistema cerebral (casi humanoide en el fondo) al que se le atribuiría el control de nuestra actividad psíquica y que encarnaría nuestra auto consciencia.
[10] Esta deficiencia no sólo es relevante para el tema que nos ocupa. Sin un modelo mínimamente consensuado, los vertiginosos avances que cada día se producen en áreas súper especializadas y desconectadas entre sí, generan “mini modelos” ad hoc, lo que dificulta cada vez más cualquier debate futuro con un mínimo de coherencia sobre el funcionamiento de la mente.
[11] Cerebros más desarrollados suponen procesos inconscientes más complejos y, por tanto, mayor capacidad de computación consciente.
[12] En clara contradicción con aquellos modelos que presuponen que nuestra actividad psíquica es el resultado del conflicto entre sus distintos subsistemas (psicoanálisis o modelos “ecológicos”).
[13] Por lo que técnicamente la consciencia, según la hemos definido, no es quién posibilita dicha integración (Damasio, 2003) sino el resultado de la misma.
[14] Conviene señalar que, por tanto, la mera acumulación de actividad inconsciente no produce la consciencia, de igual manera que la mera acumulación de sonidos de distintos instrumentos no genera una sinfonía. En el caso de la mente, la “partitura” en torno a la que se organiza la actividad de los dispositivos inconscientes es la realidad.
[15] El acto de pensar en todas sus variantes: verbalmente, con imágenes u otros contenidos senso-emocionales.
[16] Es lo que hemos denominado metafóricamente “actividad al cuadrado” (Núñez, 2012).
[17] Obviamente no tiene sentido almacenar todas las combinaciones posibles, es mejor reproducirlas “ad hoc”.
[18] Existe cierto paralelismo entre la I. A. simbólica y nuestro conocimiento/actividad consciente y la I.A. de redes conexionistas y nuestro “conocimiento”/actividad inconsciente, que facilita comprender las diferencias asociadas a ambas formas de computación y conocimiento, así como las limitaciones de cada tipo de I.A. (Núñez, 2012).
[19] Véase Nuñez (2012).
[20] Por ejemplo, si se utilizan estímulos subliminales. Además, las instrucciones para realizar la tarea funcionan porque el sujeto entiende su significado, es decir, tiene experiencias conscientes asociadas al lenguaje utilizado, y no debido a la calidad física del mensaje.
[21] Precisamente para evitar explicarlo, Dennett (1991) considera que los contenidos de la consciencia son fruto del azar.
[22] Dennett (1991) lleva el mecanicismo de la mente hasta sus últimas consecuencias con total coherencia, lo que le obliga a hacer planteamientos demasiado extravagantes.
[23] Véase Pinker (1997).
[24] Libet (1985).
[25] Utilizar dichas señales neurológicas preparatorias para sorprender al sujeto anticipándonos a la ejecución de su decisión, como se hace en algunos de estos experimentos, sólo indica que hemos alterado los intervalos de tiempo a los que está acostumbrado el sujeto, no que la decisión no sea fruto de su actividad consciente.
[26] Al tratarse de un movimiento sencillo y muy automatizado, presumiblemente la interacción consciente-inconsciente estaría muy bien ensamblada-solapada.
[27] Baars (1988).
[28] Es lo que el propio Baars denomina la “paradoja del umbral”, es decir ¿por qué unos datos adoptan este formato y otros no?
[29] A veces se le atribuye a la consciencia la capacidad para inhibir las conductas aunque éstas se activen mecánicamente (Gazzaniga, 2011).
[30] Veáse Blackmore (2005).
[31] Gazzaniga (2011).
[32] Es lo que ocurre con las alucinaciones, donde el sujeto vive como real lo que no lo es.
[33] Véase Damasio (1999).
[34] Como alternativa a los modelos que postulan una estructura de “yo múltiple”.
[35] A diferencia de Damasio (2003) no consideramos que la principal función del “yo” sea la auto conservación, pues ésta es inherente a todo organismo vivo aunque no tenga consciencia. Otra cosa es que cuando se tiene consciencia de yo se vincule estrechamente a dicha función.
[36] La importancia de las emociones es central y su activación, incluida la de las emociones desagradables, no es la “cadena” que necesariamente debamos romper para ser libres (Damasio, 2003) y pretender lograrlo utilizando la imaginación según nos “convenga” no es fácil, precisamente, porque si pudiéramos alterar a capricho el poso que la realidad ha dejado en nosotros, nos alejaría peligrosamente de ésta, algo que parecen olvidar algunos planteamientos psicoterapéuticos recientes.
[37] El proceso puede reabrirse en cualquier momento, incluso cuando no hay marcha atrás.
[38] No existe el aprendizaje por observación inconsciente.
Referencias bibliográficas:
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Artículo elaborado por Juan Pedro Núñez Partido. Departamento de Psicología. Universidad Pontificia Comillas