Estimados lectores de maestroviejo:
Hoy se publica un nuevo capítulo del libro
“Guía espiritual para tiempos desesperados”
Recuerdo los enlaces de los capítulos publicados:
Muchas veces hemos hablado en el blog de nuestro ser espiritual de nuestra consciencia.
Se ha dicho que es preciso librarse del Ego para llegar a nuestra esencia.
Hoy BillQuick nos hace reflexionar sobre la vida, sobre el ciclo de la existencia e introduce un nuevo concepto: La conciencia sin contenido.
Si el pasado lunes veíamos el desapego de lo material como camino hoy la conciencia sin contenido nos muestra el umbral final y el origen.
Darnos cuenta de ella, percibirla y sentirla es ponernos frente a la puerta que nos separa del todo. La puerta de entrada y salida a nuestro espíritu.
Capítulo 5 Conciencia sin Contenido
El hecho más básico, la verdad más fundamental, que ningún individuo puede negar, es que está vivo, que es consciente. Cualquier afirmación adicional es secundaria, porque está supeditada, necesariamente, a este hecho incontrovertible.
Para ser hombre o mujer, ingeniero o poeta, primero hay que tener conciencia de estar vivo. Y el mundo, en toda su variedad, surge en el mismo instante en que aparece la conciencia, la sensación de vida. Antes de que ella apareciese no existía nada. Es decir, ningún objeto, ninguna cosa perceptible, ningún perceptor. ¿Dónde estaba cada uno de nosotros antes de ser concebido? ¿Dónde estaba el mundo? ¿Aparece la conciencia en el mundo o, el mundo en la conciencia?
Trate, estimado lector/a, de penetrar o, sentir profundamente estas preguntas antes de seguir adelante.
¿Dónde estábamos “nosotros” antes de ser concebidos?
Obviamente, en ninguna parte conocida. No existíamos. Al menos, no como identidades individuales ubicadas en el espacio/tiempo. Pero – ¿Será que todo lo que finalmente hace su aparición en el mundo visible, esté ya potencialmente presente en lo invisible? Lo cierto es que debe existir una especie de campo energético sutil, una inteligencia creativa, con el potencial de generar formas físicas en el espacio/tiempo. De lo contrario, sería inconcebible que existiera algo tan complejo y dinámico como el universo.
No sé si el lector se ha perdido alguna vez buscando una dirección. Lo que suele ocurrir en estos casos, es que uno se ve obligado a volver al punto de partida para poder orientarse. De igual forma, para averiguar qué somos, cómo, cuándo y de dónde venimos, es necesario retroceder hacia nuestros orígenes más remotos.
El curso habitual que suele tomar esta investigación nos conduce, generalmente, a un callejón sin salida. Es decir, postulamos que nuestro origen es el encuentro de los fluidos corporales de nuestros padres y, como cada uno de nuestros padres es, a su vez, producto una secuencia similar, caemos, inevitablemente, en un círculo vicioso: ¿Qué fue primero, el huevo, o la gallina?
Abordemos el asunto desde un ángulo distinto.
¿En qué momento surgió la sensación de estar vivo, de ser consciente, de ser sensible?
Seguramente, de una manera muy rudimentaria, en el momento de la concepción; ya que el embrión tiene la capacidad de reaccionar ante estímulos irritantes, lo cual demuestra que posee sensibilidad. Pero el hecho es que solemos asociar el principio de la vida con el momento del nacimiento. Ese instante es tremendamente significativo, porque somos expulsados de un entorno extraordinariamente acogedor, como es el vientre de nuestra madre y, expuestos a un medio ambiente hostil y extraño. Somos, como Adán y Eva, expulsados del paraíso.
Ese hecho señala, claramente, un antes y un después. El antes de la plenitud y la seguridad y, el después de la vulnerabilidad y la incertidumbre. Cruzamos una frontera, dejando como constancia de ello el primer llanto; nuestra reacción inicial a la soledad de la vida.
Esa conciencia primigenia, que no posee ningún conocimiento todavía, tiene un potencial infinito para ser condicionada pero, por el momento, es virgen, está en estado de gracia. Su intelecto no está desarrollado, no tiene lenguaje ni pensamiento. Pero el bebé está vivo, reacciona, siente. Es consciente, pero su consciencia carece de contenido. Ese estado de gracia, esa desnuda sensación de ser, es el cimiento sobre el cual se edificará un edificio de conceptos e imágenes, una visión fragmentada de la Unidad, que terminaremos por llamar una “persona”.
Pero – ¿Cómo es esa sensación de ser? Al ser condicionada ¿Pierde su inocencia para siempre?
Una conciencia sin contenido es una conciencia sin pensamientos. Pura presencia, pura percepción, pura inocencia. El bebé es extraordinariamente curioso, todo es nuevo y fascinante para él, de modo que se identifica con lo que percibe, hasta el punto de quedar “hipnotizado” por su entorno. En el vientre de su madre solo él existía, ahora, existen también “otros” seres, “otras” cosas. El quiere conocerlas, quiere tocarlo todo, moverse, explorar, experimentar. Se siente igual de atraído por una serpiente venenosa como por una botella. No tiene miedo, porque no tiene información almacenada en la memoria que le permita discriminar entre lo peligroso y lo inofensivo. No conoce límites. Está abierto a cualquier cosa. Su conciencia es dichosa, fresca, relativamente libre. Aún no conoce la esclavitud del condicionamiento.
En el curso de su desarrollo, esa conciencia virgen es programada sistemáticamente por los “otros”, que no pararán nunca de llenarla de “contenido”: su nombre, profesión, estado civil, religión, cultura, etc.; de manera que la conciencia sin contenido olvida su naturaleza y, se toma a sí misma por la información que le ha sido impuesta.
Esta alienación de sí misma genera una condición subyacente de insatisfacción e intranquilidad. La conciencia termina por perder su frescura, su inocencia y, sin darse cuenta, la vida se le vuelve monótona y sin sentido. Este malestar, eventualmente, la lleva a cuestionar su existencia, examinarse a sí misma, e investigar las razones de su desdicha.
Esto lo hace poniendo en tela de juicio su condicionamiento: creencias, opiniones, costumbres, adicciones, apegos, fobias, miedos, placeres, etc., hasta descubrir que todo eso no es su verdadera identidad, sino una estructura sobre impuesta, una máscara, por la cual se toma equivocadamente. Cuando esa estructura es reconocida como falsa, queda la base sobre la cual se asentaba: la conciencia sin contenido o, sensación de ser. Ese es el único elemento que no puede ser negado: la sensación de estar vivo. Esa es la base de todo el edificio. Y sigue estando allí, enterrada debajo de toda esa programación, esperando a que nos fijemos en ella.
El ciclo de vida del salmón ilustra, en cierto nivel, todo este proceso: Igual que nosotros, el salmón nace del intercambio sexual de dos individuos. A partir de ese momento fluye con el río, descubriendo el mundo acuático al que pertenece, de la misma manera que nosotros exploramos el mundo terrestre que nos rodea. Eventualmente, su viaje lo lleva al mar, donde pasa parte de su vida. Una vez llegada su madurez, un impulso interno, una necesidad íntima, lo induce a dar marcha atrás en busca de sus orígenes, tal como nos sucede a los seres humanos cuando decidimos investigar el por qué de nuestra desdicha.
Finalmente, vuelve al torrente donde nació, pone sus huevos y, se desintegra en el mundo invisible del cual vino. Se des-materializa. A nosotros nos sucede algo parecido, pero nuestra analogía va más allá del ciclo reproductivo. Como los alquimistas, nos estamos refiriendo a una destilación interna que transmuta la inconsciencia en Conciencia, la ignorancia en Sabiduría, la materia en Espíritu y, no necesariamente al hecho biológico de la vejez y la muerte.
El punto de entrada a este territorio desconocido no es otro que la conciencia sin contenido, la desnuda sensación de ser. Ubicarnos en la conciencia sin contenido, significa dejar de prestar atención al contenido de la conciencia y, hundirnos o, anclarnos, en la conciencia misma. Descubrir su sabor, re-conocerla, familiarizarnos con ella, compenetrarnos con ella hasta que, el día menos pensado, la puerta se abra y podamos cruzar al otro lado.
Cuando se atraviesa ese umbral, ya nada es igual. Se ha trascendido la ilusión de ser un individuo. Se ha visto la naturaleza fantasmagórica del mundo material y, lo que queda es Paz, Luz, Amor y Bienaventuranza sin límites.
Hemos entrado al Ámbito Sagrado de la Existencia.