Tras la decisión de las FARC de poner fin a la tregua unilateral el presidente Juan Manuel Santos declaró que su gobierno está pronto para rechazar cualquier ataque de los extremistas.
Parecía que después de las recientes conversaciones de las FARC con Bogotá, las quintas ya en los últimos años, muchos colombianos podrían respirar con alivio. Por fin, pasado medio siglo, en el horizonte se avizoraba una esperanza real de dar al traste con las hostilidades, en las que perecían decenas de miles de personas, se destruían ciudades, se volaban oleoductos. Cualesquiera iniciativas de paz de Bogotá eran ostentosamente frustradas por los cabecillas de los terroristas, que se hacían su agosto saqueando a sus compatriotas. En esto, la cúpula de las FARC se llamaba con desparpajo “amigos y defensores del pueblo”. Cualesquiera conversaciones de paz eran frustradas por culpa suya, puesto que el grupo existía a cuenta de pillajes, violencia y narcotráfico. Por extraño que se pareciera, al Presidente Santos le aconsejaban entrar en conversaciones con las FARC EEUU y la UE que nunca reconocían a los sospechosos “servidores del pueblo” proclives al bandolerismo. Así Santos aceptó el diálogo en afán de hacer las paces con el enemigo de ayer. Primero en Oslo y luego en La Habana. De todos modos, la desconfianza de la mayoría de los colombianos a los bandidos trasnochados no desapareció. En particular porque durante los preparativos para el diálogo de paz, los miembros de las FARC seguían cometiendo ataques a los poblados pacíficos y unidades militares. No era casual que Bogotá dejara en estado de alerta las unidades gubernamentales, que era un paso muy previsor. Pues las FARC no pocas veces cometían sus fechorías a pesar de que prometieron olvidarlos por el tiempo del diálogo.
Pues bien, pese a que la tregua era unilateral no proporcionó nada bueno a las partes en conflicto. Esto se puede explicar, en primer lugar, por los temas de las primeras reuniones, impuestos por la delegación de los insurgentes, que actuaban tan solo en bien propio. Ellos pretendían mantener en sus manos enormes terrenos, en los que no se dedicaban a la agricultura, sino que se adiestraban, instalaban campamentos militares, cultivaban plantas narcóticas para vender drogas en el país y en el extranjero. Hoy, cuando el destino de Colombia y la posibilidad de algunos acuerdos no se han perfilado aún, los bandoleros de ayer no tienen vergüenza de reconocer sus viejos crímenes, tal y como acaba de hacer uno de los miembros de la delegación de las FARC Andrés Pérez.
Después de la primera etapa de conversaciones, los “bandidos de la selva” reconocen que ni piensan en el restablecimiento de la vida pacífica. Su fin consiste en conservar su territorio con campamentos militares, donde seguirán saqueando, expulsarán a los campesinos y harán frente a las tropas gubernamentales. De suerte que hoy los militares colombianos protegen atentamente la parte libre del país. Nadie puede descartar que los insurgentes, ayer “pacifistas”, so pretexto de “readiestramient o” de sus destacamentos, puedan proseguir en la guerra civil que se llevó ya la vida de 600 mil personas. De manera que tras el fin de la tregua la situación en una serie de departamentos (en primer lugar en la frontera con Ecuador) puede agudizarse. Lo que significaría nuevos saqueos, nuevos ataques y nuevos prisioneros…Huelga decir que la pasada ronda de conversaciones en La Habana terminó tristemente. Si ambas partes están sinceramente interesadas en la reconciliación y normalización de la vida, deben continuar el diálogo. Se dice que se reanuden dentro de cuatro días. Sin embargo, de momento nadie sabe si podrán los colombianos respirar con alivio tras la siguiente etapa.
vs/rl
http://spanish.ruvr.ru/2013_01_25/Colombia-las-negociaciones-terminaron-la-situaci-n-se-complica/