El asesinato de la periodista Irina Cherska-Kabánova a manos de su marido Alexéi desató en Rusia fuertes debates sobre la violencia doméstica, sus raíces y métodos de prevención.
Cherska-Kabánova, de 39 años y madre de tres hijos, desapareció en Moscú a principios de enero. Fue su esposo Alexéi, quien puso el grito en el cielo para organizar a través de las redes sociales su búsqueda. Unos días más tarde, la prensa rusa daba en portada la noticia de la muerte de Cherska. Su cadáver mutilado fue encontrado en el maletero de un coche.
Para estupefacción general, el autor confeso del crimen resultó ser el marido de la víctima, el mismo que montó un paripé con la búsqueda de la fallecida para despistar la investigación.
Según datos oficiales, cerca de 14.000 rusas comparten cada año el destino de Cherska. En una de cada cuatro familias se registran casos de violencia doméstica. Son estadísticas del año 2008, pues en Rusia no se realiza un seguimiento del asunto, entre otras razones, porque las víctimas de la violencia doméstica se contabilizan dentro del apartado general de “muertes violentas”. La ley no hace distinciones.
Pese a la popular creencia de que la violencia de género ocurre en familias “problemáticas”, los Kabánov formaban un matrimonio feliz y armonioso, al menos, a ojos de la sociedad. Ella periodista, él fundador de varios negocios de restauración. Ambos jóvenes y guapos. Juntos criaban a tres hijos -el mayor, del primer matrimonio de Cherska – y participaban activamente en los actos de la oposición rusa. Eran muy conocidos en las redes sociales, más incluso que en la vida real.
Los medios rusos enseguida se hicieron eco de la tragedia, analizándola con detalle. Pero los expertos temen que su repentino interés se vaya esfumando con el tiempo, en vez de ayudar a cambiar la percepción de la violencia doméstica entre los ciudadanos.
Según Vera Akúlova, coordinadora de la Coalición moscovita por los derechos reproductivos “Grozd Riabini”, ahora se hace todo lo posible para evitar un debate directo y sincero sobre la violencia intrafamiliar.
“Se emplean todos los argumentos posibles. Dicen que no se puede llamar asesino a un hombre hasta que se emita un dictamen sobre su culpabilidad, que no hay que discutir el asunto por piedad hacia los niños de la pareja, que era un hombre honrado incapaz de cometer semejante crimen, etc.”, asegura Akúlova.
Para la experta, la violencia doméstica es un asunto demasiado “incómodo” para la sociedad actual y todos los intentos de iniciar una discusión sólida al respecto están condenados al fracaso.
Con ella coincidió Anna Zótova, psicóloga y fundadora de un grupo virtual que reúne a mujeres que sufren violencia doméstica y quieren denunciar las actitudes misóginas de sus parejas.
“Habría que cambiar la legislación, elaborar nuevas normas, trabajar con varios especialistas, incluidos psicólogos, psiquiatras, juristas etc. Es un proceso muy complejo, que nadie quiere impulsar”, opina Zótova.
A pesar de que la víctima era conocida, prosigue, el crimen no sacudirá a la sociedad, porque la mayoría de la gente lo percibe como un caso aislado.
“Si te pega, es que te ama”, refrán ruso
La violencia doméstica en Rusia es un problema silenciado. Un secreto a voces. No está bien visto sacar a relucir los trapos sucios.
En la mayoría de los casos, las víctimas ni siquiera comprenden lo que les pasa.
“Muchas mujeres ni siquiera entienden que son víctimas de la violencia cuando sus parejas les humillan, insultan, pisotean su identidad y su vida”, dice Zótova.
El problema es silenciado porque las propias mujeres no lo ven como tal, continúa. La violencia doméstica es algo inherente a la cultura local.
“Hasta que no cambiemos el sistema educativo, hasta que no empecemos a cultivar el respeto hacia la mujer, su autosuficiencia y dignidad, no se podrá hacer nada con la violencia doméstica. Las cosas no cambian porque sí”, sostiene la psicóloga.
Akúlova, militante del Grupo Feminista de Moscú, está de acuerdo. La clave para comprender la situación está en la cultura.
“En nuestra sociedad prevalecen los estereotipos de género, donde el hombre es el quién lleva los pantalones y la mujer le obedece. Por eso el llamado sentido común justifica la violencia contra las mujeres, con argumentos como “es culpa suya”, “le habrá provocado”, “le comió la cabeza”, explica.
En su opinión, la sociedad rusa tiende a ponerse de parte del maltratador y así deniega a las víctimas la posibilidad de un juicio justo.
“Más vale prevenir que curar”
“No hacen falta conocimientos especiales (para protegerse), lo que sí hay que hacer es respetarse a sí misma”, aconseja la psicóloga Zótova.
Solo de ese modo la mujer evitará verse atrapada en una relación con un “tirano casero”.
La literatura especializada también puede ayudar a no caer en una relación destructiva y, en su caso, indicar cómo salir de ella con el menor daño posible.
La sensatez es otro “ayudante” en el camino hacia la felicidad femenina.
“Ojo con los hombres que parecen ideales. Nadie es perfecto. Si es tan impecable, probablemente oculta algo, puede que simplemente esté jugando un rol. No caigan en esta trampa”, advierte.
Por su parte, la feminista Akúlova exonera a la mujer de cualquier responsabilidad en situaciones de violencia y maltrato.
“Solo una persona, el maltratador, puede prevenir la violencia. Si aconsejamos a las mujeres cómo deben comportarse es como si justificáramos la violencia. La víctima carece de recursos para controlar la situación, pues la violencia radica precisamente en eso”, señala.
Añade que el único consejo que sí puede dar en esta situación es el de tener mucho cuidado a la hora de empezar una relación con alguien que tiene un carácter violento y terminarla lo antes posible si la pareja ya se ha formado.
“Aunque, desgraciadamente, muchas veces aplicar esta máxima en la práctica es extremadamente difícil. Es lo que sucedió en el caso de Irina…”, concluyó.
Nota
Alexéi Kabánov, a la espera de ser sometido a un examen psiquiátrico, enfrenta cargos de homicidio contemplados en el punto 1 del Art. 105 del Código Penal de Rusia, que se castigan con una pena de 6 a 15 años de cárcel.
Por Anush Janbabyan