- Por temor a una agresión de los militares contra el presidente de la República, el servicio de seguridad de la presidencia ordenó neutralizar las armas utilizadas en la ceremonia de felicitación de año nuevo a las fuerzas armadas, realizada el 9 de enero de 2013 en la base de Olivet.
- © Presidencia de la República Francesa
Las aventuras militares de Nicolas Sarkozy y de Francois Hollande en Afganistán, Costa de Marfil, Libia, Siria y ahora en Mali han desatado una viva polémica en el seno de las fuerzas armadas francesas. Y la oposición que han encontrado ha llegado a un punto crítico. Veamos algunos ejemplos:
En 2008, en momentos en que el entonces presidente Nicolas Sarkozy acababa de modificar la misión de los soldados franceses en Afganistán para convertirlos en una especie de milicia bajo las órdenes de las fuerzas de ocupación estadounidenses, el general Bruno Cuche, jefe del Estado Mayor de las fuerzas terrestres francesas, se negó a enviar tanques Leclerc. La crisis fue tan grave que el presidente Sarkozy aprovechó el primer pretexto que apareció para obligar al general Cuche a dimitir.
En 2011, fue el almirante Pierre-Francois Forissier, jefe del Estado Mayor de la Marina, quien expresó públicamente sus dudas sobre la operación emprendida contra Libia, operación que –según el almirante– alejaba a las fuerzas armadas francesas de su misión fundamental, que es la defensa de la Patria.
En 2012, el general Jean Fleury, ex jefe del Estado Mayor de la fuerza aérea, fue más explícito aún al señalar que Francia no tiene la vocación –ni tampoco los medios necesarios– para atacar Siria.
Durante los 5 últimos años, entre la mayoría de los oficiales superiores franceses –que a menudo son católicos muy practicantes– ha surgido la profunda convicción de que los presidentes Sarkozy y Hollande han puesto el poderío de las fuerzas armadas francesas al servicio de intereses privados o de intereses extranjeros, estadounidenses e israelíes.
Lo cual se confirma al analizar la organización misma de las recientes operaciones militares de Francia en el exterior. Desde 2010, la mayoría de esas operaciones han escapado al control del jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas francesas, el almirante Edouard Guillaud, para caer bajo el mando del general Benoit Puga, que tiene su oficina en la sede de la presidencia.
Este paracaidista, especialista en operaciones especiales y espionaje, simboliza simultáneamente la dependencia de Francia hacia Israel y la renovación del colonialismo. Fue el general Puga quien supervisó, en Egipto, la construcción del Muro de Acero que completa el encierro de la franja de Gaza, transformando ese territorio palestino en un inmenso ghetto.
Ya se sabe que a Nicolas Sarkozy no le gustaba tener que tratar con los militares. Francois Hollande les huye. Por ejemplo, cuando viajó al Líbano –el 4 de noviembre de 2012– para pedirle al presidente libanés Michel Sleimane que apoyara la guerra secreta contra Siria, Hollande no incluyó en su agenda un espacio de tiempo para ir a saludar a los soldados franceses de la FINUL [1]. Ese ultraje no es una muestra de desprecio sino de temor al contacto con la tropa.
La crisis de confianza ha llegado a un punto en que el servicio de seguridad de la Presidencia de la República Francesa teme que algunos militares lleguen a atentar contra la vida del presidente. A tal extremo que, el 9 de enero de 2013, durante la presentación de las felicitaciones presidenciales de año nuevo a las fuerzas armadas, en la base del 12º Regimiento de Coraceros de Orleans, los responsables de la seguridad del presidente exigieron la neutralización de todas las armas utilizadas en la ceremonia. Para ello se retiró el percutor a los fusiles de asalto y ametralladoras, e incluso a las pistolas de los oficiales. Toda la munición fue además confiscada y almacenada en recipientes sellados, medida nunca tomada hasta ahora desde la época de la crisis de Argelia, hace unos 60 años.
Mientras Francois Hollande declaraba que «la comunidad militar es una familia, con sus [elementos] activos y de reserva (…) de la que conozco la estabilidad, la solidaridad y de la que además aprecio el sentido de la disciplina, de la cohesión e incluso de la discreción», el comportamiento de su servicio de seguridad desmentía sus palabras. El presidente francés tiene miedo de sus fuerzas armadas, incluso desconfía de sus soldados porque sabe que no tiene cómo justificar las misiones que les asigna.
Esta crisis no puede más que agravarse si el presidente de la República Francesa persiste en su voluntad de extender las operaciones secretas al territorio de Argelia. A raíz de la eliminación del servicio militar obligatorio y como resultado de la profesionalización de las fuerzas armadas francesas, son numerosos los soldados provenientes de familias musulmanas de origen argelino. Es evidente que esos soldados no pueden dejar de reaccionar emotivamente ante el proyecto de recolonización orquestado contra la patria de sus padres.