Una colaboración de lalunagatuna
Se aconseja escuchar la música mientras se lee el artículo
Los calendarios con sus números son, a veces crueles recordatorios, según van cambiando cada día los fantasmas arrogantes de viejas heridas aún sangrantes nos vuelven a morder sin piedad. Pasan inexorables los años, pero siempre despiertan los malditos recuerdos a flor de piel que pensábamos adormilados y sin darnos cuenta subimos una y otra vez nuestro particular Golgotah con una cruz a cuestas, cada vez más pesada… Llevamos aquella cruz encarnada con nosotros cada día, forma parte de nuestra vida, no hay aprendizaje fácil pero en según qué momentos se hace insoportable de llevar…Nos agotamos y exánimes queremos parar el tiempo, quedarnos en posición fetal y escondidos de nuestros demonios para encontrar un poco, sólo un poquito de paz.
El dolor del alma es tan denso que nos es imposible avanzar o recular, entonces nos quedamos quietecitos hasta que pasa el dolor hecho furia, salimos más desgastados del ataque brutal, más propicios a la desesperanza… El dolor agudo de nuestro pecho nos impide respirar de forma normal, las lágrimas, fuente inagotable de sabor salado acuden sin razón…Una palabra y se abren las esclusas a raudales e imparables invadiendo nuestro espíritu y ahogando nuestro cuerpo, lloramos, pataleamos, nos enfadamos y nos retorcemos en un infierno sin salida…Acuden viejos verdugos otrora bendecidos, disfrazados con capas carmesies y pinchos que nos taladran el alma y ni siquiera nos quedan fuerzas para ponernos a salvo, el cuerpo demasiado castigado para defenderse y el alma emitiendo los últimos estertores de la deseada agonía. Pero no te mueres, por mucho que llames a doña Guadaña sigues aquí, los días al igual que el tiempo corren, cambia el calendario y pasa aquel día tan funesto.
Entonces recuperas el aliento, los fantasmas se diluyen, la cruz es más ligera y reemprendes el camino buenamente, sabes que andas como los corderos al matadero, un año más que te escapas…Luego vienen las preguntas: ¿Hasta cuándo? ¿Porqué? y la famosa frase ¿Qué he hecho para merecer esto? y piensas: pero no me merezco tanto dolor, luego recapacitas con mentalidad de neonato recién reincarnado “bueno, lo tengo que asumir, es mi destino” Te rebelas (a nadie le gusta sufrir) pero se pone en marcha tu instinto de supervivencia y sigues adelante, ahuyentas tus fantamas, te quedas con lo bueno que vivíste y tiras como puedes, afianzas la cruz en tu espalde y sigues con la esperanza que nada en esta tierra es eterno, confías que algún día te podrás liberar de estos seres malvados que envenenan tu vida, que intentan impedir tu crecimiento para no presentar unas manos vacías cuando te llegue el momento. Sabes que has de hacer los deberes, es tu cometido en esta etapa, has fallado muchas veces pero redimirse es posible, eres un ser humano lo que incluye fallos pero prefieres guíarte desde la ternura y el consuelo, a tí te parece que has llenado el cáliz, que tienes derecho a la paz y al amor.
Cuando te has recuperado un poco, más maltrecho que el año anterior y un poco más viejo y débil viene la inevitable duda: ¿Cómo rememorar una parte de tu vida puede ser tan desgarrador? Amaste más que a tí mismo la persona ligada a éste particular recuerdo, eras correspondido sin embargo resulta a ratos tan doloroso que maldices el día en que os conocísteis, te sientes maltratado por tu propia existencia que se te antoja un estrepitoso fracaso. ¿Porqué no hace aquel ser algo para mitigar tu desesperanza? ¿No posee ahora todo el conocimiento, el poder cósmico del amor infínito? Le hablas, le suplicas un poco de ayuda lo mismo que un animal cansado herido de muerte, te encabritas como los viejos caballos, sueltas palabras hirientes para llamar su atención, sólo te contesta el silencio roto por los latidos de tu corazón desbocado y el zumbido en tu cabeza cansada de preguntas sin respuestas. Y eso calendario tras calendario, mismas fechas tras mismas fechas…
Cuando al cabo de unos indefinidos días todo vuelve a la normalidad sabes perfectamente que somos nosotros mismos los culpables de nuestro sufrimiento. Ningún ser amado vuelve disfrazado de fantama vengador y sediento de la sangre de nuestra alma por una razón muy sencilla que no podemos ver en ciertos momentos cegados por la más cruel aflicción e incapaces del más elemental entendimiento: el amor cuando es auténtico es eterno, así de simple. Somos personas, seres terrenales y cuando nacímos todas los sentimientos, sensaciones y demás estaban incluidas en el lote, virtudes y defectos, lágrimas y risas son la esencia básica de nuestro crecimiento. Vuelves a sentir como de nuevo te invade la paz y la razón, recuperas las ganas de continuar el camino, un poco más cansado pero esperando que el calendario siguiente sea más benévolo. Y piensas de nuevo con infínita ternura amorosa en aquella persona que fue y sigue siendo el eje de tu vida, le haces la promesa (falsa por supuesto) que en el próximo calendario se omitirán ciertas fechas y días, que se alegre por tí, que no sufra si te ve sufrir, que ya puede partir sin olvidarte, que algún día llegará la reunión tan ansiada. Porque sabes muy bien que éste maravilloso ser se llevó sin querer la mitad de tí mismo o más bien se la díste para seguir con ella.
Hasta que un día, exangüe por haber vivido tanto te quedas como flotando entre la realidad y el sueño, en un mundo cómodo y relativamente feliz donde no tienen cabida los calendarios. La eternidad no entiende de tiempo, ella lo es.