Por una ropa limpia de explotación Por Inés Benítez Leer las etiquetas de procedencia de la ropa, informarse sobre la explotación laboral textil en países pobres y preguntarse cómo pueden ser tan baratos ciertos productos son los primeros pasos para convertirse al consumo responsable de vestimenta.

MÁLAGA, España, feb (Tierramérica) – La explotación laboral que practica la industria globalizada de la vestimenta no es un secreto para el público consumidor español. Pero los precios bajos, los bolsillos magros y el poder de las marcas ejercen una poderosa disuasión contra el consumo responsable.

“Sabemos lo que pasa, pero qué vamos a hacer: en estos tiempos de crisis lo poco que compras lo tienes que comprar barato”, se justifica Virginia al salir de una tienda de un gran centro comercial en la sureña ciudad de Málaga. “¿Aquella ropa viene de Bangladesh, no?”, pregunta, señalando un escaparate cercano.

Para la coordinadora de la Campaña Ropa Limpia (CRL) en España, Eva Kreisler, es “repugnante” que las trabajadoras que confeccionan prendas para grandes corporaciones en países como Bangladesh “subvencionen el bajo costo de producción de las empresas y el bajo precio de los consumidores” a costa de salarios miserables y precarias condiciones laborales.

Los ciudadanos “son más conscientes que antes” de los abusos a los trabajadores en la industria textil, “pero aún queda mucho por hacer”, considera Kreisler. “El problema de la explotación laboral es estructural” y amerita “medidas estructurales” de las grandes empresas.

La CRL no promueve boicots a la compra de ropa de ciertas marcas, pero llama a los consumidores a cuestionar a las empresas y a participar en las campañas de presión que organiza a favor de mejores salarios textiles y respeto a los convenios internacionales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Presente en 14 países europeos, la CRL es una red internacional de organizaciones no gubernamentales, de consumidores y de sindicatos de Asia, África, Europa oriental y América Latina.

Lourdes lleva 11 años como dependienta de una tienda del grupo español Inditex, el mayor conglomerado textil del mundo y propietario de las cadenas de tiendas de moda Zara, Pull & Bear, Massimo Dutti, Bershka y Stradivarius, entre otras.

Pero la vendedora no sabe qué es un código de conducta, e ignora si la empresa lo tiene o lo aplica. Ningún cliente le ha preguntado nunca sobre la procedencia de la ropa y reconoce que ella misma compra sin leer las etiquetas.

Tierramérica la interroga sobre las condiciones laborales de quienes confeccionaron las prendas, como un vestido negro “made in Romania” y una camiseta sin mangas “made in Turkey”, colgadas en un expositor cercano. “Eso no lo sé. Los trabajadores aquí estamos contentos en la empresa”, contesta.

En los últimos meses se desataron tres incendios en fábricas de Bangladesh que confeccionan vestimenta para Inditex, GAP, H&M y Levi’s, entre otras marcas. El resultado fueron cientos de trabajadoras muertas.

En el último, el 26 de enero, murieron siete mujeres, cuatro de ellas de 17 años, lamenta Kreisler, partidaria de que las empresas con factorías en ese país se unan a un programa de seguridad propuesto por los sindicatos locales e internacionales para prevenir siniestros. Dos días después, Inditex señaló que se desvinculaba de sus proveedores en ese país

Noventa por ciento de la fuerza laboral de esas fábricas es femenina, muchas veces “proveniente de áreas rurales y desconocedora de sus derechos”, sostiene Kreisler. Y allí se respira un claro ambiente antisindical: “Solo uno por ciento de los trabajadores de Bangladesh están sindicalizados”.

“Hay trabajadores muriendo por producir la ropa que lucimos”, sentencia.

Adquirir ropa limpia de estas injusticias puede costar un poco más. Y el poder adquisitivo de los españoles registra bajas históricas.

“El otro día estuve en una tienda de comercio justo y solo pude mirar, porque los precios eran caros”, dice la compradora Virginia a Tierramérica frente a un escaparate que anuncia descuentos de 70 por ciento en plena temporada de rebajas.

María, dependienta de una tienda de cosméticos, antes era más selectiva con sus compras en función de la procedencia de las prendas. “Pero ahora no”. Y la razón es simple: hay menos dinero.

Mercedes deambula entre mostradores de ropa con carteles de “todo a 3 euros”. Ella asegura que lee las etiquetas de las prendas, sabe por la prensa de casos de explotación y se pregunta “¿cómo pueden ser posibles precios tan bajos?”.

El poder de las grandes empresas para exigir costos bajos repercute en las trabajadoras de la confección en los países proveedores, explica Kreisler.

Para ella no vendría mal un “cambio de mentalidad” en el consumo de ropa, que muchas veces es “compulsivo e innecesario” y esclavo de la moda.

Pero la crisis luce también otras caras. “Ha hecho que la gente se interese más por la ropa de segunda mano”, explica a Tierramérica el periodista Pepe Morales, que además dirige desde hace un año y medio una tienda de este tipo de prendas en la capital malagueña.

El comercio de ropa de segunda mano no está muy extendido en España, a diferencia de Gran Bretaña y los países nórdicos, “pero este es un buen momento para que las cosas cambien”, asegura a Tierramérica la coordinadora de la Asociación Española de Recuperadores de Economía Social y Solidaria, Laura Rubio.

La asociación es una plataforma de entidades sin ánimo de lucro que realizan servicios de gestión ambiental, como reutilización y reciclaje de ropa, para ayudar a la inserción laboral de personas desfavorecidas.

“Intentamos alargar la vida útil de la ropa fomentando su reutilización” a través de un circuito de tiendas de segunda mano, explica Rubio.

En Málaga, la Fundación Cudeca, de cuidados del cáncer, cuenta con una decena de tiendas benéficas de ropa de segunda mano que se abastecen de donaciones y cuyas ventas contribuyen a financiar un hospital de cuidados paliativos.

La británica Katie O’Neill, coordinadora de estas tiendas sostenidas por más de 400 voluntarios, indica que “hay que darle una segunda vida a la ropa”.

“No hay que tirar la ropa a la basura. Daña el ambiente. La que descartamos debemos depositarla en contenedores destinados a reciclaje de textiles”, recuerda mientras un hombre entrega a una voluntaria una chaqueta “que está impecable”.

Según comerciantes consultados por Tierramérica, la crisis también ha hecho resurgir establecimientos de arreglos de prendas y zapatos, cada vez más demandados por consumidores que buscan alargar el uso de prendas y calzados.

http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=102349

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