Teoría del pobre

Una colaboración de lalunagatuna

Algo decíamos el pasado día de los pobres, pero sería mejor no confundirlos con aquellos que meramente pasan penuria. Así como su opuesto tampoco son meramente los ricos.

Sostenía Pericles en su “Oración fúnebre” que los atenienses no despreciaban a quienes vivían en la pobreza, sino a los que no hacían nada por salir de ella. El reproche tenía así fondo ético, de carácter, y no dependía en absoluto de un criterio cuantificador. El pobre, lo que llamamos pobre, es la suma del pobre desposeído más el pobre resignado y pusilánime. Y, siendo rigurosos, únicamente cuando se da el segundo apodamos de esa manera a quien nada tiene. El no tener puede ser una condición o una circunstancia, dependiendo de lo que cada uno haga con ello.

Platón no dejó entrar en su república ideal (pero no irreal) a los inclinados a la posesión, por la sencilla razón de que sus intereses se opondrían a los comunes, como no puede ser de otra manera. El sesgo ético de Pericles se extiende aquí a la posesión. Como también en la parábola de los talentos del Evangelio, en la que se castiga al que no hace nada con lo que tiene (o sabe) y la pobreza acaba sentenciada como una riqueza estéril y sin compromiso con nadie, de tal modo que “al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que no tiene se le quitará”. Hay, por tanto y también, una pobreza del tener.

Así que pobre, por ahora, es el que no hace nada con lo que está obligado a hacer algo. Es decir, un rico de cuenta corriente puede ser pobre de solemnidad, además de ser condenado al ostracismo, o cumplir en la ciudad el papel de un paria.

Pero quizá lo más convincente derive de aquel momento en que Aristóteles define la felicidad como hacer lo que cada uno mejor sabe hacer (aquí sigue a su maestro Platón), porque “se basta a sí mismo”. O sea, la felicidad consiste en hacer las cosas que procuran satisfacción y placer por el mero hecho de hacerlas. Esta exclusión de la riqueza material de las formas de felicidad es, por supuesto, ajena a nuestro mundo, en la que el dinero parece representarla en la práctica.

No cuesta mucho, sin embargo, deducir que quien hace cosas que se bastan por sí mismas, no necesita introducir otros elementos en la definición de la felicidad. Y si, de todos modos, hubiéramos de relacionar riqueza y felicidad lo único que podría afirmarse, considerando lo anterior, es que rico es aquél que tiene algo que nadie le puede quitar. Si lo que tienes, aunque sea mucho o muchísimo, es algo que te pueden arrebatar, entonces eres pobre como las ratas.

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