EL PÁJARO DE LA RISA…Hermoso y profundo cuento de Mario Satz

Se aconseja escuchar la música durante la lectura del artículo

 

En cierto lugar de Africa se narra, para combatir la miseria y el tedio, una y otra vez una leyenda llamada El pájaro de la risa  que dice que, habiendo perdido, rey y reina de un tribu, la alegría de vivir, el deseo de compartir y el gusto de la mutua caricia, comenzaron a empalidecer y a enfriarse tanto que, incluso en la época más tórrida del año tiritaban uno junto al otro sin saber qué haber para remediarlo. Por otra parte, como su ascendencia sobre los demás, su influencia sobre los clanes era tan fuerte,  casi todo el mundo había caído en una suerte de helado sopor emocional que los privaba tanto de las palabras cotidianas como de los compartidos silencios de los juegos íntimos. Fueron  las ancianas, dice la leyenda, quienes decidieron que un niño y una niña, escogidos entre todos por hallarse en mejor estado de salud que el resto, se encargaran de buscar a Guisguis, el Pájaro de la Risa ( la abubilla o Upupa epops ); para lo cual tenían que ir al mercado de los pájaros, famoso por el exotismo de sus huevos casi tanto como por el bullicio que hacían sus dueños, y comenzar ahí sus pesquisas.

Los niños llegaron al mercado cuando éste se hallaba en plena ebullición. Establecido a orillas de un lago, en él coexistían, charlaban y cambiaban pareceres aves de agua dulce y especies migratorias, voltúridos y limpiadores de parásitos de los cocodrilos. En verdad, allí no se vendían ni compraban huevos sino que se intercambiaban cantos y silbos, cuyos tonos y gorjeos, según dicen, distribuyen las rutas de los vientos. Tanto poder tiene la música sobre el tránsito de lo que no se ve. Decididos y valientes los niños preguntaron a una cigüeña por Guisguis, pero la pobre no tenía la menor idea de quién era el Pájaro de la Risa. Más tarde y sucesivamente indagaron por su existencia ante el pavo, el calao y la pita. Interrogaron a la suimanga y el turaco. Aunque las respuestas no fueron del todo evasivas, unos los enviaban a ver a otros, y éstos los reenviaban a consultar a los primeros, como si, juntos y por separado, se negaran a confesar algo secreto. Molestaron después a un picabueyes piquirrojo que hacia la limpieza de orejas de una gacela y el higienista los mandó de paseo. Ante un charco de agua no muy limpia, una pintada pareció sonreírles. Pero tampoco ella sabía nada del Pájaro de la Risa. Deambularon largo rato entre el alcaudón y el gavilán. Presenciaron una fiesta de grullas y observaron la puesta de sol en sus crestas enamoradas, pensando que tal vez por ese motivo esas aves sabrían orientarlos en su búsqueda. Pero la nada llamaba a la nada.

Muchos meses pasaron, y mientras los niños iban de aquí para allí en su aldea crecían el tedio y la indiferencia. Gris, la rabia extendía una finísima malla de rencores entre quienes pensaban que era injusto que todos tuvieran que pagar por el fracaso de dos, por más rey y reina que fuesen. Venían las lluvias y pasaban de largo; salía el sol y las nubes lo tapaban justo por encima del poblado. El mijo no sabía a nada y el agua para beber era más turbia cada día. Espesando las horas, el tiempo transcurría para esas gentes como una maldición. Por fin, cierta mañana, sobre una acacia espinosa, los niños encontraron a la abubilla que llamaban el Pájaro de la Risa. Como la reina y el rey, a quienes les habían contado cómo era, la describieron del color de la miel, con alas negras y blancas,  y el pico largo, los buscadores la reconocieron de inmediato. Saltaba de rama en rama con una agilidad de pulga y un orgullo vivo. Los niños se arrodillaron ante el Pájaro de la Risa solicitándole un favor:´´ Queremos que vengas con nosotros a nuestro pueblo-le dijeron-pues el rey y la reina están tan aburridos y su vida se ha vuelto tan insulsa, que de sus cabezas para abajo languidecemos todos´´. Por toda respuesta la abubilla abrió el abanico de su cresta y guardó unos instantes de silencio. Parecía pensar cuando, en realidad, miraba un punto fijo en el cielo, buscando, tal vez, alguna oscura referencia en su memoria.´´ La respuesta está en los dedos-chilló-si los dedos están en las manos, las manos en los brazos y los cuerpos en las personas que les corresponden.´´

Por descontado que a los niños esa respuesta no les dijo nada, de modo que abrieron sus bocas con estupefacción y no poco desánimo. ´´Pero, veamos-inquirió el niño-¿tienes o no tienes tú la risa salvadora?´´ Guisguis se rió, claro está, como correspondía hacerlo, pero dado que no le gustaban demasiado los seres humanos y menos aún los reyes, se volvió de espaldas y lanzó un tenue chorro de excrementos hacia los visitantes. ´´¿Es ésa tu respuesta?-preguntó la niña-,¿por cosa tan estúpida hemos recorrido el bosque y la sabana?´´ Tras mucho esperar, seguir su camino, retroceder y avanzar, dormir y despertar a sus pies, los niños consiguieron por fin que la abubilla consintiera en acompañarlos. Eso sí: debían regresar cantando una canción y quienquiera se equivocase en el menor tono o letra frenaría de inmediato la marcha. La canción decía: ´´Hut hut hut te toco a ti, hu hut hut me tocas a mi/ si sabes dónde me harás reír/, si sabes cómo nos vamos a divertir.´´ Considerando que la canción estaba en lengua de abubilla y el acento del Pájaro de la Risa no era, precisamente, claro y comprensible, los niños vieron su camino de regreso interrumpido cien veces debido a los errores de dicción. Para detentar la sabiduría de algo tan cómico y ligero como la risa, el ave aquella parecía demasiado rigurosa y exigente.

Cuando llegaron a la aldea todo el mundo estaba recostado contra troncos o paredes, tirado en el suelo, somnoliento o dormido junto a fuegos mal apagados. La abubilla revoloteó sobre la casa de los reyes y los hizo salir con una tremenda carcajada seguida de un chorro de excremento que fue a dar en el ojo izquierdo del monarca. El olor del excremento era tan espantoso que todos,  hasta el más pequeño, se llevaron las manos a la nariz. La abubilla les dijo a los niños que reunieran a todo el pueblo en el centro de la aldea pues quería hablarles. De mala gana, débiles, aturdidos por tanto sopor y aburrimiento, las gentes se agruparon formando un círculo y dejando a los niños en el centro.´´ Para empezar-dijo la abubilla-sólo hablaré si alguien encuentra el peine de luz que estaba pasándome por la cabeza cuando algún entrometido abrió la puerta de mi espejismo. Era, soy todavía, debajo de esta apariencia, la Doncella Sonrisa, pero me llaman Pájaro de la Risa porquedesde que rompieron mi espejismo no hago más que buscarme a mi misma. Sé que será difícil volver a ser la que era, pero el sol me dijo que si aliviaba a otros cuando me lo pedían, se acortaría el tiempo de mi sortilegio.´´ Las protestas se extendieron como un reguero de susurros entre pecho y pecho. ¡Había que volver a salir en busca de algo, no se acabaría nunca el movimiento, jamás la desazón! ´´Un momento-gritó el niño-, sé que estamos cansados y desanimados, pero la pereza es mala consejera. Si nadie quiere ir iré yo´´. ´´Y yo también´´, agregó la niña.

En determinados lugares de Africa, y en la estación seca, los espejismos crecen en el horizonte como hongos líquidos, semejantes a extensas láminas de agua falsa. Parece entonces que la tierra entera hierve y que el sol escupe polvo sobre ella. Era lógico, dijo la abubilla a quien llamaban el Pájaro de la Risa, que habiendo perdido su peine en un lugar así comenzaran a buscarlo entre los espejismos, y que, una vez hallado,  y si lo hallaban, envuelto en las cáscaras de un huevo de avestruz, lo trajeran al poblado cantando la canción que ella les había trasmitido.  Con tanta resignación como entereza los niños se pusieron en camino una noche sin luna y al amanecer del segundo día llegaron a la cuarteada llanura de los espejismos. Llevaban consigo grandes sonajeros y lanzas para apartar a las fieras, y de sus cuellos colgaban, protectoras, dos plumas de la Doncella Sonrisa.  El viaje no los alegraba demasiado y aquel paisaje aún menos. Los espejismos eran tantos y tan variados que comenzaron a sospechar que era cierto-como dijo la abubilla-, que estaban hechos de puertas transparentes que se abrían hacia otra realidad.  Cuando creían, por fin, haber llegado al corazón de una de esas brillantes ilusiones, ocurría que se les esfumaba de la vista como los párpados cuando se repliegan hacia las órbitas del ojo. La abubilla, empero, y para ayudarlos, les había dado una contraseña en forma de acertijo que decía así : ´´ O vez el horizonte debajo de tus pies o nunca cesará de alejarse.´´

Fue la niña quien, fatigada de tanto andar y andar, lo resolvió: ´´Quedémonos quietos-dijo-.Puede que a cierta hora, en un instante determinado del día, el espejismo que buscamos asome por la punta de nuestros pies y, dentro de él, encontremos el peine de luz del Pájaro de la Risa, o sea de la Doncella Sonrisa.´´ Dicho y hecho. Bebieron diez sorbos de agua cada uno y durmieron hasta que el crepúsculo tiñó todo de un color de ala de flamenco. La niña se despertó, miró el suelo y vio la piedra blanca de bordes estriados en la que parecía estar, guardado bajo un tiempo fósil, el peine de luz. ´´¿Estás segura de que está ahí?´´ .´´ Hut hut-cantó la niña-hut hut hut´´, decidida a no espantar la belleza de ese hallazgo. Con sumo cuidado introdujeron la piedra con el peine de luz en el interior de la cáscara de huevo de avestruz y retornaron al poblado.

La abubilla dio una voltereta abriendo y cerrando su cresta nerviosa pero también feliz de que los niños hubieran dado con su delicado instrumento de cosmética personal. Tomó la piedra con el pico, extrajo el peine, lo tomó con una de sus alas y comenzó a peinarse la cresta con auténtica furia, como si quisiese reducir con prisa el tiempo de condena y deshacer de golpe el hechizo que la encerraba en esa forma.

Y entonces ocurrió el milagro: la aldea íntegra, las casas y los perros, las gallinas y los cacharros de cocina, deformándose, vaciándose de pena y llenándose de vida, entraron en un espejismo a través del cual cada miembro de la comunidad fue primero un animal de la selva, luego alguien de otra raza y otra región, y finalmente los cuerpos de unos en las almas de los otros, de tal modo que, transformada en una casi impalpable doncella Doncella Sonrisa, de un color blanco más deslumbrante que la sal marina,  titilando como la espuma, sinuosa como la leche a punto de devenir manteca,  con el aspecto de una criatura maravillosa y al mismo tiempo irreal, viendo todo aquel desbarajuste la ex-abubilla les dijo. ´´Habéis perdido la risa, ahora lo sé, porque cada quien quería ser otro . Estabais donde no erais y erais donde no estabais´´, explicado lo cual fue directamente hacia los reyes y les señaló los puntos precisos del cuerpo en los cuales se ocultaba la risa.

Y fue así como se recobraron, dice el cuento,  las cosquillas, y con ellas el tacto, el amor y la diversión. No obstante, deshecho que fue el espejismo, el pueblo observó que los reyes se alejaban transformados en una pareja de fantasmas  tan viejos como el abuelo de las tortugas, y que, en su lugar, era la pareja de niños la que reinaba. Curiosamente, sus rostros eran iguales a los de los reyes, de tal modo que nunca  se llegó a saber si la impresión de vejez había sido producto de la tristeza ambiente, o si la condición real imponía un mismo tipo de cara en todas partes.

Entretanto, el Pájaro de la Risa, no pudo, por desgracia para él, retener el peine de luz y con él su forma anterior de Doncella de la Risa, por eso le quedó, desde entonces, y  en la cabeza,  la memoria despeinada de ese hecho, y allí donde va, de techo en techo y de granero en granero, repite hut hut huttratando de que alguien la necesite lo bastante como para que, ayudando a otros,  pueda recuperarse a si misma. El cuento agrega que cuando la abubilla se alejó no olvidó decirles a los hombres y a las mujeres que guardaran los trozos del huevo de avestruz en un sitio seguro, por si acaso debían volver a partir en busca del milagroso peine que, con el constante rodar de las piedras tras el lavado de las lluvias, acabó por perderse en alguna sinuosa y ocre riada de las que habitualmente se producen en Africa tras las fuertes y súbitas rociadas estacionales.

Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Kabbalah y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Kabbalah con su profesión de escritor.

Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.

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