Aunque se suele pensar que el amor por la música y por la armonía musical es algo innato al ser humano, un estudio reciente sugiere que en realidad es fruto del aprendizaje. En la investigación, un programa de formación musical permitió a los participantes comenzar a valorar combinaciones de notas que, de otra manera, les habrían parecido disonantes.
El investigador Neil McLachlan, de la Facultad de Ciencias Psicológicas de dicha Universidad explica que teorías previas han señalado que la apreciación humana de la música tiene su origen en las propiedades físicas del sonido, en el propio oído y en una habilidad innata para escuchar la armonía.
Sin embargo, “nuestro estudio demuestra que la armonía musical se puede aprender, simplemente entrenando al cerebro para que interprete sonidos “, asegura McLachlan en un comunicado de la Universidad de Melbourne.
El investigador concluye, además que si pensamos “que la música de alguna cultura exótica (o el Jazz) suena como un aullido de los gatos, simplemente es porque aún no hemos aprendido a escuchar sus patrones”.
En su investigación, cuyos resultados han aparecido publicados en el Journal of Experimental Psychology: General, McLachlan y sus colaboradores sometieron a 66 voluntarios a un programa de formación musical y después probaron su capacidad para oír determinadas combinaciones de notas, con el fin de determinar si las encontraban familiares o hallaban en ellas sonidos agradables.
“Lo que descubrimos fue que la gente necesita estar familiarizada con sonidos formados a partir de combinaciones de notas, antes de poder distinguir notas individuales. Si no podían distinguir dichas notas, encontraban los sonidos disonantes o desagradables “, explica el científico.
“Este hallazgo da un giro a teorías sostenidas durante siglos que han señalado que las propiedades físicas del oído son las que determinan el atractivo de los sonidos musicales”, explica por su parte Sarah Wilson, de la Escuela de Ciencias Psicológicas de Melbourne y coautora de la investigación.
Wilson explica que de este modo se ha constatado que “las personas entrenadas para la música son mucho más sensibles a las disonancias que las que no están entrenadas”.
“Cuando no pudieron distinguir las notas, los músicos informaron de que los sonidos les resultaban desagradables, mientras que los no-músicos fueron en general mucho menos sensibles a los sonidos”, añade la investigadora.
“Esto pone de relieve la importancia del entrenamiento del cerebro para poder valorar variaciones particulares de combinaciones de sonidos, como las que encontramos en músicas como el jazz o el rock.”
Dependiendo de la formación musical de cada individuo, un acorde o un sonido extraño puede parecer agradable o, por el contrario, muy desagradable, concluyen los científicos.
Neil McLachlan, David Marco, Maria Light, Sarah Wilson. Consonance and Pitch. Journal of Experimental Psychology: General (2013). DOI: 10.1037/a0030830.