Dice el presidente de la compañía de neumáticos Titan, el estadounidense Maurice “Morry” Taylor Jr., en sutremenda carta al ministro de Recuperación industrial francés:
“El granjero francés quiere ruedas baratas. No le importa nada saber si las ruedas vienen de China o de India, y si esas ruedas están subvencionadas. Titan se comprará un fabricante de ruedas chino o indio, pagará salarios de menos de un euro a la hora y exportará todas las ruedas que necesita Francia. En cinco años, Michelin no podrá producir ruedas en Francia. Pueden ustedes quedarse con sus así llamados obreros”
Difícil encontrar un resumen más conciso y certero de la ideología capitalista. En estas breves líneas encontramos las líneas básicas que han llevado el sistema a convertirse en este distopia a la que parecemos abocados:
- Reducción del papel del consumidor al de comprador de productos baratos. Ningún otro factor influye en su decisión de compra. Posiblemente el señor Taylor, que fuera candidato a las primarias republicanas en 1996, tiene razón. La inercia del sistema ha llevado a la mayor parte de la sociedad a eliminar cualquier connotación humana de su decisión de compra (en qué condiciones laborales se han fabricado, quién se ha beneficiado de mi compra, qué distancia han recorrido hasta llegar a mí, qué contaminación han generado,…).
- La empresa multinacional explota países en desarrollo para mantener su posición. Puede argumentarse que implantar producción en países baratos es llevar puestos de trabajo necesarios allí, pero quien afirma que la ventaja es que “pagará salarios de menos de un euro la hora” solo se instala allí porque son países en que la mano de obra acepta condiciones de semiesclavitud y carece de derechos laborales (en la carta también arremete contra los sindicatos, que este tipo de directivos saben que son el único enemigo capaz de combatir su despotismo). Obsérvese que estas empresas no ‘se instalan’ o ‘abren fábricas’ en esos países. Lo que hacen es “comprar un fabricante”. Esto les permite no responsabilizarse de lo que sucede en el interior de esa fábrica, que todos sabemos que es explotación, y en caso de descubrirse el pastel, decir que ellos no sabían nada.
- El chantaje a los productores locales. La capacidad de deslocalizar la producción y llevarla al otro extremo del mundo otorga a las grandes empresas el poder de extorsionar descaradamente a los trabajadores locales. La amenaza de cerrar las fábricas cuando quieran, derecho que legalmente tienen, es esgrimida sin rubor cada vez que hay que negociar condiciones salariales y laborales. No es necesario que la empresa esté en pérdidas. Solo es necesario que quiera ganar más a costa de reducir la inversión en personas. Siempre habrá un chino o un indio, parafraseando a Taylor, que quiera hacer el mismo trabajo por una centésima parte del sueldo. Efectivamente, con que la empresa X chasque los dedos, en cinco años toda una comarca puede estar en la miseria.
- Menosprecio al factor humano de la producción. Usar la expresión “sus así llamados obreros” esconde un profundo desprecio por los trabajadores. Para un tiburón financiero, las personas que tiene contratadas no son sino números en una balanza de pagos. Cualquiera puede hacer un trabajo. No importan sus circunstancias personales. No importan la trayectoria ni la dedicación ni la ética ni el débito moral adquirido por la empresa con la dedicación de sus trabajadores durante décadas. Solo importan los números.
Mientras la globalización desregularizada permita que las empresas se beneficien de poder pagar salarios de miseria en países pobres mientras venden los bienes allí producidos en países ricos a precios acordes, el desequilibrio reinará en la economía mundial. Como ya escribí hace tiempo, el desequilibrio de los salarios en el mundo condena a muerte al estado del bienestar.