RÍO DE JANEIRO, feb (IPS) – La industria es el órgano enfermo de la economía de Brasil. La producción del sector cayó 2,7 por ciento en 2012, pese a los estímulos recibidos desde el gobierno, contrariando indicadores relacionados como la fuerte expansión del comercio minorista y el desempleo en mínimo histórico.
El enigma de una economía estancada, pero con síntomas de crecimiento excesivo para las potencialidades del país, incluyendo escasez de mano de obra e inflación en aumento, parece haber sido revelado según varias explicaciones publicadas.
Algunas causas que manejan los economistas serían una caída en la cantidad de jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo y el exceso de existencias acumuladas.
El enlentecimiento de la actividad manufacturera es lo que más preocupa al gobierno de Dilma Rousseff y a los operadores económicos, porque acentúa una tendencia que pone en cuestión el futuro del país. La desindustrialización, hace años reconocida por empresarios del sector y pocos economistas, ahora se hizo difícil de negar.
Las expectativas están puestas en las proyecciones de mejoras para este año. Pero las bajas inversiones reflejadas en el retroceso de 11,8 por ciento en la producción de bienes de capital en 2012 y el auge inflacionario, que puede inducir a medidas del Banco Central para contener la demanda, no permiten esperar que la recuperación tenga el vigor pretendido.
Los resultados al cierre de 2012 fueron “una ducha fría”, frustrando esperanzas de retomar el crecimiento e indicando que en la industria brasileña “la crisis es más profunda”, no solo un efecto coyuntural debido a los severos problemas de la economía global, evaluó Julio de Almeida, consultor del Instituto de Estudios para el Desarrollo Industrial (IEDI).
Brasil “no acompañó la evolución industrial del mundo” en los últimos 20 años, como lo han hecho China, Corea del Sur e India. Así, sin desarrollar sectores más dinámicos, como el electrónico y el farmacéutico, tampoco avanzó suficientemente en innovaciones tecnológicas, explicó a IPS.
Además hace cerca de 15 años que la industria y algunos “servicios organizados” vienen sufriendo una acumulación de costos, sean logísticos, financieros o energéticos, que les restan competitividad, acotó.
Agravando todo, los salarios aumentaron en el último lustro muy por encima de la productividad. Solo el año pasado subieron en promedio 5,8 por ciento, mientras que el rendimiento cayó 0,8 por ciento, según IEDI.
Es posible sobrevivir siendo poco competitivo si la economía mundial crece a un buen ritmo, pero los problemas aparecieron con la crisis iniciada en 2008 en Estados Unidos y que luego se derramó especialmente hacia Europa, que “estrechó el mercado industrial” en el mundo y puso al mercado interno brasileño bajo intensa disputa, observó Almeida.
A pesar de todo, este economista cree que este año puede registrarse una recuperación, gracias a las medidas gubernamentales que abarataron la electricidad y redujeron tributos para algunas ramas industriales, además de bajar intereses, estabilizar el tipo de cambio y anunciar fuertes inversiones en infraestructura de transportes.
Será necesario, empero, aumentar la productividad con fuertes inversiones en innovaciones tecnológicas, especialmente porque Brasil tiene “una industria avejentada”, advirtió.
De hecho, la industria de la vieja generación metalmecánica, especialmente la automotriz, es predominante en el país, con un peso creciente.
Con una larga cadena productiva, incluyendo partes de automóviles y maquinaria agrícola, el segmento de vehículos representaba 21 por ciento del producto industrial en 2011, según la Asociación Nacional de Fabricantes de Vehículos Automotores.
Esa participación se duplicó en los últimos 20 años, mientras que la industria de transformación, en su conjunto, transitó el camino inverso en su aporte al producto bruto interno del país, bajando a 14,6 por ciento en 2011. Es decir, la importancia del automóvil para la economía brasileña sigue creciendo.
Por eso la principal medida del gobierno para atenuar los efectos recesivos de la crisis financiera internacional de 2008 fue reducir impuestos sobre los vehículos a partir de diciembre de aquel año, después de tres meses de abrupta caída de las ventas. Es una fórmula repetida en otras crisis.
El petróleo y el acero siguen siendo también elementos claves del esfuerzo brasileño para revertir la desindustrialización.
Ahora se busca recuperar la industria naval, aprovechando el petróleo descubierto debajo de la capa de sal en el lecho del océano Atlántico, cercano a la costa brasileña.
Para impulsar la producción nacional se diseñó una legislación que exige componentes variables y crecientes de origen brasileño, que pueden alcanzar hasta 70 por ciento del total en la construcción de cada buque, plataforma, sonda y demás equipos destinados a la actividad petrolera.
Todo ese esfuerzo, basado en intervenciones del Estado, como estímulos tributarios o financieros a sectores elegidos y medidas consideradas proteccionistas, incluyendo barreras aduaneras y la imposición de mucho contenido nacional en productos como automóviles, además de los buques petroleros, genera el rechazo de muchos analistas de corrientes liberales, con fuerte audiencia en los operadores y medios de comunicación especializados en economía.
La desindustrialización no es necesariamente una “enfermedad”, ya que “la industria va mal, pero Brasil va muy bien”, con mucho empleo y salarios elevados, resumió el economista Edmar Bacha, en entrevistas realizadas el año pasado, al anunciar el libro colectivo que organizó bajo el título “El futuro de la industria en Brasil”, publicado este mes.
En su análisis, el sector manufacturero brasileño perdió competitividad principalmente por la explosión salarial que elevó costos.
El promedio salarial en Brasil, convertido a dólares, creció 14,4 por ciento por año entre 2006 y 2011, un récord mundial lejos de ser amenazado por Australia, que aparece en segundo lugar de la lista con nueve por ciento, según los coautores del libro, Beny Parnes y Gabriel Hartung.
Bacha, quien participó en gobiernos anteriores que implementaron políticas económicas más liberales, sostuvo que la competitividad no se construye con proteccionismos, sino con una mayor apertura comercial que permite integrarse a las cadenas productivas internacionales. México sería un ejemplo es presentado como un ejemplo de ello.
Ampliando la mirada de expertos, la única coincidencia respecto de las causas de la pérdida de capacidad industrial es la falta de competitividad. Hay divisiones tanto en la interpretación de sus orígenes como en su significado y remedios, según el lugar donde se para cada observador.
Los analistas vinculados al sector primario, por ejemplo, cuestionan la primacía atribuida a la industria como promotora del progreso y la innovación. Arguyen que la agricultura agrega hoy mucha tecnología y conocimiento, incorporando investigación científica y mecanización.
Pero en el gobierno de Brasil se destacan los llamados “desarrollistas”, empezando por la presidenta Rousseff.
Por eso resulta una ironía que el declive de la industria se acentúe mientras el país es administrado por dirigentes que priorizan el sector y que, para recuperar su competitividad, adoptaron medidas acusadas de demasiado intervencionistas por los partidarios de soluciones de mercado.