Viajando hacia el oeste de Asheville, Carolina del Norte, y cruzando la frontera con el condado de Jackson, uno puede rastrear el río Caney Fork junto a la pequeña comunidad de Tuckasegee, siguiendo la carretera NC 107 al salir de la ciudad, cerca del campus de Cullowhee. Allí, frente a un camino de tierra que discurre entre dos pastizales, está una de las más infravaloradas, -y a menudo pasada por alto-, maravillas de cualquier parte del este de Estados Unidos.
Conocido hoy como “Judaculla Rock”, sobresale de la tierra el montículo de piedras extrañas, tal como lo hizo hace siglos, mucho antes incluso que los indios Cherokee comenzaran a habitar la región. Según la mayoría de las estimaciones de los geólogos, las marcas de la piedra se remontan a unos 3000 años, aunque hace unos años un grupo de Raliegh supuso que algunos de los petroglifos que cubren la roca podrían ser el doble de antiguos que las estimaciones previas, si no más.
De todos los curiosos símbolos que aparecen a lo largo de la superficie de la piedra, una imagen en particular se destaca entre las demás, se asemejándose vagamente a la huella de una mano. Según la leyenda, esta parte de la piedra marca el lugar donde un antiguo dios de la caza Cherokee, conocido como Tsul’Kalu, había saltado desde una montaña cercana, y aterrizado en el valle inferior, se había fijado en lo que es ahora Judaculla Rock. Esto es, de hecho, sólo una de las varias leyendas acerca Tsul’Kalu que todavía existen, muchas de las cuales tienen muy notables lazos con los misteriosos descubrimientos de supuestos “gigantes” que habrían existido en la América antigua.
Lo que me hizo pensar en esto inicialmente fue una reciente entrevista con el investigador Mike Mott, en la que discutió las reiteradas denuncias sobre que el Instituto Smithsonian haya participado en el encubrimiento con respecto a los descubrimientos anómalos en las Américas. Al menos en algunos casos, éstos implicaban los huesos de lo que parecía ser cuerpos “gigantes” recuperados de una serie de túmulos funerarios en todo el este de Estados Unidos. Si bien muchos de estos descubrimientos han sido reportados, y se discutieron incluso en los informes del departamento de la Etnología del Smithsonian Institute a lo largo de finales de 1890, sin embargo resulta muy extraño que esa información, parece que simplemente “desapareció” del registro después de ese período. Explicaciones convencionales actuales afirman que el desplazamiento y la erosión del suelo han causado que huesos de tamaño normal hayan crecido con el paso del tiempo, pero parece extraño que los capacitados científicos del Smithsonian hubieran sido capaces de tal juicio defectuoso en los informes oficiales que ofrecieron, aunque fuera más de 100 años atrás.
Entonces, ¿qué tiene todo esto que ver con Tsul’Kalu, un mítico dios Cherokee de la caza, y la, -en raras ocasiones discutida-, piedra del oeste de Carolina del Norte que supuestamente tiene la huella de una mano? En el libro del antropólogo James Mooney Mitos de los Cherokee, en la página 391 de las ediciones modernas detalló una extraña historia de “Los Gigantes del Oeste“:
“James Wafford, de los Cherokee occidentales, que nació en Georgia en 1806, dice que su abuela, que debe haber nacido a mediados del siglo pasado, le dijo que ella había oído de los ancianos que mucho antes de su tiempo un grupo gigantes había venido una vez a visitar a los Cherokees. Eran casi dos veces más altos que los hombres comunes, y tenían los ojos rasgados, de modo que los Cherokees les llamaron Tsunil’kälû, “las personas de ojos rasgados”, porque se parecían al gigante cazador Tsul’kälû….. Dijeron que estos gigantes vivían muy lejos en la dirección en la que el sol se pone. Los Cherokees les recibieron como amigos, y se quedaron algún tiempo, y luego regresaron a su hogar en el oeste. El relato puede ser una tradición histórica distorsionada.”
Tsul’kalu, por supuesto, se decía que era el gigante mítico con ojos rasgados asociado con la leyenda inicial de Judaculla Rock (Judaculla también es una variante occidentalizada del anterior nombre Tsul’kalu). Pero encontré muy interesante que hubiera una leyenda adicional asociada con “gigantes de ojos oblicuos” que también tenía que ver con esta región. Además, algunos folcloristas modernos han trazado un paralelismo entre Tsul’kalu y las variedades orientales de encuentros de supuestos “Bigfoot” y han señalado que el dios de la caza Cherokee se creía que vivía cerca de la cima de las montañas escarpadas, y con frecuencia en cuevas que, tiene semejanzas con los informes del Sasquatch y las leyendas más importantes del noroeste del Pacífico.
Izquierda: El investigador Casey Fox y Micah Hanks escalan la ladera de la montaña por encima de Judaculla Rock en busca de cuevas que se rumorea existen allí. Foto por Brian Irish.
Si bien es bastante fácil de aceptar estas historias como simples mitos o leyendas del pueblo Cherokee, me sigue pareciendo extraño que, junto con historias tan raras, siguen existiendo estos alarmantes informes de esqueletos “desaparecidos” que se dice que Smithsonian Institute ha recuperado una y otra vez …. esqueletos de grandísima estatura. ¿Podría haber algo más en las historias referentes a la posible existencia de gigantes en la Antigua América, algunos de los cuales eran bien conocidos por los atrás Cherokees cientos de años atrás? Aún más preocupante, si estos seres realmente existieron, ¿cuál sería la razón del Smithsonian para guardar esta información a la opinión pública, si de hecho se hubieran recuperado tan grandes y anómalos especímenes?
MICAH HANKS