Anastasiadis sale de la reunión del eurogrupo en Bruselas.
Nicosia reestructurará su mayor entidad financiera y cerrará el segundo banco del país. E impondrá severas quitas –por encima del 40% y en algunos casos hasta del 100%, según diversas fuentes— a los accionistas, los acreedores y los depositantes que tengan más de 100.000 euros en su cuenta. Pero solo a quienes tengan más de esos 100.000 euros contantes y sonantes en la libreta de ahorro: Europa da marcha atrás y desactiva la bomba de relojería que suponía poner en duda la garantía de los depósitos asegurados, aunque esa simple amenaza dejará profundas cicatrices en la confianza de los europeos en sus bancos. La dureza de las condiciones, eso sí, augura una larga travesía del desierto, un duro invierno del descontento en Chipre, sumido ya en una recesión profunda que va camino de una depresión.
El Eurogrupo arroja luz sobre un pequeño país (apenas un millón de habitantes y el 0,2% del PIB europeo) que había puesto patas arriba la precaria estabilidad del euro en los últimos 10 días. Pero el acuerdo tiene más agujeros que un queso gruyere: se desconoce la cuantía de las quitas a los depósitos de más de 100.000 euros, así como el castigo aplicado a los tenedores de deuda y a los accionistas de los grandes bancos; se desconoce la cuantía final del rescate; y sobre todo se desconoce cuál será la duración del corralito y de los controles de capital para evitar una fuga masiva de dinero, aunque se presume que eso va para largo. Los cabos sueltos son numerosos. Solo una cosa está clara: el rescate desactiva el peor de los escenarios, un caos que amenazaba con acabar en una salida desordenada del euro de Chipre y el posterior efecto contagio por el Mediterráneo, que hubiera sido posible –o seguro— en caso de no llegar a un acuerdo.
“Los esfuerzos han culminado”, escribió el presidente chipriota Nikos Anastasiadis en su cuenta su Twitter. Minutos después, su mensaje era confirmado por el portavoz del Parlamento chipriota, Yiannakis Omirou. El acuerdo se fraguó en interminables reuniones con Herman Van Rompuy (Consejo Europeo), José Manuel Barroso (Comisión) y Klaus Regling (que preside el mecanismo de rescate europeo), pero sobre todo bajo el mando de Christine Lagarde (FMI) y Mario Draghi (BCE), según fuentes europeas. Lagarde y Draghi se las arreglaron para meter presión y más presión y los chipriotas acabaron aceptando que la fiesta –una década larga de crecimiento al 4% anual y una burbuja inmobiliaria y financiera que generó un sector bancario hinchado con dinero de los oligarcas rusos—, definitivamente, se ha acabado.
Al final, los pequeños ahorradores no serán tocados, pero los poseedores de acciones, obligaciones y depósitos con fondos superiores a 100.000 euros en dos de los tres grandes bancos del país (Laiki y Banco de Chipre) sufrirán un duro castigo. Laiki será liquidado inmediatamente. Se dividirá en un banco bueno (con los depósitos por debajo de 100.000 euros) y un banco malo, con todo lo demás (depósitos, acciones y deuda, que sufrirán quitas que podrían llegar a ser hasta del 100%). El banco bueno pasará a manos del Banco de Chipre, la primera entidad del país y en la que se concentra el dinero ruso. Y el malo servirá para pagar los platos rotos, hasta conseguir 4.200 millones de euros.
Las quitas en el Banco de Chipre también serán severas, y la entidad sufrirá una dura reestructuración, a la española: quitas, por este orden, a los accionistas, a los bonistas y a los depositantes que tengan más de 100.000 euros, y la conversión en capital hasta alcanzar el 9% al final del programa. Chipre no deja de ser, ni siquiera ahora, un experimento: pagarán los tenedores de deuda de mala calidad, como en España, pero también quienes tengan deuda de máxima calidad (deuda sénior, en el argot anglosajón de las finanzas). Habrá que ver qué dice el mercado de esa novedad. Probablemente nada nuevo. El vicepresidente Olli Rehn justificó esa medida extrema –inédita durante la crisis del euro— con el manido argumento de que Chipre es un caso “único y excepcional”.
Ese plan se corresponde prácticamente al 100% con el que quería inicialmente el FMI. Lagarde y Rehn, que han hecho grandes esfuerzos por desmentir las desavenencias entre el FMI y la Comisión, han asegurado que el rescate acordado “es mejor que las alternativas que estaban sobre la mesa”. “Se concentra en los bancos con problemas, acota las quitas a las cuentas de más de 100.000 euros y cierra, por tanto, el desafortunado debate sobre la garantía de depósitos”, ha terciado el presidente del Eurogrupo, un Jeoren Dijsselbloem que respira aliviado tras la chapuza sin paliativos de los últimos días.
El plan contempla, asimismo, duras medidas encaminadas a devolver a la economía chipriota a lo que Bruselas denomina la senda del “crecimiento sostenible”. Eso supone, en primer lugar, cumplir las reglas del FMI: un nivel de deuda pública del 100% del PIB en 2020. Para ello, los socios europeos decretan recortes, reformas y privatizaciones: el paquete completo que ha adornado también otros rescates, y que a la luz de las experiencias en Grecia o Portugal condena a Chipre a una terrible recesión. “Será muy difícil para el país, pero la Comisión hará lo posible para aliviar las consecuencias sociales”, advirtió Olli Rehn.
El ministro español Luis de Guindos afirmó que el pacto “disipa todas las dudas” y que los mercados lo acogerán positivamente. Las primeras reacciones del euro y de las Bolsas asiáticas así lo atestiguan, aunque los acuerdos europeos tienen la extraña manía de sacar buena nota entre los inversores durante los primeros días, para volver tarde o temprano a la cruda realidad de una crisis crónica, que no termina de mejorar de manera más o menos definitiva. Tras el sí de Anastasiadis y de Europa, el Eurogrupo sortea incluso el voto del Parlamento en los aspectos más peliagudos del acuerdo, los relativos a la reestructuración del sistema financiero, según confirmó Dijsselbloem.
Grecia fue el primer país rescatado, en mayo de 2010. Después vinieron Irlanda y Portugal, y hace casi un año España recibió un salvavidas financiero. La marea llega ahora a Chipre, que le costará al contribuyente europeo 10.000 millones. Los chipriotas pondrán en torno a 7.000 millones adicionales (quizás algo más, en función de todas las variables que quedan aún por resolver).
Y el FMI, si todo va bien, participará con algo más de 1.000 millones: en total la cifra podría acercarse a los 20.000 millones, tal y como adelantó este periódico el pasado sábado. Con todo ese mareo de cifras y las incógnitas que quedan sobre la mesa, los socios del euro al menos consiguen corregir parte del inmenso error que suponía poner en duda la garantía de los depósitos de la banca. Limitan los daños, que hubieran podido ser colosales, aunque al final la fe de los depositantes, si sigue ahí o si se ha evaporado, se verá en cuanto llegue la próxima crisis bancaria a Europa. Salvado el escollo de Chipre, en el que las instituciones han desafinado de lo lindo, al blues del euro le quedan todavía unos cuantos compases. Y algún que otro concierto que se prolongará hasta la madrugada, como el de hoy mismo.