ABC avanza en exclusiva un capítulo del libro de Paloma Gómez Borrero en el que se desentraña el informe que Ratzinger legó a Francisco
Esta es una historia que debe comenzar por su último capítulo. O, mejor dicho, por el penúltimo, ya que el final, si es que llega a ser escrito, pertenecerá a otro pontificado.
El 17 de diciembre de 2012 tres cardenales fueron recibidos por el Papa y le hicieron entrega de un informe previamente encargado por él. Una frase sencilla, que encierra un enorme secreto. Y que, para empezar, no es del todo exacta. El “informe” no se entrega como quien da un sobre o un cuadernillo, porque estamos hablando de un grueso volumen, hay quien dice que consta de trescientas páginas, que está encuadernado en rojo y no lleva título alguno. El Santo Padre no se limita a recibirlo, sino que de inmediato lo guarda, no bajo siete llaves, sino “setenta veces siete”, como el perdón en el Evangelio, decidiendo antes de su histórica renuncia que el informe será entregado solamente al que será su sucesor. Desde el momento en que pronunció el encargo, en abril de ese mismo año, uno de los tres cardenales ha sido recibido privada y reservadamente con mucha frecuencia por el Papa, que así ha ido sabiendo todo lo que los tres purpurados descubrían. Golpe a golpe. El cáliz, una vez más, apurado hasta el fondo.
El cardenal que ha mantenido al Papa al día es el español Julián Herranz, miembro del Opus Dei, grandísimo jurista durante el pontificado de Juan Pablo II y hasta su jubilación consejero jurídico del Santo Padre en su cargo de presidente del pontificio Consejo para los Textos Legislativos. Él fue quien recibió en primera persona el encargo de redactar el informe sobre el estado de la curia, y aunque lo aceptó de inmediato, no quiso llevarlo a cabo solo, más por razones de oportunidad y justicia que por considerarlo una carga demasiado pesada. Pudo elegir en total libertad a sus dos compañeros de investigación, el cardenal italiano Salvatore de Giorgi y el eslovaco cardenal Jozef Tomko. Ninguno de los tres estará dentro de la Capilla Sixtina durante el cónclave porque ya han rebasado el límite de los ochenta años. Y tal vez para ellos mismos sea mejor así, porque ahora comparten con el Papa emérito el conocimiento directo de muchos males que se han infiltrado tras los muros vaticanos. […]
Informes espinosos
No es la primera vez que un Papa pide un informe sobre algún tema espinoso. Pero en esta ocasión es diferente. Los tres “007″ tienen efectivamente “licencia”, por supuesto no para matar, pero sí para interrogar incluso a sus hermanos purpurados. Sé de buena tinta que escucharon unos cuarenta testimonios sobre temas que de alguna manera estaban relacionados con la curia. No hay límites ni barreras. Las declaraciones se verifican y contraverifican. Porque son verdaderas declaraciones sobre hechos, no opiniones ni habladurías, que se transcriben y se someten otra vez al declarante que si se ratifica en lo dicho, las firma.
El resultado es un mapa de la corrupción, un catálogo de la cizaña que ha invadido el huerto de la Iglesia y podrido alguno de sus frutos. Y el mismo Papa que, como cardenal Ratzinger, ha visto tantas cosas antes de mirarlas desde la silla de San Pedro, se da cuenta de que hace falta una guadaña manejada por un brazo más fuerte para salvar la mies. Y quizá se lo haya reconocido así a sus tres cardenales, al recibirlos por última vez el domingo 24 de febrero, aunque oficialmente fuera para agradecerles la labor desempeñada.
La relatio será, sin duda, una de las primeras lecturas del nuevo pontífice. Él, en realidad, es el destinatario, porque es el llamado a poner remedio, a luchar contra los demonios que han venido a acampar junto a la sede de Pedro. Las “divisiones en el cuerpo eclesial que desfiguran el rostro de la Iglesia”, como Benedicto XVI dice claramente en la homilía del Miércoles de Ceniza.
Una decisión clave
¿Qué es lo que dice el informe? No hay persona dentro o fuera del Vaticano que no quisiera saberlo en detalle, porque los temas que lo han provocado son casi todos del dominio público. Pero hablar de causas, detalles, responsables, víctimas y culpables es otra cosa. Más que nunca es cierto aquello de que “el diablo está en los detalles”, porque esos detalles deben de ser verdaderamente oscuros. Una idea se repite machaconamente en las redacciones periodísticas. “Todo en el informe gira en torno a las infracciones al sexto y al séptimo.” Mandamientos, se entiende. “No cometerás actos impuros.” “No robarás.” Sexo y dinero, en definitiva. No es extraño en absoluto. ¿No son acaso las mayores tentaciones del hombre?
El cardenal Bertone ha sido un elemento de tensión entre Benedicto XVI y la curia
Una de las primeras decisiones del nuevo papa sería clave en el desarrollo de su pontificado. Y lamento decir que quizá generó más discordia que empatía. Cuando se decidió a formar su propio equipo de gobierno, escogió como secretario de Estado al cardenal Tarcisio Bertone, salesiano, que a los ojos de la curia no estaba a la altura diplomática de lo que debe ser tan delicado cargo. […]
El nombramiento suponía el relevo del anterior responsable, el cardenal Angelo Sodano, plenamente identificado con el organigrama del poder. De él se había dicho que era “el pontífice en la sombra” en los últimos tiempos de un debilitado Juan Pablo II, y sin duda quien había tenido las riendas de la organización eclesial en aquellos meses. Y al mal trago de la sustitución y el fin de su posición privilegiada, se unía el nombre y el perfil del sustituto, con quien estaba destinado a no llevarse demasiado bien. […]
Los sodanianos acusan al cardenal Bertone de ambición, y, sobre todo, de relacionarse demasiado bien con las altas esferas económicas y políticas de Italia. Unas presuntas vinculaciones que le volverían vulnerable y a la Iglesia con él. […]
Tensiones
El cardenal ha sido un elemento de tensión entre Benedicto XVI y la curia. La confrontación ha supuesto una complicación innecesaria y ha dañado el gobierno pontificio, que no necesitaba precisamente una división en su seno. Algunos de los cardenales más influyentes tuvieron el atrevimiento de solicitar el relevo del secretario de Estado y en fecha reciente, como ha confesado el propio cardenal arzobispo de Colonia Joachim Meisner, buen amigo de Benedicto XVI, le pidió abiertamente que “quitara del cargo a Bertone”, a lo que el Santo Padre, habitualmente calmado, reaccionó con energía: “La cuestión está cerrada. No me lo diga más veces”, y concluyó repitiendo tres veces las palabras: “¡Basta, no!” […]
La Ciudad del Vaticano arrastraba un déficit de más de 7,5 millones de euros en 2009
Convencionalmente se acepta que el primer aldabonazo público lo dio el caso del arzobispoCarlo Maria Viganò. Este prelado era un diplomático vaticano que había llevado a cabo encargos de altura antes de ser nombrado secretario del Governatorato de la Ciudad del Vaticano en 2009, encargado de sus abastecimientos. Y en cuanto llegó a su puesto se dio cuenta de que, para decirlo con delicadeza, las cuentas no cuadraban. La ciudad arrastraba un déficit de más de 7,5 millones de euros, que se iban en partidas tan absurdas como el medio millón que presuntamente había costado el nacimiento de la plaza de San Pedro. Inmediatamente tomó cartas en el asunto. No era un economista prodigioso, pero sí sabía sumar y hacer que los números salieran y ordenó que se centralizaran los procedimientos contables y que se respetaran los presupuestos. Y, al año siguiente, el superávit era de 33 millones.
Sin embargo, Viganò no se detuvo allí. Aquel resultado reflejaba que demasiada gente había estado metiendo las manos donde no debía, y cometió el error de decirlo y señalarlo. Con el resultado de que en agosto de 2011 fue, como popularmente se dice, “despedido hacia arriba” o, dicho en latín, promoveatur ut removeatur, designándole nuncio apostólico en Estados Unidos. Un cargo indudablemente importante y lucido, pero sobre todo alejado de la cúpula. El cardenal Bertone inmediatamente cubrió el cargo vacante con uno de sus fieles colaboradores, el cardenal Giuseppe Sciacca. Fue inútil que el nuevo nuncio escribiera desde Washington a Su Santidad señalando, en cartas estrictamente privadas y confidenciales, casos de corrupción poco edificantes.
Cría cuervos…
Es de imaginar la cara que pusimos todos, prelados y laicos, cuando la televisión y los periódicos italianos publicaron las cartas de monseñor Viganò, sacando los colores a media curia. Por un lado, debido a la gravedad de los hechos denunciados, y, por otro, ante la evidencia de que documentos reservados corrían alegremente por las redacciones periodísticas. […] El retrato que emergía de aquellos documentos era demoledor: se presentaba una Iglesia rota por las facciones, escándalos de corrupción con todo detalle, indiscreciones, sobornos para conseguir audiencias privadas con el papa, comunicaciones diplomáticas secretas, y hasta la historia de un rocambolesco complot para asesinar al pontífice… y quien peor parado salía de aquellas insinuaciones era el cardenal secretario de Estado. […]
El 23 de mayo Paolo Gabriele, el mayordomo del Santo Padre, fue detenido por la Gendarmería del Vaticano
El 23 de mayo Paolo Gabriele, el mayordomo del Santo Padre, de cuarenta y seis años, casado y con tres hijos, fue detenido por la Gendarmería del Vaticano en su casa de Via di Porta Angelica, aunque la noticia sólo salió a la luz dos días más tarde. Y el titular estaba a la altura del escándalo: “Detenido el mayordomo del papa por difundir documentos secretos.” Las pruebas no faltaban: al registrar su hogar los gendarmes hallaron cajas y cajas llenas de documentación. […]
A principios de 2013, pregunté a uno de mis contactos pontificios si a él le constaba la existencia de prácticas sexuales dentro de las murallas vaticanas. Y su respuesta fue breve, lógica y relativizadora: “En la curia hay unas cuatro mil ochocientas personas. Y los hombres estamos sometidos a la tentación.” Asumiendo que no hay nadie perfecto, pero sin un dramatismo excesivo. Es cierto. Los pecados de la carne, con ser serios y terriblemente significativos en el caso de miembros de la Iglesia, no revestirían de por sí una especial gravedad, o al menos no como para comprometer un pontificado. De igual manera que tampoco las manipulaciones económico-financieras denunciadas son lo que más podría preocupar a Benedicto XVI. No, la palabra clave, la que de verdad aterra oír, es un vocablo latino: influentiam. “Influencia impropia”, como parece ser que se menciona en el informe de los tres cardenales. Que es un modo elegante de llamar al chantaje. Los prelados que se han manchado de culpas mundanas no sólo comprometen su conciencia, sino su comportamiento. Y cuanto más alto es su puesto, más vulnerables son a las “sugerencias” de los laicos con los que se han relacionado mediante lazos demasiado mundanos. […]
Respuesta tardía
“En las tentaciones está en juego la fe. ¿Queremos seguir al yo o a Dios?” En el ángelus del 17 de febrero, Benedicto XVI lanza esta pregunta al mundo entero, y a quienes están más cerca de él. Negocios indebidos, manipulaciones financieras, sospechas de blanqueo, contactos sexuales, mercadeo de favores… Y todo ello en los aledaños del vicario de Cristo. Un panorama ante el que no es de extrañar que las voluntades más firmes se desesperen. ¿Se puede caer más bajo?
Se puede. Dios mío, sí se puede.
Juan Pablo II no podía tolerar cómo la Iglesia católica se empeñaba en no ceder
“Y cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y fuera echado en la mar” (Marcos 9, 42).
Lo más vil, lo más horrendo. Un pecado contra Dios, un ultraje a los más indefensos, una traición de quien debía ser amigo y apoyo, un crimen gravísimo, una mancha más que negra sobre la Iglesia. Y la amarga constatación de que en muchas ocasiones no se ha obrado bien. No se ha puesto remedio a muchas situaciones aberrantes. No se ha prestado socorro a quien lo pedía. No se ha segado la cizaña que ahogaba las espigas jóvenes… ¿Por qué?
Una explicación, parcial si se quiere, pero que arroja alguna luz sobre esta inacción viene de la experiencia del mismo Juan Pablo II en su Polonia natal, bajo el “socialismo real”, que no podía tolerar cómo la Iglesia católica se empeñaba en no ceder, en no ser aplastada. Muchos sacerdotes pagaron muy caro su elección por la cruz. Algunos con la vida, como Jerzy Popiełuszko. Otros, con las calumnias puestas en circulación contra ellos. Y las más frecuentes eran las de la homosexualidad y la pederastia. Por eso, y porque es un trago tan difícil de asumir, en ocasiones no se dio crédito a las voces de quien alertaba.
La suma de escándalos
Sólo en fecha tan tardía como 2001, cuando los escándalos empezaban a acumularse y las víctimas hallaban el coraje para proclamar la injusticia, el Vaticano se dotó de un protocolo de actuación contenido en el motu proprio de Juan Pablo II del 30 de abril de 2001, llamado Defensa de la santidad del sacramento, basado a su vez en las normas del Código Canónico de 1983, y preparado precisamente por Joseph Ratzinger como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y de su entonces secretario Tarcisio Bertone. No se restaba ni un ápice a la seriedad del tema, y la carta en la que se remitieron las instrucciones de actuación a las diócesis de todo el mundo lo proclamaba desde el título, De delictis gravioribus [«Sobre los delitos más graves»].
Benedicto XVI, desde el primer día, tuvo que sofocar el escándalo antes que a castigar al culpable
Todas las acusaciones debían ser remitidas a la Congregación dirigida entonces por el cardenal Ratzinger, y en los casos más graves o más evidentes (un juicio secular que declare culpable al religioso acusado, o pruebas especialmente abrumadoras), el Papa reduciría al responsable, inapelablemente y sin más trámite, al estado laical. Pero también se fijaba la prescripción de los delitos en diez años desde la mayoría de edad de la víctima. Y se imponía, bajo pena de excomunión, el secreto más absoluto sobre los procesos, un detalle que fue especialmente reprochado, porque se veía como tendente a sofocar el escándalo antes que a castigar al culpable. Y, sobre todo, antes que a defender al inocente.
Benedicto XVI tuvo ante los ojos desde el primer día esta dolorosa tarea. Y en abril de 2010 tomó medidas específicas para “actualizar” el procedimiento, que no se había revelado tan eficaz como se quería. La criticada prescripción desapareció, así como la categórica exigencia de silencio. Y por primera vez en la historia se estableció la obligación de las diócesis de denunciar siempre los casos a la justicia civil. Una reacción, sí. Y en el buen sentido. Pero que en muchos casos llegaba dolorosamente tarde.
Credibilidad de la Iglesia
No puede afirmarse en cambio que el Santo Padre no haya luchado contra estos que ha llamado “crímenes atroces”, que han adquirido el tamaño de una plaga. […] En su visita a Estados Unidos en 2008, Benedicto XVI se declaró, en público, “profundamente avergonzado” por los casos que habían devastado la Iglesia de aquel país, y lo repetiría más tarde en Australia. Y en Irlanda, en marzo de 2010, dirigió una carta en la que pedía perdón a quienes habían sufrido abusos, con palabras que no daban ningún rodeo: “Nada puede deshacer el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad violada.” […]
Un ejército de demonios contra los que combatir, como una hidra de mil cabezas, o lobos hambrientos. No es cuestión de amilanarse o de tener miedo, y así me consta. Pero sí de medir las propias fuerzas antes de lanzarse a un combate en el que se juega la credibilidad de la Iglesia y de sus pastores. Una baza muy alta.
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