La inteligencia humana es asombrosamente variada. ¿Por qué la evolución no nos ha hecho a todos unos genios, y por qué, además, las personas con alto cociente intelectual actúan como tontos?
“La Tierra tiene sus límites, pero la estupidez humana es ilímitada”, escribió Gustave Flaubert. Él estaba casi desquiciado por este hecho. Sus calificativos fulminantes sobre sus fatuos compañeros llenaban muchas de sus cartas a Louise Colet, el poeta francés que inspiró su novela Madame Bovary. Veía estupidez por todas partes, desde los chismorreos entrometidos de la clase media a las conferencias de los académicos. Ni siquiera Voltaire escapó de su ojo crítico. Consumido por esta obsesión, dedicó sus últimos años a recopilar miles de ejemplos de una especie de enciclopedia de la estupidez. Murió antes de terminar su opus magnum, y algunos atribuyen su muerte repentina, a los 58 años, por las frustraciones en la investigación de su libro.
Documentar la extensión de la estupidez humana puede parecer en sí mismo una tontería, lo que podría explicar por qué los estudios de la inteligencia humana, han tendido a centrarse en el extremo superior del espectro de la inteligencia. Sin embargo, la enorme amplitud de este espectro plantea muchas preguntas intrigantes. Si ser inteligente es una ventaja abrumadora, por ejemplo, ¿por qué no somos todos inteligentes de manera uniforme? ¿O es que existe algún que otro inconveniente más que ventajas? ¿Y por qué incluso, las personas más inteligentes tienen cierta propensión a, bueno, digamos la estupidez?
Resulta que nuestras medidas habituales de inteligencia, en particular el CI, tienen muy poco que ver con esa clase de comportamientos irracionales e ilógicos que tanto enfurecieron a Flaubert. Realmente se puede ser muy inteligente y al mismo tiempo muy estúpido. La comprensión de los factores que llevan a la gente inteligente a tomar malas decisiones está empezando a aclarar muchas de las mayores catástrofes de la sociedad, incluyendo la reciente crisis económica. Más intrigante aún son las últimas investigaciones, que pueden sugerir una forma de evadir una condición que puede afligirnos a todos nosotros.
La idea de que la inteligencia y la estupidez son simplemente los extremos opuestos de un único espectro es sorprendentemente moderna. El teólogo renacentista Erasmus pintó la Estupidez, o stultitia en latín, como una entidad distinta con su propio derecho, descendiente directo del dios de la riqueza y de la ninfa de la juventud, mientras que otros lo vieron como una combinación de la vanidad, la tozudez y la imitación. No fue sino hasta mediados del siglo XVIII que la estupidez se pudo combinar con la inteligencia mediocre, dice Matthijs van Boxsel, un historiador holandés que ha escrito muchos libros acerca de la estupidez. “Sobre esa época, la burguesía llegaba al poder, y la razón se convirtió en la nueva norma de la Ilustración”, dice. “Y eso puso a todos los hombres a cargo de su propio destino.”
Los intentos modernos para estudiar las variaciones en la capacidad del ser humano tiende a centrarse en los tests de inteligencia que ponen un simple número a la capacidad mental de una persona. Son quizás la medida más reconocida de razonamiento abstracto, señala el psicólogo Richard Nisbett, de la Universidad de Michigan en Ann Arbor. “Si usted tiene un cociente intelectual de 120, el cálculo es fácil. Si es de 100, puedes aprenderlo, pero necesitará estar motivado para un montón de trabajo. Si su cociente intelectual es de 70, no tendrá ninguna posibilidad con engorrosos cálculos”. La medida parece predecir el éxito académico y profesional.
Hay varios factores que van a determinar dónde te hayas en la escala del CI. Es posible que un tercio de la variación de nuestra inteligencia se vea reducida por el medio ambiente en el que crecemos, por la nutrición y educación, por ejemplo. Los genes, por su parte, contribuyen en más de 40 por ciento a las diferencias entre dos personas.
Estas diferencias pueden manifestarse en el cableado de nuestro cerebro. Cerebros más inteligentes parecen tener redes más eficientes de conexiones entre neuronas. Eso puede determinar lo bien que alguien es capaz de usar su memoria “de trabajo” a corto plazo para relacionar ideas dispares y acceder rápidamente a las estrategias de resolución de problemas, apunta Jennie Ferrell, psicóloga de la Universidad West of England en Bristol. “Esas conexiones neuronales son la base biológica que permite hacer conexiones mentales eficientes”.
Esta variación en la inteligencia ha llevado a algunos a preguntarse si este poder cerebral superior tiene un costo, de lo contrario, ¿por qué no todos hemos evolucionado para ser genios? Desafortunadamente, la evidencia es escasa. Por ejemplo, algunos propusieron que la depresión puede ser más común entre las personas más inteligentes, lo que lleva a unas tasas de suicidio más altas, pero ningún estudio ha logrado apoyar esa idea. Uno de los estudios pudo informar de una desventaja de inteligencia, donde descubrieron que los soldados con un CI más alto eran más propensos a morir durante la segunda guerra mundial. El efecto era leve, sin embargo, había otros factores que pudieron haber sesgado los datos.
Páramo intelectual
Por otra parte, la variación en nuestra inteligencia puede haber surgido de un proceso llamado “deriva genética”, después de la civilización humana aliviara los desafíos que impulsan la evolución de nuestro cerebro. Gerald Crabtree, de la Universidad de Stanford en California, es uno de los principales proponentes de esta idea. Señala que la inteligencia depende de unos 2.000 a 5.000 genes que mutan constantemente. En un pasado lejano, las personas cuyas mutaciones habían desacelerado su intelecto no habrían sobrevivido para transmitir sus genes, pero Crabtree sugiere que, a medida que las sociedades humanas se hicieron más colaborativas, los pensadores más lentos fueron capaces de sobrevivir con los de mayor intelecto. De hecho, dice, alguien arrancó desde el año -1.000 y se situo en la sociedad moderna, y sería “uno de los más brillantes e intelectualmente vivos de nuestros colegas y compañeros”. (Trends in Genetics, vol 29, p 1).
Esta teoría es a menudo llamada la hipótesis de la “idiocracia”, debido a la película del mismo nombre, que imagina un futuro en el que la red de seguridad social ha creado un páramo intelectual. Aunque tiene algunos partidarios, la evidencia es débil. No se puede estimar fácilmente la inteligencia de nuestros antepasados, y de hecho, el promedio de CI ha aumentado ligeramente desde el inmediato pasado. Por lo menos, “esto refuta el temor de que las personas menos inteligentes tengan más hijos y por ende, la caída de la inteligencia nacional”, señala el psicólogo Alan Baddeley, de la Universidad de York, Reino Unido.
En cualquier caso, puede que sea necesario revisar estas teorías sobre la evolución de la inteligencia a través de un replanteamiento radical a la luz de los últimos acontecimientos que han llevado a muchos a especular que hay más dimensiones para el pensamiento humano que las medidas del CI. Los críticos han señalado que el CI puede estar sesgado por factores tales como la dislexia, la educación y la cultura. “Probablemente fallaría estrepitosamente una prueba de inteligencia ideada por un indio sioux del siglo XVIII”, subrayó Nisbett. Además, las personas con registros bajos como de 80, todavía puede hablar varios idiomas, e incluso, como en el caso de un hombre británico, participar en un fraude financiero complejo. Por el contrario, tener un CI alto tampoco es garantía de que una persona vaya a actuar racionalmente, pensemos en los físicos brillantes que insisten en que el cambio climático es un engaño.
Fue precisamente esta falta de habilidad para sopesar la evidencia y tomar decisiones lo que tanto enfurecía a Flaubert. A diferencia del escritor francés, sin embargo, muchos científicos no hablan de la estupidez en sí, “el término es poco científico”, apunta Baddeley. No obstante, la comprensión de Flaubert que de que el transcurso de profundos lapsos de la lógica pueden afligir a las mentes más brillantes, parece ahora estar llamar la atención. “Hay personas inteligentes que son estúpidas”, afirma Dylan Evans, psicólogo y autor que estudia la emoción y la inteligencia.
¿Qué puede explicar esta aparente paradoja? Una teoría proviene de Daniel Kahneman, científico cognitivo de la Universidad de Princeton, que ganó el premio Nobel de Economía por sus trabajos sobre el comportamiento humano. Los economistas asumen que las personas son inherentemente racionales, pero Kahneman y Amos Tversky, su colega, descubrieron lo contrario. Cuando procesamos la información, comprobaron que nuestro cerebro puede acceder a dos sistemas distintos. Los tests de CI miden sólo uno de ellos, el proceso deliberativo que juega un papel clave en la consciente resolución de problemas. Sin embargo, nuestra posición normal en la vida cotidiana es utilizar nuestra intuición.
Para empezar, estos mecanismos intuitivos nos dieron una ventaja evolutiva, ofreciendo atajos cognitivos que ayudan a hacer frente a la sobrecarga de información. Entre estos sesgos cognitivos se incluyen los estereotipos, los prejuicios, el sesgo de confirmación y la resistencia a la ambigüedad, la tentación de aceptar la primera solución a un problema aunque evidentemente no sea la mejor.
Si bien estos evolucionados sesgos, llamados “heurísticos”, pueden ayudar a nuestro pensar en ciertas situaciones, pueden hacer fracasar nuestro juicio si nos basamos en ellos de forma acrítica. Por esta razón, en la incapacidad para reconocerlos o resistirlos está en la raíz de la estupidez. “El cerebro no tiene un interruptor que diga: yo sólo voy al estereotipo de restaurantes que me gustan no al de la gente”, dice Ferrell. “Hay que entrenar mejor esos músculos.”
Debido a que no tiene nada que ver con el cociente intelectual, para comprender verdaderamente la estupidez humana se necesita una prueba independiente que examine nuestra susceptibilidad al sesgo. Uno de los candidatos viene de Keith Stanovich, un científico cognitivo de la Universidad de Toronto, en Canadá, que está trabajando en uncociente de racionalidad (CR) para evaluar nuestra capacidad de superar el sesgo cognitivo.
Consideremos la siguiente cuestión que evalúa el efecto de la ambigüedad: Jack está mirando a Anne, pero Anne está mirando a George. Jack está casado pero George no lo está. ¿Está una persona casada mirando a otra soltera? Las posibles respuestas son “sí”, “no” o “no se puede determinar”. La gran mayoría de la gente dirá que “no se puede determinar”, simplemente porque es la primera respuesta que viene a la mente, pero una deducción más cuidadosa demuestra que la respuesta es “sí”.
El CR también puede medir la inteligencia de riesgo, que define nuestra capacidad para calibrar la posibilidad de ciertas probabilidades. Por ejemplo, tendemos a sobrevalorar nuestras posibilidades de ganar la lotería, dice Evans, y subestimamos la posibilidad de divorciarnos. Una Inteligencia de riesgo deficiente puede causar que elijamos mal sin ninguna noción de lo que estamos haciendo.
Así pues, ¿qué determina si usted tiene un CR naturalmente alto? Stanovich ha encontrado lo diferencia del CI, el CR no se debe a los genes o los factores de crianza de su niñez. Más que nada, depende de algo llamado metacognición, que es la capacidad de evaluar la validez de su propio conocimiento. Las personas con alto CR han adquirido estrategias que impulsan esta auto-conciencia. Un simple enfoque sería tomar la respuesta intuitiva a un problema y considerar su contrario antes de llegar a la decisión final, dice Stanovich. Esto le ayuda a desarrollar una conciencia aguda de lo que se sabe y lo que no se sabe.
Pero incluso aquellos con un CR naturalmente alto pueden estar impedidos por circunstancias fuera de su control. “Tú puedes individualmente tener grandes habilidades cognitivas, pero tu entorno dicta cómo tienes que actuar”, dice Ferrell.
Como probablemente hayas experimentado, las distracciones emocionales pueden ser la principal causa de error. Los sentimientos como la tristeza o la ansiedad pueden llenar tu memoria de trabajo, dejando menos recursos para evaluar el mundo que te rodea. Para hacer frente a eso, puedes encontrarte de nuevo cayendo en la heurística como atajo fácil. Ferrell dice que esto también podría explicar las experiencias más persistentes, como “la amenaza del estereotipo”. Esta es la sensación de ansiedad que los grupos minoritarios puedan experimentar cuando saben que su realizaciones podrían llevar a confirmar un prejuicio existente, se ha demostrado una y otra vez que daña las puntuaciones de los tests.
Quizás nada alienta más la estupidez que las prácticas de algunas empresas, como André Spicer y Mats Alvesson han descubierto. Contanto que tampoco estaban interesados en la estupidez en el momento de su descubrimiento. Spicer, de la Escuela Cass de Negocios de Londres, y Alvesson, de la Universidad Lund de Suecia, se habían propuesto investigar cómo las organizaciones de prestigio gestionan a las personas muy inteligentes. Pero pronto tuvieron que romper su tesis.
Una y otra vez, surge el mismo patrón: ciertas organizaciones, en concreto los bancos de inversión, agencias de relaciones públicas y consultorías, contratan a individuos altamente cualificados. Pero en lugar de ver lo que estos talentos podían dar de sí, señala Spicer, “nos llamó la atención el hecho de que precisamente aquellos aspectos para los que habían sido entrenados eran los que inmediatamente apagaban”, un fenómeno que marcaba la “estupidez funcional”.
Sus hallazgos tenían sentido en un contexto de prejuicios y de racionalidad. “No teníamos, inicialmente, a Kahneman como la columna vertebral de nuestro trabajo”, adujo Spicer. “Pero empezamos a notar conexiones interesantes con el tipo de cosas que observamos en el laboratorio”. Por ejemplo, las prácticas organizativas regularmente apagan la inteligencia de riesgo de los empleados. “No había una relación directa entre lo que hacían y el resultado”, dice Spicer, así que no tenían manera de juzgar las consecuencias de sus acciones. Las presiones corporativas amplificaban también el sesgo de ambigüedad. “En las organizaciones complejas, la ambigüedad es algo muy usual, y también lo es el deseo de evitarlo a toda costa.”
Las consecuencias pueden ser catastróficas. En un meta-análisis del año pasado, Spicer y Alvesson informaron que la estupidez funcional tuvo una contribución directa en la crisis financiera (Journal of Management Studies, vol 49, p 1194). “Estas personas eran increíblemente inteligentes”, añadió Spicer. “Todos sabían que había problemas con los respaldos de hipotecas y productos estructurados”. Pero no sólo era ese el problema es que nadie podía mirarlos, los empleados se enfrentaban a la disciplina si levantaban preocupaciones, tal vez porque parecían estar socavando a los que tenían mayor autoridad. El resultado de todo esto es que los empleados potencialmente brillantes dejaban la lógica en la puerta de la oficina.
La República de la Estupidez
A la luz de la crisis económica, los resultados parecen confirmar algunos de los temores de Flaubert sobre el poder de la gente estúpida en los grandes grupos, lo que se referencia en broma como “La república de estupidez”. También confirma algunas de las observaciones de van Boxsel acerca de que la estupidez es más peligrosa en personas con más alto CI ya que a menudo tienen mayor responsabilidad: “cuanto más inteligentes son, más desastrosos son los resultados de su estupidez”.
Esto explica por qué, según Stanovich, el sector financiero ha estado clamando por un buen test de racionalidad “desde hace años”. En el momento un test de CR no puede dar un registro definitivo, como un CI, porque hay que comparar un gran número de voluntarios para poder desarrollar una escala firme que se permita comparar entre diferentes grupos de personas. No obstante, ha encontrado que este tipo de examen mejora nuestro conocimiento de la heurística común, la cual nos pueden ayudar a resistir este canto de sirena. En enero, él comenzó el proceso de desarrollo del test, gracias a una beca de tres años de la filantrópica John Templeton Foundation.
Si alguien va a terminar lo que en su día empezó Flaubert eso es otra cuestión. Van Boxsel quiere poner punto final tras su séptimo libro sobre el tema. Sin embargo, la Biblioteca del Congreso de EE.UU. ha cogido, quizá sin advertirlo, el testigo con la decisión tomada de archivar todos los tweets del mundo.
Para el resto de nosotros, el conocimiento de nuestra tontuna naturaleza podría ayudarnos a escapar de sus garras. Tal vez los filósofos del Renacimiento, como Erasmus, comprendieron la capacidad de la estupidez para gobernarnos. A renglón seguido, las descripciones de la estulticia verán su reconocimiento: “La necedad reina en mí.”
– Artículo original en prensa con el título “Stupid is as stupid does”.
– Imagen: La estupidez humana.