La guerra invisible

Aviones no tripulados de EEUU sobrevuelan en estos momentos Pakistán mientras alguien sentado en la base Creech de Nevada, a 12.000 kilómetros de distancia, sopesa si apretar el botón que decidirá la suerte de un sospechoso de terrorismo, de sus vecinos o de la aldea donde vive. Es una guerra de videojuego. Olvidada. Invisible. Sus víctimas no suelen estropearnos la digestión del telediario de las tres.

La última acción conocida se produjo el pasado viernes y mató a 17 personas en la región de Waziristán del Norte. Ni siquiera EEUU pretende que todos fueran terroristas. El objetivo era acabar con uno o varios sospechosos y una vez más se asumió que habría «daños colaterales». ¿Cuántos inocentes es permisible sacrificar a cambio de la posibilidad de matar a un culpable? Produce sonrojo hacerse una pregunta más propia de los terroristas a los que se busca eliminar.

Más de 2.000 personas han perdido la vida en los ataques iniciados por George W. Bush en 2004 e intensificados por su sucesor y Premio Nobel de la Paz Barak Obama. Siete años en los que el político pakistaní Imran khan asegura que sólo se ha «identificado a 20 militantes islámicos» entre los fallecidos. EEUU cree que son muchos más. El Instituto Brookings, una organización independiente con base en Washington, asegura que una media de 10 civiles muere por cada terrorista.

Khan organizó días atrás una marcha en la que miles de personas pidieron el final de los ataques. El ex capitán del equipo nacional de cricket de Pakistán no ha perdido la esperanza de que Washington e Islamabad se den cuenta de que, más allá de cuestiones morales, esas misiones están provocando el efecto contrario al que buscan. «Por cada terrorista que cae, otros 10 se levantan para ocupan su lugar», asegura describiendo la indignación popular que las operaciones no tripuladas provocan en Pakistán.

Información no rigurosa

La decisión de actuar o no contra un potencial objetivo se basa en información de discutible rigor, si tenemos en cuenta la década de fallos y falsas pistas que retrasó el hallazgo de Osama Bin Laden. Pero incluso en el caso del líder de Al Qaeda, los datos obtenidos se analizaron durante meses antes de que se diera la orden de lanzar el ataque.

Cuando finalmente se hizo, el pasado dos de mayo, comandos SEALS arriesgaron la vida introduciéndose en territorio pakistaní, asaltando la guarida del fugitivo en la localidad de Abbottabad y asegurándose de su identidad antes de eliminarlo.

Los vecinos de Dattakhel habrían agradecido similares precauciones a la hora de identificarles a ellos como objetivos. El pasado 17 de marzo habitantes de esta región de Waziristán del Norte convocaron una jirga o convención tribal para discutir el desarrollo y los problemas de su comunidad. Quienes teledirigían uno de los aviones desde Nevada creyeron que se trataba de una cumbre terrorista.

‘Ni en 100 años olvidaremos’

El misil lanzado sobre Dattakhel mató a 45 campesinos, logrando inmediatamente el resultado que Khan y otros políticos de la oposición habían predicho. «Ni en 100 años olvidaremos», decía un líder tribal anunciando que sus comunidades se sumaban a la batalla contra EEUU.

Con cada nuevo ataque de un avión no tripulado Washington envía un mensaje a los pakistaníes: nuestra seguridad es más importante que vuestras vidas. Es una filosofía que tiene su origen en los «asesinatos selectivos» que en el pasado han llevado a Israel a bombardear poblados barrios palestinos para matar a sospechosos de terrorismo, asumiendo también como mal necesario la muerte de quienes tengan la mala fortuna de vivir en las cercanías o pasar por ahí.

Israel, EEUU y cualquier otro país amenazado tienen derecho a perseguir a quienes buscan hacer daño a sus poblaciones civiles. Pero se les puede y debe exigir que al hacerlo hagan un mayor esfuerzo por diferenciarse de los terroristas contra los que dicen luchar.

FUENTE https://selenitaconsciente.com

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