Una colaboración de lalunagatuna
Pocos lugares tan singulares como la abandonada Villa de Granada, actual Granadilla:
Antigua fortaleza medieval estratégicamente situada, fue cobrando importancia y llegó a ser cabeza de una extensa y próspera comunidad de pueblos: La Comunidad de Villa y Tierra.
La villa cambió su nombre a Granadilla cuando los Reyes Católicos conquistaron el Reino de Granada en 1492.
Es una de las escasísimas poblaciones totalmente amuralladas que quedan en España y la única que, como hace siglos, cierra sus puertas a una hora determinada. Sus murallas, de pizarra y pedernal, están muy bien conservadas y permiten dar la vuelta completa a la Villa caminando por encima de ellas. Desde allí el paisaje es espectacular, tanto del pueblo abandonado como del embalse que lo rodea.
En los años 50 con la construcción del pantano de Gabriel y Galán, el pueblo y las tierras de su fértil vega fueron expropiados y sus habitantes obligados a marchar. Sin embargo solo se inundaron las tierras del valle del Alagón y el pueblo quedó en su breve cerro, como a flote sobre las aguas. Como en tantos otros sitios, la construcción de un embalse provoca la destrucción del patrimonio y el pesar de los habitantes, pero crea un espacio de gran belleza.
De la Plaza Mayor, casi intacta, radian sus once calles, en las cuales existen algunas casas reconstruidas desde los años 80 por los voluntarios de campamentos juveniles, pero predominan las casas desplomadas, aunque sin escombros y limpias de maleza por el sencillo sistema de un pequeño rebaño de ovejas que pace entre las ruinas.
Recorrer sus calles silenciosas y melancólicas, hace pensar en tantas historias que debieron ver esas paredes, esos rincones, esa iglesia grande y cerrada, esos viejos granados que sobreviven en pequeños huertos al borde de las murallas. Otra paradoja es que el pueblo amurallado tiene la forma perfecta de una granada, como se puede ver en las fotos aéreas.
Su Castillo y las viejas murallas que cierran la Villa le dan un ambiente mágico, acentuado por el silencio del abandono. Y en ese ambiente de magia y melancolía no podía faltar una bella leyenda, con cierta base histórica y final triste…
A finales del siglo XIII la Villa y el señorío de Granada pertenecían a Don Pedro de Castilla, hijo de Alfonso X el Sabio, que al morir en 1283 dejó estas posesiones a su hijo Sancho que tenía solo un año, quedando bajo la tutela de su viuda Doña Margarita de Narbona, una mujer decidida y valiente, de excepcional belleza.
En las guerras por la sucesión al trono del Rey Sabio, que enfrentaban a Sancho IV con los Infantes de la Cerda, Doña Margarita tomó partido por éstos contra el que ya era el rey de Castilla y León.
El rey, indignado por la conducta de su cuñada, preparó un ejército al mando del Maestre de Alcántara que se dispuso a conquistar sus tierras, plazas y castillos.
Quedó la valerosa y bella dama sitiada en la Villa de Granada. Al mando de la defensa estaba Don Men Rodríguez, el viejo y fiel alcaide de la fortaleza.
A socorrer a Doña Margarita acudió don Alvar Núñez de Castro, un joven caballero extremeño apuesto, galante y gran guerrero, que había servido al difunto marido de la dama, y que consiguió penetrar en el castillo para colaborar en su defensa.
Pero Don Alvar estaba desde su juventud tremendamente enamorado de su señora, así que ante lo difícil de la situación, trazó un plan secreto para huir con Doña Margarita y su hijo, llevándolos a través de un pasadizo secreto hasta el río, desde donde huirían hacia Portugal a lomos de un caballo preparado al efecto.
Así, una noche durante un asedio, Don Alvar abandonó su puesto y fue en busca de su amada para declararle su amor y llevar a cabo su plan. Pero Doña Margarita, ofendida, no aceptó ni su declaración de amor ni su propuesta de huida y le recriminó duramente su osadía, cayendo desmayada después.
Don Alvar no podía dejar a su amada e intentó llevarla contra su voluntad, pero entonces apareció el viejo Men Rodríguez que acudió en defensa de su señora y se enfrentó espada en mano al joven caballero. Don Alvar, más joven y ágil, no tardó en vencer al veterano alcaide, al que traspasó sin piedad con su espada.
A continuación cogió en brazos a Doña Margarita para intentar llevarla a la fuerza, que en ese momento despertó de su desmayo y tomando la daga que llevaba el caballero al cinto, la hundió rápidamente en su cuello.
Núñez de Castro vaciló al sentirse herido y Doña Margarita pudo salir huyendo. El caballero malherido consiguió a duras penas llegar al subterráneo y huir penosamente en su caballo.
Medio desfallecido, se dirigió al antiguo santuario que los templarios habían fundado en Abadía. Allí fue atendido por un viejo ermitaño que intentó curar su herida y al que confesó su culpa y su intención de hacer penitencia. Al cabo de unos días, Don Alvar murió y dicen que fue enterrado junto al altar mayor de la ermita, como pidió antes de fallecer.
Pero como no tuvo tiempo en vida de purgar sus pecados, su alma no descansa en paz y cada noche su cuerpo abandona la tumba y cabalga a lomos de un negro corcel por los alrededores de Granadilla, pidiendo perdón. Se dice que sólo las mujeres son capaces de verlo y que ahora, con la soledad y el silencio del pueblo abandonado, es más fácil encontrarse al fantasma de Don Alvar.
Las ruinas del antiguo convento de la Bien Parada están en el pueblo de Abadía, a pocos kilómetros de Granadilla. Fue un importante convento de franciscanos, hoy lamentablemente arruinado, construido sobre las ruinas de un santuario y fortaleza templarios.