repensando el oficio de enseñar: una reivindicación crítica de la figura del maestro y su función en la comunidad

El desprestigio injusto que la opinión pública ha imputado a los maestros no obedece a la importancia que estos tienen dentro de una comunidad, una reivindicación que, asimismo, debe emprenderse críticamente.

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Con amor profundo a Amparo

Lo primero que pensé hoy cuando me desperté es que me hubiera gustado que amaneciera lloviendo, lo segundo fue que era día del maestro y había que llamarle a Amparo para enviarle un abrazo fuerte, aunque fuera un poco a la distancia. Amparo es la mejor maestra que he conocido, de la que más he aprendido y a la que más he querido y quiero. Aunque puede ser una injusticia el día de hoy sólo llamarla a ella, porque lo cierto es que mi biografía ha estado acompañada de muchas maestras y maestros de los que he aprendido enormemente, sin embargo, a la que más quiero es a Amparo y eso no es culpa mía sino, en todo caso, culpa suya.

Y es que Amparo me enseñó una cosa que es absolutamente coherente con su forma de entender su estaren el y con el mundo: Amparo me enseñó que el proceso de enseñanza-aprendizaje es un proceso complejo que se construye en todos los espacios, que debe ser reflexivo, crítico y dialógico, que siempre es mejor cuando la figura del maestro no representa la autoridad del saber, sino una compañía que enseña aprendiendo y aprende enseñando. Amparo me enseñó a amar el oficio de ser maestra o maestro, a respetarlo, criticarlo en sus formas autoritarias, a crearlo imaginativamente cada vez, y es que Amparo, aunque no quiera aceptarlo ni lo vaya a aceptar nunca, es la mejor maestra que hay (al menos para mí).

En este día hay dos cosas que quiero compartir de lo que Amparo me enseñó: una tiene que ver con la reivindicación crítica necesaria que debemos hacer del oficio de las maestras y los maestros y otra tiene que ver con formas diferentes de entender la educación, en donde no hay maestras o maestros impuestos por el Estado o por el azar, sino que toda la comunidad se constituye en sujeto pedagógico y como tal asume la responsabilidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje.

Recientemente, en respuesta a la Reforma educativa que impulsó Enrique Peña Nieto, ahora presidente de México, miles de maestras y maestros de todo el país se han movilizado para protestar en contra de una Reforma que aseguran no refleja el interés y necesidades de una nación, “sino de un grupo de potentados y de organismos transnacionales”, a más de que denigra las condiciones laborales a las que son sometidos las y los maestros en el país. Frente a esta ola de protestas la opinión pública del país se ha visto dividida entre aquellos que reprueban las acciones que han tomado los maestros y maestras y los que les apoyan en la lucha y consideran sus demandas como legítimas y justas. Asimismo cabe hacer notar que los medios masivos de comunicación se han encargado de abonar, mediante la desinformación, la percepción que con base en el desconocimiento condena las protestas del movimiento magisterial en nuestro país.

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No es mi intención en estas líneas discutir cuán legítimas o no son las demandas de las profesoras y profesores del país, y si tienen o no razón en rechazar la reforma peñanietista, lo que requeriría un trabajo de argumentación más profundo, aunque puedo adelantar que comparto la crítica que hacen los maestros. Por ahora tan sólo me interesa plantear algunos puntos para repensar y revalorar el papel de las y los profesores en México. Si bien es cierto que todos hemos atravesado por (más o menos) terribles experiencias con algún o alguna maestra en nuestro tránsito por el sistema escolar, también es cierto que todos podemos contar de alguno que nos acompañó en el arduo quehacer del estudio, que nos guió con paciencia, comprensión, inteligencia y, me permitiré decir, hasta con amor. Y es que la labor de la docencia debe ser un quehacer amoroso, sólo amando lo que se hace y a aquellos con los que se hace es que la relación de enseñanza-aprendizaje adquiere la profundidad que demanda la formación de personas valiosas a la humanidad.

Pero claro, no sólo de amor se vive. Las y los trabajadores de la educación, como todos los trabajadores del país y de América Latina, han sufrido, con la implementación del modelo neoliberal, severas vejaciones a sus condiciones laborales, lo que redunda en una profunda vejación a sus condiciones de existencia, las de ellos y las de sus familias. De la mano con los ataques a sus condiciones laborales, está el evidente desprecio a la formación pedagógica, intelectual y 

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 de las y los nuevos maestros en el país. La implementación de mecanismos de evaluación empresarial en el proceso de preparación de los maestros, la reducción del presupuesto a las escuelas, especialmente a las normales rurales (que son quizá las más necesarias y también las más ultrajadas) donde se enseña a los profesores a ser profesores, dan cuenta de que, efectivamente, la Reforma educativa no responde a un interés por los complejos procesos de enseñanza en las escuelas, sino que atiende a las demandas de los organismos internacionales y las necesidades de la acumulación de los dineros por unos cuantos. 

 

No se trata de delinear a los docentes como unos mártires que padecen sistemáticamente los improperios del sistema de reproducción social (aunque en múltiples ocasiones lo son), sino de hacer conciencia de las condiciones a las que se enfrentan como trabajadores, como personas que tienen necesidades como cualquier otra; y al mismo tiempo de valorar la labor de enseñanza que realizan día con día, con errores y aciertos. Es cierto que es necesario hacer una crítica profunda a las formas en las que se desarrollan los procesos de enseñanza-aprendizaje en el sistema escolar del país —cosa que he tratado de plantear en otros trabajos—, no obstante, no puede hacerse una crítica de este tipo que no vaya acompañada de una crítica a las condiciones a las que se condena a los profesores del país.

Como advertí arriba, otro elemento que me interesa rescatar de lo que he aprendido con Amparo, es que la educación no sólo se da en las aulas y no sólo en la relación de estudiantes-profesor; la educación, en sentido amplio, involucra a la sociedad en su conjunto y está pautada por los procesos políticos, sociales y económicos que en cada momento se dan. Por eso resulta imprescindible pensar cómo es que una sociedad se asume —o no— también como un sujeto pedagógico, en qué medida reconoce —si lo hace— que cada persona cumple un papel en la enseñanza de los otros y viceversa. Uno de los ejemplos más valiosos sobre esta conciencia de los sujetos pedagógicos nos los dan algunos de los movimientos sociales en América Latina; pienso en el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil (MST) y en el Sistema Educativo Rebelde Autónomo Zapatista (SERAZ). En una próxima oportunidad abordaré cada uno de estos con más detenimiento; bástenos por ahora decir que el primero parte de la noción de Educación en Movimiento, que quiere decir que la educación se mueve de acuerdo con las necesidades del propio movimiento y de sus integrantes, lo que deviene en una concepción maravillosa que considera al propio movimiento como sujeto pedagógico; por otro lado el SERAZ zarpa desde “otra forma de concebir y gobernar la educación (…), en función de prioridades y recursos propios, establecidos a partir de necesidades educativas colectivamente definidas.”

En ambas experiencias encontramos como fundamento una visión amplia de la educación que demanda el involucramiento de toda la comunidad en el proceso educativo. Allí la figura de las y los maestros adquiere otro carácter. En el MST es todo el movimiento el que se asume permanentemente como sujeto pedagógico, lo que implica entablar una relación horizontal de enseñanza-aprendizaje donde, como diría Freire, “nadie enseña a nadie” sino que todos aprenden en el quehacer cotidiano de la lucha por la tierra. En el segundo caso, con el SERAZ, es la comunidad la que guía, a través de la asamblea y la elección de los maestros y/o maestras, cómo avanza la educación, entendida como un proceso colectivo.

 

Se va haciendo tarde y no he llamado a Amparo para felicitarla, así que dejo estas líneas acá, no sin antes decir que es necesario reivindicar la función social de las y los maestros, es necesario defender sus condiciones de trabajo porque es necesario defender la educación que necesitamos y queremos. Por otra parte, es indispensable que repensemos nuestro lugar como sujetos pedagógicos en unos u otros espacios y, en ese sentido, que nos responsabilicemos de la educación de todos y todas.

Vaya un abrazo fuerte, fuerte, a Amparo, mi maestra, y a todos los maestros que nos enseñan a hacer de nuestra vida una vida más digna y a luchar por ella.

Twitter de la autora: @guamisha

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