Viaje al centro de la Tierra es una novela de Julio Verne, publicada el 25 de noviembre de 1864, que trata de la expedición de un profesor de mineralogía, su sobrino y un guía al interior del globo. Guardado en el manuscrito original de la Heimskringla, de Snorri Sturluson, que ha encontrado en la tienda de un judío, el profesor alemán Otto Lidenbrock descubre un pergamino con un texto cifrado. El autor es un sabio islandés del siglo XVI que afirma haber llegado al centro de la Tierra: Arne Saknussemm. El profesorLidenbrock pretende seguir los pasos del explorador Saknussemm y emprende una expedición acompañado por su escéptico sobrino Axel y el impasible guía islandés Hans. El grupo ingresa por un volcán hacia el interior del globo terráqueo, en donde vivirán innumerables peripecias, incluyendo el asombroso descubrimiento de un mar interior y un mundo mesozoico completo enterrado en las profundidades, así como la existencia de iluminación de carácter eléctrico. Según J.J. Benitez, en su obra “Yo, Julio Verne“, la mayoría de los estudiosos de la vida y obra de Julio Verne aceptan que fue un iniciado; es decir, que estaba en posesión de verdades o enseñanzas ocultas. Y admiten igualmente que sus obras maestras están escritas en clave, así como que pudo pertenecer a una determinada escuela esotérica y que, incluso, varios de sus libros fueron «dirigidos» por los «sumos sacerdotes» de esa secreta hermandad. Pues bien, a pesar de este unánime reconocimiento, los especialistas han pasado por alto el más que probable significado cabalístico de su epitafio: “Hacia la inmortalidad y la eterna juventud“. Ésta, al parecer, era la sentencia esculpida en la tumba de Verne, en el cementerio de La Madeleine, en la ciudad francesa de Amiens, al norte de París. La tumba de Verne, en Amiens, es la síntesis simbólica y esotérica de un gran iniciado. La rama de palmera es lo más apropiado. No en vano, en griego, se denomina «phoenix» al inmortal pájaro que renace de sus propias cenizas. “Hay que saber morir para renacer“, en palabras de H. Lawrence. Y la palmera es también el árbol de la vida de los cabalistas, así como la asociación iniciática sufí. La estrella de seis puntas es la unión del fuego y el agua para la reconstrucción interior del «fuego celeste», que los cabalistas llaman «shamaim». En cuanto a la cruz inscrita en un círculo, alude a la «cuadratura del círculo»: el opus alquímico completo, acabado y realizado. La rama de olivo es la «paz del justo», una versión bíblica del laurel olímpico. La lápida pentagonal es pitagórica, mientras que los siete abetos son quizá el misterio más grande.
La obra póstuma de Saint-Yves d´Alveydre, titulada Mission de l´Inde, que fue publicada en 1910, contiene la descripción de un centro iniciático misterioso designado bajo el nombre de Agharta. Pero muchos lectores de dicho libro debieron suponer que eso no era más que un relato puramente imaginario, una suerte de ficción que no reposaba sobre nada real. En efecto, si se quiere tomar todo al pie de la letra, hay algunas inverosimilitudes que, al menos para aquellos que se atienen a las apariencias exteriores, podrían justificar una tal apreciación. Y sin duda Saint-Yves había tenido buenas razones para no hacer aparecer él mismo esta obra, escrita desde hacía bastante tiempo, y que verdaderamente no estaba puesta a punto. Por otra parte, hasta entonces, en Europa no se había hecho apenas mención del Agharta y de su jefe, el Brahmâtmâ, más que por el escritor Louis Jacolliot. Se cree que éste había oído hablar realmente de estas cosas en el curso de su estancia en la India, pero que después las había arreglado de una manera eminentemente fantasiosa. Pero, en 1924, se produjo un hecho inesperado: el libro titulado “Bestias, Hombres, Dioses”, en el que Ferdinand Ossendowski cuenta las peripecias de un viaje accidentado que hizo en 1920 y 1921 a través de Asia central, encierra, sobre todo en su última parte, relatos casi idénticos a los de Saint-Yves. Y el ruido que se produjo alrededor de este libro proporciona una ocasión favorable para romper el silencio sobre esa cuestión del Agharta. Fernando Ossendowski, en su libro “Bestias, Hombres, Dioses”, explica una profecía desconocida para la gran mayoría de la gente, pero no por eso menos inquietante. Fue anunciada, tal como dice el texto, a finales del siglo XIX a los lamas de un monasterio budista en Asia. Y fue escrita por el autor del libro mencionado a comienzos del siglo XX, según consta en los registros editoriales. Al analizar esta profecía detalladamente podemos observar interesantes similitudes con acontecimientos sucedidos durante el siglo XX. El texto es el siguiente: “El hutuktu de Narabanchi me refirió lo siguiente, cuando tuve ocasión de visitarle en su monasterio al empezar el año 1921: -la vez que el rey del mundo apareció a los lamas de nuestro monasterio, favorecidos por Dios, hace treinta años, hizo una profecía relativa a los años venideros, que entre otras cosas, dice: …… Enseguida vendrán dieciocho años de guerra y cataclismos… Luego los pueblos de Agharta saldrán de sus cavernas subterráneas y aparecerán en la superficie de la tierra…“. Agartha, también conocida o denominada Agarthi, Agharta o Agharta, es, según la tradición oriental, un reino constituido por numerosas galerías subterráneas que conectan con decenas de ciudades intraterrestres habitadas por seres de un altísimo nivel de conocimiento, que custodian y preservan la evolución planetaria.
En su libro “The Coming Race”, Bulwer Lytton describe una civilización mucho más avanzada que la nuestra, que existe dentro de grandes cavidades en el interior de la Tierra, conectada con la superficie mediante largos túneles. Estas inmensas cavidades están iluminadas por una misteriosa luz que no requiere de lámparas. Esta luz mantenía la vida vegetal y permitía a los habitantes subterráneos cultivar sus propios alimentos. Los habitantes que Lytton describe eran vegetarianos y disponían de aparatos que les permitían volar en vez de caminar. Estaban libres de enfermedades y tenían una organización social perfecta, en la que cada uno recibía lo que necesitaba, sin la explotación de unos por otros. No se ha dejado de acusar a Ossendowski de haber plagiado a Saint-Yves. Primero, hay lo que podría parecer más inverosímil en Saint-Yves mismo, tal como la afirmación de la existencia de un mundo subterráneo que extiende sus ramificaciones por todas partes, bajo los continentes e incluso bajo los océanos, y por el cual se establecen comunicaciones invisibles entre todas las regiones de la tierra. Por lo demás, Ossendowski, que no toma en cuenta esta afirmación, declara incluso que no sabe qué pensar de ella, aunque la atribuye a diversos personajes que él mismo ha encontrado en el curso de su viaje. Hay también, sobre puntos más particulares, el pasaje donde el «Rey del Mundo» es representado ante la tumba de su predecesor, el pasaje donde se trata del origen de los Bohemios, que habrían vivido antaño en el Agharta, como muchos otros todavía. La existencia de pueblos «en tribulación», de los que los Bohemios son uno de los ejemplos más sobresalientes, es realmente algo muy misterioso y que requeriría ser examinado con atención. Saint-Yves dice que hay momentos, durante la celebración subterránea de los «Misterios cósmicos», donde los viajeros que se encuentran en el desierto se detienen, donde los animales mismos permanecen silenciosos; El Dr. Arturo Reghini dice que esto podría tener alguna relación con el timor panicus de los antiguos. Ossendowski asegura que él mismo ha asistido a uno de esos momentos de recogimiento general. Hay sobre todo, como coincidencia extraña, la historia de una isla, hoy en día desaparecida, donde vivían hombres y animales extraordinarios. Saint-Yves cita el resumen del periplo de Jámbulo, por Diodoro de Sículo, mientras que Ossendowski habla del viaje de un antiguo budista del Nepal. Y, no obstante, sus descripciones se diferencian en muy poco. Si verdaderamente existen de esta historia dos versiones que provienen de fuentes tan alejadas la una de la otra, podría ser interesante recuperarlas y compararlas. Independientemente de los testimonios que Ossendowski nos ha indicado. Se sabe, por fuentes muy diferentes, que los relatos de este género son algo corriente en Mongolia y en toda el Asia central; y existe algo parecido en las tradiciones de casi todos los pueblos
El nombre de Agharta se refiere a un mundo subterráneo en cuya existencia creen los budistas. Se cree que este mundo subterráneo tiene millones de habitantes y muchas ciudades, todas bajo el dominio de la capital del mundo subterráneo, llamada Shamballah. Allí vive el Gobernante Supremo del Imperio, conocido en oriente como el Rey del Mundo. Se cree que el Dalai Lama del Tíbet era su representante en la superficie de la Tierra. Existía una extensa red de túneles secretos que conectaban el mundo subterráneo con el Tíbet. Brasil, en el oeste, y Tíbet, en el este, parecen ser las dos partes del mundo donde se accede con mayor facilidad al mundo de Agharta, debido a la existencia de estos túneles. El artista, filósofo y explorador ruso, Nicholas Roerich, quien viajó mucho por el Lejano Oriente, sostenía que Lhasa, la capital del Tíbet, estaba conectada mediante un túnel con la ciudad de Shamballah, capital del imperio subterráneo de Agharta. La entrada al túnel estaba vigilada por lamas, a los que el Dalai Lama había hecho jurar que mantendrían en secreto su paradero ante los extraños. Se creía que había un túnel similar que conectaba las cámaras secretas en la base de la pirámide de Gizeh con Agharta, por el cual los faraones establecían contacto con los dioses o “superhombres” del mundo subterráneo. Las diferentes estatuas gigantes de los primeros dioses y reyes egipcios, como las de Buda, hallados en todo Oriente, representan a los “dioses” subterráneos que vinieron a la superficie para ayudar a la raza humana. La tradición budista dice que la primera colonización de Agharta se produjo hace miles de años, cuando un hombre santo condujo bajo la tierra a una tribu que desapareció. Se supone que los gitanos provienen de Agharta, lo cual explica su deseo de moverse por la superficie de la tierra y sus permanentes traslados para recuperar el hogar perdido. Esto nos recuerda a Noé, que en realidad parece que era de la Atlántida, que salvó a un grupo elegido antes del diluvio que sumergió a la Atlántida. Se cree que llevó a su grupo a la altiplanicie de Brasil, donde se establecieron en ciudades subterráneas, conectadas con la superficie por medio de túneles, para poder escapar del envenenamiento por radioactividad, producto de una guerra nuclear que originó el diluvio que sumergió su continente. Se supone que la civilización subterránea de Agharta representa la continuación de la civilización de la Atlántida que, al haber aprendido la lección de la inutilidad de la guerra, aparentemente ha permanecido en paz desde entonces. Allí hicieron progresos científicos extraordinarios, sin estar condicionados por las interrupciones de las guerras que ha sufrido nuestra civilización en la superficie. Aquella civilización subterránea tendría miles de años, ya que los últimos restos de la Atlántida se hundieron hace unos 11.500 años.
Aparentemente los científicos subterráneos pueden manejar fuerzas de las que nosotros no sabemos nada, como lo demuestran sus platillos volantes, operados por una fuente de energía desconocida. Ossendowski sostiene que el Imperio de Agharta consiste en una red de ciudades subterráneas, conectadas entre sí por túneles, por los que pasan vehículos a tremendas velocidades, tanto debajo de la tierra como del océano. Estos pueblos viven bajo un gobierno mundial, encabezado por el Rey del Mundo. Representan a los descendientes del continentes perdidos de Mu, Lemuria y la Atlántida, además de la raza original de los Hiperboreos, la llamada raza de los dioses. Se dice que durante varias épocas de la historia, los “dioses” de Agharta vinieron a la superficie para enseñar a la raza humana y salvarla de las guerras, las catástrofes y la destrucción. La llegada de platillos volantes poco después de la primera explosión atómica en Hiroshima representa otra visita semejante, pero esta vez no aparecieron los mismos “dioses” entre los hombres, sino emisarios suyos. En la epopeya hindú, el Ramayana, describe a Rama como un emisario de Agharta, que vino en un vehículo aéreo que probablemente era un platillo volador. Una tradición china habla de maestros divinos que vinieron en vehículos aéreos. El fundador de la dinastía Inca, Manco Capac, se dice que vino de la misma manera. Uno de los maestros más importantes de Agharta en América fue Quetzalcoatl, el gran profeta de los mayas y aztecas y de los indígenas de América en general, tanto del norte como del sur. Sabemos que era un extraño para ellos, proveniente de otra raza, seguramente de la Atlántida, porque era de tez y cabello claro, alto y con barba, y ellos eran de piel oscura, pequeños y lampiños. Los indígenas de Méjico, Yucatán y Guatemala lo reverenciaron como a un salvador. Los aztecas lo llamaron “Dios de la abundancia” y “Estrella de la mañana“. El nombre Quetzalcoatl significa “Serpiente emplumada“. Se le dio este nombre porque llegó en un vehículo aéreo, que parece haber sido un platillo volador. Es probable que haya venido de Agharta, porque luego de permanecer un tiempo con los indígenas, desapareció en forma misteriosa de igual manera como vino. Se describe a Quetzalcoatl como “un hombre de buena apariencia y expresión seria, con una barba blanca y vestido con un ropaje largo“. También se lo llamó Huemac, por su gran bondad y moderación. Enseñó a los indígenas el camino de la virtud y trató de salvarlos del vicio al darles leyes y aconsejarles resistir a la lujuria y practicar la castidad. Les enseño el pacifismo y condenó todas las formas de violencia. Instituyó una dieta vegetariana, con maíz como el alimento básico, y les enseñó a hacer ayuno y a practicar higiene corporal.
Según un arqueólogo que se ha centrado en América del Sur, Harold Wilkins, Quetzalcoatl también fue el maestro espiritual de los habitantes de Brasil. Luego de permanecer un tiempo con los indígenas y de comprobar lo poco que deseaban seguir sus enseñanzas, excepto por sus recomendaciones de plantar y alimentarse de maíz como alimento básico en lugar de la carne, Quetzalcoati partió y les dijo que algún día regresaría. Sabemos que este “visitante del Cielo” vino como se fue, supuestamente en un platillo volante, porque cuando Cortés invadió Méjico, el emperador Moctezuma creyó que se trataba del anunciado retorno de Quetzalcoati. Lo creyó porque una bola de fuego giraba sobre la ciudad de Méjico, y todas las personas gritaban y aullaban y prendieron fuego al templo del dios de la Guerra, ya que creían que esta bola de fuego era un platillo volante en el que viajaba Quetzalcoati. Según Faber Kaiser, en su obra “Los túneles de América“, tenemos evidencias de que una civilización desconocida construyó un sistema habitable de túneles subterráneos en el subsuelo americano. Los indios hopi, asentados en el estado norteamericano de Arizona, y que afirman proceder de un continente desaparecido en lo que hoy es el océano Pacífico, recuerdan que sus antepasados fueron instruidos y ayudados por unos seres que se desplazaban en escudos voladores, y que les enseñaron la técnica de la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas. Muchas otras leyendas y tradiciones indígenas del continente americano hablan de la existencia de redes de comunicación y de ciudades subterráneas. Existe una nutrida literatura y suficientes investigadores que mantienen la hipótesis de que debajo de la superficie de nuestro planeta habitan seres inteligentes desconocidos para nosotros. Existen diversas hipótesis acerca de la posibilidad de que inteligencias procedentes de fuera de nuestro planeta posean puntos de apoyo subterráneos o subacuáticos en el planeta Tierra. Hay numerosos lugares en el continente americano, que tienen posibilidades de conectar con este mundo subterráneo. Lo podemos ver en muchas tradiciones de los indios del Norte, del Centro y del Sur de América, recogidas desde la época de la conquista hasta nuestros días. Hay algunos investigadores que afirman que el polo Norte alberga tierras cálidas y la entrada hacia un mundo interior. Los indios hopi afirman que sus antepasados proceden de unas tierras hundidas en un pasado remoto en lo que hoy es el océano Pacífico. Y que quienes les ayudaron en su éxodo hacia el continente Americano fueron unos seres de apariencia humana que dominaban la técnica del vuelo y la de la construcción de túneles e instalaciones subterráneas.