La edición en español de la última obra de Roger Penrose, “Ciclos del Tiempo. Una extraordinaria nueva visión del universo”, ha hecho llegar de inmediato al público en lengua española las nuevas propuestas del autor. En el fondo, Penrose quiere hablarnos de multiversos, unos multiversos “cíclicos” que permitirían también ofrecer una explicación a las evidencias del Principio Antrópico. Las especulaciones de Penrose son legítimas y viables, aunque también presentan problemas, así como diferencias con respecto a las propuestas de Hawking y consecuencias para la metafísica teísta cristiana. Con todo, tienen el derecho de ser respetadas como propuestas racionales alternativas para desentrañar el enigma de un universo cuya metafísica fundante todavía desconocemos. Por Javier Monserrat.
Las especulaciones de Penrose son sin duda intelectual, científica y filosóficamente, no sólo legítimas sino también lógicas y viables, aunque den la impresión de hallarse en un estadio bastante inmaduro. Aún así, no dejan de presentar problemas (que el mismo Penrose reconoce) y, además, distan mucho de poderse considerar probadas por las evidencias empíricas o experimentales. Se trata, como ocurre también con la propuesta de multiversos de Hawking, de pura especulación. Posible, eso sí, pero que no puede exigir en lógica científica que le concedamos el estatuto de realidad, ni de “verdad” científica, mucho más cuanto que no se trata de una especulación única, sino que tiene otras alternativas especulativo-metafísicas (vg. la de Hawking) que son también viables, y que tienen el derecho de ser respetadas como propuestas racionales alternativas para desentrañar el enigma de un universo cuya metafísica fundante todavía desconocemos.
El mismo Penrose es consciente de que su propuesta es sólo una alternativa teórica, de que se trata de una visión cíclica del universo y de que la sucesión de ciclos o eones que en ella se contempla puede equivaler a una teoría cíclica de multiversos. En la concepción de Penrose, como en general para la ciencia, nuestro universo es el único hecho empírico existente, en cuya función podemos especular sobre su naturaleza, sus orígenes y su previsible futuro.
Es la argumentación científica construida, así pues, desde el universo fáctico la que permite pensar en un futuro cuyo estado equivaldría a un pasado. Las condiciones de un estado final que equivaldrían a las condiciones de un estado inicial. Comienzo y fin, pasado y futuro coincidirían en el ámbito de las “singularidades” (de un “estado intermedio singular”) y el discurrir entre ellos sería el presente cósmico. El final de un eón se constituiría en comienzo de otro. Nuestro universo sería uno de los eones, o tiempos cósmicos, que estaría precedido y continuado por otros eones que, en conjunto, serían una infinitud de multiversos que se sucederían unos a otros.
Para que uno de estos universos pudiera tener por azar las propiedades que nos permiten hablar (y este es el caso en nuestro universo) del Principio Antrópico, debería entenderse que cada uno de los universos nacientes pudiera tener unas leyes y unos valores de sus variables diferentes. Si no fuera así –es decir, si el universo naciente en cada uno de los eones fuera similar, es decir, de ontología y valores similares–, entonces esa ontología debería tener en todos ellos los sorprendentes valores del Principio Antrópico (porque el nuestro, uno de los eones, de hecho las tiene). Lo sorprendente del Principio Antrópico quedaría, pues, sin el azar que lo explicaría por ser un caso único dentro de la infinitud de un conjunto de valores en eones diversos.
Diversidad conceptual de los multiversos en Hawking y en Penrose
En la propuesta de Penrose se transluce una voluntad explícita de que su idea de los multiversos permita resolver por azar el sorprendente cuadro de valores del Principio Antrópico. Sin embargo, su concepción es marcadamente distinta de la de Hawking. En realidad es distinta de la teoría ordinaria de multiversos, anterior a Hawking, y a la que este pretende adherirse en su obra de 2010, El Gran Diseño, dando de ella una interpretación especial propia.
La teoría común de multiversos, o de los “universos burbuja”, sostiene que existe una infinitud de universos (en el sentido de “innumerables”). Pero no es que surjan uno del otro (en el sentido aproximado de que al morir uno se produzca otro). Los universos no se tienen así unos a otros como referencia de origen. La teoría de multiversos, al contrario, considera que los infinitos universos se refieren siempre a (o se fundan en) un metasistema de realidad (o, si se quiere, un metauniverso o una metarrealidad) en que son producidos y en que en alguna manera quedan reabsorbidos.
Para que nazca un universo “burbuja” no es necesario que muera un universo anterior y que esto sea el detonante que lleve al nacimiento del otro. Los universos pueden nacer en paralelo sin referencia entre sí. Su única realidad de referencia es el metauniverso que los genera y los reabsorbe, una vez que ha transcurrido “su tiempo” o eón. Nuestro universo habría nacido pues dentro de un metasistema de realidad en la forma de un big bang (tal como se puede argumentar desde los hechos que conocemos en nuestro universo), discurriría en el tiempo producido por el cambio de sus estados internos y acabaría disolviéndose en estados finales de alta entropía que serían reabsorbidos por el metauniverso en que tienen su origen fundamental. Con los “tiempos propios” cada uno, el metauniverso habría producido otros muchos universos independientes que no interferirían entre sí. Estos universos podrían ser paralelos y no coincidentes: en realidad sus “tiempos” estarían aislados sin forma alguna de interferencia. Para esta teoría no tendría sentido decir que unos salen de otros.
En cambio, la propuesta de Penrose parece hablar de un único universo en el que se producen diferentes ciclos del tiempo. Es un universo que produce un eón, un tiempo, y al morir o diluirse su estado final se convierte en inicio productor de otro eón, otro ciclo del tiempo. Los infinitos universos de Penrose son así sucesivos y uno nace de las cenizas del otro. La imagen de este proceso podría ser dos sinusoides desfasadas en 1800, de tal manera que el punto de coincidencia de las dos ondas sería el tránsito de un eón a otro; el área entre los dos sinusoides sería el espacio en que se desplegarían los estados del tiempo de cada uno de los eones. Habría un tiempo creciente de expansión del área (hasta el punto de mayor amplitud de ambos sinusoides) que daría tránsito a una reducción que llegaría a cero en el punto en que coincidirían las dos ondas: ese punto sería, al mismo tiempo, final del eón anterior y comienzo del nuevo. Penrose entiende que el estado final de un eón equivaldría a una singularidad en que las leyes del espacio-tiempo del eón muriente dejarían de tener vigencia y, por ello, el nuevo eón naciente estaría ontológicamente libre frente al eón anterior (aunque sólo en parte como después explicaremos). Entre eón y eón habría un “estado intermedio singular”.
Universos oscilantes o cíclicos