Los misteriosos Triángulos de la Muerte

Ivan Terrance Sanderson fue un biólogo y escritor fantástico escocés. Nació en Edimburgo (Escocia) el 30 de enero de 1911 y falleció en Nueva Jersey (EE. UU.) el 19 de febrero de 1973. Sanderson es recordado por su interés en los fenómenos paranormales, y la criptozoología, una pseudociencia que estudia a animales como las serpientes marinas, los monstruos de lagos, losmokèlé-mbèmbé, bestia común de la mitología de Imagen 8varias culturas del África Centra, los yeti o los pie grandes. En los años treinta, Ivan Sanderson dirigió numerosas expediciones a zonas tropicales, haciéndose famoso por sus escritos acerca de sus viajes. Además Ivan Sanderson  y  sus colaboradores  de  la  Society  for  the  Investigation  of  the  Unexplained  (Sociedad  para  la Investigación  de  lo  No  Explicado),  de  Nueva  Jersey, señaló la existencia de los que él llamó doce triángulos de la muerte, los más conocidos de los cuales son el Triángulo de las Bermudas y el Triángulo del Diablo. Se  trataría  de  zonas  con grandes perturbaciones  magnéticas y en las que, curiosamente se han detectado numerosas observaciones ovni.  Dos  de  dichos triángulos los encontramos en  los  Polos,  y  todos los  restantes  están en zonas marinas, excepto una única zona terrestre, en Afganistán. Curiosamente se encuentran alrededor de los 30º de latitud, tanto al norte como al sur del ecuador, con intervalos de 72º en cuanto a la longitud. Una de las personas que ha estudiado y escrito sobre este tema es Antonio Ribera i Jordà (1920 – 2001). Nacido en Barcelona, fue un reconocido escritor, ufólogo, traductor y submarinista. Se le considera el “padre” de la ufología en España, publicando numerosos libros sobre el tema, entre ellos Los doce Triangulos de la Muerte, en que me he basado para escribir este artículo. También fue cofundador del Centro de Estudios Interplanetarios (CEI) de Barcelona en1958. Estas zonas, más  que  triangulares  son romboidales.  Los mares y océanos, con una profundidad media de 4.000 metros, 3.000 mil millones de kilómetros cúbicos de agua y una densidad casi 800 veces mayor que la de la atmósfera terrestre, no dejan de sorprendernos. En estos mares y océanos se producen, desde tiempos remotos, extrañas anomalías y fenómenos misteriosos. Todas  ellas  son  zonas  donde  los  avistamientos  de  ovnis  son  frecuentes  y  numerosos. Casi  todas  ellas  son cruzadas  por  la  famosa  línea  BAVIC ,  descubierta  por  Aimé  Michel,  o  se  hallan  en  sus proximidades.  Tal vez estos triángulos con grandes perturbaciones  magnéticas  sirven a los ovnis para orientarse en su exploración de la Tierra. Y en  todas  estas zonas se  registran  hechos  inexplicables  y  desapariciones  de barcos y aviones. Tenemos casos de navíos que aparecen a la deriva sin rastro de su tripulación; aviones y barcos que desaparecen también sin dejar rastro, así como se observan objetos extraños en los radares, etc.

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Ya que hablamos de 12 triángulos, veamos la interesante simbología del número 12.  Según Pitágoras: “Todas las cosas son números”. El número 12 tiene muchos significados simbólicos: 12 apóstoles, 12 horas diurnas y 12 nocturnas en el día, 12 meses del año, 12 signos del Zodíaco, 12 puertas de la Jerusalén Celeste, 12 frutos del Árbol de la Vida. Cada hora se divide en 5 × 12 minutos, y cada minuto en 5 × 12 segundos. La graduación usual de la circunferencia es 360º, es decir, 12 × 30º. En la mitología y la religión, la importancia de esta cifra es notable. En Sumer había 12 dioses principales.  Para los griegos, los dioses olímpicos del Panteón eran doce, como también fueron una docena los trabajos encargados al mítico héroe romano Hércules como penitencia. En la mitología griega, los dioses principales eran 12: Zeus, Hera, Apolo, Afrodita, Atenea, Poseidón, Hefesto, Hermes, Ares, Artemisa, Deméter y Hestia. Eran 12 los caballeros de la mesa redonda del Rey Arturo. Según la Biblia, Jacob tuvo doce hijos, y en este mismo libro se menciona que hubo doce tribus de Israel y doce apóstoles. Asimismo, se escogieron doce apóstoles, que forman los fundamentos de la Nueva Jerusalén.  Por todo lo anterior y por otros múltiples ejemplos, al número 12 se le considera el número solar por excelencia y una constante en la cultura mediterránea, símbolo del orden cósmico, de la perfección y de la unidad.  Sobre el paralelo 30 de latitud Norte tendríamos el triángulo de las Bermudas; otro triángulo que ocuparía todo el mar de Alborán, tocando con una de sus puntas las islas Canarias; asimismo, el triángulo de Afganistán, que llega hasta el Golfo Pérsico, siendo el único que no es totalmente marítimo; también tenemos el triángulo del Mar del Japón, conocido asimismo como el triángulo del Diablo o del Dragón; por último tendríamos otro triángulo próximo a las islas Aleutianas. En el paralelo 30 de latitud Sur nos encontraríamos con un triángulo en Argentina y la Patagonia; otro triángulo estaría en la costa oriental de África; el siguiente triángulo estaría en el océano Índico; otro triángulo está en la zona de Nueva Zelanda; el último triángulo, curiosamente, está al sur de la isla de Pascua. Por último tenemos dos zonas en ambos polos, ubicadas en el Polo Norte y la Antártida. Por otro lado, tenemos que Aimé Michel, investigador francés, que estudió la gran oleada de ovnis de 1954, en su libro Los Misteriosos Platillos Volantes estableció, mediante un método riguroso, que los extraños objetos que surcaban los cielos de Francia parecían guiados por algún tipo de inteligencia. Un día, casi por casualidad, descubrió que las observaciones de un mismo día se alineaban impecablemente y con precisión extraordinaria sobre una misma línea recta, que bautizó como línea BABIC, aunque las observaciones estuviesen situadas en países tan alejados unos de otros como Inglaterra, Francia o el norte de Italia.

Investigando más a fondo, Aimé Michel descubrió que esta telaraña era muy característica, de tal forma que evocaba la idea de una exploración sistemática. En el centro de esta telaraña se pudo observar frecuentemente un objeto de grandes dimensiones y de forma alargada, que era luminoso durante la noche y del que entraban o salían a veces uno o varios objetos volantes más pequeños. Estos últimos fueron descritos como de forma circular, hemisférica por arriba y que cambiaba de aspecto en su parte inferior. Emitían una luz de variados colores y la forma de su salida del objeto alargado de mayor tamaño semejaba el movimiento de la caída de una hoja. Según algunos testimonios, durante esta oleada se produjeron aterrizajes y se vieron pequeños seres de poco más de 1 metro de altura, cubiertos por una escafandra de color claro, anchos de cuerpo y que marchaban balanceándose o a saltos. Su tez era oscura. Aimé Michel descubrió este comportamiento de los ovnis después de haber anotando sistemáticamente, en un mapa de Europa, el día y la hora en que los testigos declararon a la prensa haber tenido esas experiencias. Esto descartó por completo la posibilidad de engaños. Volviendo al tema de los triángulos de la muerte, la mayor parte de estas regiones se hallan curiosamente al este de las masas terrestres continentales, como vemos que pasa con el Triángulo de las Bermudas, donde las corrientes oceánicas cálidas, que se dirigen hacia el norte, chocan con las frías que van hacia el sur. Además, allí se encuentran también los puntos nodales en que las corrientes de superficie toman una dirección y las corrientes submarinas otra dirección. Estas últimas fluyen tangencialmente, y aparentemente, al sufrir la influencia de variaciones de temperaturas, provocan turbulencias magnéticas que afectan a la comunicación radial y quizá también afectan a la gravedad. Para entender algo del funcionamiento de las corrientes oceánicas, tenemos que tener en cuenta que es un movimiento superficial de las aguas de los océanos y en menor grado, de los mares más extensos. Estas corrientes se deben a multitud de causas. Principalmente son debidas al movimiento de rotación terrestre, que actúa de manera distinta y hasta opuesta en el fondo del océano y en la superficie. Pero también son influenciadas por los vientos planetarios, así como la configuración de las costas y la ubicación de los continentes. Generalmente se cree que el concepto de corrientes marinas se refiere a las corrientes de agua en la superficie de los océanos y mares, mientras que las corrientes submarinas no son sino movimientos de compensación de las corrientes superficiales. Esto significa que si en la superficie las aguas superficiales van de este a oeste en la zona intertropical, por la inercia debida al movimiento de rotación terrestre, que es de oeste a este, en el fondo del océano las aguas se desplazarán siguiendo ese movimiento de rotación de oeste a este.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que las aguas en el fondo submarino se desplazan con la misma velocidad y dirección que dicho fondo, es decir, con la misma velocidad y dirección que tiene la superficie terrestre por debajo de las aguas oceánicas. En el fondo oceánico, la enorme presión de las aguas es lo que origina una temperatura uniforme de dichas aguas en un valor que se aproxima a los 4 ºC, que es cuando el agua alcanza su máxima densidad. Como resulta obvio, no existirá ningún desplazamiento relativo entre el fondo del océano y las aguas que lo cubren porque en el fondo oceánico, tanto la parte terrestre como oceánica, se desplazan a la misma velocidad. Y la excepción se presenta en las corrientes frías de la zona intertropical que se deben al ascenso de aguas frías procedentes del fondo submarino. El movimiento de compensación de las corrientes marinas no solo se produce entre la superficie y el fondo submarino, sino también en la propia superficie. La corrientes frías, después de un viaje de miles de kilómetros cruzando los principales océanos, llegan a convertirse en corrientes cálidas al llegar a las costas orientales de los continentes, como Asia, África y América. Actualmente se sabe que la estructura de las corrientes marinas a escala global es tridimensional, con movimientos horizontales en la superficie, en los que el viento y la inercia producida por la rotación terrestre juegan un importante papel. Con movimientos verticales, en los que la configuración del relieve submarino y de las costas modifican los efectos de la rotación de la Tierra, crea una fuerza centrífuga tendente a «abultar» el nivel oceánico a lo largo de la circunferencia ecuatorial. Se trata de la corriente ecuatorial que se dirige, por inercia, en sentido contrario a la rotación terrestre. En el fondo submarino, tanto del océano Atlántico como del Pacífico, el agua oceánica acompaña a la litosfera terrestre en el movimiento de rotación terrestre y ello se debe a la enorme presión que soportan esas aguas abisales. Pero al llegar a las costas occidentales de los continentes, el talud continental, que constituye un plano inclinado, actúa como una especie de “ascensor” para esas aguas profundas, haciéndolas subir y creando lo que se denominasurgencia de aguas frías, lo que viene a ocasionar una corriente, esta vez superficial, que se desplaza hacia el ecuador a lo largo de esas costas occidentales. Y al llegar a la zona ecuatorial son desviadas por la fuerza centrífuga del movimiento de rotación terrestre hasta tomar la dirección contraria a la que tenían las aguas profundas, es decir, de este a oeste. De esta manera se originan en las costas occidentales de los continentes corrientes de aguas sumamente frías, ya que emergen desde una gran profundidad. Recordemos que las aguas profundas del océano se encuentran a una temperatura de 4° C, ya que a esta temperatura es cuando alcanza su mayor densidad.

En resumen, los patrones de circulación de las aguas oceánicas se originan por una compleja síntesis de fuerzas que actúan de forma diversa y variable en el tiempo y en el espacio. Las más importantes de estas fuerzas son el movimiento de rotación terrestre y la fuerza centrífuga determinada por dicho movimiento, el movimiento de traslación terrestre y las variaciones estacionales en la latitud y dirección originadas por dicho movimiento, la configuración del fondo submarino, la forma de las costas y su influencia en la dirección de las corrientes, la desigual absorción y transporte de calor por la radiación solar absorbida por las aguas marinas, la influencia mutua entre las corrientes marinas y los vientos, el cambio de nivel de las aguas cálidas superficiales debido a las mareas, la desviación de las corrientes debido al efecto de Coriolis, que, a su vez, también se debe a los efectos de la rotación terrestre, etc. La creencia de que las corrientes marinas son ocasionadas por los vientos es muy antigua aunque incorrecta, a pesar de que, a grandes rasgos, suelen coincidir los patrones generales de dirección de los vientos con las direcciones y trayectorias de las corrientes marinas. Pero esa coincidencia es aparente y se debe, como es lógico, a que tanto los vientos como las corrientes marinas responden a las respuestas de dos fluidos, las aguas marinas y el aire atmosférico, a los movimientos de traslación y de rotación de nuestro planeta. El ejemplo más claro de esta idea se puede ver en los vientos monzónicos entre Asia y el Océano Índico. Son vientos estacionales que van del Índico al continente asiático, es decir, de sur a norte, en la época de calor, y de norte a sur durante la época de frío, mientras que las corrientes marinas en la zona intertropical del océano Índico van de este a oeste todo el año. Los efectos de la rotación de la Tierra son visibles en la dirección de las corrientes oceánicas, en los patrones que se observan en la dinámica atmosférica, en el efecto Coriolis, en los patrones de los vientos, especialmente de los planetarios, en la dinámica fluvial y en la surgencia de aguas frías de las profundidades submarinas en las costas occidentales de los continentes, específicamente de la zona intertropical. El efecto Coriolis, descrito en 1835 por el científico francés Gaspard-Gustave Coriolis, es la aceleración relativa que sufre un objeto, en este caso las aguas marinas, que se mueven dentro de un sistema de referencia en rotación. La rotación terrestre también es la responsable del abultamiento ecuatorial de nuestro planeta y del achatamiento polar, aunque probablemente, el abultamiento ecuatorial se produjo en períodos de la historia geológica de nuestro planeta en los que su temperatura era mayor, por lo que tenía una consistencia mucho más plástica y fácil de deformar. El abultamiento ecuatorial de la litósfera o parte sólida de la tierra es notable, ya que el diámetro ecuatorial es unos 21 km mayor que el diámetro polar.

Pero el de la parte líquida (hidrósfera) es aún mayor, lo cual significa que el diámetro polar en la superficie de los océanos sería bastante menor que el ecuatorial y ello se debe a que la hidrósfera es una capa fluida y de menor densidad, por lo que la fuerza centrífuga del movimiento de rotación actúa elevando el nivel del mar en la zona intertropical por encima del nivel que tendría de no existir dicho movimiento de rotación. Y en el caso de la atmósfera, la deformación es aún mayor, ya que en la zona intertropical el límite superior de la tropósfera es casi tres veces mayor que el que tiene en las zonas polares, lo cual puede demostrarse con la gran altura de las nubes de desarrollo vertical en dicha zona. Por ejemplo, la montaña más elevada de nuestro planeta sería el pico Huascarán, en el Perú, si tomáramos en cuenta la altura absoluta de dicha montaña con respecto al centro de la Tierra. El Everest, ubicado en la zona templada, aunque es la montaña más elevada del mundo con respecto al nivel del mar en las costas de la India, en el Océano Índico, tendría una altura mucho menor que el Huascarán si midiéramos dicha altura también con relación al centro de la Tierra. Es curioso cómo en las zonas de los triángulos, algunos vuelos suelen llegar con un asombroso adelanto. Hay aviones que han llegado con tanta anticipación respecto a su itinerario, que la única explicación es que hayan encontrado un viento de cola de una velocidad de unos 800 km/h. Parece como si dichos aviones se hubieran encontrado con una anomalía, pero hubiesen conseguido sortearla o evadirse del extraño supuesto agujero negro responsable de tantas desapariciones. Un ejemplo sería el de un Boeing 727 de la National Airlines, que se hallaba dentro de la pantalla de radar del centro de control, ya que se disponía a tomar tierra. A continuación desapareció abruptamente por un lapso de 10 minutos, tras los cuales reapareció y aterrizó sin dificultades. Según el piloto y la tripulación, no había ocurrido nada extraño. Sin embargo, la hora en los relojes de los viajeros y en diversos instrumentos horarios del avión estaba atrasada diez minutos respecto del horario real. Nikolai Koroviakov, ingeniero constructor de Tula, en Rusia, a finales del siglo XX enunció una teoría que podría dar explicación a este misterio. Según dicha teoría, nuestro planeta no gira de modo uniforme, ya que sigue una órbita elíptica y no circular. Esto daría lugar al desplazamiento permanente de las masas gravitacionales en el seno de nuestro planeta. La traslación elíptica de la Tierra y su irregularidad en la rotación a lo largo del año es conocida al menos desde el siglo V, en el que el astrónomo Johannes Kepler descubrió las leyes que rigen el movimiento de los planetas. Koroniakov descubrió que el núcleo de la Tierra, formado por metales pesados, hierro y níquel, asesta de vez en cuando, a través del magma, golpes hidráulicos contra la corteza, lo que movería los continentes, provocaría la subida de la superficie terrestre, inundaría extensas zonas y activaría los volcanes.

El desplazamiento del núcleo y del magma crea poderosos flujos magnéticos que influyen en muchos procesos terrestres. Y cada uno de los puntos donde golpea el núcleo es uno de estos triángulos, por lo que podría ser la causa de los doce puntos de anomalías geomagnéticas, así como su disposición regular a lo largo del globo terráqueo. Los triángulos de las Bermudas y del Japón son los más importantes a nivel de casuística, ya que registran mucho tráfico aéreo y marítimo. Todas  ellas  son  zonas  donde  los  avistamientos  de  ovnis  son  frecuentes  y  numerosos. Tal como hemos dicho, casi  todas  ellas  son cruzadas  por  la  famosa  línea  BAVIC,  descubierta  por  Aimé  Michel.  Basta  únicamente  con  disponer  de  un  modesto  globo  terráqueo.  Sobre el globo, en los 36º de latitud Norte, tenemos los 70º de longitud Oeste, los 2º  de  longitud Este, los 74º de longitud Este, los 146º de longitud Este y los 142º de longitud Oeste. Esto dividirá el paralelo 36º Norte en cinco partes iguales, separadas por intervalos de 72º.  En el  paralelo  36º  Sur tenemos los  170,5º  de  longitud  Este,  los  117,5º  de  longitud  Oeste, los 45,5º de longitud Oeste, los 26,5º de longitud Este, y los 98,5º de longitud Este. Esto dividirá  el  paralelo  36º  Sur  en  cinco  partes, también separadas por intervalos de 72º.  Señalaremos  también  los  polos Norte  y Sur. Por último, trazaremos una línea desde cada uno de los puntos marcados al punto más próximo. El resultado de ello será una división muy regular del globo terráqueo. A consecuencia  de  esta  operación,  no  sólo  habremos  dejado  señalado  el  centro  del Triángulo de las Bermudas, sino los de otras zonas romboidales de idéntica configuración  e  inclinación.  En  casi  todas  ellas  se  han  registrado  extrañas perturbaciones  magnéticas  y  han  ocurrido  hechos  inexplicables,  especialmente desapariciones de barcos y aeronaves. El planeta está dividido en doce centros de aberraciones magnéticas, de acuerdo con la teoría de Ivon Sanderson. Las dos zonas que no aparecen en el mapa corresponden a ambos polos. Aparte de la zona de la Antártida, sólo una de estas zonas, centrada en Afganistán, es terrestre, si bien su borde occidental alcanza el golfo Pérsico. Las restantes zonas son marítimas. La más sorprendente característica de estos triángulos es  su  disposición  absolutamente regular  sobre  la  superficie del  planeta, casi como si fuera obra de alguna inteligencia, tal vez extraterrestre.  El  único  fenómeno  natural  preexistente  digno  de  tomarse  en  cuenta  tiene  que  estar forzosamente relacionado con el geomagnetismo, del que no lo sabemos todo ni mucho menos.  Una  cosa  que  si  sabemos,  por  ejemplo,  es  que  los  polos  no  han  ocupado siempre  su  posición  actual,  sino que  se han  desplazado  sobre la  superficie  de  la  Tierra en  el  transcurso  de  las  edades  geológicas.

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Las  partículas  magnetizadas  de  mineral  de hierro que se encuentran en algunas rocas muy antiguas apuntan hacia otro Polo Norte magnético  distinto  del  actual…  Pero  sería  muy  sorprendente  que  los  antiguos  polos magnéticos  hubiesen  coincidido  con  tanta  precisión  con  los  puntos  regularmente espaciados  de  los  «triángulos»  actuales.  Eso  significaría  que  el  eje  del  planeta  ha  ido cambiando sucesivamente de inclinación un número  exacto  de grados y minutos, como un mecanismo de relojería gigantesco. Cuando antes nos hemos referido a “esto dividirá el paralelo 36º Norte en cinco partes iguales, separadas por intervalos de 72º“, debemos hacer un apartado sobre el peculiar número 72. Es un múltiplo de 12 por 6, o cuando se multiplica por 5 da 360, el número de grados de un círculo. Ello es obvio. Pero, ¿qué representa el número 72?  Los místicos de la Kaballah llegaron, a través de métodos de Gematría, al número 72 como el secreto numérico de Yahveh. Aunque oscurecido en el registro bíblico de la época, cuando Dios dio instrucciones a Moisés y a Aarón para que se acercaran hasta el Monte Santo y llevaran consigo a 70 de los ancianos de Israel, lo cierto es que Moisés y Aarón tuvieron 72 acompañantes: además de los 70 ancianos, Dios dijo que dos hijos de Aarón fueran invitados también, a pesar de que Aarón tenía 4 hijos varones, haciendo un total de 72.  También hemos encontrado este extraño número 72 en el relato egipcio que trata del enfrentamiento entre Horus y Set. Al narrar el relato a partir de sus fuentes jeroglíficas, Plutarco, en De Iside et Osiride, donde equipara a Set con el Tifón de los mitos griegos, escribió que cuando Set atrapó a Osiris en el arcón de la fatalidad, lo hizo en presencia de 72 «camaradas divinos». ¿Por qué, entonces, 72 en tan diversos casos? La única respuesta plausible, según creemos, se debe buscar en el fenómeno de la precesión de los equinoccios. En astronomía, la precesión de los equinoccios es el cambio lento gradual en la orientación del eje de rotación de la Tierra, que hace que la posición que indica el eje de la Tierra en la esfera celeste se desplace alrededor del polo de la eclíptica, trazando un cono y recorriendo una circunferencia completa cada 25 776 años, período conocido como año platónico, de manera similar al bamboleo de un trompo o peonza. El valor actual del desplazamiento angular es de alrededor de 1° cada 72 años. Hasta el día de hoy no hemos estado seguros de cómo apareció el concepto del Jubileo, el período de 50 años decretado en la Biblia y utilizado como unidad de tiempo en el Libro de los Jubileos. Para los Anunnaki, para quienes una órbita alrededor del Sol equivalía a 3.600 años terrestres, la órbita atravesaba 50 grados precesionales (50 x 72 = 3.600).

Quizá sea algo más que una coincidencia el hecho de que el número secreto de rango del dios sumerio Enlil, y el número que buscaba el dios Marduk fuera también el 50. Pues era uno de los números que expresaban las relaciones entre el Tiempo Divino, originado por los movimientos de Nibiru, el Tiempo Terrestre, relacionado con los movimientos de la Tierra y la Luna, y elTiempo Celestial, o tiempo zodiacal, resultante de la Precesión. Los números 3.600, 2.160, 72 y 50 eran números que pertenecían a las Tablillas de los Destinos que estaban en el DUR.AN.KI, en el corazón de Nippur; y eran en verdad números que expresaban el «Enlace Cielo-Tierra».  La Lista de los Reyes Sumerios afirma que pasaron 432.000 años, o120 órbitas de Nibiru, desde la llegada de los Anunnaki a la Tierra hasta el Diluvio. El número 432.000 es también clave en el concepto hindú y en otros conceptos de las Eras y de las catástrofes periódicas que caen sobre la Tierra. El número 432.000 abarca también al 72, exactamente 6.000 veces. Y quizás merezca la pena recordar que, según los sabios judíos, el cálculo de los años en el calendario judío, el 5.758 en el 1998 d.C. de nuestro calendario llegará a su finalización cuando llegue al 6.000, el 2240 d.C. en nuestro calendario. Será entonces cuando se complete el ciclo. Según el paleomagnetismo, los continentes se han desplazado millares de kilómetros en la superficie del globo, y el  campo  magnético  terrestre  se  ha  invertido  periódicamente,  pasando  el  polo  Norte  a ser el polo Sur y viceversa. La primera constatación reivindica definitivamente la teoría de la  «deriva  de  los  continentes»,  establecida  en  1910  por  Alfred Lothar Wegener (1880 – 1930), meteorólogo y geofísico alemán, uno de los grandes padres de la geología moderna al proponer la teoría de la deriva continental.. Pero el paleomagnetismo no nos explica la extraña separación uniforme entre los distintos triángulos.  No  obstante,  nos  dice  algo  inquietante:  la  Tierra  se  encuentra  en  el  umbral  de un cambio de polaridad. Es decir, que de un magnetismo normal pasaremos  a  un magnetismo  invertido. Y no sabemos cómo  afectará  este  hecho a la  vida  de  los  seres  que pueblan  el  planeta, ya que no sabemos que quede  ningún  testimonio  de  un  cambio  de polaridad para contárnoslo. Se calcula que la última  inversión  se  produjo  hace  un  millón  de  años.  Quizás  uno de estos  cambios  de  polaridad podría explicar  las épocas glaciales,  la extinción de los grandes saurios e inclusive la aparición del ser humano. Sabemos todavía muy poco sobre nuestro planeta y sobre nosotros mismos, considerados como especie.

Dos de los famosos triángulos de la muerte los podemos situar en el Polo Norte y en el Polo Sur, en realidad la Antártida. Cualquiera que haya viajado a los Polos, habrá comprobado que la brújula se vuelve loca en las proximidades del polo  magnético, ya  sea  el  boreal  o  el  austral.  Pero como  ya se sabe,  el  polo  magnético  no coincide  con  el  polo  geográfico.  Además, se sabe que la inversión de polaridad se produce regularmente.  En  la  actualidad parece que  estamos  en  los  umbrales  de  uno  de  tales cambios de polaridad del campo geomagnético. Como  en  todas  las zonas  de  anomalía magnética,  en  ambos  polos  la dimensión tiempo  parece  sufrir  una  extraña distorsión. En el caso del Polo Norte, algunos exploradores que caminaban por el hielo se han encontrado llegando a su punto de destino mucho antes o mucho después de lo que  habían  previsto.  Tenemos  constancia  del  mismo  fenómeno  en  el  caso  de  algunos aviones  que  sobrevolaban  el  Triángulo  de  las  Bermudas.  Tal vez habría  quizá  que  acudir  a  la teoría  del  campo  unificado, en  la  que  trabajaba  Einstein  a  su  muerte,  para  hallar alguna posible explicación a estas anomalías temporales. El término teoría de campo unificado fue introducido por Einstein cuando intentó tratar unificadamente la gravedad y el electromagnetismo mediante una teoría de campos unificada. Previamente Maxwell había logrado en 1864 lo que denominaríamos primera teoría unificada, al formular una teoría de campo que integraba la electricidad y el magnetismo. La teoría unificada de campos trata de reconciliar las cuatro fuerzas fundamentales (o campos) de la naturaleza, desde la más fuerte a la más débil. La fuerza nuclear fuerte es responsable de la unión de los quarks para formar neutrones y protones, y de la unión de estos para formar el núcleo atómico. Las partículas de intercambio que median esta fuerza son los gluones. La fuerza nuclear débil es responsable de la radioactividad. Es una interacción repulsiva de corto alcance que actúa sobre los electrones, neutrinos y los quarks. Los bosones W y Z son los que median en esta fuerza. La fuerza electromagnética es la fuerza que actúa sobre las partículas cargadas eléctricamente. El fotón es la partícula de intercambio para esta fuerza. La fuerza gravitacional es una fuerza atractiva de largo alcance que actúa sobre todas las partículas con masa. Se postula que hay una partícula de intercambio que se ha denominado gravitón, aunque todavía no se ha podido comprobar. Éste es ,entre otros, uno de los puntos clave a desvelar en el proyecto del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) del CERN, en Ginebra. El  tiempo,  el  espacio,  el  campo  gravitatorio  y  el  campo  electromagnético posiblemente estén estrechamente interrelacionados, si no es que son una sola y misma cosa,  de  la  que  percibimos  distintas  facetas  a  las  que  arbitrariamente  llamamos electricidad, magnetismo, etc., de las que aún sabemos muy poco. Conocemos la electricidad por sus efectos, pero se nos escapa su esencia. Otro tanto podría decirse del magnetismo  y  de  la  gravedad.

Tal vez «alguien»  no sólo  sabe  lo que son estás  fuerzas, sino que  las  domina  y las  maneja  a  su antojo.  Nosotros  no  pasamos  de  utilizar  la  electricidad  sin  saber realmente  qué  es, así como algunas formas  rudimentarias  del  electromagnetismo.  En  cuanto  a  la  fuerza de la gravedad,  sólo aprovechamos sus efectos, como la fuerza que produce la caída de determinados cuerpos.  Si  pudiéramos  utilizar  la fuerza  de  la  gravedad  tal vez podríamos crear un vehículo  que  pudiera  manejar esa fuerza, anularla o dirigirla a voluntad, como aparentemente hacen algunos ovnis. Las regiones árticas del Polo Norte  fueron  posiblemente  el  origen  de  un  extraño  episodio que  fue  publicado por  John  Keel,  estudioso  norteamericano  de  lo insólito  y  director  de  una  revista llamada Anomaly,  donde  recoge  los  hechos «condenados» que continúan produciéndose en el mundo. Se  trataría  de  «aviones  fantasma»  que  se  vieron  sobrevolando  las  regiones  más inhóspitas  de  la  península  escandinava  en  los  años  1932  y  1933.  Lo  verdaderamente sorprendente  en  estas  extrañas  observaciones  es  que  los  aparatos  que  las  originaron eran  capaces  de  efectuar  maniobras  imposibles  para  los  aeroplanos  convencionales  de la  época.  Esto los incluiría  en  la  categoría  de «objetos  misteriosos» y «platillos volantes».  En  este  caso  de  Escandinavia, los «aviones  fantasma»  adoptaron  la  forma  de  grandes  aviones de color gris, sin ninguna clase de distintivo. En las décadas de1920  y 1930  hay numerosos  informes  sobre  aeroplanos  misteriosos  y dirigibles  no  identificados  que  sobrevolaron  el  norte  de  Europa.  Una  de  las  primeras noticias  sobre  aeroplanos  fantasma  que  se  publicó  en  el  Dagens-Nyheter  de  Estocolmo en  1933,  apareció  el  24  de  diciembre.  Decía lo siguiente :  «Un aeroplano  misterioso  apareció,  procedente  de  Bottensea,  alrededor  de  las  seis  de  la tarde  de  la  víspera  de  Navidad,  pasó  sobre  Kalix  y  continuó  rumbo  al  Oeste.  De  la máquina surgían rayos de luz que escudriñaban la zona».  Estos «rayos de luz» son típicos en las noticias de 1934, del mismo modo como  aparecen  con  frecuencia  en  los  informes  contemporáneos  sobre  ovnis.  Los testigos  afirmaban  que  estos  haces  luminosos  eran  muchas  veces  «cegadores» e iluminaban  el  terreno  sobre  el  que  cruzaban  «como  en  pleno  día».

Focos  o  reflectores idénticos  figuran en  las oleadas  de  1896-1897  y  1909,  sobre los  Estados Unidos y  norte de Europa. Aproximadamente  el  35%  de  todas  las  observaciones  conocidas  de  la  oleada escandinava, que  se  registró  en  1934,  tuvieron  lugar bajo pésimas  condiciones meteorológicas.  En  numerosos  informes  se  mencionan  espesas  nevadas,  ventiscas  y espesísimas  nieblas.  Los  aeroplanos  incluso  volaban  a  muy  baja  altura  durante  las nevadas,  haciendo  acrobacias  aéreas  y  pasando  en  vuelo  rasante sobre aldeas, barcos y estaciones de ferrocarril en abruptas regiones montañosas.  Esta  extraña  oleada fue  seguida,  en  julio  de  1946,  por  un intrigante episodio de  «bólidos»  que  cruzaban los  cielos  de  Escandinavia, procedentes  del  Norte.  Este  episodio  de  los  «bólidos»  de  Escandinavia, que  muchas veces  invertían  en  180º  su  trayectoria  y  hacían  otras  maniobras  impropias  de  un «bólido»,  parece  el  preludio  de  la  sistemática  observación  de  nuestro planeta  iniciada  por  los  foo-fighters  de  la  Segunda  Guerra  Mundial,  y  luego  por  los llamados «platillos  volantes». El nombre “foo fighter” fue utilizado por aviadores de la Segunda Guerra Mundial para referirse a ciertos fenómenos aéreos que avistaban regularmente durante sus misiones de combate. Estos eran descritos como esferas de apariencia metálica o bolas luminosas, que aparecían individualmente o en grupos. Aunque muchas veces perseguían o acompañaban a los aviones militares, no existe constancia de que algún foo fighter haya intentado algún tipo de ataque o interacción. Se caracterizaban por su alta velocidad y maniobrabilidad más allá de las posibilidades desarrolladas en la época. Los relatos indican que podían acelerar o decelerar instantáneamente, o flotar estacionarios. Los “foo fighters” fueron observados por pilotos militares británicos, estadounidense, alemanes y japoneses. Los pilotos Aliados inicialmente pensaron que podía tratarse de algún arma secreta de los Nazis, sin embargo los dirigentes nazis pensaban que era un arma secreta de los Aliados. Se dice que ambos bandos investigaron el fenómeno, y abandonaron las investigaciones al comprobar que no eran una amenaza. Los primeros informes surgieron en 1941, por parte de pilotos británicos. Los estadounidenses, luego de varios avistamientos ocasionales, empezaron a reportarlos regularmente a partir de la entrada en servicio de los cazas nocturnos Northrop P-61 Black Widow. Se cree que los pilotos de estos aviones fueron quienes les dieron el apodo definitivo de “foo fighters”.

Cuando se ha querido minimizar el misterio de los triángulos, como el Triángulo de las Bermudas, o incluso de negar su existencia,  se ha dicho que los barcos y los aviones suelen desaparecer en el mundo entero. El océano es enorme, los barcos son relativamente pequeños y las aguas están en perpetuo movimiento, tanto en la superficie como en las corrientes submarinas. Hay barcos y aviones pequeños que se han perdido entre las Bahamas y Florida, donde la Corriente del Golfo fluye hacia el Norte a más de cuatro nudos, y luego han aparecido a una distancia tan grande del punto en que se les vio por última vez, que se ha llegado a darlos por desaparecidos. No obstante, la velocidad de esta corriente es conocida por la Guardia Costera, cuyas misiones de búsqueda y rescate la tienen muy en cuenta, al igual que las desviaciones debidas a los vientos, cuando rastrean el área aproximada de la desaparición de alguna nave. Más aún, algunos barcos han desaparecido, para reaparecer luego en otro lugar, como ocurrió con el A. Ernest Miles, que naufragó con una carga de sal frente a la costa de Carolina. Cuando la sal se disolvió, el buque fantasma volvió a la superficie y fue inmediatamente recuperado. La Dahama, otro buque perdido, que resurgió desde el fondo del mar, es mencionado frecuentemente en relación con el Triángulo de las Bermudas. Se le dio por hundido en abril de 1935 y sus pasajeros fueron rescatados. Sin embargo, poco después El Aztec lo halló a la deriva frente a las Bermudas. Cuando los buceadores bajan hasta el fondo del océano, siguiendo las indicaciones del magnetómetro, ocurre a menudo que, en lugar de galeones españoles, encuentran aviones civiles o de guerra desaparecidos, diversos tipos de barcos y, como ocurrió en una ocasión, a muchos kilómetros mar afuera. Los caprichos de las corrientes y el fondo movedizo podrían explicar algunas de las búsquedas infructuosas de aviones y barcos. Sin embargo, estas zonas presentan características submarinas que podrían también esconder las huellas de algunas de esas desapariciones. En el Triángulo de las Bermudas existen unos extraños “agujeros azules“, dispersos entre los acantilados de piedra caliza y otras formaciones submarinas semejantes que se encuentran a lo largo de las Bahamas, junto a las anchas cornisas y las caídas abisales. Hace miles de años, estos agujeros eran cuevas de piedra que estaban en la superficie. Cuando el mar subió de nivel, como consecuencia del derretimiento de la tercera generación de glaciares, hace unos 12 a 15 mil años, las cuevas tomaron su forma actual y se convirtieron en un lugar favorito de pesca para buceadores. Estas cavernas y pasajes submarinos van directamente hasta el borde de la plataforma continental, y algunos continúan hacia abajo, a través de toda la formación calcárea, hasta una profundidad de 500 metros. Otros están conectados a través de túneles y más cuevas con lagos interiores y grandes charcas situadas en las islas Bahamas de mayor extensión.

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Aunque se encuentran a muchos kilómetros de distancia del océano, estos pequeños pozos de agua suben y bajan de nivel según el ritmo de las mareas. Allí suelen encontrarse algunos peces que son transportados por las corrientes internas de este sistema submarino y aparecen de pronto kilómetros tierra adentro. En una ocasión, en uno de estos estanques situados a 35 kilómetros de la costa apareció un tiburón que medía seis metros de largo, causando sensación y gran alarma entre los habitantes de la región. Los agujeros azules se hallan en el interior del océano y situados a diversas distancias de la superficie. Las galerías parecen abrirse en muchas direcciones, confundiendo hasta a los peces, que suelen incluso nadar de arriba hacia abajo. Algunos de los pasajes que comunican las cavernas parecen estar tan simétricamente diseñados que los buceadores han llegado a buscar señales para verificar si fueron talladas a mano en la época en que los arrecifes se hallaban sobre el nivel del mar. También han notado las peligrosas y fuertes corrientes que penetran en los agujeros azules. Esto se debe al flujo de las mareas, que hace que grandes masas de agua entren en las cavidades y creen una especie de efecto de tiraje que produce fuertes remolinos en la superficie, a pesar de que en los alrededores no hay tierra sobre el nivel del océano. Semejantes remolinos podrían arrastrar un bote pequeño con su tripulación al interior de uno de los agujeros azules. Esta posibilidad cobró cierto grado de verosimilitud cuando el oceanógrafo Jim Thorne encontró un bote pesquero atrapado en una de las cavidades, a una profundidad de 25 metros, mientras participaba en una expedición submarina. Otros exploradores han encontrado también botes de goma y pequeñas embarcaciones dentro de los agujeros. Sin embargo, aunque algunos botes pequeños, o incluso los restos de otros más grandes pudieran haber ido a parar allí, permaneciendo atrapados en el interior de las cavernas, este efecto de remolino no explicaría la desaparición de buques más grandes ni la de aviones. Aunque las vorágines marinas suelen aparecer en distintas zonas del mundo, en épocas diversas, y especialmente dentro de la región de las Bahamas, en el Triángulo de las Bermudas, ninguno de esos fenómenos conocidos podría compararse con el remolino de Noruega, descrito por Edgar Allan Poe en su cuento “Un descenso al Maelstrom“, excepto tal vez algunos grandes movimientos sísmicos o perturbaciones atmosféricas.

Al describir este torbellino destructor de barcos, Edgar Allan Poe dice: “Jamás olvidaré las sensaciones de sobrecogimiento, terror y admiración con que contemplé lo que me rodeaba. Parecía como si la embarcación estuviese colgando, por arte de magia, a medias y apoyada en la superficie interior de un túnel de vasta circunferencia y prodigiosa profundidad, cuyos costados perfectamente lisos podrían haber pasado por superficies de ébano, a no ser por la asombrosa rapidez con que daban vueltas. Al sentir la sacudida del descenso, que me trastornaba, me así instintivamente, con más fuerza y cerré los ojos. Ahora, al contemplar la desolada inmensidad a que nos habían conducido, advertí que nuestra barca no era el único objeto atrapado por el abrazo del torbellino. Encima y por debajo de nosotros podíamos ver fragmentos de navíos, grandes masas de madera para construir y troncos de árboles junto a muchos objetos pequeños, como trozos de muebles de hogar, cajas rotas, barricas y duelas. Y entonces comencé a observar, con extraño interés, los numerosos artículos que flotaban en nuestra compañía. De pronto me oí decir: ‘Este abeto será sin duda el que habrá de desaparecer ahora, en esa terrible zambullida’, y luego me sentí decepcionado al comprobar que los restos de un barco mercante holandés se le adelantaban y se hundían primero“. Este tipo de narraciones puede haber influido sobre algunas de las teorías en torno de las desapariciones de barcos dentro del Triángulo y sobre las versiones acerca de la forma de “los abismos que nos arrastran” en el mar. Las grandes mareas que se levantan repentinamente, o incluso las trombas marinas, o los grandes tornados que se producen en el mar en algunas estaciones, levantando un vasto chorro de agua hacia el cielo, a gran altura, constituyen amenazas más verosímiles para las embarcaciones grandes y pequeñas que recorren esta zona. Una o varias trombas marinas pueden perfectamente destrozar una pequeña embarcación, o un avión que vaya volando bajo, de la misma forma en que los tornados que se desencadenan en tierra firme levantan casas, vallas, vehículos y personas hacia el cielo. Por otra parte, aunque las trombas marinas son visibles durante el día, cuando hay tiempo para eludir el peligro, por la noche son bastante más difíciles de eludir, sobre todo cuando el afectado es un avión que vuela en condiciones de escasa visibilidad. Pero los fenómenos más temidos en relación con los hundimientos repentinos de barcos son las grandes marejadas que se levantan repentinamente, como consecuencia, casi siempre, de terremotos submarinos. La aparición de estas enormes olas depende de varios factores, tales como maremotos, deslizamientos de tierra, presión atmosférica, vientos, tormentas y huracanes, que no se producen necesariamente en una zona próxima, o bien erupciones de volcanes sumergidos. También pueden aparecer olas gigantes en aguas serenas, por diversas razones, pero las que se levantan en mares tempestuosos suelen alcanzar, según observadores competentes, una altura de por lo menos 40 metros.

Las olas producidas por perturbaciones sísmicas (tsunamis) han llegado a elevarse hasta 60 metros, tan alto como un gran rascacielos. Estos tsunamis pueden sobrevenir sin advertencia previa y son capaces de hundir un barco, si está anclado, o de hacerlo zozobrar si se encuentra navegando. Algunas veces, incluso barcos de gran tamaño se han partido por la mitad ante el embate de estas olas. Aunque las embarcaciones más pequeñas pueden cabalgar sobre la cresta de las olas y deslizarse entre una y otra sin dificultades, se dio el caso de un destructor que resultó partido en dos, porque su largo era equivalente a uno y medio de estos senos que se forman sobre una oleada y la siguiente. Si hubiese medido lo mismo que uno, o dos de ellos, probablemente habría resistido. Existen también otras olas, muy poco usuales, pero muy destructivas, que suelen ser el resultado de deslizamientos submarinos de tierra causados por la ruptura de una falla de la corteza terrestre. Se les conoce con el nombre de seiche y son pequeñas de altura; no son tan espectaculares como los tsunamis, pero tienen un poder inmenso, y son seguidas por grandes masas de agua que se acumula detrás de ellas. Resultan más difíciles de reconocer y, por lo mismo, son todavía más peligrosas. Una de esas olas, presentándose de manera inesperada, podría destrozar un buque y esparcir sus restos a lo largo de grandes extensiones. Pero, si bien los barcos pueden ser literalmente tragados por una marejada repentina, no es concebible que un avión desaparezca en el aire a causa de estos movimientos marinos. Algunos observadores han visto aviones internarse en una nube sin reaparecer jamás, como si algo los hubiese desintegrado o arrebatado del aire durante el vuelo. En la atmósfera existen fuerzas que pueden compararse con las marejadas marinas, especialmente si un avión las enfrenta a gran velocidad. Un avión puede encontrar, en su trayectoria de ascenso o descenso, corrientes muy fuertes, de dirección contraria a la indicada por los instrumentos del aeropuerto. Si son en extremo violentos, pueden tener consecuencias nefastas para el aparato afectado. Este factor, semejante a una especie de “tenaza de viento“, juega un papel importante en las desapariciones de aviones y, en su forma más violenta, puede compararse con las olas tipo seiche, que se levantan inesperadamente, en un mar generalmente en calma. La turbulencia aérea puede desplazarse hacia arriba, hacia abajo, o en sentido horizontal y, cuando el cambio es suficientemente rápido, el efecto es casi como el de un choque contra una pared de piedra.

En general, resulta imposible predecir este tipo de turbulencias, aunque suele encontrárselas en los extremos de las corrientes atmosféricas que se mueven como lo hace la Corriente del Golfo a través del océano, pero a una velocidad considerablemente mayor, equivalente a 370 km/h, frente a los cuatro o menos de cuatro a que viaja la Corriente del Golfo. Estos tremendos movimientos podrían explicar quizás la pérdida de algunos de los aviones ligeros dentro del Triángulo de las Bermudas y otros triángulos. O bien los desintegran, según la presión que se ejerza sobre ellos, o bien los lanzan al mar, formando un vacío a su alrededor. Las mismas turbulencias son un misterio, ya que aparecen repentinamente, y son impredecibles. Sin embargo, resulta dudoso que un cambio repentino de presión haya sido la causa de todas las desapariciones de aviones ocurridas dentro de los triángulos y de la eliminación de sus comunicaciones radiales. Gracias a los nuevos y sofisticados sistemas de rastreo y computación que ahora existen, podrá resultar más fácil encontrar las naves aéreas que puedan perderse en esta zona. Los aviones actuales llevan también unos sistemas de memoria y computación llamados sistemas de información aeronáutica integrada que, en caso de desastre, conservan un registro detallado de lo ocurrido en el avión. También   se   están   utilizando   mecanismos desarrollados durante los vuelos espaciales y en las travesías de los submarinos atómicos, que registran automáticamente la posición y cualquier desviación de un avión o un barco. Existe un nuevo aparato para localizar un avión perdido que se llama baliza “de recuperación“. Es un pequeño transmisor de radio capaz de transmitir durante dos o tres días. Se le instala en la cola del aeroplano y es activado por la pérdida del sistema electrónico. Pero si los desastres que se producen dentro de los triángulos estuviesen conectados con silencios radiales, cabría suponer que estos nuevos aparatos también se verían neutralizados. Misteriosamente, el electromagnetismo y los desperfectos en los instrumentos son fenómenos que se repiten una y otra vez en esta región. El ingeniero electrónico Hugh Auchincloss Brown, autor del libro Cataclysms of the Earth, opina que “existen buenas razones para relacionar estos incidentes con el campo magnético de la Tierra. A lo largo de la historia de nuestro planeta se han manifestado aprehensiones a ese respecto, en diferentes períodos, y tal vez ahora se está desarrollando otra era de cambio en la situación magnética, que tiene como primeras manifestaciones de advertencia ciertos indicios de terremotos magnéticos que ocurren ocasionalmente. Esto podría explicar las perturbaciones que hacen que los aviones se estrellen y luego desaparezcan, cuando se hunden en aguas profundas. Pero ello no explicaría, naturalmente, las pérdidas de barcos...”.

El especialista en electrónica Wilbert B. Smith, que dirigió un proyecto sobre magnetismo y gravedad por encargo del Gobierno canadiense, en 1950, ha sugerido que estos elementos son un factor de importancia en la desaparición de aviones. Dijo que había hallado lugares específicos, a los que calificó de “áreas de alcance reducido“, que eran relativamente pequeños, de alrededor de 300 metros de diámetro, pero extendidos hacia arriba hasta una altura considerable, y que se caracterizaban por una turbulencia tal, que realmente podrían destrozar un avión. Las aeronaves no advertirían de antemano estas zonas de perturbaciones magnéticas y gravitacionales no señaladas en los mapas, hasta que ingresaran a ellas, con resultados fatales. Al comentar la aparente movilidad de estas áreas, Smith escribió: “No sabemos si estas regiones de alcance reducido se mueven o si sencillamente se desvanecen… Cuando tratamos de localizar algunas de ellas, al cabo de tres o cuatro meses, no pudimos hallar ni señales“. Un miembro de Búsqueda y Rescate, del Centro de operaciones de la Guardia Costera de los Estados Unidos, precisó también la importancia que tenían el magnetismo y la gravedad en sus investigaciones: “Francamente, no sabemos lo que ocurre en el llamado Triángulo de las Bermudas. Lo único que cabe, en relación con estas desapariciones inexplicables, es hacer conjeturas. La Marina está tratando de llegar hasta el fondo del misterio, con un programa llamado Proyecto Magnetismo, en el que se están investigando las perturbaciones atmosféricas y de gravitación electromagnética. Algunos expertos piensan que tales perturbaciones podrían haber sido la causa de la desintegración de aquellos aviones, en 1945. Un barco que navegaba por la zona informó haber visto una gran bola de fuego en el cielo, la que, naturalmente, pudo ser también un choque en el aire. Pero eso es algo bastante desusado cuando se trata de cinco aviones. El hecho es que no tenemos una verdadera opinión acerca de esta materia“. En épocas pasadas, las búsquedas intensivas, pero inútiles, por parte de la Guardia Costera norteamericana, a que dieron lugar algunos casos de desapariciones notorios, como el de un escuadrón completo de aviones tipo Avenger TBM, poco después de haber despegado en Fort Lauderdale, Florida, o el hundimiento sin dejar rastros del Marine Sulphur Queen, en el Estrecho de Florida, han dado crédito a la creencia popular acerca de los misterios y las cualidades sobrenaturales del Triángulo de las Bermudas. Han sido incontables las teorías que se han ofrecido, a través de la historia de esta región, para explicar las numerosas desapariciones.

Según la Guardia Costera norteamericana, la mayoría de las pérdidas pueden considerarse como debidas a las extraordinarias características que presenta la zona. Por ejemplo, el Triángulo del Diablo es uno de los dos lugares de la tierra en que un compás magnético señala hacia el Norte verdadero. Normalmente indica hacia el norte magnético. La diferencia entre los dos es conocida como variación del compás. El grado de variación cambia hasta 20 grados cuando uno circunnavega la Tierra. Si esta variación o error del compás no es compensada, el navegante podría llegar a encontrarse muy alejado de su rumbo y enfrentaría a serias dificultades. Existe una zona llamada Mar del Diablo por los marinos japoneses y filipinos que está situada frente a la costa Este de Japón y que también exhibe las mismas características magnéticas. Al igual que el Triángulo de las Bermudas, es conocida por las misteriosas desapariciones que allí se producen. Otro factor ambiental es el carácter de la Corriente del Golfo. Es extremadamente veloz y turbulenta y puede borrar rápidamente cualquier evidencia de desastre. Las impredecibles características meteorológicas del Atlántico, en la zona del Caribe, también desempeñan un papel importante. Las repentinas tormentas y trombas marinas suelen significar a menudo un desastre para pilotos y marinos. Por último, la topografía del fondo del océano varía mucho, desde los extensos bajíos que rodean las islas hasta algunas de las fosas marinas más profundas del mundo. Con la interacción de las poderosas corrientes que se mueven sobre los numerosos arrecifes, la topografía se halla en un flujo permanente y la navegación enfrenta constantemente nuevos accidentes. Tampoco debe subestimarse el factor fallo humano. Hay una gran cantidad de embarcaciones de placer que navegan por las aguas de la región situada entre la Costa Dorada de la Florida y Las Bahamas. Suelen intentarse muy a menudo travesías con embarcaciones demasiado pequeñas, con un conocimiento insuficiente de los imprevistos que se producen en la zona y falta de experiencia en pilotaje. Sin embargo, los aviones que desaparecen durante itinerarios normales y sometidos a la revisión constante de pilotos experimentados y personal de vuelo, ciertamente no se quedaron sin gasolina, y los aparatos que desaparecieron en grupo no se encontraron todos al mismo tiempo y a la misma presión con perturbaciones o turbulencias. Tampoco existe una explicación plausible acerca de la razón por la cual no se han hallado restos de tantas desapariciones, en contraste con lo que ocurre en otras regiones de los océanos y playas del mundo entero, ni de por qué han desaparecido tan abruptamente aviones. De todos modos, lo que puede ser aplicable a los aviones no lo es a los barcos y si todas las pérdidas aéreas pudiesen hallar una explicación, las desapariciones de barcos en el Triángulo de las Bermudas y otros, seguirían sumidas en el misterio. Los observadores estiman que hay una relación obvia, por lo menos en cuanto a intensidad, entre los dos tipos de desapariciones.

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En los últimos meses de 1974, una organización llamada Centro Isis para la Investigación y el Estudio de las Artes y Ciencias Esotéricas, de Silver Spring, Maryland, debía realizar un crucero con intenciones de seminario, que fue calificado de “fronteras de la ciencia” y que debía realizarse en un barco alquilado, recorriendo las zonas del Triángulo de las Bermudas en que se han registrado los fenómenos más peligrosos. Según el presidente de Isis, Jean Byrd, los participantes en el crucero debían adquirir un seguro especial, debido al elemento de riesgo implícito en el viaje. Además, existía el propósito de practicar unos test psicológicos a los miembros de la tripulación mientras navegaban por las zonas “de peligro“, y muy especialmente por aquellas en que las alteraciones o falta  de funcionamiento del compás evidenciaban muestras de desviación magnética. Los test tenían por objeto determinar si la actividad mental de los participantes reflejaba las tensiones magnéticas. Anteriormente se ha mencionado esta posibilidad, señalándola como una posible explicación de cómo las personas afectadas mentalmente por ondas magnéticas podían perder el control de aviones o barcos, haciéndolos estrellarse o hundirse, o sencillamente abandonaban la nave, debido a la presión psicológica. Sin embargo, hay que señalar que los sobrevivientes que alegaron haber hallado esas fuerzas del Triángulo todavía no identificadas, no recuerdan haber notado perturbación mental alguna, excepto las muy comprensibles reacciones de sorpresa y temor. Ante la falta de una explicación lógica y aceptable, algunos investigadores independientes han buscado las causas en cambios interdimensionales realizados a través de un conducto equivalente a un “agujero en el cielo“, en el que los aviones entran, pero del que no salen. Otros investigadores creen que todo es obra de seres del espacio interior o exterior, mientras otros, finalmente, ofrecen una teoría o combinación de teorías según las cuales el fenómeno podría ser causado básicamente por complejos poderes de origen humano que aún funcionarían y que corresponderían a una ciencia considerablemente distinta de las nuestras y mucho más antigua, como por ejemplo, conocimientos tecnológicos de la Atlántida. Los investigadores del Triángulo de las Bermudas han advertido hace tiempo la existencia de otra zona misteriosa en los océanos del mundo. Está situada al sudeste de Japón, entre este país y las islas Bonin, y más específicamente entré Iwo Jima y la isla Marcus. La señalan como un lugar de grave peligro para barcos y aviones. Ya sea que los barcos se han perdido allí como consecuencia de la erupción de volcanes submarinos, o de súbitas marejadas, lo cierto es que esta región, llamada Mar del Diablo, goza de una fama aún más siniestra que el Triángulo de las Bermudas. Después de la investigación realizada por un buque del gobierno, en 1955, las autoridades japonesas resolvieron declararla zona peligrosa.

El Mar del Diablo ha despertado temor desde antiguo entre los pescadores, que creen que está habitado por demonios y monstruos que se apoderan de los barcos desprevenidos. Naves de mar y aire desaparecieron regularmente allí durante muchos años. Pero en una época en que Japón gozaba de paz, entre 1950 y 1954, se perdieron nueve modernas embarcaciones, cuya tripulación total alcanzaba a varios centenares de personas y en circunstancias características de los acontecimientos que ocurren en el Triángulo de las Bermudas. Las dos zonas presentan coincidencias impresionantes. Las inexplicables desapariciones ocurridas en este equivalente japonés del Triángulo de las Bermudas movieron al gobierno japonés a realizar una investigación en 1955. Esta expedición incluía a un grupo de científicos que iban recogiendo datos mientras su barco, el Kaiyo Maru N.° 5, cruzaba el Mar del Diablo. Pero tuvo un final inesperado, ya que el barco investigador desapareció junto con su tripulación y los científicos. La existencia de varias zonas de desapariciones similares en los océanos del mundo ha movido a hacer algunas especulaciones. Se han elaborado teorías relativas a trastornos antigravitacionales, suponiendo que hay zonas en que las leyes de gravedad y de atracción magnética normal no funcionan de la manera que nos es familiar. Ralph Barker, autor del libro Great Mysteries of the Air, dice que los nuevos descubrimientos en el campo de la Física “demuestran la existencia de partículas de materias antigravitacionales” y sugieren “la presencia de materia antigravitacional de naturaleza totalmente distinta de las conocidas en este planeta, de asombroso poder explosivo cuando se aproxima a alguna materia de las conocidas, situada en ciertas regiones de la Tierra“. Barker deja entrever la posibilidad de que la causa de estos efectos haya llegado desde el espacio para depositarse bajo la corteza terrestre y, con mayor frecuencia, de los océanos. Esta teoría ofrece una posible explicación de los trastornos electrónicos y magnéticos dentro de algunas zonas, pero no explica en cambio las numerosas desapariciones de barcos y aviones que se hallaban cerca de tierra. En este sentido, cabe recordar los informes acerca de otras áreas de anomalías magnéticas, en que la fuerza de atracción de algo oculto bajo el agua resulta más poderosa que la del Norte Magnético Polar. En su artículo titulado “The Twelve Devil’s Graveyards Around the World” (Los doce cementerios diabólicos alrededor del mundo), escrito para la revista Saga, Ivan Sanderson hace un estudio más detallado del Triángulo de las Bermudas y otras regiones sospechosas. Al señalar los lugares del mundo en que se han producido desapariciones de aviones y barcos, Sanderson y sus colaboradores descubrieron, en primer término, que la mayoría ocurrieron en seis zonas, todas las cuales tenían más o menos la misma forma oblonga y estaban situadas entre las latitudes 30° y 40°, al norte y al sur del Ecuador. Entre ellas figuraban el Triángulo de las Bermudas y el Mar del Diablo.

Tal como ya hemos indicado antes, Sanderson definió una serie de doce “anomalías“, que se producen a intervalos de setenta y dos grados y tienen su centro exactamente en las latitudes 36° Norte y Sur. Son cinco en el Hemisferio Norte, cinco en el Sur y en los dos polos. La razón por la cual el Triángulo de las Bermudas es el más célebre es que allí hay más tráficos aéreo y marítimo. Las otras zonas en cambio, aunque menos recorridas, presentaban también evidencias notorias de perturbaciones magnéticas temporales y espaciales. La mayor parte de estas regiones se halla al este de las masas terrestres continentales, donde las corrientes oceánicas cálidas que se dirigen hacia el Norte chocan con las frías que van hacia el Sur. Además, allí se encuentran también los puntos nodales en que las corrientes de superficie toman una dirección y las submarinas otra. Estas últimas fluyen tangencialmente, y al sufrir la influencia de distintas temperaturas provocan turbulencias magnéticas que afectan la comunicación radial y quizá también la gravedad. En algunos casos, y cuando se presentan condiciones especiales, provocan la desaparición de aviones y barcos, haciéndolos dirigir aparentemente a otros puntos del tiempo o el espacio. Sanderson pone de relieve un aspecto interesante y extraño en estas zonas, cuando describe cómo algunos vuelos cuidadosamente programados suelen llegar con un asombroso adelanto. Hay aviones que han arribado con tanta anticipación con respecto a su itinerario, que la única explicación es que hayan encontrado un viento de cola de una velocidad de 800 kilómetros por hora. Tales incidentes pueden ser el resultado de vientos no registrados, pero parecen producirse con más frecuencia dentro del Triángulo de las Bermudas y otras zonas similares, como si dichos aviones se hubiesen encontrado con la anomalía pero hubiesen logrado sortearla o evadirse de un  hipotético “agujero del espacio“.  Ivan Sanderson indica que nuestro planeta opera sobre la base del electromagnetismo y se pregunta si el Triángulo de las Bermudas y algunas otras zonas no funcionaran como “enormes máquinas generadoras de otro tipo de anomalías. ¿No podrían tal vez crear torbellinos, dentro o fuera de los cuales los objetos materiales quedarían sometidos a una continuidad de tiempo y espacio diferente?“. Porque, curiosamente, aparte de las numerosas desapariciones ocurridas, en los últimos años se han producido un número inmensamente mayor de extrañas apariciones. Ningún investigador de los acontecimientos del Triángulo de las Bermudas puede eludir los informes acerca de apariciones de ovnis.

Los ovnis han dado lugar a miles de investigaciones en los Estados Unidos desde 1947, en que se produjo la primera serie de visiones de ovnis registrada en tiempos de paz. En el resto del mundo se han producido millares de apariciones; diez mil, solamente en  1966. También han sido descritos por observadores competentes desde el punto de vista científico. Como dijo el doctor J. Allen Hyneck, ex asesor de la Fuerza Aérea en esta materia, “la inteligencia de los que se dedican a observar estos objetos, y de quienes han informado haberlos visto, es por lo menos normal. En muchos casos está por encima de lo normal y en otros es embarazosamente elevada“. Los ovnis han sido observados siguiendo a aviones, en algunos casos los han interceptado o destruido, y en otras ocasiones han aparecido en número considerable sobre importantes ciudades. Durante la Segunda Guerra Mundial, cada uno de los dos bandos pensaba que los objetos luminosos que revoloteaban junto a los aviones de combate eran armas secretas del enemigo. Los informes sobre ovnis registrados en la zona de las Bahamas han sido y siguen siendo numerosos, mucho más que en cualquier otra región. Se les ha visto bajo aguas transparentes, en el cielo y viajando del cielo al mar y del mar al cielo. Los testimonios han provenido de observadores dignos de crédito y los lugares en que se han producido las visiones han dado pie a algunas teorías según las cuales su presencia está relacionada con las desapariciones que ocurren dentro del Triángulo de las Bermudas; o mejor dicho, para ser más explícito, que los ovnis han estado secuestrando aviones y barcos durante varias generaciones. Uno de los partidarios más elocuentes de esta versión es John Spencer, autor del libro Limbo of the Lost (Limbo de los perdidos). Spencer ha realizado estudios durante muchos años y piensa que la única explicación plausible en torno de la pérdida de aviones y barcos con sus tripulaciones y pasajeros, es que han sido y son “secuestrados” de los mares y cielos por los que viajaban. Spencer señala: “Puesto que la desaparición total de navíos de más de 175 metros de largo, en mares totalmente en calma y a 80 km de la costa, lo mismo que la de aviones a punto de aterrizar, no puede ocurrir, según, las normas terrestres, y sin embargo, siguen ocurriendo, me veo obligado a concluir que se los están llevando de nuestro planeta“. Spencer se refiere principalmente a los grandes ovnis capaces de transportar una docena o más de “platillos volantes”, que tal vez podría capturar y almacenar como muestra algunas embarcaciones y aviones. Este gigantesco aparato espacial de transporte correspondería a los objetos de enorme tamaño y forma oblonga o cilíndrica, “con forma de puro“, a los que se refieren los testigos de algunos avistamientos.

La teoría de Spencer acerca de la razón por la que los raptos espaciales se producen en tan gran escala resulta inquietante y es compartida por diversos investigadores, que parecen haber llegado a la misma conclusión de manera independiente. Podría ser que estas inteligencias foráneas estuviesen dispuestas a dejarnos seguir nuestro camino, observándonos, pero capturando ejemplares de muestra que conservarían como un ejemplo de la vida terrestre. En su libro The Case for the UFO’s (El caso de los ovnis), M. K. Jessup, astrónomo y especialista en la Luna, opinó que las famosas desapariciones de barcos y los misterios del Triángulo de las Bermudas, como las que afectaron al Freya, al Mary Celeste, al Ellen Austin y a tantos otros, fueron causadas por ovnis. Pero Jessup va más allá del Triángulo de las Bermudas y describe la desaparición de la tripulación completa del Seabird, un gran barco de vela, que se desvaneció después de enviar señales a un pesquero, cerca del puerto de Newport, en Rhode Island, en 1850. En el cuaderno de bitácora del Seabird se podía leer una nota escrita a 3,5 km del puerto, y en la mesa del comedor se halló dispuesta una comida completa. Aparentemente, el velero continuó su ruta hacia el puerto donde estaba anclado habitualmente, y fue a vararse en la playa “como llevado de la mano de un gigante“, y por la noche desapareció en medio de una tormenta. Tras examinar estos incidentes náuticos, Jessup llegó a la conclusión de que tales desapariciones eran “casi imposibles de explicar, excepto hacia arriba. Algo operaba desde arriba, con gran poder y velocidad de acción“. Jessup creía que el desarrollo de nuestra era aeronáutica “es de un gran interés para nuestros visitantes del espacio” y que allí podría estar la explicación del creciente número de visiones de ovnis habidas en años recientes, que estuvieron concentradas en gran medida en la zona del Triángulo de las Bermudas, situada frente a la costa de Florida y alrededor de Cabo Kennedy. El 10 de enero de 1964 se dio allí el caso de un OVNI que entró en el radio de seguimiento del radar durante el lanzamiento de un cohete Polaris y fue seguido en su extraño curso durante catorce minutos, antes de volver a dirigirse al Polaris. Aunque ampliamente comentada por los que se encontraban presentes, esta aparición nunca fue registrada por la prensa. La teoría de Jessup acerca del “interés” de los OVNI en nuestra era aeronáutica, se ha visto considerablemente fortalecida por algunos acontecimientos. Durante los lanzamientos de algunos cohetes, sobre todo los Géminis 4 y 7, se han observado algunos ovnis.

El doctor Manson Valentine, zoólogo, arqueólogo y oceanógrafo, ha estudiado durante varias décadas los extraños acontecimientos del Triángulo de las Bermudas. Mucha de la información de que dispone, especialmente la que recogió en sus últimas conversaciones con Jessup resulta asombrosa. Podemos leer que en esta región se producen más visiones que en ningún otro lugar. Ha habido muchas visiones recientes de aviones que e no son tales, y de naves submarinas que no son submarinos normales. En abril de 1973, el capitán Dan Delmonico vio uno de estos artefactos. Tuvo dos visiones casi idénticas de un objeto no identificado, bajo las aguas trasparentes de la Corriente del Golfo, ambas aproximadamente en la misma zona, a más o menos un tercio de la distancia de navegación entre Great Isaac Light, al norte de las Bimini y Miami, donde las aguas de la Corriente del Golfo son muy profundas. Ambas visiones se produjeron alrededor de las cuatro de la tarde, cuando el mar estaba en calma, el oleaje era normal y había una visibilidad excelente. En ambos casos hubo un objeto blanco-grisáceo, liso, y de una forma parecida a la de “un puro muy grueso, de bordes redondos“, que pasó rápidamente bajo la proa de su embarcación. Delmonico calculó que su tamaño era de unos 45 a 60 metros de largo, y su velocidad de por lo menos 100 a 110 km por hora. Cuando lo vio, de pronto, parecía que iba a chocar con su embarcación y le dio la impresión de que se aprestaba a salir a la superficie justo delante de él. Pero, quizás advirtiendo su presencia, después de pasar directamente por debajo de su embarcación, el objeto se hundió y desapareció. No hubo turbulencias ni una conmoción apreciable. El objeto no mostraba aletas, elevadoras ni ninguna otra protuberancia que alterase la superficie lisa. Tampoco tenía ventanillas u ojos de buey. Los pilotos de aviones y las tripulaciones de barcos han visto ovnis con tanta frecuencia en los cielos del Triángulo de las Bermudas, que ya se han convertido en algo muy habitual. Lo que resulta más inquietante es la presencia de algunos de estos objetos revoloteando sobre las cumbres de los árboles, en el pantano Okefenoke. Durante el gran apagón ocurrido hace años en la costa Este de Estados Unidos, fueron observados alrededor de una docena de ovnis.

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El doctor Jessup tenía la teoría de que el poder de los campos magnéticos podía transformar y transportar materia desde una dimensión a otra. Creía que los ovnis podían entrar en nuestra dimensión y luego salir, llevándose muestras de seres humanos. Además, pensaba que algunos de los accidentes habían sido provocados por los rayos catódicos de los ovnis, que habrían creado un vacío en el cual se desintegraban los aviones que penetraban en aquel campo. Esto es probablemente lo que le ocurrió al capitán Thomas Mantel. El 7 de enero de 1948, el capitán Thomas Mantel y varios otros pilotos de la base Godman, en Fort Knox, persiguieron con sus Mustangs P-51 a un ovni “de enorme tamaño” que habían observado durante el día, cerca de la base. Cuando Mantel se elevó persiguiéndole, algunos testigos lo vieron desintegrarse. Mantel voló demasiado cerca del platillo y posiblemente cayó dentro del campo ionizado. Su aparato estalló en tantos pedazos que no se pudo encontrar ninguno mayor que un puño. Todos los que se hallaron estaban perforados. Sean lo que fuesen los ovnis, parecen crear un torbellino magnético temporal y un tipo de ionización que puede causar la desintegración de barcos y aviones. Antes de morir, Jessup creía que estaba a punto de descubrir la base científica de lo que estaba ocurriendo, que para él resultaba explicable según la “teoría de campo unificado” de Einstein. La base de esta teoría está en que todos nuestros conceptos de espacio-tiempo y materia-energía no son entidades separadas, sino transmutables en las mismas condiciones que la perturbación electromagnética. En realidad, la teoría de campo unificado ofrece otra explicación acerca de cómo los ovnis podrían materializarse y desaparecer tan repentinamente. En la práctica, es algo que tiene que ver con los campos magnéticos y eléctricos. Un campo eléctrico creado en un anillo induce un campo magnético en ángulo recto con relación al primero. Cada uno de estos campos representa un plano del espacio. Pero, puesto que existen tres planos del espacio, debe haber un tercer campo, que posiblemente es gravitacional. Mediante el enlazamiento de generadores electromagnéticos, de forma que produzcan un pulso magnético, sería posible crear este tercer campo, a través del principio de resonancia. Jessup dijo que pensaba que la Marina de los Estados Unidos tropezó inadvertidamente con este fenómeno durante un experimento de guerra que se realizó en un destructor y que recibió el nombre de Experimento Filadelfia.

Según Jessup, era una experiencia secreta que la Marina realizó en 1943, durante la guerra, en el mar y frente a Filadelfia. Su finalidad era verificar el efecto de un fuerte campo magnético sobre una embarcación de superficie tripulada. Esto había de realizarse utilizando generadores magnéticos. Se emplearon generadores para crear un enorme campo magnético sobre y alrededor de un barco inmovilizado. Los resultados fueron tan sorprendentes como importantes, aunque tuvieron consecuencias posteriores muy desafortunadas para la tripulación. Cuando empezó a realizarse la experiencia surgió una luz verdosa y opaca, similar a la luminosidad gris brumosa que según los testimonios de supervivientes también se produce durante los incidentes del Triángulo de las Bermudas. Muy pronto, el buque entero estaba cubierto por este velo verde y la nave, con tripulación y todo, empezó a desaparecer de la vista de los que se hallaban en el muelle. Sólo podía verse la línea de flotación. Posteriormente se dijo que el destructor había aparecido y desaparecido en Norfolk, Virginia, lo que podría estar relacionado con un fenómeno de viaje en el tiempo o de transportación. Un ex miembro de la tripulación informó que el experimento resultó exitoso, y que se produjo un campo de invisibilidad de forma esférica que se extendía a lo largo de cien metros, que dejaba ver la depresión causada por el barco, pero no el barco mismo. Al intensificarse la fuerza del campo empezaron a desaparecer algunos marineros. Se rumoreó que muchos marinos fueron hospitalizados, otros murieron y otros resultaron con perturbaciones mentales. En general, su capacidad física pareció haber aumentado. Algunos tripulantes conservaron los efectos de la transmutación causados por el experimento, y desaparecían y reaparecían temporalmente, en casa o mientras iban por la calle o estaban sentados en bares y restaurantes causando asombro y consternación entre transeúntes y camareros. Toda la cuestión del magnetismo es por ahora un misterio. Si desarrolláramos las sugerencias contenidas en la teoría del campo unificado de Einstein, que relacionan los campos gravitacionales y electromagnéticos con la teoría del espacio-tiempo, y si los campos magnéticos fuesen suficientemente fuertes, esa sería la causa de que los objetos y la gente cambien de dimensión, haciéndose invisibles. La respuesta a la cuestión del Triángulo de las Bermudas se halla tal vez en las aberraciones electromagnéticas, que se evidencian sólo en algunas épocas, cuando son activados por casualidad o a propósito. Y parece posible que la presencia de los ovnis cree las cargas de energía requeridas.

Jessup opina que es posible que los seres inteligentes que dirigen a los ovnis no estén sólo tomando muestras y verificando nuestro progreso científico, como lo demuestra su interés por Cabo Kennedy y las pruebas espaciales, sino que están retornando a lo que podrían ser antiguos recintos sagrados o quizá estaciones generadoras de energía que actualmente están cubiertas por el mar. En años recientes hemos descubierto, cerca de las Bimini y en otros lugares de las Bahamas, grandes construcciones en el fondo del mar, que constituyen indicios de que allí existía hace miles de años una civilización muy desarrollada. Resulta más que curioso que hayan ocurrido tantos incidentes en esta zona y que haya habido tantas visiones de ovnis, no sólo en el cielo, sino también entrando y saliendo del océano. Varios de los investigadores del Triángulo de las Bermudas coinciden al señalar que, puesto que no existe una explicación lógica acerca de las desapariciones de tantos barcos y aviones, la explicación podría ser extraterrestre, como la captura de naves y personas por intermedio de los ovnis. Además, la mayor parte de las visiones de estos objetos hablan de luces de distintos colores e intensidades, observadas durante la noche. Y algunas de las más espectaculares desapariciones de aviones se han caracterizado por extrañas luces observadas en el cielo. Algunos teóricos sugieren que la procedencia de los ovnis podría hallarse más en los océanos de la Tierra. Ivan Sanderson, en su libro Residentes invisibles, señala que casi tres cuartos de la Tierra yacen bajo el agua. Según Sanderson, en este planeta existe una “civilización” submarina que ha evolucionado aquí durante mucho tiempo. Sanderson señala que si una civilización como ésta ha podido desarrollarse bajo el agua, actualmente se encontraría mucho más adelantada que la que vive en la superficie y que abandonó el mar hace millones de años, para vivir sobre la tierra. Al permanecer en el océano habría tenido la ventaja inicial de mantenerse en su ambiente original, para luego crecer en el tiempo. La presencia de seres y actividades tecnológicas bajo los mares del mundo ha sido tal vez la causa de las numerosas leyendas conservadas a lo largo de la historia. Esto explicaría los ovnis que salen o entran en el mar y que han sido vistos en el Triángulo de las Bermudas. En cuanto a la posibilidad de que los ovnis vengan desde otra dimensión para secuestrar aviones, barcos y personas, existe la teoría relativa a otras dimensiones, coexistentes.

El almirante Richard Byrd, famoso explorador y piloto que voló en varias ocasiones sobre los intensos campos magnéticos de ambos polos, transmitió por radio un mensaje increíble mientras volaba sobre el Polo Sur, en 1929. Dijo que estaba penetrando a través de una niebla luminosa en una zona cubierta de vegetación y con lagos sin hielo. Agregó que veía grandes bestias, como bisontes y otros animales y seres que parecían hombres primitivos. La transmisión se perdió casi inmediatamente y el informe del almirante fue atribuido a cansancio o a una alucinación. El hecho de que Byrd hubiera transmitido aquel informe no hizo ningún bien a su reputación en los círculos científicos. Los partidarios de una teoría sobre la “tierra hueca” suponen que el almirante voló a través de un agujero en los polos de la Tierra. En todo caso, parece existir una similitud entre los campos magnéticos del tipo supuestamente creado por el Experimento Filadelfia y las condiciones existentes en los polos, siempre suponiendo que el informe de vuelo del almirante Byrd fuese verídico. Al examinar los incidentes del Triángulo de las Bermudas, no podemos dejar de recordar la frase de Haldane: “El Universo no es sólo más extraño que lo que imaginamos, sino más extraño que lo que podemos imaginar“. Entre las diversas explicaciones que se citan para justificar las inexplicables desapariciones, tenemos las siguientes: Seres del espacio exterior o interior capturarían en forma selectiva a seres humanos; otra posible explicación es que existiría un agujero dimensional en el cielo, en el que los aviones podrían entrar, pero del que no podrían salir, algo así como “un desgarrón magnético en la cortina del tiempo“;  otra explicación es que habría ciertos vértices o torbellinos magnéticos que serían la causa de la desaparición de los aviones, o de su traslado a otra dimensión. Estas teorías no son ni más ni menos fantásticas que aquella otra que predica la existencia, dentro del Triángulo de las Bermudas, de antiguas máquinas o fuentes energéticas de una civilización anterior, como la atlante,  que yacería en el fondo del océano, dentro del área del Triángulo, y que incluso ahora podrían ser ocasionalmente accionadas por aviones que, al sobrevolarlas, crearían torbellinos magnéticos y provocan perturbaciones magnéticas y electrónicas. En cierto sentido, estos aviones desencadenarían, en un momento preciso y bajo determinadas condiciones, la causa de su propia destrucción.

Se acepta generalmente que grandes porciones de la superficie de la Tierra estuvieron en alguna época bajo el agua, y que otras que ahora están sumergidas fueron parte de la superficie terrestre. Esto ya fue advertido por los naturalistas de la antigüedad, cuando encontraron restos fósiles en el desierto, y por los de nuestra época, que han hallado esqueletos de ballenas en zonas tan al interior de los continentes como las montañas del Himalaya. Por otra parte, existen amplias pruebas de que el desierto del Sahara fue alguna vez un mar interior. Sabemos que durante la anterior glaciación existía un enorme volumen de agua del océano en la zona de glaciares, con una profundidad de varios kilómetros, que cubrían grandes extensiones del Hemisferio Norte. Hace unos 12.000 años, cuando los glaciares comenzaron a derretirse, las aguas del planeta se elevaron, sumergiendo islas y tierras de la costa, convirtiendo istmos en estrechos y grandes islas en llanuras submarinas. Se estima que el nivel de las aguas del océano era unos 200 o más metros más bajo que el actual, en el momento en que los glaciares comenzaron a derretirse. Además, muchas tierras que estuvieron alguna vez sobre las aguas pueden haber quedado aún por debajo de ese nivel, debido a la actividad volcánica que se produjo, en el mismo momento, o con posterioridad a la inundación, para usar la terminología bíblica. Casi todas las razas y tribus del mundo han conservado vivas narraciones acerca de una catástrofe universal. Ante una leyenda mundial tan precisa, en que incluso el período de tiempo en que ocurrió la inundación varía sólo entre cuarenta y sesenta días, parece plausible presumir que aquella catástrofe a escala mundial realmente ocurrió, y que dejó profunda huella en la memoria de la raza humana. Se han encontrado vestigios de esta catástrofe. Por ejemplo, las extensiones de arena que se hallan a miles de metros de profundidad en torno de las Azores; los límites de la costa que se alzan a centenares de metros en algunos parajes, especialmente en Groenlandia, el norte de California y el Perú. Los Andes mismos, que son geológicamente muy recientes, parecen haber sido levantados, transportando con ellos tal vez ciudades enteras, como Tiahuanaco. Mientras tanto, otras tierras costeras de la América del Sur se hundían en el océano, en las profundidades de la fosa de Nazca. El derretimiento de los glaciares podría haber causado la misma catástrofe, ya que habría significado la inundación de las llanuras de las islas del Atlántico y grandes extensiones de las plataformas continentales, que anteriormente se hallaban sobre el agua. Al mismo tiempo, en todo el mundo se produjeron cambios climáticos, con asombrosa rapidez. En Siberia, otrora tropical, todavía suelen hallarse restos congelados de mamuts, congelados con tal rapidez que su carne aún era comestible. Estos mamuts, rinocerontes y otros animales que no suelen asociarse con la actual gélida Siberia, se vieron repentinamente atrapados por grandes inundaciones de lodo en congelación, de tal manera que en sus estómagos se han hallado restos de alimentos no digeridos, concretamente de plantas que ya no hay en Siberia.

Hay algunos lugares del norte de Siberia, Alaska y Canadá que se hallan cubiertos de huesos de grandes animales que sucumbieron repentinamente, en una época que se estima en hace unos 11.000 años. Pareciera como si el mundo hubiese experimentado al mismo tiempo un trastorno climático rápido e inexplicable. En otros hemisferios se hallan también señales de exterminación simultánea de especies, desde el gran cementerio de elefantes que existe en los Andes colombianos, hasta zonas bajo el agua, como el otro enorme cementerio de elefantes hallado frente a la costa de Georgia. Ninguno de estos animales eran habitantes actuales de los sitios en que encontraron la muerte en número tan elevado y en medio del repentino cambio climático que ocurrió hace unos 12.000 años. Entre las áreas que eran tierra firme en aquel período, y que hoy están cubiertas por las aguas, se hallan partes del Mediterráneo, puentes terrestres entre Gibraltar y África y entre Italia y Sicilia, una gran extensión del Mar del Norte, las plataformas continentales que están frente a Irlanda, Francia, la Península Ibérica y África, las llanuras sumergidas en torno de las Azores, las islas Canarias y Madeira, la cordillera de las Azores-Gibraltar y la del Atlántico Norte, y las plataformas continentales de Norte y Sudamérica, especialmente los enormes bancos de las Bahamas, que, una vez sumergidos, se extienden a lo largo de un área de miles de kilómetros cuadrados. Existen abundantes pruebas de que estas zonas han estado por encima del nivel del océano en un período situado dentro de los últimos 10.000 o 12.000 años. Hay otros descubrimientos que parecen apoyar la fecha de 12.000 años atrás como aquella en que se produjo el hundimiento más reciente de grandes extensiones de tierra en el Atlántico. En 1956, los doctores R. Malaise y P. Kolbe, del Museo Nacional de Estocolmo, manifestaron su creencia de que los fósiles de diatomeas, unas algas microscópicas de agua dulce, que el doctor Kolbe extrajo de una profundidad de 3.600 metros, cerca de la cordillera Atlántica, estuvieron depositados originalmente en un lago que existió en la superficie de la Tierra y que ahora se hallaría en el fondo del océano. La edad de estas diatomeas se estimó entre 10.000 y 12.000 años. Esta cifra coincide asombrósamente con la descripción de la Atlántida que hace Platón en su diálogo del Timeo, donde se refiere a un gran continente que habría existido en el océano “hace 9.000 años“, unos 11.400 años antes de nuestra era. Pero, tal vez el más notable indicio de cómo se han sumergido los restos de los pueblos prehistóricos desde el derretimiento de los últimos glaciares, sean los edificios submarinos, las paredes, diques y caminos que suelen encontrarse con frecuencia cada vez mayor bajo las aguas de las costas occidentales de Europa y Sudáfrica, así como de las surorientales de Norteamérica. En éstas últimas se han hallado edificios submarinos, paredes y caminos de piedra que llevan hacia el Este desde las costas de Yucatán y Honduras. Dichos caminos podrían conducir a ciudades sumergidas que se encontrarían aun más allá, mar adentro. Hay incluso un ejemplo de muralla marina de 10 metros de alto y 185 km de largo que se interna en el océano frente a Venezuela y cerca de la desembocadura del Orinoco. En un comienzo se creyó que era un fenómeno natural, pero sus líneas rectas y su estructura tienden a desmentir esta primera apreciación.

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Hay claros indicios de que en el actual mar Caribe existía una masa de tierra continental, de la que algunas islas y cordilleras de las Antillas podrían ser cumbres supervivientes. En 1969, una expedición investigadora de la Universidad de Duke estudió el fondo del mar en el Caribe y realizó operaciones de dragado en cierto número de localidades a lo largo del límite oriental de la fosa oceánica venezolana, entre Venezuela y las islas Vírgenes. En cincuenta oportunidades se sacaron a la superficie rocas de granito, que normalmente sólo se encuentran en la superficie. Comentando este hecho, el doctor Bruce Heezen, un distinguido oceanógrafo, observó: “Hasta ahora, los geólogos creían que el granito ligero, o rocas de ácido ígneo, existían sólo en los continentes y que la corteza terrestre bajo el mar estaba compuesta de rocas basálticas, más pesadas y de color oscuro… De manera que la aparición de rocas graníticas y de color más suave podría apoyar una vieja teoría, según la cual, en la región del Caribe Oriental existió antes un continente y estas rocas podrían representar el núcleo de un continente hundido, perdido“. El área del Triángulo de las Bermudas, en que más incidentes se han producido, es también el área en que han tenido lugar los descubrimientos más sorprendentes de restos submarinos, como es el caso con la meseta de las Bahamas. Muchos de los hallazgos se han hecho a sólo algunas brazas de profundidad. Las formaciones submarinas de piedra caliza de los bancos de las Bahamas estaban en su mayor parte sobre el nivel del mar, hace unos 12.000 años. Esta gran zona terrestre contenía bahías, que ahora aparecen en los mapas de profundidad como las partes hondas del océano que cruzan sobre y alrededor de los bancos de las Bahamas. En una época anterior a la elevación del nivel del mar, esta considerable extensión de tierra formaba una gran isla que albergaban una cultura muy avanzada, si hemos de creer lo que señalan los restos submarinos. Desde 1968 hasta la actualidad se han realizado descubrimientos bajo las aguas, especialmente en las islas Bimini, de algo que parece haber sido una enorme construcción de piedra. Se halla depositada sobre lo que actualmente es el fondo del mar y la componen inmensos bloques de piedra, dispuestos de tal modo que parecen ser caminos, plataformas, obras portuarias o murallas caídas. Se asemejan extrañamente a las construcciones pétreas de Perú, a las columnas de Stonehenge y a las murallas ciclópeas de la Grecia de Minos. La edad de los bloques es incierta, aunque algunas raíces fosilizadas de mangle, que habían crecido sobre las piedras, han arrojado, en los análisis con carbono-14, una antigüedad de unos 12.000 años.

Los vuelos de exploración realizados desde 1968 han puesto en evidencia otras formaciones extraordinarias existentes en los bancos de las Bahamas y en el fondo del mar, cerca de Cuba, Haití y Santo Domingo, que en apariencia habrían sido hechas por el hombre. Algunas parecen ser pirámides o enormes cimientos de edificios. Uno de ellos, situado en la zona de las Bimini, mide 55 por 42 metros, y podría ser la mitad superior de una pirámide. Dentro de las aguas territoriales de Cuba existe un complejo entero de ruinas submarinas a la espera de exploración. En México, frente a la costa de Yucatán, existen numerosas vías terrestres que han sido a menudo observadas desde el aire. Parten de la playa, en línea recta hacia localidades submarinas desconocidas que se hallarían muy lejos, mar afuera, en aguas más profundas. Aunque los caminos de enlace en tierra son invisibles, debido a la jungla que los ha cubierto, los que se encuentran bajo el agua pueden distinguirse todavía cuando alguna tormenta o las corrientes los dejan al descubierto. Entre los hallazgos hechos en las Bermudas, que parecieran haber sido construidos por el hombre, algunos son muy visibles, pero otros se encuentran, no sólo bajo el agua, sino debajo del fondo mismo del mar. Es un hecho que los trabajos en piedra, o los cimientos pétreos enterrados bajo una acumulación de capas de tierra de las diversas eras, o como resultado de terremotos o inundaciones, transforman el musgo o los otros tipos de plantas que viven sobre ellos. Esto ha conducido a algunos exitosos descubrimientos en el pasado, tanto en tierra como bajo el mar. Se han descubierto y reconstruido algunas estructuras que van desde campamentos y caminos romanos en ruinas, en Inglaterra, hasta viejos sistemas de canales y murallas de ciudades de lo que alguna vez fue Babilonia y Asiria, hoy Iraq, y ciudades perdidas en Irán y Asia Central. Esto ha sido posible al estudiar la variedad de formas y degradación de la flora en tierra o en los pantanos y zonas submarinas. Hay líneas rectas que muestran los lugares en que se hallan enterrados los cimientos de murallas o en que existieron canales y carreteras. El antiguo puerto etrusco de Spina, en Italia, desapareció hasta tal punto que se le creyó legendario mientras no se hallaron las huellas de sus muros, cimientos, canales y muelles, absolutamente invisibles desde tierra, pero claramente perceptibles desde el aire. La posibilidad de localizar antiguos emplazamientos desde el aire ha sido utilizada con éxito en las Bahamas, donde la plataforma continental es lo bastante superficial como para distinguir en una observación aérea los restos de construcciones submarinas. En muchos lugares, dentro de la zona de bancos de las Bahamas existen asombrosas variedades de grandes plazas, rectángulos, cruces, largas líneas paralelas unas a otras, tal vez caminos que algunas veces dan vuelta en ángulo recto, círculos concéntricos, triángulos, hexágonos y otras formas geométricas. Todas han sido descubiertas gracias a la presencia de musgo sobre las ruinas. Bajo el agua, los exámenes verificados por los buceadores indican que las construcciones de piedra descubiertas por las líneas existentes en el fondo yacen a varios metros de profundidad bajo la arena.

Con todas estas evidencias uno podría preguntarse por qué nadie las había advertido antes. Parte de la respuesta es que, sin duda, nunca se le ocurrió a nadie buscar una civilización perdida en los bancos de las Bahamas. Las investigaciones submarinas en esta zona y frente a la costa de Florida han estado concentradas especialmente en los barcos españoles cargados de tesoros, que ciertamente son objetivos que proporcionan más beneficios que el descubrimiento de alguna civilización olvidada y difícil de identificar.  Algunos de los lugares ya descubiertos parecen también estar alzándose, o tal vez la acción de las mareas los están despojando de los sedimentos, de manera que su estructura, artificial o construida por el hombre, puede apreciarse mejor. El doctor James Thorne, distinguido oceanógrafo y buceador, que se muestra escéptico en cuanto al tema de las “civilizaciones perdidas bajo el mar“, examinó recientemente las gruesas columnas que sostienen algunas de las piedras de la muralla de las Bimini. Otro grupo de buceadores, que habían hallado el ancla sumergida de un galeón español, descubrieron mientras la examinaban y rastreaban el fondo alrededor de ella, que estaba sobre un piso de mosaico, que pudo haberse hundido miles de años antes. Los complejos submarinos de las Bimini y de otros puntos situados dentro de las Bahamas han sido atribuidos a toda clase de antiguos viajeros oceánicos, tales como fenicios, cartagineses, griegos de Minos, mayas, egipcios y, cuando su antigüedad se va haciendo más patente, a los atlantes. Sin embargo, es casi seguro que ningún pueblo de nuestra historia conocida postdiluviana fue responsable de su construcción y evidentemente no fueron construidos bajo el agua. La referencia de Platón a un continente situado al otro extremo del “verdadero océano” ha sido a menudo citada como prueba de que los antiguos archivos hacían referencia a  América del Norte y que dichas menciones sirvieron de inspiración a Colón. Según se dice, el navegante llevaba consigo un mapa que mostraba la Atlántida y las tierras que se extendían más allá. El relato de Platón implica de manera directa la posibilidad de que la Atlántida se hallara en el extremo occidental del océano Atlántico. Esta zona habría abarcado las actuales islas de los bancos de la Gran Bahama, en la época en que grandes extensiones de ellos se hallaban por encima del nivel del mar, y en que los accidentes oceánicos más profundos de la actualidad, como la Lengua del Océano y el Estrecho de Florida formaban una bahía interior y una barrera marina que partía desde la costa de Florida, la cual se extendía también mar adentro, mucho más que ahora.

Observando el actual nivel de profundidades del Atlántico Occidental se advierten claros indicios de que, si el nivel del mar descendiera entre 180 y 250 metros, existirían grandes islas en las zonas en que actualmente se encuentran algunas pequeñas. Y resulta particularmente interesante recordar que este ascenso de las aguas marinas se produjo hace 11.000 o 12.000 años, lo cual coincide con la información que Platón recibió por medio de Solón, de los sacerdotes egipcios de Sais, cuyos archivos escritos anteceden a los de los griegos en mil años. La candidatura de la parte occidental del Triángulo de las Bermudas como lugar de emplazamiento de la Atlántida se ha popularizado desde los descubrimientos de 1968, que se vieron rodeados de una serie de circunstancias curiosas. Todas ellas giran en torno de las predicciones de Edgar Cayce, el profeta que murió en Virginia en 1945, y cuyas entrevistas mientras se hallaba en trance han seguido influyendo a muchos miles de personas. Son relevantes sus predicciones arqueológicas, relacionadas directamente con la Atlántida y las Bimini. Entre los años 1923 y 1944, Cayce concedió centenares de entrevistas en trance acerca de la Atlántida. En junio de 1940, y refiriéndose a numerosas otras observaciones en el sentido de que la Atlántida, con su capital Poseidia, existió en la zona de las Bimini, declaró inesperadamente: “Poseidia estará entre las primeras porciones de la Atlántida que volverán a levantarse -posiblemente en 1968 y 1969— en una época que no está tan lejana“. Esta curiosa profecía arqueológica se cumplió dentro del plazo señalado cuando se produjeron los hallazgos de los bancos de las Bahamas, el descubrimiento de algunas construcciones causado por las mareas y una elevación del fondo del mar en algunas zonas. Como era de suponer, los descubrimientos de los complejos sumergidos realizados en 1968 y en los años siguientes, tal como se había profetizado 28 años antes, hicieron que mucha gente examinara con renovado interés las demás referencias de Cayce a la Atlántida y a toda la región. Podría contemplarse la posibilidad de que algunas fuerzas desarrolladas por una civilización anterior, científicamente muy adelantada, actuasen todavía dentro de la región en que estuvieron concentradas en una época, y debería estudiarse también la posibilidad de que las aberraciones electrónicas, magnéticas y gravitacionales del Triángulo de las Bermudas fueran un legado de una cultura tan antigua que no habrían quedado restos de ella.

El  gran  archipiélago  de  Spitsbergen se encuentra  en  las  regiones  árticas,  al  norte  de  Europa. Descubierto  por  los  normandos  en  1194  y  redescubierto  por  Barenz  en  1596,  años después,  Hudson  completó  su  reconocimiento.  En  1925  Noruega  tomó  posesión  de estos territorios, que contienen ricos yacimientos de carbón, hierro y yeso. Son  islas  de  clima  ártico,  donde  aún  se  cazan  focas  y  osos  blancos,  como  en  los viejos tiempos. Este  inhóspito  lugar  fue  el  escenario  donde  se  desarrolló  un  intrigante  episodio  de ovnis.  El  asunto  se  remonta  a  1952,  año  en  que  las  agencias  de  Prensa difundieron la noticia de que unos pilotos militares noruegos decían haber visto lo que parecía  un  avión  caído  en  una  de  las  islas  de  Spitsbergen.  Se  envió  un  equipo  de salvamento  por  vía  aérea  y  el  Gobierno  noruego  informó  que  lo  que  se  había encontrado no era un avión, sino un tipo de «platillo volante» bastante dañado. Con fecha del 5 de septiembre de 1955, el diario alemán  Stuttgarter Tageblatt  publicó una información que le había sido remitida por su corresponsal en Oslo: «Ha  habido  que  esperar  hasta  ahora para que la Comisión de Encuesta instituida por el Estado Mayor noruego prepare la publicación de un informe acerca de los resultados obtenidos a través del examen de los  restos  de  un  ovni  que  se  estrelló  cerca  de  Spitsbergen,  posiblemente  a  principios de  1952.  El  presidente  de  dicha  Comisión,  el  coronel  Gernod  Darnbyl,  declaró  en  el curso de  una  instrucción  destinada  a  oficiales  de  la  Aviación, que la  cuestión  del  disco que se estrelló en Spitsbergen es altamente importante. Aunque nuestros conocimientos científicos  actuales  no  nos  permiten  resolver  todos  los  enigmas  que  se  plantean, confío  en  que  estos  restos  de  Spitsbergen  serán  de  la  mayor  importancia  al  respecto…. No  ha  sido  construido  por  ningún  país  de  la Tierra….  Los  materiales  empleados  en  su construcción  son  completamente  desconocidos  para  todos  los  expertos  que participaron en las investigaciones…. Contrariamente a lo que se afirma en informes procedentes de Estados Unidos y otras fuentes, los tenientes de segunda Brobs y Tyllensen, a los que se ha asignado la misión  de  observadores  especiales  de  las  regiones  árticas  desde  el  suceso  de Spitsbergen,  informan  que  discos  volantes  han  aterrizado  varias  veces  en  las  regiones polares. El teniente Tyllensen declaró: ‘Yo creo que el Ártico está sirviendo como una especie de base aérea para  los  ‘desconocidos’, especialmente durante las tempestades de nieve, en que nos vemos obligados a regresar a nuestras bases. Los  he  visto  aterrizar  y  despegar  en  tres ocasiones  distintas.  Observé  que,  después  de  tomar  tierra,  la  periferia  del  disco  se ponía a girar vertiginosamente. Un brillante resplandor, cuya intensidad varía según cuál sea la velocidad del aterrizaje y el despegue, impide ver lo que hay detrás de esa cortina de luz y en el disco o en el interior del mismo’».

Le  Courrier  Interplanétaire,  órgano  de  la  Association  Mondialiste  Interplanétaire, fundada  por  el  profesor  A.  Nahon,  de  Lausanne  (Suiza), en  su  número  del  1  de enero de 1955 publicó una entrevista con Lord Dowding, Mariscal del Aire inglés, quien declaró lo siguiente: “Creo en la existencia de platillos volantes, porque existe  un  fantástico volumen  de material  que la apoya.  Son de origen extraterrestre.  En este  terreno,  son  muy  significativos  los  resultados  de  la  investigación  realizada  por una Comisión del Ejército noruego. El examen de los restos de un platillo volante que cayó  hace  algún  tiempo  (julio  de  1952)  en  las  montañas  de  Spitsbergen,  ha proporcionado,  según  los  expertos,  algunas  conclusiones  de  enorme  interés”.  El presidente de dicha Comisión, general Gernod Darnbyl, manifestó: “La catástrofe  de  la  isla  de  Spitsbergen  es  totalmente  concluyente.  No  obstante,  nuestros hombres de  ciencia  no  desean  abandonar  de momento  la investigación  del  enigma… En  primer  lugar,  cuando  alguien  manifestó  que  este disco  era  probablemente  de  origen  soviético.  Deseamos  manifestar  rotundamente que  no  ha  sido  construido  por  ningún  país  de  la  Tierra”.  Y  el  general  prosiguió:  “La Comisión  de  Encuesta  no  publicará  un  informe  extenso  hasta  haber  discutido algunos  hechos  sensacionales  con  expertos  estadounidenses  y  británicos“. Según Antonio Ribera, la  CIA acababa  de  iniciar  su  política  de  secreto  y  censura  sobre  las  informaciones  de  los ovnis,  y  es  comprensible  que  los  ‚ expertos  estadounidenses, probablemente  los técnicos  del  Proyecto  Blue  Book,  hubiesen  pasado  el  asunto  a  sus  superiores.  El resultado  de  ello  fue  una  ocultación  total  de  todo  cuanto  se  refería  al  platillo estrellado  en  Spitsbergen,  probablemente  a  petición  del  embajador  norteamericano  en Oslo. Frank  Edwards, escritor americano sobre ufología y temas paranormales, escribió en Flying Saucers-Serious Business: «Basándonos  en  las  pruebas  de  este  caso,  creo  que  podemos  suponer  con grandes  probabilidades de  acertar  que los noruegos  encontraron algo  verdaderamente insólito en la isla de Spitsbergen. Lo examinaron, evidentemente, sin entenderlo del todo. Prepararon un informe acerca de su descubrimiento en el que sacaban la conclusión de que el objeto era de origen extraterrestre. No hicieron públicos sus descubrimientos en espera  de  conferenciar  con  los  Estados  Unidos  e  Inglaterra.  Norteamérica  había adoptado una rigurosa política de secreto sobre esta cuestión, reforzada por las normas de  censura  impuestas en  1951;  Inglaterra había  instituido  una  política  de  secreto sobre los  ovnis  durante  la  gran‚ oleada europea  de  1954.  Por  consiguiente,  Noruega,  en 1955,  se  puso a  discutir con  los  dos  principales exponentes  de la  política de  ocultación la  posible  difusión  de  estos  informes…  ¡que  hubieran  descubierto  la  falsedad  de  la posición oficial sustentada tanto por los Estados Unidos como por Inglaterra!. Por ello, no es difícil sacar la conclusión de que los noruegos renunciaron a dar a la publicidad  este  informe,  a  causa del consejo que recibieron por parte de  los dos mejores clientes de Noruega. Cuando  en  1964  escribí  a  un  miembro  de  la  Comisión  de  Encuesta  noruega  que investigó  el  caso  de  Spitsbergen,  recibí  al  cabo  de  cuatro  meses  esta  sibilina  respuesta:‚ Lo  siento,  pero  me  es  imposible  responder  por  el  momento  a  sus  preguntas».

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Esto nos plantea la cuestión  del  secreto oficial que  pesa  sobre  los ovnis.  Superpotencias  como  los  Estados  Unidos  o  la  URSS no  puede  permitir  que  unas  «máquinas»  de  origen  desconocido  violen  impunemente su espacio aéreo. En  su  última obra, Los  Visitantes  del  Espacio, el  mayor  Donald Keyhoe  llega  a  declarar  que  las Fuerzas Aéreas Norteamericanas  aún  tienen órdenes  de  capturar  «intacto»  un  ovni.  Esta  orden  no  se  ha  podido cumplir  nunca,  porque  los  mejores  reactores  de  la  Aviación  americana  son  anticuados al lado de los ovnis. El  mayor  Donald  Keyhoe,  fundador  y  primer  director  de  la  NICAP  (National Investigations  Comité  on  Aerial  Phenomena), fue en sus tiempos ayudante del famoso almirante Byrd, famoso por su enigmática exploración de los polos. Hay que mencionar otra gran figura de la exploración polar, el noruego  Roald  Amundsen,  descubridor  del  Polo  Sur,  que,  a  partir  de  1923, dedicó  sus  esfuerzos  a  la  exploración  aérea del Polo Sur.  Roald Engelbregt Gravning Amundsen (1872 – 1928) dirigió la expedición a la Antártida que por primera vez alcanzó el Polo Sur. También fue el primero en surcar el Paso del Noroeste, que unía el Atlántico con el Pacífico, y formó parte de la primera expedición aérea que sobrevoló el Polo Norte. Contaba con una excelente formación marinera y una especial habilidad en las técnicas de supervivencia, aprendidas en parte de su experiencia en deportes invernales, en la vida de los esquimales y en las expediciones que le precedieron. En sus diferentes expediciones contó con un renombrado equipo en los campos de la navegación, del esquí, de la ingeniería aeronáutica y de la aviación. En 1926 Amundsen, junto con Ellsworth, Riiser-Larsen, Oscar Wisting y el ingeniero italiano Umberto Nobile realizó una nueva expedición aérea al Polo Norte, a bordo del dirigible Norge, diseñado por Nobile. Salieron de Spitsbergen el 11 de mayo de 1926 y llegaron a Alaska dos días después, pasando por el Polo Norte. Amundsen y Wisting se convirtieron en los primeros hombres en alcanzar ambos polos. Esta expedición está narrada por Amundsen en su libro Sobre el Polo Norte en Dirigible. Después de la expedición en dirigible, ocurrió un desencuentro entre Amundsen y Nobile, motivado por desacuerdos sobre a quién pertenecía el honor de haber surcado el Ártico. Al año siguiente, Nobile encabezó su propia expedición ártica a bordo del dirigible Italia. Al regresar del Polo Norte, el dirigible se perdió, y Amundsen formaría parte del equipo de rescate que salió de Tromsø el 18 de junio de 1928, a bordo del hidroavión francés Latham. Poco después se encontró cerca de la costa de Tromsø un flotador del hidroavión.

La creencia fue que el hidroavión se estrelló en el Mar de Barents, cerca de la isla Bjørnøya y que Amundsen falleció en el accidente. Las misiones de rescate por parte del gobierno noruego finalizaron tres meses después, en septiembre, cuando se perdió toda esperanza de encontrar con vida al explorador. Su cuerpo nunca fue encontrado. Por el contrario, Nobile sí fue encontrado con vida. El gobierno noruego estableció el 14 de diciembre —Día del Polo Sur— como el día en memoria de Roald Amundsen. El explorador fue recordado con el repicar de todas las iglesias del país, dos minutos de silencio a las 12 horas, y un memorable discurso de parte de Fridtjof Nansen. Así desapareció  uno  de  los  más  grandes  exploradores  polares  que  han  existido,  al  volar hacia  la  misteriosa  región  de  Spitsbergen,  más  allá  del  círculo  polar  ártico,  de  donde pocos años después, en 1934, provenían los enigmáticos «aviones fantasma»… y donde se estrelló posiblemente un «disco volante» en los años cincuenta. Hay otra  zona  del  Ártico con sus propios enigmas. Se trata de  Groenlandia.  Esta  inmensa  isla  triangular,  según  los  trabajos de la expedición científica  francesa  de Paul-Émile  Victor  no es una, sino tres, recubiertas por una costra de hielo de kilómetro y medio de espesor. Hace unos mil  años  fue asiento  de  colonias  vikingas,  de  una  de  las  cuales  partió  el  legendario Leif  Erikson,  hijo  de  Erik  el  Rojo,  para  encontrar  en  el  camino  de  su  drakkar  o  «nave-dragón»  la  mítica  Vinlandia,  que  muchos  historiadores  se  inclinan  a  identificar  como América del Norte.  Pero  posteriormente  hubo  allí  otros  asentamientos y otras  bases, como la  base  atómica norteamericana de Thule, base secreta, construida casi toda ella bajo la  tierra  helada  de  Groenlandia.  El  5  de  octubre  de  1960  un  extraño  suceso ocurrió  en  Thule.  Un  episodio  muy  poco  conocido  e  inexplicable,  que  hizo  cundir  la alarma  en  el  Pentágono.  Por  una  extraña  coincidencia  era un día importante en la asamblea de las Naciones Unidas. En dicho día, la base de Thule, la  ciudad  bajo  el  hielo,  quedó  completamente  aislada  a  causa  de  un misterioso  corte  del  cable  coaxial  submarino  y  la  suspensión  total  de  las telecomunicaciones. En Washington se temió que la base hubiese sido destruida por un ataque nuclear y  1.500  bombarderos  fueron  puesto  en  estado  de  alerta.  Finalmente,  cuando  faltaba  poco  para  que hubiese  transcurrido  media  hora,  la  radio  volvió  a  funcionar.  Pero  durante  aquel tiempo una dramática angustia se apoderó del Alto Mando estadounidense, que no hizo más que aumentar, cuando, al examinar el cable coaxial submarino, se vio que éste había sido cortado limpiamente.

El  Polo  Sur,  tanto  el  magnético  como  el  geográfico,  ocupan  el  centro  de  una  gran masa continental: la Antártida, el Continente Helado, que no siempre lo ha sido, pues bajo  la  costra  de  hielo  de  más  de  un  kilómetro  de  espesor,  los  científicos  han  hallado huellas de una flora y una fauna muy antiguas.  El  enigma  de  la  Antártida  está  íntimamente  relacionado  con  el enigma  de  los  mapas  de  Piri  Reis (1465 – 1554), almirante turco.  Estos  mapas  representan  el  hemisferio occidental  del  planeta,  en  especial  de  las  costas  europeas,  americanas  y  africanas bañadas por el océano Atlántico. Erich von Däniken explica la extraña «distorsión» que presenta  el  continente  americano  en  estos  mapas,  suponiendo  que  se  basan  en  una proyección  tomada  desde  una  astronave  inmóvil  a  cientos  de  kilómetros. Se ignora cuál puede ser el origen de  los  mapas  que  llegaron  a  manos  del  almirante  turco  Piri  Reis,  reproduciendo  ya  el perfil  de  las  costas  americanas  tal  como  era  a  finales  de  la  última  glaciación, hace  más  de 10.000  años.  En  los  mapas  de  Piri  Reis  se  reproduce también,  con  asombrosa exactitud,  la  costa  de  la  Antártida,  pero  libre de hielos.  Y, lo que es  aún  más fascinante, no como  una sola  masa continental,  sino como un  conjunto de islas, hecho  comprobado  en  parte  por  el  jesuita Daniel  Linehan, director  del  Observatorio  Weston  del  Colegio  de  Boston,  jefe  del  Departamento  de Sismología  de  las exploraciones  emprendidas  en la  Antártida  formando  parte  del Año Geofísico  Internacional.  El  padre  Linehan,  en  efecto,  afirmó  que  todas  y  cada  una  de las  características  topográficas  que  figuran  en  los  mapas  de  Piri  Reis  han  resultado existir  y  coinciden  con  los  trazados  obtenidos  mediante  sondeos  ultrasónicos realizados a través del hielo por la «Task Forcé 43», de la Marina norteamericana.

Otra  de  las  «zonas malditas»,  que  sólo  cede  en  importancia  al  Triángulo  de  las  Bermudas, es  el  Mar  del Diablo, en el Japón.  En realidad esta zona, situada como todas las de este hemisferio en el paralelo 36º Norte, se  extiende  entre  el  archipiélago  nipón  y  las  islas  Marianas.  Es  una  zona  de  grandes fosas  marinas,  al igual que el  Triángulo  de  las  Bermudas,  y  de  gran actividad  volcánica,  pues  se halla en el llamado «cinturón de fuego» del Pacífico. Desde antiguo esta  zona  está  llena de  misterio. Cualquier  pescador japonés dirá que allí  la  pesca  es  abundantísima  pero  que hay  tremendos  peligros.  Loa antiguos pescadores creen que, en  el  momento más  inesperado,  los  terribles  monstruos  que  habitan  en  sus  profundidades  pueden subir a la superficie para tragarse a los infelices pescadores y su barca. La  región  registra  varias  desapariciones  inexplicables  similares  a  las  de  las Bermudas,  pero  nos  ofrece  también  una  poética  leyenda. Ivan  Sanderson escribió: “Avión  tras  avión desaparecía  en  esta  zona,  en  ruta  hacia  Guam“.  Estas desapariciones  llegaron  a  inquietar  a  los  científicos.  El 18 de setiembre de 1952, el pesquero  Eleventh Myojin Maru  regresó a puerto para contar que la mar se había «levantado formando una enorme cúpula» en las aguas que se extienden al este de las islas Bayonnaise. Podría  tratarse  de  una  erupción  volcánica  submarina, ya que la  famosa  zona  volcánica Fuji,  que  se  extiende  desde  la  península  de  Izu  hacia  el  Sur,  penetrando  en  el  Pacífico hasta las islas Marianas, ha sido responsable de muchos de los terribles maremotos que han  asolado  las  costas  del  archipiélago  nipón  en  el  curso  de  los  siglos.  El  temor supersticioso  que  este  mar  inspira  desde  antiguo  a  los  pescadores  japoneses,  puede estar  causado  por  esta  actividad  telúrica.  Éstos  pueden  haber  sido  los  «demonios submarinos» que poblaban el mar del Japón. Cuando los conos volcánicos sumergidos de  esta  zona  entran  en  erupción,  el  mar  se  alza  tumultuosamente  y  origina  un  temible tsunami,  una  ola  gigantesca  que  puede  alcanzar  más  de  treinta  metros de  altura  y  que  lo barre todo a su paso, recorriendo a veces cientos de millas y sembrando la desolación y la muerte en los poblados costeros.

El  suceso  comunicado  por  el  Eleventh  Myojin  Maru  interesó  a  varias organizaciones  científicas  niponas.  A  los  tres  días  de  recibirse  la  noticia,  el Departamento de Seguridad Marina despachó un buque patrulla costero, el S.S.  Shikine, al  mar  del  Diablo,  mientras  por  su  parte,  la  Universidad  de  Pesquerías  y  Seísmos  de Tokio  organizó  un  grupo  de  investigadores  para  que  fuera  a  comprobar  aquellos sucesos.  Este  grupo  de  investigadores  estaba  compuesto  por  científicos  de  gran prestigio que representaban la citada Universidad de Tokio de Pesquerías y Seísmos, el Instituto de Investigación de la Universidad de Tokio, la Universidad de Educación de Tokio, el Museo de Ciencias de Tokio y el Departamento de Pesquerías. Un  grupo  de  periodistas de  la  agencia  «Asahi  Press»  embarcó  también  a  bordo del S.S.  Shinyo Maru,  que tal era el nombre del barco elegido para esta misión. El 23 de septiembre  este  buque  oceanográfico  se  hallaba  registrando  con  sus  instrumentos  una auténtica erupción submarina que se estaba produciendo en las profundidades del mar del Diablo, a 4,6 millas náuticas al nordeste de las islas Bayonnaise.  Mientras  esto  sucedía,  el  S.S.  Shikine,  enviado  por  el  Departamento  de  Seguridad  Marina, regresaba a puerto para informar sobre la existencia de un nuevo banco rocoso, del que surgía vapor amarillento, en el lugar donde se había producido la erupción. Este islote recién  formado  se  había  hundido  casi  totalmente  bajo  el  agua  cuando  el  segundo buque  investigador,  el  Shinyo  Maru,  llegó  a  aquellas  aguas.  Sólo  dos  crestas  de  roca emergían sobre el mar en aquellos momentos.  Al  recibir  los  informes  de  estos  dos  buques,  el  Departamento  hidrográfico  japonés se apresuró a bautizar con el nombre de Myojinsho el flamante islote. Terminada  su  misión  el  mismo  23  de  septiembre,  el  Shinyo  Maru  emprendió  el regreso  a  puerto.  La  prudencia  aconsejaba  abandonar  aquellos  parajes,  pues  las erupciones redoblaban su intensidad. Al día siguiente, ambos barcos se hallaban sanos y  salvos  en  el  puerto.  Pero  el  Departamento  Hidrográfico,  por  su  parte,  había  creído oportuno enviar uno de sus propios buques oceanográficos para que investigase por su cuenta. Después de leer los informes de los dos barcos que habían regresado el 23 y 24, los  técnicos  de  aquel  departamento  empezaron  a  preocuparse  por  la  suerte  de  su propio  buque,  el  Fifth  Kaiyo  Maru.  Este  barco  había  zarpado  de  Tokio  el  21  de septiembre,  llevando  a  bordo  una  brillantísima  constelación  de  científicos.  Durante varios días el Departamento Hidrográfico esperó en vano noticias de su barco. Empezó a cundir la preocupación por todo el país, pues en el  Kaiyo Maru  se hallaban algunos de los sabios más eminentes del Japón. En total, se encontraban a bordo 31 personas, entre las que se contaban geólogos, oceanógrafos, el capitán y los tripulantes.  El  24  pasó  sin  que  se  recibieran  noticias  del  barco  oceanográfico.  Resultaba extrañísimo  que  éste  no  hubiera  enviado  ni  un  solo  mensaje  por  radio  desde  que abandonó  el  puerto.  Los  dos  barcos  que  habían  regresado  comunicaron  únicamente haber visto al nuevo volcán submarino reanudar su actividad.

Las  autoridades  navales  niponas  notificaron  oficialmente  que  el  barco  se  daba  por desaparecido  y  se  inició  una  gigantesca  operación  de  búsqueda  aeronaval, pero sin éxito.  No  se  encontró  ni  un  salvavidas,  ni  una  balsa  neumática,  ni  un cadáver  flotando  en  el  mar,  excepto  en  las  proximidades  de  Myojinsho,  el  nuevo islote volcánico. Allí, uno de los barcos que participaban en la búsqueda encontró unos fragmentos  de  madera  flotando  en  las  aguas.  Analizados  en  el  laboratorio  estos fragmentos, resultaron, efectivamente, haber pertenecido a la superestructura del barco desaparecido.  A  ellos  se  hallaban  adheridos  trocitos  de  piedra  pómez.  Aquellas diminutas  partículas  mostraban  idéntica  composición  que  las  muestras  de  roca volcánica escogidas en el islote Myojinsho. Tras  largas  deliberaciones,  las  autoridades  japonesas  publicaron  las  siguientes conclusiones:  “el  Fifth  Kaiyo Maru  había  sido  destruido  el  24  de  septiembre de  1952  a  causa  de  una  explosión  del  volcán  submarino  que  había  alzado  fuera  de  las aguas  al  islote  Myonjisho.  En  el  siniestro  perecieron  todos  cuantos  se  encontraban  a bordo“. Aquella  tragedia  significó  una  irreparable  pérdida  para  la  comunidad  científica japonesa. El doctor Hiroshi Hiino, profesor de la Universidad de Pesquerías y Seísmos de Tokio, comentó esta tragedia en los siguientes términos: “El  gran  sacrificio  de  los  hombres  de  ciencia  y  los  marinos  que  tan  valientemente emprendieron  este peligroso  crucero, perdurará  a  través de la  Historia.  Este holocausto abrió  una  gran  brecha  entre  las  filas  de  los  científicos  japoneses,  pero  gracias  a  ellos  se escribió una nueva página en las ciencias del mar“. La  investigadora  norteamericana  Adilent  Thomas  Jeffrey se pregunta: “¿Nos proporciona esta «nueva página» la solución de este misterio, típico de los Triángulos de la Muerte?“. Y  ella  misma  respondía:  “Hasta  la  fecha  no  hay  respuesta.  Aunque  el  Gobierno japonés ha declarado el mar del Diablo zona peligrosa“. No se recibieron mensajes por radio del  Kaiyo Maru, ni siquiera un  último  y  desesperado  mensaje  de  socorro. Sin embargo, disponía  para  ello  de  dos  aparatos  de radio, ambos en excelente estado. Tampoco se encontró un solo cadáver flotando en el mar. Pero  aún  resultaba  más  intrigante  que  no  se  encontrase  ni  una  sola  mancha  de petróleo  en  las  aguas  de  la  zona  fatídica, pese  a  que  el  Kaiyo  Maru  transportaba treinta toneladas de petróleo a bordo. Los  siniestros  y  desapariciones que  tienen lugar en esta  zona,  como en  los  restantes Triángulos del globo, siempre dejan cabos sueltos y preguntas sin respuesta.

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Estas zonas, que convencionalmente hemos llamado «Triángulos», ocupan una superficie mucho mayor de la que se supone. Escribe Alejandro Vignati,  en  su  nunca  bastante  encomiada  obra  El  Triángulo  Mortal  de  las  Bermudas,  y refiriéndose precisamente al Mar del Diablo: “Se  encuentra  al  sur  del  Japón,  al  este  de  las  islas  Bonin  e  Iwo  Jima.  En  otras palabras,  tome  usted  un  mapa  y  fíjese  en  las  islas  del  Japón.  De  allí  trace  una  línea hasta  Sumatra y  luego  una este  punto con las  islas  Samoa. Así  tendremos  una  zona  17 veces el  Triángulo Mortal de las Bermudas“. El  carguero  Valiente,  de  700  toneladas  de  desplazamiento  bruto,  fue  construido  en astilleros  escoceses  y  botado  en  Ardrossan  en  1910.  El  7  de  marzo  de  1966  zarpó  de Singapur  en  ruta  a  Dannang,  plaza  norteamericana  en  Vietnam  del  Sur.  Entre  otras cosas,  su  cargamento  incluía  cemento  para  la  Aviación  de  los  Estados  Unidos,  y alambre de cobre.  El  14  de  marzo  comunicó  por  radio  a  sus  armadores  chinos  de  Singapur  que esperaba arribar a Danang al cabo de dos días.  Desde  este  último  mensaje,  nada  más  se  supo  del  barco  ni  de  su  tripulación, compuesta por veinte hombres, entre chinos y sud vietnamitas.  La  VII Flota de los Estados Unidos y lanchas patrulleras sud vietnamitas buscaron en vano  al  buque  perdido.  Aunque  se  consideró  la  posibilidad  de  que  éste  hubiese zozobrado  por  un  exceso  de  carga  o  por  un  súbito  desplazamiento  de  la  misma,  tal explicación  se  desechó  porque  el  mar  estaba  en  calma  y  no  se  vio  el  menor  resto  de naufragio ni supervivientes.  Si  el  barco  hubiese  sido  hundido  por  patrulleras  norvietnamitas,  el  Gobierno  de Hanoi  se  hubiera  apresurado  a  proclamar  el  hecho  a  los  cuatro  vientos.  Sin  embargo, guardó un sepulcral silencio al respecto.  Pero barcos  de  mayor tonelaje que el  Valiente  han  desaparecido  también  sin  dejar el menor  rastro  en aquellas  aguas.  La  motonave  británica  Asiatic Prince,  de  6.000 toneladas, desapareció en su viaje inaugural al Extremo Oriente. Zarpó de Nueva York el 28 de febrero de 1928, cruzó el canal de Panamá e inició la travesía del Pacífico desde Los Ángeles el 16 de marzo siguiente.  Una  semana  después el vapor  City of Eastbourne  interceptó un  SOS  del  Asiatic Prince, que  señalaba  su  posición  cerca  de  las  islas  Hawái.  Esta  llamada  de  socorro  se  repitió varias veces, junto con la posición aproximada del barco, y después se hizo el silencio. Pese  a  una  intensa  operación  de  búsqueda emprendida por la Marina estadounidense por una  amplia  zona  del  Pacífico, no  se  logró encontrar  al  Asiatic Prince,  que  se esfumó  con  su  comandante,  el  capitán  Duncan,  más  otros  cuarenta  y  tres  europeos  y ciento  treinta  chinos  que  llevaba  a  bordo,  sin  contar  las  doscientas  sesenta  mil  libras en metálico que transportaba en su caja.

Los  científicos  japoneses,  como  hemos  dicho,  trataron  de  hallar  una  explicación «natural» para la desaparición del  Kaiyo Maru.  Pero quizás otras fuerzas que no son las naturales se hallen en acción en el Mar del Diablo. El  19  de  abril  de  1957,  a  las  11.52,  hora  local,  el  patrón  y  los  marineros  del  barco japonés  Kitsukawa Maru,  que navegaba por el Pacífico Sur en dirección al Japón, vieron claramente  «dos  aparatos  metálicos  plateados»  desprovistos  de  alas  y  de  forma discoidal,  de  unos  diez  metros  de  diámetro  y  que  descendían  del  cielo  para  hundirse súbitamente  en  el  mar  a  poca  distancia  del  barco.  Se hallaban al borde de la fosa submarina de 8500 metros de profundidad que bordea la costa oriental del Japón. Tras  la  inmersión  de  los  dos  objetos,  las  aguas  se  elevaron  y  se  agitaron violentamente.  El  patrón  del  Kitsukawa Maru  trató  en  vano  de  hallar  restos  flotantes  en las aguas. Pero  no  solamente  se  han  avistado  ovnis  en  estas  aguas  extremo orientales,  sino también  las  misteriosas  «ruedas  submarinas  luminosas»  como las vistas en el Triángulo centrado en el golfo Pérsico. En  marzo  de  1967,  tres  buques  mercantes  observaron  este extraño fenómeno,  hasta  ahora  inexplicable,  conocido  por  «ruedas  fosforescentes», un tipo de bandas luminosas  que  corren  velozmente  bajo  la  superficie,  irradiando  al  parecer  desde  un  foco central giratorio. Las  observaciones  tuvieron  lugar  en  el  golfo  de  Tailandia, en  las  aguas  que  se extienden hacia el sudeste.  Los  tripulantes  de  uno  de  estos  barcos  presenciaron  el  fenómeno  dos  veces,  en  el intervalo de una semana. Otro de ellos se encontró con la espiral luminosa en la misma zona  en  el  mes  de  octubre,  elevándose  así  el  total  de  observaciones  a  cinco  en  pocos meses,  todas  ellas  registradas  sobre  la  línea  imaginaria  que  va  desde  Bangkok  al extremo noroccidental de Borneo.  Estos  cinco  relatos  han  sido  publicados  en  el  Marine  Observer,  con  comentarios  del profesor Kurt Kalle, de Hamburgo, antiguo miembro del Instituto Hidrográfico alemán y  una  de  las  mayores  autoridades  mundiales  que  hoy  existen  sobre  ruedas fosforescentes.  La  rueda  típica  parece  tener  una  milla  o  algo  más  de  radio,  y  consiste  en  varios brazos  radiales  o  espirales,  que  giran  a  velocidad  sorprendente.  El  capitán  de  la motonave  Chengtu  describió  ondas  de  una  niebla  lechosa,  de  nueve  metros  de  ancho  y separadas  también  por  una  distancia  de  nueve  metros,  desplazándose  a  unos  2,50 metros  de  profundidad,  y  pasando  bajo  el  barco  al  ritmo  de  dos  por  segundo.  Esto quiere  decir  que  los  brazos  giraban  a  la  velocidad  de  30  metros  por  segundo  o  más.

Una  semana  después,  el  mismo  observador  volvió  a  encontrarse  con  dos  de  estas «ruedas  gigantes»,  que  se  reforzaban  mutuamente,  produciendo  cinco  o  seis  destellos brillantes  por  segundo  en  la  zona  donde  se  hallaba  el  buque,  iluminando aproximadamente  un  80  por  ciento  de  la  superficie  marina. Otro observador, el capitán de la motonave Glenfalloch, informó haber visto algo que parecían bancos de niebla luminosa que surgían de una  mancha  central,  de  15  o  30  metros  de  diámetro,  que  pulsaba  unas  dos  veces  por segundo. El  profesor  Kalle  comenta  que  estas  ruedas  son  un  fenómeno  relativamente  común en el mar de Borneo y el golfo de Tailandia, donde ya fueron avistadas las «ruedas» en 1957  y  1961.  Aunque  a  veces  el  fenómeno  parece  estar  compuesto  por  radios  de «niebla» que se desplazan a ras del agua, lo más probable, dice el profesor Kalle, es que el  fenómeno  sea  submarino.  Aunque  los  oficiales  de  la  motonave  Beaverbank  dijeron que  los  «brazos»  parecían  estar  a  medio  metro  sobre  el  nivel  del  mar,  esto  fue probablemente  una  ilusión  óptica.  Describen estos «brazos» diciendo que eran  de  un  verde  brillante,  y  que  pasaban  bajo el  barco  entre  12  y  15  veces  por minuto. Estas  ruedas  luminosas  submarinas  parecen  ser  capaces  de  girar  en  cualquier dirección  y  en  ocasiones,  como  en  el  caso  del  Glenfalloch,  que  envió  un  segundo informe, hay dos ruedas que giran una sobre otra en direcciones opuestas. Es  imposible  explicar  mediante  organismos  vivos unas estructuras de varias millas de diámetro y que giran como un perfecto mecanismo, con radios  que  se  mueven  a  mayor  velocidad  que  el  viento,  las  corrientes  o  las  olas.  El origen  del  fenómeno, pues,  parece  ser  «inteligente».  «Algo»  se esconde en las profundidades de los océanos, precisamente en esas zonas críticas que hemos dado en llamar los «triángulos de la muerte». Entre  los  pescadores  japoneses  circula desde  hace  siglos  una  leyenda  que puede  darnos  una  clave  para  interpretar  el  misterio del  Mar  del  Diablo.

Pero esta  leyenda  no  es  exclusivamente japonesa,  sino que  se  repite en el  folklore  mundial: “Erase  una  vez  un  pescador  llamado  Urachima,  joven  y  animoso,  que  todos  los  días se hacía a la mar en las costas del Japón, para sacar su sustento de las aguas. He aquí que un día salió como de costumbre en su barca. Pero en vez de sacar la red llena de peces como siempre sucedía, vio agitarse en ella a una enorme tortuga marina, de  caparazón  durísimo,  cabeza  surcada  de  arrugas  como  la  faz  de  un  viejo  y  una ridícula colita. Entonces  Urachima  se  dijo:  «¿Por  qué  tengo  que  matar  a  este  pobre  animal  e impedir  que  viva  durante  otros  novecientos  noventa  y  nueve  años,  si  para  comer  me bastará un pescado cualquiera?». Y tras estas palabras, echó la tortuga al agua.  Acto  seguido,  un  dulce  sopor  se  apoderó  de  Urachima,  producido  sin  duda  por  el bochornoso  calor  de  aquel  día  estival,  y  el  pescador  se  tumbó  en  el  fondo  de  la  barca para descabezar un sueñecito.  Mientras  dormía,  surgió  de  entre  las  olas  una  bellísima  doncella  que  despertó  a Urachima y le dijo:  «Soy  la  hija  del  dios  del  Mar  y  habito  con  mi  padre  en  el  palacio  submarino  del Dragón  de las  profundidades.  No era  una  tortuga  lo que  has  pescado  hace  poco  y que bondadosamente has vuelto a lanzar al agua. Tienes que saber que era yo. Mi padre, el dios del Mar, me ha enviado para ponerte a prueba. Ahora sabemos que en tu pecho se esconden nobles sentimientos y por tanto yo vengo en tu busca. Si lo deseas, te casarás conmigo  y  ambos  viviremos  felices  durante  miles  de  años  en  el  palacio  del  Dragón marino». Urachima  y  la  hija  del  dios  del  Mar  se  sumergieron  juntos  y  así  llegaron  al  palacio del  Dragón  marino, donde vivía el  dios del  Mar y  reinaba  como  amo  y señor  de  todos los animales. ¡Qué  lugar  tan  maravilloso  era  aquél!  Las  paredes  del  palacio  eran  de  coral,  los árboles tenían esmeraldas en lugar de hojas y rubíes en lugar de frutos, las escamas de los peces eran de plata y las colas de los dragones de oro macizo. Urachima, por el solo hecho  de  haberse  convertido  en  yerno  del  dios  del  Mar  y  esposo  de  la  bella  princesa, podía compartir con ellos aquellos innúmeros tesoros.  Así  transcurrieron  tres  años  de  dicha  y  felicidad  sin  límite.  Urachima  paseaba encantado entre aquellos portentos, bajo los árboles de hojas de esmeraldas y frutos de rubíes. Pero una mañana, el joven pescador dijo a su esposa: «Soy  muy  feliz  aquí,  pero es  necesario  que vaya  a  mi  casa  para  ver  a  mis  padres  y hermanos.  Te  ruego  que  me  dejes  ir  por  poco  tiempo,  y  te  prometo  que  mi  ausencia será breve». «No  me  gusta  mucho  que  te  vayas  -respondió  ella-  pues  temo  que  suceda  alguna desgracia.  De  todas  maneras,  si  éste  es  tu  deseo,  yo  no  tengo  nada  que  objetar. Únicamente te pido que tomes esta cajita, aunque te recomiendo que no intentes abrirla jamás. Si lo haces, nunca podrás regresar». Urachima  prometió  tratar  con  mucho  cuidado  la  cajita  y  no  abrirla,  pasase  lo  que pasase.  Después,  metiéndose en  su  barca,  ascendió  hacia  la  superficie  y  se  dirigió  a  su pueblo. Más,  ¿qué  había  sucedido  en  su  ausencia?  ¿Dónde  estaba  la  cabaña  de  sus  padres? ¿Y  el  pueblecito?  Las  montañas  eran  las  mismas,  eso  sí,  pero  todos  sus  árboles  habían sido talados. El arroyuelo que discurría junto a la cabaña paterna aún seguía fluyendo, pero  ya  no  se  veían  mujeres  lavando  la  ropa  en  él,  como  antaño.  Le  parecía  muy  raro que hubiesen sobrevenido tan grandes cambios en sólo tres años. Viendo a dos hombres que pasaban cerca de la playa, Urachima los detuvo con estas palabras: «¿Podríais  indicarme,  por  favor,  dónde  se  halla  la  cabaña  de  Urachima,  que  antes ocupaba este lugar? Por lo visto su familia se ha trasladado».  «¿Urachima?  -exclamaron  al  unísono  los  dos hombres-. ¿Preguntas  por Urachima? Es sorprendente. Tienes que saber que hace trescientos años salió a pescar y no regresó jamás. Posiblemente se ahogó. Sus padres, sus hermanos y dos nietos de sus hermanos han  muerto  hace  mucho  tiempo.  Esta  historia  es  muy  antigua  y  en  el  pueblo  todos  la saben.  ¿Has  perdido  tal  vez  el  juicio  al  preguntar  por  su  cabaña?  ¡Hace  centenares  de años que se cayó de vieja! ». Entonces Urachima pensó de pronto que el palacio submarino del dios del Mar, con sus  paredes  de  coral,  sus  frutos  de  rubí  y  sus  dragones  con  cola  de  oro  macizo,  debía formar parte del país de las hadas, y que probablemente un día de allí debía de ser tan largo  como  un  año  de  este  mundo,  lo  cual  significaba  que  los  tres  años  que  había pasado en el palacio del dios del Mar correspondían a más de tres siglos. Y comprendió que nada conseguiría quedándose en su tierra con todos sus amigos y sus  deudos  muertos  y  enterrados  y  sin  que  ni  siquiera  quedase  rastro  de  su  casa. Entonces Urachima resolvió regresar al instante junto a su esposa, la princesa del Mar. Pero, ¿qué camino había de seguir? Nadie podría indicárselo. Entonces se dijo:  «Tal  vez  si  abriese  la  cajita  que  ella  me  dio,  averiguaría  el  camino de regreso». Así es que desobedeció las órdenes que ella le había dado, o quién sabe si las olvidó. Lo  cierto es  que el  desdichado abrió  la  caja. Al  instante  surgió  de ella  un blanco  vapor que  se  extendió  como  una  niebla  sobre  el  mar.  Urachima  gritaba  a  la  nube  que  se detuviese,  porque  recordaba  claramente  la  advertencia  de  su  esposa.  Más  no  tardó  en verse  incapaz  de  gritar  o  de  moverse.  Repentinamente  sus  cabellos  se  volvieron blancos  como  la  nieve,  su  cara  se  llenó  de  centenares  de  arrugas  y  su  espalda  se encorvó como la de un hombre viejísimo. Al poco tiempo caía hecho un ovillo sobre la playa, exhalando el último aliento.  Ésta  fue  la  triste  historia  del  pescador  Urachima,  muerto  a  consecuencia  de  su curiosidad, tal  como aún  hoy  las  viejas la  cuentan  durante las  veladas  del  invierno, en los villorrios de pescadores lamidos por las olas del mar del Japón“.

Es muy interesante reproducir aquí unas palabras del doctor Jacques Vallée, uno de los  primeros  investigadores  mundiales  del  fenómeno  ovni .  Figuran  en  su  libro Pasaporte  a  Magonia,  en que  se  refiere precisamente a Magonia, el «País de las Hadas»: “La  naturaleza  física  de  Magonia,  tal  como  se  nos  aparece  en  estos  relatos,  es notabilísima. A veces se trata de un país remoto, una isla invisible, un lugar distante al  que  sólo  se  llega  después  de  un  largo  viaje.  En  otros  cuentos  es  un  país  celestial, como  la  historia  india  antes  citada.  Esta  creencia  es  paralela  a  la  que  se  tiene actualmente  en  el  origen  extraterrestre  de  los  ovnis,  y  que  hoy  goza  de  tanta popularidad.  Una  segunda  teoría  -igualmente  difundida-  es  la  de  que  el  País  de  los Elfos  constituye  una  especie  de  universo paralelo,  que  coexiste  con  el  nuestro.  Sólo  se hace visible y tangible a las personas escogidas, y las puertas que conducen a él son puntos  tangenciales,  conocidos  únicamente  por  los  elfos.  Esto  es  en  cierto  modo análogo  a  la  teoría,  que  a  veces  se  encuentra  en  la  literatura  sobre  los  ovnis, concerniente  a  lo  que  algunos  autores  suelen  denominar  la cuarta  dimensión, aunque  esta  expresión,  por  supuesto  tiene  mucho  menos  sentido  físico  que  la  teoría de  un  País  de  Hadas  paralelo“.  Tal vez  los  «triángulos»,  distribuidos  tan  regularmente  sobre  la  superficie  del planeta,  sean «puntos  tangenciales»,  o  «puertas»  que  permiten  pasar  a  otros  universos paralelos.   Pero, desde  el  punto  de  vista  geológico,  casi  todas  estas misteriosas  zonas  están  situadas  en  macizos  primarios, caledonianos  y  hercinianos,  o en  sus  proximidades.  Cualquiera  puede  comprobar  este  hecho,  trasladando  los «triángulos»  a  un  planisferio  donde  estén  señaladas  las  diferentes  estructuras geológicas del globo. La orogenia caledoniana o caledónica fue un proceso de formación de montañas (orogénesis) que se produjo en Escocia, Irlanda, Inglaterra, Gales y el oeste de Noruega durante los periodos Silúrico y Devónico (Paleozoico), aproximadamente hace 444 o 416 millones de años. Su denominación proviene de “Caledonia“, nombre latino de Escocia. La orogenia caledoniana ocurrió durante el ensamblaje de diversos continentes que convergían para formar Pangea. Durante el anterior periodo Ordovícico, hace 488 o 444 millones de años, un gran continente llamado Gondwana, formado por la masa continental que posteriormente, tras dividirse, constituirá África, Sudamérica y la Antártida, se situaba entre el Polo Sur y el Ecuador. Una segunda masa de tierra, Laurentia, que contenía la futura sección noreste de Norteamérica, se encontraba sobre el Ecuador. Al noreste se encontraba la placa siberiana separada de Gondwana por el Océano Uraliano. Al sureste, la placa Báltica estaba separada de Gondwana por el Océano Iapetus. Un pequeño continente formado por islas, Avalonia (que contenía la actual Nueva Inglaterra, Nueva Escocia, y una parte de Europa occidental incluidas las Islas Británicas) estaba al oeste de la placa Báltica, separada de ella por el Océano Torquist. El Océano Rheico se situaba entre Avalonia y Báltica, y Gondwana.

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En el periodo Ordovícico, el Océano Rheico comenzó a expandirse, empujando a Báltica y Avalonia en dirección a Laurentia. Báltica y el norte de Avalonia chocaron en primer lugar, produciendo la Orogenia caledónica durante el periodo Silúrico. Al final de dicho periodo, y durante el siguiente Devónico, el resto de Avalonia también colisionó, provocando la Orogenia Acadia, durante la cual se formaron los Apalaches. El llamado Plegamiento Herciniano se extendió por toda la porción occidental y central de Europa, es un plegamiento muy viejo que ha estado sometido a una fuerte erosión. Este plegamiento, aunque data de la era Primaria o Paleozoica, surge en un período posterior al Escandinavo o Caledoniano. Se extendió por la porción occidental y central de Europa, desde los promontorios del suroeste de Irlanda hasta el norte del mar de Azov, y toma su nombre de las montañas del Harz,en Alemania. La erosión atacó intensamente a este sistema, por lo que quedó reducido a llanuras, más tarde se hundió y fue cubierto por las aguas del antiguo mar de Tethis, sobre el que se depositaron nuevas capas; con el remodelado de toda esa zona se produjo en la era Terciaria el surgimiento en el sur de nuevas y elevadas cordilleras, los Alpes, con ello quedó deshecho el sistema Hercinio, que se rompió en bloques, algunos de los cuales fueron levantados, lo que dio lugar a la formación de horst o pilares, otros se hundieron a mayor profundidad y constituyen fosas o graben, por lo que quedó reducido este plegamiento a macizos aislados. Algunos de estos macizos presentan formas muy parecidas a la de los montes Apalaches de la América del Norte. Entre los macizos montañosos más importantes se destacan los del suroeste de Irlanda: montes Kerry, en ellos se encuentra el punto culminante de la isla: el Carrantuohil con 1040 m de elevación. Al suroeste de Inglaterra se localizan las montañas de Cornwall, esta vieja cadena Hercinia se sumerge en el canal de la Mancha y reaparece en la península de Bretaña, con el nombre de Macizo Armoricano. Constituye también restos de este plegamiento el macizo Central Francés, el que con sus grandes yacimientos de hulla alberga una gran región industrial manufacturera es, además, una región muy famosa por sus aguas minerales, las de Vichy. También se advierten restos de este plegamiento en la península Ibérica, donde penetró una rama del mismo, y formó la extensa meseta de Castilla o Castellana, que se extiende de noroeste a sureste y presenta paisajes muy variados debido a la heterogeneidad de sus rocas.

Las zonas de los Triángulos  se  encuentran  también  asociadas  a  algunas  de  las mayores  fosas  oceánicas conocidas,  y  también  a  zonas  de  fractura  y  gran  actividad volcánica.  Estas  zonas  suelen  provocar  perturbaciones  en  el  magnetismo  terrestre.  El investigador  francés  F.  Lagarde ha establecido  una  correlación  muy  intrigante  entre  fallas  geológicas  y  observaciones  de ovnis .  El  ingeniero  español  Félix  Ares  de  Blas  halló  una  correlación  parecida  entre ovnis  y  zonas  de  mayor  intensidad  magnética,  trasladando  estas observaciones  a un  mapa  geomagnético  de  España.  ¿Qué significan todas estas coincidencias? De momento, no podemos hacer más que registrarlas. Ningún Triángulo ha  suscitado  tanta  literatura como el Triángulo de las Bermudas. En  1513,  Juan  Ponce  de  León,  que  había  acompañado  a  Colón  en  su  segundo  viaje de  descubrimiento,  obtuvo  una  licencia  real  que  le  autorizaba  a  colonizar  «Bimini», una  isla  fabulosa  de  la  que  se  decía  que  poseía  una  fuente  cuyas  aguas  conferían  la juventud  eterna.  El  explorador  submarino  francés  de  origen  ruso  Dimitri  Rebikoff descubrió  en  las  costas  de  Bimini,  y  a  poca  profundidad,  un  muro  «ciclópeo»,  al parecer  artificial,  que  antes  de  la  fusión  de  los  hielos  polares  que  marcó  el  fin  de  la última glaciación hace 11 o 12.000 años, estaba sin duda sobre el nivel del mar. El período durante el cual han vivido en este planeta seres humanos de inteligencia comparable a la nuestra podría extenderse hasta unos 40.000 o 50.000 años hacia atrás, o incluso más allá. En consecuencia, si consideramos que una civilización como la actual tardaría alrededor de 10.000 años en progresar hasta el punto en que la ciencia y la tecnología alcanza la capacidad de consumar su propia destrucción, todavía tendríamos un amplio margen de tiempo en que podrían haber existido una o más culturas anteriores a la nuestra en este mundo. Si semejante cultura hubiese existido y causado su destrucción, desapareciendo luego, su recuerdo habría quedado tal vez conservado en las leyendas, o nos sería sugerido por algunos artefactos de antigüedad incierta, o por grandes ruinas imposibles de identificar o explicar. Y éstos son precisamente los elementos que tienden a señalar el emplazamiento de dicha cultura en la zona ahora cubierta por las aguas del Triángulo de las Bermudas. El hecho de que los pueblos supuestamente primitivos de la prehistoria hayan dejado enormes piedras que aún se encuentran en su sitio, tras miles de años, y sobre las cuales las razas que les siguieron han levantado nuevas construcciones, ha constituido, desde hace mucho tiempo, un misterio arqueológico. Las piedras colocadas por razas anteriores desconocidas son tanto más grandes y difíciles de transportar que las dispuestas por las culturas subsiguientes, de manera que su presencia y modo de transporte resultan inexplicables.

Entre los ejemplos que podrían citarse tenemos el de los bloques de Ollantaytambo y Ollantayparubo, en Perú, que fueron transportados a lo largo de grandes distancias, cruzando montañas y precipicios, para finalmente ser colocados en las cumbres de acantilados de 300 metros de altura. O el caso de los enormes sillares de piedra de Sacsahuamán, en Perú, tan grandes y laboriosamente encajados unos con otros, que los incas atribuyeron su construcción a los dioses. O los bloques de cien toneladas de los cimientos de Tiahuanaco, en Bolivia, sobre los cuales se construyeron, de alguna manera, enormes edificios, a pesar de que esta antigua ciudad está a 4.000 metros sobre el nivel del mar. O las grandes piedras del observatorio de Stonehenge, en Inglaterra; o las enormes piedras de las fundaciones del templo de Júpiter, en Baalbek, Siria, emplazadas allí mucho antes de la construcción del templo y una de las cuales pesa 2.000 toneladas. Como casi todas estas construcciones resultan extremadamente difíciles de explicar, se ha sugerido que una civilización superior fue la autora de su construcción. Esta teoría se ve apoyada por el hecho de que muchas de estas ruinas inexplicables se parecen mucho. Tal vez, después de una serie de cataclismos, una gran fuente energética  de la Atlántida se habría precipitado al mar, junto con populosas ciudades, murallas, canales y otras construcciones atlantes. Es interesante tener en cuenta que los propios emplazamientos sugeridos por esta teoría corresponden a los lugares en que se producen muchas de las aberraciones electromagnéticas características del Triángulo de las Bermudas, la Lengua del Océano, o las Bimini. Aunque resulta difícil suponer que semejantes artilugios energéticos puedan seguir funcionando después de miles de años, es interesante observar lo que sucede con las misteriosas “aguas blancas” que han sido advertidas por muchos exploradores, desde Colón hasta los modernos astronautas. Pareciera que los canales o corrientes de agua blanca tienen su origen en los mismos puntos de emanación, siguen una dirección similar y luego se desvían a lo largo de un kilómetro y medio o más. Las líneas son nítidas al comienzo y luego se hacen menos precisas, casi como si encerraran algunos gases liberados bajo presión. Las desviaciones del compás y las perturbaciones eléctricas podrían ser causadas por una enorme concentración de metal depositado bajo el agua. Esto ha sido observado en varios lugares del mundo donde existen conocidos depósitos de hierro que provocan variaciones en los compases. Las masas del substrato podrían incluso provocar alteraciones en el oleaje de los mares. En un informe elaborado por la NASA en 1970, acerca de una “cavidad” en la superficie del océano sobre la fosa de Puerto Rico, los científicos atribuyeron el fenómeno a una “extraña distribución de masa debajo del fondo del océano“, que sería la causa de la deflexión de la fuerza de atracción de la gravedad. En el caso del Triángulo de las Bermudas se ha sugerido que algunas antiguas fuentes de energía han conservado algo de su fuerza y que, al ser accionadas en ciertas oportunidades, podrían ser no sólo la causa de las desviaciones magnéticas y electrónicas, sino también la fuente de impulsos eléctricos de las tormentas magnéticas.

Si los ovnis están secuestrando aviones, barcos y personas en el Triángulo de las Bermudas y en otras regiones del mundo, un elemento fundamental de cualquier investigación sobre el asunto sería el examen de las posibles razones. Podría ocurrir que en las cercanías del Triángulo de las Bermudas, y en algunas otras localidades nodales de las corrientes gravitacionales electromagnéticas, existiera una puerta o ventana hacia otra dimensión en el tiempo o el espacio, a través de la cual seres extraterrestres, dotados de amplios conocimientos científicos, pudieran penetrar a su antojo. Sin embargo, cuando dicho conducto es hallado por seres humanos, se convierte en una calle de una sola vía, de la cual sería imposible regresar, tal vez debido a que una fuerza extraña lo impediría. Muchas de las desapariciones, especialmente las relativas a tripulaciones completas de barcos, hacen suponer la existencia de expediciones de secuestro cuya misión sería obtener seres humanos, tal vez para fines de experimentación. El doctor Manson Valentine sugiere que podrían existir diversos grupos de visitantes espaciales, a veces hostiles, y que algunos de dichos seres provenientes del espacio, las profundidades oceánicas o incluso alguna otra dimensión, podrían estar relacionados con nosotros durante muchos miles de años y, tal vez, con el objetivo de protegernos a nosotros y a nuestro planeta. Las razas indígenas de América Central han contado hasta ahora tres veces el fin del mundo, y aseguran que habrá de producirse un cuarto en una fecha no muy lejana, en esta ocasión por el fuego. Los hopi, que entre las tribus indias de los Estados Unidos son quienes conservan el registro más completo y curiosamente detallado, también hablan de las tres veces que acabó el mundo: una debido a una erupción volcánica y al fuego, otra causada por terremotos y por el desplazamiento ocasional del eje de la Tierra, y una tercera provocada por inundaciones y hundimientos de continentes que a su vez eran la consecuencia de la guerra entre los habitantes del “Tercer Mundo” empeñados en destruir sus ciudades por medio de ataques aéreos. La referencia al desplazamiento del eje de la Tierra es en sí una muestra del extraordinario conocimiento que habría alcanzado una pequeña tribu india, no sólo acerca de la verdadera forma de la Tierra, sino respecto de su rotación. La teoría según la cual la Tierra perdería temporalmente su velocidad de rotación y luego volvería a ajustarla, corresponde a una tesis científica posterior desarrollada por Hugh Auchincloss Brown, quien atribuye dicha perturbación a un exceso de peso causado por la acumulación de hielo en uno de los polos.

Tal vez, como se ha sugerido, los ovnis son simples “exploradores” de nuestro planeta, y lo han estado observando durante un largo tiempo. Si es cierta la hipótesis de que seres extraterrestres han estado visitando y observando la Tierra y recogiendo información y muestras para algún propósito ignorado, especialmente en la zona del Triángulo de las Bermudas, sería muy interesante preguntarse qué razones tendrían los ovnis para concentrarse en esa región. Numerosos testimonios de Grecia, Roma, la Europa del Renacimiento y actualmente de un número creciente de lugares en el mundo entero y en especial en el Triángulo de las Bermudas, dejan planteada la posibilidad de que los observadores estén interesados en el avance de la civilización tecnológica sobre la Tierra. Las teorías de Ivan Sanderson sugieren que la amenaza medioambiental cada vez mayor podría haber causado preocupación en algunos modos de vida altamente desarrolladas que existirían en el interior de los mares. Existen evidencias sorprendentes sobre la actividad submarina de los ovnis, que habrían sido detectadas por algunas unidades navales de los Estados Unidos. Uno de los más sorprendentes es el de la persecución de un objeto submarino que se desplazaba a más de 120 k/h, primero por un destructor y luego por un sumergible, durante un ejercicio de la Marina de Estados Unidos. El hecho ocurrió en 1963, al sudeste de Puerto Rico, en el extremo sur del Triángulo de las Bermudas. Puesto que la maniobra consistía precisamente en practicar persecuciones, inicialmente se supuso que el objeto formaba parte de la práctica. La persecución duró cuatro días, y en ocasiones el objeto descendió a profundidades de 7.000 metros, manteniendo su increíble velocidad. Nunca se supo lo que era, aunque la mayor parte de los informes coincidieron en que parecía estar movido por un solo motor. En el pasado fueron muy frecuentes los testimonios acerca de ovnis que salían del mar, se hundían en él u operaban dentro de las aguas, pero nunca se les detectó y siguió tan de cerca como durante estas maniobras de 1963. Suponiendo que existe bajo el mar alguna otra forma de vida “civilizada“, tales seres, que dispondrían de un espacio vital muchísimo mayor que en la superficie terrestre, no se preocuparon de nuestros actos durante los milenios pasados. Sin embargo, al advertir que nuestras posibilidades tecnológicas han llegado a representar un peligro para ellos y para su medio ambiente, su política habría cambiado. Y los fenómenos del Triángulo de las Bermudas podrían constituir una acción exploratoria.

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Ivan Sanderson ha estudiado algunos informes relacionados con unas gigantescas cúpulas submarinas transparentes que han sido vistas frente a la costa de España por buceadores en busca de esponjas, y también desde la superficie, cuando la transparencia de las aguas era favorable, en la plataforma continental norteamericana. Piensa que podrían formar parte de una red submarina construida por seres que viven bajo el mar. Llevando todavía más lejos este razonamiento, dado que la Tierra es básicamente una enorme dínamo, sería posible “conectarla” por medio de redes electromagnéticas instaladas dentro de los mares y, llegado el caso, activar los impulsos adecuados para cambiar su rotación. Esta posible “conexión” de la Tierra hace recordar tanto las antiguas tradiciones como las teorías recientes que aluden a grandes fuentes de energía en la Atlántida, supuestamente formada por grandes equipos de láser cristalinos que yacerían en el fondo del Mar de los Sargazos y que aún estarían funcionando intermitentemente, causando perturbaciones electromagnéticas que serían responsables de las averías o desintegración de aviones y barcos. Algunos investigadores creen que estos supuestos seres extraterrestres no están interesados en protegernos sino en llevarse muestras. Esta suposición parece lógica si se tiene en cuenta el gran número de aviones, lanchas y barcos que han desaparecido con sus tripulaciones dentro del Triángulo de las Bermudas. John Harder, investigador de los ovnis y profesor de ingeniería en Berkeley, expuso en octubre de 1973 la teoría de que la Tierra podría ser una especie de “zoo cósmico, aislado del resto del Universo, y cuyos guardianes suelen hacer de vez en cuando una revisión, llevándose algún ejemplar de sus habitantes“. Sin embargo, otra teoría sostiene que los visitantes extraterrestres no están interesados en la Humanidad y sólo tienen en mente sus propios fines, que todavía no podemos imaginar, y que las aparentes víctimas han sido causadas inadvertidamente al ser proyectadas dentro de un campo de ionización. Al considerar los centenares de desapariciones del Triángulo de las Bermudas se advierte que el único rasgo que tienen en común es el hecho de que los aviones y barcos han desaparecido por completo, o que los barcos han sido hallados sin pasajeros ni tripulaciones. Algunos de estos casos misteriosos se han producido aisladamente y podrían explicarse por las circunstancias extraordinarias en que han ocurrido, o por la coincidencia de fallas humanas y trastornos meteorológicos. Pero, en cambio, otros incidentes del Triángulo de las Bermudas se han producido con aguas transparentes, cerca de puertos, playas o bases de aterrizaje, que resultan incomprensibles, de acuerdo con nuestros conocimientos actuales.

La historia del Triángulo de las Bermudas abarca acontecimientos que ya están sumidos en la bruma de las leyendas antiguas y modernas. El Triángulo de las Bermudas nos hace pensar en tierras perdidas o sumergidas, en civilizaciones olvidadas y en seres que han visitado la Tierra durante milenios, viniendo del espacio interior o exterior, y cuyo origen y propósitos nos son desconocidos. En  la  Península  de  la  Florida  se  encuentran  las  ruinas  del  más  antiguo  puesto europeo  erigido  dentro  del  territorio  de  los  actuales  Estados  Unidos. Se trata de San  Agustín, fundada  en  1565,  cuarenta  y  dos  años  antes  de  que  los  ingleses  establecieran Jamestown.  El  Consejo  de  Indias  afirmaba  que  desde  1510, naves  y flotas enteras  de la Corona  de  España  habían  ido  a  Florida  y  regresado.  Florida  aparece  en  el  mapa  más antiguo conocido del Nuevo Mundo: el mapa de Cantino, fechado en 1502.  Pero  volvamos  a  Ponce  de  León.  Éste  descubrió  las  costas  de  la  Florida  el  día  de Pascua  Florida  de  1513,  y  de  ahí  el  nombre  con  que  bautizó  lo  que  él  creía  otra  isla. Regresó  a  España  al  año  siguiente,  obteniendo  del  rey  una  patente  para  colonizar  «la isla de Bimini y la isla de Florida», de la que fue nombrado Adelantado, equivalente a gobernador civil y militar. La referencia a estos  datos  históricos es  porque las  extrañas desapariciones  de  barcos  en  esa  zona  se  remontan  casi  a  los  tiempos  de  la  conquista  y colonización  españolas,  y  a  los  días  en  que  las  aguas  al  norte  de  Puerto  Rico  eran surcadas  por  las  fabulosas  «flotas  de  la  plata»,  muchos  de  cuyos  galeones  yacen perdidos  por  aquellos  parajes,  suscitando  la  codicia  de  innúmeros  buscadores de tesoros contemporáneos. Pero  algunos  de  ellos  quizá  se  hallen  a  profundidades  insondables.  En  efecto:  al noroeste  de  Puerto  Rico,  el  fondo  del  Atlántico  desciende  bruscamente  hasta  9.220 metros,  formando  la  llamada   Fosa  de  Puerto  Rico.  Este profundo valle submarino corre paralelamente a la costa norte de la gran isla antillana, de  la  que  la  separan  unos  160  kilómetros.  Ésta  es  la  mayor  profundidad  que  los oceanógrafos  han  registrado  en  el  Atlántico.  Sólo  es  comparable  con  la  «Challenger Deep»  entre  Guam  y  Yap,  en  el  Pacífico,  con  sus  10.911  metros  de  profundidad,  o  la Fosa  de  las  Marianas,  que  desciende  hasta  poco  más  de  11.000  metros.  Es  curioso  observar que estas grandes fosas marinas se encuentran dentro de otro de los «triángulos mortales». La Fosa de las Marianas es la mayor  profundidad registrada hasta  ahora en la Tierra.

La  mayoría de  autores  que  tratan  del  Triángulo  de  las  Bermudas hacen referencia al caso del  Rosalie, un gran navío francés hallado a la deriva en 1840 en un punto de su ruta de La Habana a Europa, dentro de la zona del Triángulo de las Bermudas, con todas sus velas desplegadas, la carga intacta, pero sin nadie a bordo. Un caso que evoca al famoso caso del  Mary Celeste. En 1880  se  registra  la  desaparición inexplicable de la fragata británica  Atalanta,  que había zarpado de las Bermudas rumbo a Inglaterra con 290 personas a bordo. Entre  principios  del  siglo  XVIII  hasta el año 1814  se registraron las desapariciones de diez barcos en el Triángulo.  Se trata de casos perfectamente documentados, entre los que hay tres galeones españoles, y  que  fueron evidenciados por  la  investigadora  norteamericana  Adi-Kent  Thomas Jeffrey. Entre ellos tenemos el buque inglés Sea Venture,  que en julio  de  1609 transportaba  colonos  a  Virginia,  colonia  británica  recién  fundada.  Unos  150  hombres  y  mujeres  se  apiñaban  en  la  embarcación.  Con  ellos viajaba  William  Strachey,  secretario  de  la  Colonia  de  Virginia.  Iban  al  mando  del capitán  del  buque  y  jefe de  la expedición,  Sir  George  Somers.  Todo fue  bien  hasta  que el  navío  entró  en  la  zona  del  Triángulo de las Bermudas.  Se desencadenó una  terrible tempestad,  que  durante  cuatro  días  con  sus  noches  zarandeó  al  maltrecho  buque, mientras  los  hombres  se  turnaban  tratando  de  achicar  el  agua  que, entraba  por  todas  partes.  Pero  la  furia  de  los  elementos  venció,  y  el  infeliz Sea  Venture  fue  arrojado  contra  unos  escollos  de  la  costa  de  Bermuda,  donde  quedó encallado.  Sin  pérdida  de  tiempo,  Sir  George  Somers  ordenó  abandonar  el  barco,  que quedó  librado  a  su  suerte  y  a  los  embates  del  oleaje,  que  poco  a  poco  lo  iban destruyendo.  Todos pusieron  pie en  tierra  con  temor.  Bermuda,  la  isla  descubierta en 1515  por el español  Juan  de  Bermúdez,  y  que  recibió  su  nombre,  gozaba  de  muy  mala  reputación entre  los  marinos  ingleses.  El  Lloyd ’ s  de  Londres  se  hallaba  muy  preocupado,  en efecto,  por  las  exorbitantes  pérdidas  que  experimentaba  la  navegación  británica  en  aquellas  aguas.  Éstas  eran  tremendas,  muy  superiores  a  las  que  las  flotas británicas  sufrían en  otras  partes  del  globo,  y  no  todas  podían  atribuirse a  la  piratería, pese  a  que  ésta  campaba  por  sus  respetos  en  la  ruta  de  las  «Flotas  de  la Plata», que anualmente llevaban su precioso cargamento desde México y Sudamérica a Sevilla,  con  punto  de  reunión  obligatorio  en  La  Habana,  donde  se  formaban  los convoyes fuertemente armados que tenían que cruzar el Atlántico. Pero muchos fueron los galeones que no llegaron jamás a la cita. Más de trescientas naves  cargadas  de  tesoros  duermen  su  sueño  eterno  entre  los  miles  de  escollos de esta zona del Caribe.

Hay más de trescientas islas de coral en esta zona  del  Atlántico.  Incluso  hoy  día,  sólo  unas  veinte  de  ellas  están  habitadas.  En  los siglos  XVI  y  XVII ,  los  marinos  huían  de  estos  islotes  como  de  la  peste,  pues  en  su supersticioso  temor  los  llamaban  las  «Islas  del  Diablo».  Se susurraba que espantosos demonios se escondían bajo aquellas aguas traicioneras, que sólo significaban la muerte para el navegante. Y en aquellos terribles parajes quedaron, náufragos y desamparados, los tripulantes y  los  colonos del  Sea Venture.  Su  espanto era  indecible,  y  más cuando  ante  sus  propios ojos,  la  nave  desmantelada  de  la  que  acababan  de  desembarcar,  se  separó  de  la  roca con  un  terrible  crujido  y  se  hundió  bajo  las  aguas.  Allí  había  de  permanecer  durante siglos  hasta  que  en  1958,  dos  buceadores,  Edmund  Downing,  de  Virginia,  y  Teddy Tucker,  de  Bermuda, descubrieron  la  tumba  marina  de  la  infortunada nave, hundida a la altura del Fuerte de Santa Catalina.  Nueve meses lograron subsistir los náufragos en la desierta isla, antes de poder huir de  ella.  Por  fortuna,  no  les  faltó  madera  ni  comida.  La  isla  ofrecía  ambas  cosas  en abundancia.  Para  matar  el  tiempo  de  forzosa  inactividad,  William  Strachey,  secretario de  la  Colonia  de  Virginia,  se  dedicó  a  relatar  en  su  diario  todos  los  terribles acontecimientos  que  había  vivido.  Lo  que  no  sabía  Strachey  era  que  su  diario  caería más  tarde  en  manos  de  un  joven  dramaturgo  llamado  William  Shakespeare,  quien  se inspiraría  en  el  naufragio  del  Sea  Venture  para  una  de  sus  obras  más  misteriosas:  La Tempestad.  Cuenta Strachey en su diario que, hallándose una noche Sir  George  Somers  en  el  puente,  una  noche  de  calma  antes  del  naufragio,  observó  de pronto  un  gran  resplandor  que  venía  de  arriba.  Levantó  la  mirada  y  vio  una  bola  de fuego,  muy  brillante,  en  mitad  del  palo  mayor.  ¡Pero  la  bola  se  movía!  Ascendió  por  el mástil hasta su extremo, y luego se paseó lentamente por el velamen, al tiempo que se apagaba y se encendía. Tras desaparecer totalmente por unos instantes, se encendió de nuevo y abandonó el barco como un fantasma. Strachey  recogió  este  episodio  en  su  diario.  Sin  saberlo,  había  hecho  nacer  el espíritu de la luz, el etéreo Ariel de la obra de Shakespeare. «He  abordado la  nave  del rey  –dice  Ariel  en  La Tempestad -,  y ora  sobre  la  proa, ora en  los  costados, ora en cubierta,  ora en  las cámaras,  por  doquier he encendido el  asombro. Tan  pronto  me  dividía,  y ardía entonces  por  aquí  y  por  allá, y  llameaba  separadamente  en  el  palo  mayor,  en  el  bauprés  y  en  las  vergas,  como  me reunía de nuevo juntando todas mis llamas».    ¿Qué  podía  ser  la  misteriosa  luz  vista  por  Sir  George Somers?

Tal vez podría ser el fuego  de  San  Telmo. Según  los meteorólogos,  es  un  tipo  de  descarga  en  corona  observada  en  los  barcos,  en condiciones similares a las de una tormenta eléctrica. La carga de la atmósfera induce a cargas en los  mástiles  y estructuras elevadas. El  resultado es  una  luminosidad esférica.  Este  fenómeno  era  muy  acentuado  en  los antiguos  veleros,  que  generalmente  llevaban  varios  mástiles  y  mucho  aparejo.  La aparición  de  esta  luminosidad  en  la  oscuridad  era  de  efectos  sorprendentes  para  los supersticiosos  marineros  de  antaño,  que  desconocían  la  causa  del  fenómeno.  Los romanos  conocían  también  este  fenómeno  luminoso,  y  creyeron  que  era  el  numen protector de Castor y Pólux; Séneca decía que eran estrellas que se posaban en los palos de  los  buques,  y  los  marineros  de  todas  las  edades  y  naciones  consideraron  el fuego  de  San  Telmo  como  signo  de  la  protección  divina,  si  bien  en  el  caso  del infortunado  Sea Venture  fue realmente un presagio de catástrofe. Pero  lo  que  vio  Sir  George  Somers  podría  haber  sido  también  lo  que  los  ufólogos actuales  conocen  por  el  nombre  de  foo-fighters, vistos  por  primera  vez  durante  la Segunda Guerra Mundial por los pilotos de la 415ª Escuadrilla de Cazas Nocturnos de los  Estados  Unidos,  con  base  en  Dijon, Francia. Pero volvamos  a  los  náufragos  del  Sea  Venture.  Afortunadamente,  la ballenera  del  barco  se  había  salvado.  La  pequeña  embarcación  fue  preparada  y abastecida para un largo viaje, y partió con varios hombres al mando del contramaestre Henry  Ravens,  con  la  misión  de  encontrar  ayuda.  Tras  un  intento  frustrado, la ballenera  regresó  a  los  dos  días,  pues  no  podía  hallar  un  canal  navegable  entre  los arrecifes de coral. La ballenera zarpó definitivamente el 1º de septiembre, pero nunca más volvió a saberse nada de la ballenera, de Henry Ravens ni de los hombres que lo  acompañaban.  En el  diario  de  Cristóbal  Colón, el  almirante  dice  que  él  y  sus  hombres  vieron  «una  sorprendente  bola  de  fuego»  que cayó  al  mar,  mientras  navegaban  por  aguas  del Triángulo de las Bermudas.  Colón  habla  también del  terror  que  se  apoderó  de  sus  hombres,  al  observar  que  la  aguja  de  la  brújula «enloquecía»  al  navegar  por  aguas  de  las  Bermudas.  El  suyo  es  el  primer  testimonio que poseemos sobre extraños fenómenos asociados al electromagnetismo y observados en aquella zona.  Pasaron  los  años y  desde las colonias americanas  se empezaron a  enviar  a  España  las  fortunas  en  oro, plata  y  especias  amasadas  en  el  Nuevo  Mundo.

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Se  organizaron  rutas  en que los galeones  procedentes  de  Sudamérica  se  reunían  en  la  región  del  Istmo  de  Panamá, desde  donde  navegaban  hacia  La  Habana,  el  más  importante  puerto español  de  las  Américas.  Desde  allí,  en  un  convoy  armado  para defenderse  de  piratas  y  filibusteros,  los  galeones  emprendían  la  travesía  de  regreso  a Sevilla.  Después  de  franquear  los  angostos  estrechos  de  la  Florida  y  el  Canal  de  las Bahamas,  pasaban  frente  a  Cayo  Hueso  y  se  metían  en  la  Corriente  del  Golfo  para ascender hacia el Norte. Su objetivo era el cabo Hatteras, en la costa de Carolina, desde donde la flota viraría hacia el Este, poniendo rumbo a Europa. Esto  llevaba  a  los  galeones  españoles,  como  observa  Adi-Kent  Thomas  Jeffrey,  a bordear  el  lado  oeste  del  Triángulo  de las Bermudas.  Aquellos  pesados  barcos,  con muy  poco marineros,  se  metían  en  la  boca  del  lobo.  Eran  muchos  los  que  se  perdían,  por  causas perfectamente  naturales,  como tempestades,  ciclones,  tifones o  tornados.  Cargados  hasta  los topes,  con  la  línea  de  flotación  bajísima,  los  panzudos  barcos  zozobraban  con frecuencia,  pese  a  la  pericia  de  los  marinos  que  los  mandaban.  Flotas  enteras  fueron dispersadas  o  se  perdieron.  En  el  siglo  XVI ,  se  hundieron  41  galeones  cargados  de tesoros. En el siglo siguiente, otros 38 los siguieron.  Pero hay algunos casos de desapariciones que no se explican tan fácilmente por causas naturales. Por ejemplo, los tres galeones que escoltaban al  Nuestra Señora de Guadalupe.  La flota estaba  compuesta  por  cinco  naves,  al  mando  de  don  Juan  Manuel  de  Bonilla.  La reunión  de  la  flota  se  efectuó,  como  de  costumbre,  en  La  Habana  en  otoño  de  1750. Bonilla  iba  en  la  nave  almirante,  un  altivo  galeón  de  elevada  cubierta  llamado  Nuestra Señora de Guadalupe.  La  navegación hasta el  cabo Hatteras,  traspuestos  los  estrechos  de la Florida y el Canal de las Bahamas, se realizó sin incidentes. Pero cuando se aproximó al cabo Hatteras, las aguas empezaron a encresparse y el cielo a oscurecerse. El capitán Bonilla,  marino  experimentado,  sabía  que  se  aproximaban  a  uno  de  los  puntos  más peligrosos  del  Atlántico,  pues  allí  se  reunía  la  corriente  cálida  del  Golfo  con  las corrientes  frías  procedentes  del  Ártico,  lo  cual  creaba  una  zona  de  grandes turbulencias.  Por  si  fuera  poco,  en  aquellas  aguas  se  extendían  islas  bajas  y  arenosas, pobladas  por  gente  que  se  dedicaba  a  saquear  las  naves encalladas  y  a  recuperar  restos  de  naufragio,  que  eran  allí  muy frecuentes.

Sin embargo, el  capitán Bonilla ordenó poner  proa al  Este.  Pero  a las  ocho de aquella  noche  se  levantó  un  violentísimo  temporal,  acompañado  de  un  viento huracanado, que hacía escorar peligrosamente a los cargados galeones.  La  cerrazón  se  hizo  total,  mientras  el  mar  y  el  viento  redoblaban  su  fuerza.  Bonilla perdió  el  contacto  con  los  demás  buques  de  su  flota.  Impelido  por  el  huracán,  se  vio obligado  a  recoger  las velas   y  buscar  refugio  en  el  puerto  más  próximo.  El maltrecho  galeón  llegó  a  la  boca  del  río  Ocracoke,  donde  al  fin pudo echar el ancla. Durante un mes, Bonilla  fue huésped del gobernador  de  Carolina,  quien  trató  bien  a  los  españoles,  pese  a  que  la  firma  del tratado  de  Aix,  que  había  puesto  fin  a  las  hostilidades  entre  España  e  Inglaterra,  aún estaba reciente y entre ambas naciones subsistían temores y recelos. Pero Bonilla pudo salvar su galeón y la riqueza que transportaba. Antes  de  que  la  flota  fuera  dispersada  por  la  tempestad,  Bonilla  pudo  ver  con  su catalejo  a  una  de  sus  naves,  que  capeaba  el  temporal  penosamente.  Luego  supo  que ésta había embarrancado en una barra arenosa, donde fue saqueada por los bandoleros que  merodeaban  por  aquellos  parajes  y  que  se  hicieron  con  un  rico botín.  Este botín,  junto  con  parte  de  la  tripulación,  fue  llevada  a  Norfolk  y  allí embarcada con destino a Inglaterra. Antes  de  abandonar  las  costas  de  Carolina,  con  el  Nuestra  Señora  de  Guadalupe reparado,  Bonilla  inquirió  nuevas  de  los  tres  galeones desaparecidos.  Pero nadie sabía nada de ellos.  No  se  había  encontrado  ni  un madero flotante; ni un resto de naufragio había sido arrojado a las costas de Carolina o de las innúmeras islas arenosas, pobladas por expertos en recuperar restos de  buques  perdidos;  ni  un  cadáver  había  sido  arrojado  por  las  olas  a  una  playa,  o  se habían  encontrado  flotando  en  la  mar…  Una  fortuna  inmensa  en  oro,  plata,  cacao, bálsamo  y  cochinilla,  se  había  esfumado  en  el  aire.  Y  con  ellos  habían  desaparecido docenas de hombres. En este caso tenemos un precedente marítimo de la famosa «patrulla perdida», los cinco aviones «Avenger» que desaparecieron en 1945 sin dejar rastro después de partir de su base de Fort Lauderdale, en Florida. La Guerra de la Independencia americana presenció una misteriosa desaparición en el  Triángulo de las Bermudas.  Se trataba de  un  buque  de  guerra, un  barco  legendario  que  se  hizo famoso  por  su  audacia  y  la  de  su  capitán,  Johnston  Blakeley.  Se  trataba  del  Wasp,  y  el barco  hizo  honor  a  su  nombre  de  Avispa,  pues  infligió  dolorosas  picaduras  a  los ingleses.  Tras  una  campaña  naval  brillantísima  que  duró  desde  1811,  año  en  que  Blakeley recibió el mando del  Wasp,  hasta junio de 1814, este barco y su capitán, cuyos nombres corrían de boca en boca, se esfumaron misteriosamente en aquellas aguas fatídicas.  Nadie volvió a saber nada del capitán Blakeley, de sus aguerridos marinos ni  del  barco  que  tripulaban.

En  todos los  libros  que  se  ocupan  del  Triángulo de las  Bermudas  suele  mencionarse  la  desaparición,  en  1968  y  sin  dejar  rastro,  del  submarino norteamericano, de propulsión nuclear, Scorpion. Sin  embargo,  ningún  autor  menciona  al  submarino  de  idénticas  características Thresher,  pese  a  que  éste  se  perdió  también  en  una  zona  situada  junto  al borde  norte  del  Triángulo  de  las  Bermudas,  exactamente  a  260  millas  frente  a  la  costa de  Nueva  Inglaterra.  En  aquellos  parajes,  el  mar  tiene  una  profundidad  de  unos  2.600 metros. Al borde también del misterioso mar de los Sargazos. La  tragedia  ocurrió  el  10  de  abril  de  1963,  en  el  curso  de  una  inmersión  de  prueba, en  que  se  iban  a  comprobar  las  prestaciones  del  más  avanzado  submarino nuclear que la ciencia y la tecnología norteamericanas habían producido hasta la fecha. Era el orgullo de la Armada y de todos los hombres que servían en ella. Los hombres que  tripulaban el  Thresher  eran  la flor  y nata  de  su  profesión.  Habían  sido  elegidos  y  entrenados  con  el  máximo  rigor.  Se hallaban  preparados  para  reaccionar  de  un  modo  eficaz  ante  cualquier emergencia. Pero  algo  ocurrió, poco después de las nueve de la mañana de aquel día de abril, que ni su adiestramiento ni su valor fueron capaces de resolver.  El  U.S.S. Skylark,  una unidad de superficie que colaboraba con el  Thresher  en aquella inmersión de prueba, recibió a las 9.13 el siguiente mensaje, por teléfono submarino: «Experimentamos  pequeñas  dificultades.  Tenemos  ángulo  positivo  hacia  arriba. Intento soplar  los tanques. Les mantendré informados».  Jamás  sabremos  cuáles  eran  las  dificultades  del  Thresher.  Cuatro minutos  después  se  captó  a  bordo  del  Skylark  un  confuso  mensaje  procedente  del submarino.  Era  el  último  que  había  de  llegarles.  El  telegrafista  creyó  entender  las palabras  «profundidad  de  prueba»,  que  señalaba  el  máximo  límite  de  inmersión  del Thresher.  Sin  duda  el  submarino  se  encontraba  en  graves  dificultades.  «Algo»  le  atraía irresistiblemente  hacia  el  fondo,  sin  que  el  potente  sumergible  pudiese  liberarse  de  la maléfica atracción.  Se movilizaron todos los recursos de la Armada de los Estados Unidos en la gigantesca operación de búsqueda y salvamento que se inició aquel mismo día. Pero era  imposible  bajar una  campana  de  buzo  a  aquella  tremenda  profundidad,  para  asegurarla  a  la  escotilla de escape del  Thresher,  e ir evacuando así en grupos de dos y de tres a su tripulación de más de cien hombres. Y aun suponiendo que tal maniobra fuese posible, ésta se podría ver  imposibilitada  por  la  escora  del  sumergible,  si  éste  yaciese  de  costado.  Sólo  en  un submarino perfectamente horizontal era posible utilizar la campana de buzo.

Únicamente  se  podía  planear  una  operación  de  reconocimiento  en  el  lugar  de  la desaparición.  Y  sólo  había  un  vehículo  en  el  mundo  capaz  de  descender  a  aquella espantosa  profundidad. Se trataba  del  batiscafo Trieste,  concebido  por  el  profesor Auguste  Piccard  y  que  había  sido  adquirido  por  la  US  Navy.  El  Trieste  se  encontraba entonces  en  San  Diego, California  y  fue  embarcado  inmediatamente  a  bordo  de  un dique llotante, en el que cruzó el canal de Panamá hasta Boston, desde donde fue remolcado  hasta el lugar de la misteriosa desaparición. En la zona había embarcaciones de todos los tipos: destructores provistos con equipos especiales  de  sonar,  barcos  de  salvamento,  barcos-taller  e  incluso  otros  submarinos  de tipo convencional. Se  rastreaba  el  fondo  con  el  sonar,  tratando  de  descubrir irregularidades  en  la  llanura  abisal  que  pudieran  revelar  la  presencia  del submarino  hundido.  Las  lanchas  peinaban  la  superficie,  tratando  de  hallar  restos flotantes  o  manchas  de  aceite.  Marineros  especialistas  se  relevaban  durante  las veinticuatro horas  para  escuchar  por  los  auriculares  de  los  hidrófonos  cualquier  ruido anormal procedente del fondo. Pero su  única  y  débil  esperanza  residía en los buques de investigación oceanográfica. Afortunadamente,  una  de  las  más  modernas  de  estas  naves,  el  Atlantis  II,  estaba disponible.  El  moderno  barco  estaba  equipado  con  los  últimos adelantos  en  instrumental  oceanográfico,  entre  el  que  se  incluía  una  ecosonda  de extremada  precisión  con  la  que  se  confiaba  en  trazar  sobre  la  gráfica  el  perfil  del Thresher  tumbado  en  el  fondo.  Como  valiosos  asistentes,  el  Atlantis II  contaba  con  dos de los más modernos buques oceanográficos de la Armada, el  Conrad  y el  Gilliss. Pero  las  dificultades  no  hacían  más  que  empezar.  Aun  suponiendo  que  las ecosondas  localizasen  al  Thresher,  había  que  descender  entonces una  cámara  submarina  a  más  de  dos  kilómetros  de  profundidad  para  tomar fotografías.  Las corrientes  oceánicas  empujan a una  cámara  submarina  hacia  todos  lados  antes  de  que  ésta  llegue  al  fondo.  Cuando  lo alcance, puede encontrarse a cientos de metros de su objetivo, aunque el barco desde el que se la desciende esté en la vertical del mismo. Pese a todo, se bajaron cámaras de televisión y de fotografía, creadas por  el  doctor  Harold  E.  Edgerton,  del  Instituto  de  Tecnología  de  Massachusetts,  y  se tomaron  millares  de  fotos.  En  ellas  fueron  apareciendo  los  primeros  restos  de naufragio.  Pronto  se  tuvieron  centenares  de  imágenes. Localizado ya aproximadamente el lugar del desastre, podía entrar en acción  el  batiscafo  Trieste.  Por  fin  el  Trieste  estuvo  dispuesto  para  iniciar  la  búsqueda.  Ocupó  la  esfera resistente de acero, de 7 centímetros de grosor, el comandante del pequeño sumergible científico  Donald  L.  Keach,   acompañado  por  el  comandante  James  W.  Davies, oceanógrafo, y el comandante Arthur Gilmore, submarinista.

La  esfera  resistente del Trieste, capaz  de  aguantar  presiones  equivalentes  a  15.000  metros,  una profundidad  todavía no  encontrada en los océanos, lo cual  le  daba  un  amplio  margen  de seguridad.  Aquella tarde  de finales  de junio  era  fría  y  desapacible en el Atlántico.  El  cielo estaba  cubierto. Allá  abajo,  a  2.600  metros  de  la superficie,  el  Trieste  deambulaba  lentamente  escrutando  el  fondo,  iluminado  por  sus potentes  reflectores.  Apartando sus ojos de la gruesa mirilla de plexiglás, que en su parte interior no era mayor  que  un  cenicero,  el  comandante  Keach  tomó  su  teléfono  submarino  y  llamó  al buque auxiliar: “Mike Boat,  aquí el  Trieste.  Solicito permiso para emerger“.  Pero  antes  de  que  le  llegara  la  respuesta,  distinguió  un  objeto  amarillento  en  el fondo iluminado por la luz de los reflectores. El  comandante  del  batiscafo llamó  de  nuevo  a  la  superficie,  comunicando que  iba  a permanecer  quince  minutos  más en  el  fondo.  Obtenido  el  permiso,  invirtió  la  rotación de las tres hélices del  Trieste,  para hacerlo girar sobre su eje al tiempo que descendía un poco.  Mirando  afanosamente por  la  portilla  de  plexiglás,  Keach reconoció el objeto amarillento. Se trataba de una funda para zapatos, de plástico, de las que se emplean en la sala  del  reactor  atómico  de  un  submarino  nuclear.  La  tenía  entonces  a  menos  de  un metro de la portilla. Estaba doblada sobre sí misma, ocultando a medias unas letras. Se trataba del número del  Thresher, el  SSN -593. A  tan  corta  distancia  del  fondo,  los tripulantes  del  batiscafo  vieron  entonces  otros  restos.  Trozos  de  papel,  fragmentos  de pintura y otros materiales ligeros aparecían esparcidos por doquier. Pero  a  medida  que  el  Trieste  efectuaba  inmersión  tras  inmersión  en  la  zona  del siniestro,  un  cuadro  desconcertante  iba  apareciendo.  El  fondo  marino,  a  2.600  metros, estaba sembrado de restos, pero del gigantesco submarino nuclear, ni rastro.  Aquello era materialmente imposible.  El  Thresher  parecía  haberse evaporado.  El  Tribunal  de  Encuesta de la Armada que  se  ocupó de  la  desaparición  del  Thresher no logró hallar una explicación satisfactoria, únicamente formuló meras conjeturas. Tal vez fuese mera  coincidencia,  pero  en  el  mismo  año  en  que  desapareció  el  Thresher,  se supo que el Gobierno norteamericano llevaba a cabo un proyecto de alto secreto llamado «Project Magnet». Lo  que  los  magnetómetros del  «Project  Magnet» trataban  de  detectar eran  zonas  de perturbaciones  magnéticas  inexplicables,  situadas  en  la  superficie  del  globo  o procedentes  de  «arriba».  Concretamente, este  proyecto secreto  había  alcanzado  ya  un  importante  resultado  al  descubrir  peculiares fuerzas  magnéticas  procedentes  de  «arriba»  en  la  zona  situada  entre  Key  West  y  el Caribe, es decir, en el Triángulo de las Bermudas.

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Parece que  varios  satélites  norteamericanos  están provistos de magnetómetros especiales que, como los que se emplearon en el «Project Magnet», pueden  detectar  interferencias  procedentes  de  zonas  situadas  «sobre»  la  superficie  del globo.  Esto  nos  lleva  a  establecer  un  vínculo  entre  estas  zonas  de  grandes perturbaciones  magnéticas,  como  el  Triángulo  de  las  Bermudas,  y  los  ovnis.  El ingeniero  Noel  E.  Rigau,  vicepresidente  de  la  Sociedad  para  el  Estudio  de  Ovnis, CEOVNI ,  de  Puerto  Rico,  afirma  que  en  toda  esta  zona  son  frecuentes  los avistamientos de  ovnis  entrando y saliendo del mar.  ¿Qué  aspecto  debió  de  presentar  toda  esta  región  hace  diez  u  once  mil  años? Porque la catástrofe que anegó todas estas tierras fue el Diluvio Universal,  cuyo recuerdo se conserva en la memoria atávica de casi todos los pueblos de la Tierra. ¿Se abrían las gigantescas cavernas  y  se  extendía  el  muro  de  Bimini  en  los  confines  occidentales  del  reino  de Poseidón, o sea de la fabulosa Atlántida?  De  las  doce  zonas  romboidales  de  aberraciones  magnéticas,  que  se  hallan distribuidas  con  tan  sorprendente  regularidad  sobre  el  globo  terrestre,  sólo  dos,  la  del polo  Sur  y  la  de  Afganistán,  corresponden  a  masas  continentales  terrestres.  Todas  las demás zonas son marinas. Afganistán es uno de los países más atrasados de Asia. Está situado al sudoeste  del  Asia  central.  Limita  al  Norte  con  la  URSS ,  al  Este  con  China  y  la  India,  al Sur  con  Beluchistán  y  al  Oeste  con  Irán.  Es  un  país  montañoso.  Lo  atraviesa  de  Este  a Oeste la colosal cordillera del Indu-Kush, desgajada del nudo de Pamir, con alturas de hasta  5.000  metros.  Al  norte  y  al  suroeste  del  territorio  existen  sendas  altiplanicies.  Es un  país  de  clima continental,  con  invierno duro, abundante en nieves,  y  veranos secos y cálidos. Durante  la  última  guerra  mundial  (1939-1945),  los  aliados  establecieron  una  ruta aérea de abastecimiento que sobrevolaba el Afganistán. Naturalmente, en esta zona no se produjeron desapariciones de barcos, pero sí desaparecieron misteriosamente varios de  estos  aviones  americanos,  algunos  de  los  cuales  transportaban  nada  menos  que lingotes  de  oro.  Será  «casualidad»,  pero  en  dos  de  estos  casos  parte  de  este  oro  fue  a parar, no se sabe cómo, a manos de los belicosos afganos de las montañas. No obstante, jamás  se  consiguió  localizar  restos  de  los  aviones  perdidos  o  de  sus  tripulantes.  Éstos fueron  dados  oficialmente  por  «desaparecido»,  ya  que  no  se  pudo  presentar  ningún cadáver a las familias. Esto es todo cuanto se puede decir sobre el «triángulo» del Afganistán. Dee todos modos, como es una zona inhóspita y poco transitada, no tenemos muchas noticias sobre esta zona. En cambio la zona del  golfo  Pérsico es  mucho  más  rica  en  casuística.

Para el hombre que vive en tierra  firme es difícil percatarse que vive en un mundo  esencialmente  líquido.  Los  mares  y  océanos  cubren  más  de  las  tres  cuartas partes  de  la  superficie  del  globo:  exactamente  350  millones  de  kilómetros  cuadrados, cifra que ya siendo abrumadora en sí misma, aún lo será más si se considera que en el océano,  el  espacio  no  se  mide  por  kilómetros  cuadrados,  sino  por  kilómetros  cúbicos. Para  nuestro  concepto  «terrestre»  de  la  superficie,  este  inconmensurable  espacio tridimensional  resulta  algo  casi  rayano en  lo  infinito.  La  profundidad  media  de  mares y  océanos  es  de  4.000  metros.  Si  traducimos  esta  cifra  a  kilómetros  cúbicos, obtendremos  un  número  verdaderamente astronómico de  1.300 millones  de  kilómetros  cúbicos  de  agua.  Muy  adecuadamente,  los  anglosajones  han llamado  a  este  verdadero  universo  the  inner  space  (el  espacio  interior),  por contraposición a  the outer space  (el espacio exterior o interplanetario).  La  Tierra es  un  planeta  acuático  al  que  sería  más  apropiado  llamar  Mar.  Un visitante  extraterrestre  que,  procedente  del  «outer  space»,  abordase  el  globo  por  el hemisferio  que  ocupa  el  inmenso  océano  Pacífico,  creería  que  iba  a  encontrar  un planeta  donde  domina el  agua.  Y si  este  visitante desease  «ocultarse»,  las  profundidades oceánicas le proporcionarían un magnífico escondrijo.  Si  admitimos  que  los  ovnis  son  sondas  de  exploración  tripuladas procedentes  del  Cosmos,  o  vehículos  extraterrestres  dirigidos,  nada  nos  impide admitir  también  que  dichos  vehículos  y  sus  ocupantes  dispongan  de  bases  en  lugares inaccesibles para el hombre. Estos  lugares  sólo pueden encontrarse,  hoy  día, en el fondo de  mares  y  océanos, en lo  más  recóndito  de  desiertos,  cadenas  montañosas  y  zonas  polares,  y  en  nuestro satélite  natural,  la  Luna.  Todo indica que el  «Proyecto Apolo»  tuvo  por  verdadera  finalidad  la  localización  de  bases  lunares  extraterrestres. Todos  los  astronautas,  salvo  el  geólogo que  participó  en  la  última misión, eran  militares  y, como tales no podían revelar informes  no  autorizados  sobre ovnis. Aunque los  fondos  marinos y  oceánicos empiezan  a  ser  explorados  por los  batiscafos del  comandante  Cousteau  y  los  pequeños submarinos  científicos  como  el  Alvin,  el  Aluminaut,  o el  Ashera,  las  extensiones marinas son de tal inmensidad, que representan un volumen de espacio increíblemente vasto.  Eminentes  oceanógrafos  así  lo  reconocen:  «Del  fondo  del  océano  sólo  conocemos cotas  sueltas,  puntos  aislados,  desparramados  acá  y  allá  sobre  las  cartas  marinas».

Ivan  Sanderson  afirmaba  que  este  universo  líquido  tiene  sus propios  habitantes,  sus  residentes  invisibles  ( Invisible  Residents ).  Como  se  recordará, Sanderson  fue  quien  formuló  la  teoría  de  los  doce  triángulos  de  aberraciones  magnéticas regularmente distribuidas por el planeta, principalmente en zonas oceánicas.  Este  inmenso  universo  líquido,  como  sabemos,  no  sólo  está  habitado  por  especies que, en número, superan a las terrestres, sino que es la cuna de la vida, que hunde  sus  raíces  primigenias  en  el  Mar  ancestral. Pero este inmenso ámbito ofrece un refugio  ideal  a quienes, por prudencia, por temor o simplemente  cumpliendo  un  plan,  no  quieren  presentarse  abiertamente  ante  los  seres humanos. Charles Fort, el norteamericano que a principios del siglo XX se dedicó a recopilar toda clase de hechos insólitos, que primero archivaba en docenas de  cajas  de  zapatos  y  luego  publicó  en  forma  de  libros,  reunió  numerosas observaciones  marinas, muchas  de ellas  del  siglo XIX  y  algunas  procedentes  de  los mismos  cuadernos  de  bitácora  de  los  barcos  interesados,  que  no  ofrecen  duda  en cuanto a su significado. Si bien la caída de un cuerpo en el mar puede ser interpretada de  una  manera  natural,  como  un  bólido  o  aerolito,  la  salida  de  un  cuerpo  redondo  o discoidal, de las aguas marinas, ya es de más difícil explicación. En  1964,  la  prestigiosa  revista  británica  Flying  Saucer  Review  publicó  en  su  número de  julio-agosto  un  artículo  titulado  The  Deadly  Bermuda  Triangle. Este  artículo  planteaba  la  posible  relación  entre  los  ovnis  y  el  mar. El 15 de mayo  de  1879,  el  comandante  J.  E.  Pringle,  del  buque  de  guerra  británico  Vulture, observó  en  el  golfo  Pérsico  la  presencia  de  ondas  o  pulsaciones  luminosas  en  el  agua, que  se  movían  a  aproximadamente  130  kilómetros  por  hora,  y pasaban  por debajo  del  Vulture.  Mirando  hacia  el  Este,  el  fenómeno  ofrecía  el  aspecto  de  una  gigantesca  rueda giratoria  con  el  centro  en  aquella  dirección.  Los  radios  eran  luminosos,  y,  mirando hacia  el  Oeste,  se  observó  la  presencia  de  una  rueda  similar,  pero  que  giraba  en dirección  opuesta.  El  capitán  añadía:  «Estas  ondas  luminosas  iban  desde  la  superficie hasta  gran  profundidad  bajo  el  agua».  Antes  y  después  de  ese  extraño  espectáculo,  el barco  cruzó  zonas  recubiertas  de  una  sustancia  flotante de aspecto oleoso. Ochenta  años  después  de  este  incidente,  el  8  de  enero  de  1960,  el  también  buque británico  Corintio,  encontró una misteriosa sustancia flotando en el mar, a  ambos  lados  de  la  embarcación,  cuando  se dirigía a Wellington, procedente de Londres, según manifestó el capitán A. C. Jones.

El  navegante  solitario  Adrián  Hayter realizó  la  increíble  hazaña  de  navegar  desde  Inglaterra  a  Australia  en  su  pequeño yate  Sheila,  de doce metros de eslora. Hallándose en el mar Rojo, cerca de los parajes donde el  Vulture  hizo su observación, pudo ver lo siguiente: «…Observamos  una  luz  muy  lejos,  hacia  el  Sudeste.  Nos  hallábamos  entonces entre  Assab  y  Djibuti.  Mientras  la  mirábamos,  se  hizo  más  vivida  y  avanzó  hacia nosotros; parecía el rayo de un potentísimo reflector. De pronto giró al Sur y barrió el horizonte  de  un  extremo a  otro,  pero  por  debajo  del  agua.  Se  acercó  rápidamente,  y a  velocidad  sostenida,  hasta  que  iluminó  nuestras  velas  con  un  resplandor  verdoso, lo  bastante  brillante  como  para  poder  leer  perfectamente  a  su  luz.  Yo  observé  aquel rayo  de  luz  tan  definido  cuando  pasó  bajo  el  Sheila,  arrojando  momentáneamente  la negra sombra de su casco sobre las velas, para seguir luego a gran velocidad hacia el horizonte  occidental,  sumido  en  las  tinieblas.  Esto  se  repitió  cinco  veces,  siempre  de la misma manera y a intervalos regulares, en completo silencio y sin el menor cambio en el viento o el estado del mar...». El  famoso  navegante  y  arqueólogo  noruego  Thor  Heyerdahl,  durante  el  fabuloso crucero  de  la  balsa  Kon-Tiki  a  favor  de  la  corriente  de  Humboldt,  que  le  permitió comprobar prácticamente la posibilidad de colonizar las islas de la Polinesia partiendo de  las  costas  del  Perú,  efectuó  asimismo  extrañas  observaciones  marinas.  En  una ocasión, según cuenta  Heyerdahl en su libro La expedición de la Kon-Tiki:  «Nos  llamó  la  atención  ver  el  mar  como  si  estuviera hirviendo, mientras algo semejante a  una gran rueda  emergía dando vueltas en el aire.... En  varias  ocasiones  pasamos  deslizándonos sobre  grandes  masas  oscuras,  grandes  como  el  piso  de  una  habitación,  que permanecían  inmóviles  debajo  de  la  superficie  del  agua  como  un  arrecife  escondido. Presumimos  que  era  la  raya  gigante,  de  siniestra  reputación,  pero  nunca  se  movió  ni llegamos lo bastante cerca para poder observar claramente su forma».  Es  interesante  observar  que  Heyerdahl,  en  su  lento  desplazamiento  a  favor  de las  corrientes  oceánicas  e  impelido  por  los  vientos  alisios,  tuvo  ocasión  de  convivir íntimamente con el mar en sus largas semanas de travesía y, por lo tanto, tuvo también tiempo para realizar observaciones muy interesantes, vedadas para el tripulante de un barco de línea, que contempla el mar «desde lo alto», y no a su mismo nivel. En el mismo libro, el  investigador  noruego  también escribe:  «Otras  noches,  grandes  bolas de luz de más de un metro de diámetro se hacían visibles dentro del agua, centelleando a  intervalos  como  lámparas  eléctricas  que  se  encendieran  y  se  apagaran alternativamente».  Eran como extraños  foo-fighters submarinos.

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Pero en el mismo libro, Heyerdahl añade:  «Hacia  las  dos  de  la  madrugada,  en  una noche  nublada, en  que  el  timonel  apenas  distinguía  la  negrura  del  agua  de  la  negrura del  cielo,  su  atención  fue  atraída  por  una  débil  claridad  bajo  el  agua,  que  lentamente fue  tomando  la  forma  de  un  gran  animal.  Era  imposible  decir  si  su  cuerpo  estaba cubierto  de  plancton  luminoso  o  si  el  propio  animal  tenía  una  superficie  fosforescente,  pero  el  tenue  resplandor  en  el  agua oscura  daba  a  la  fantástica  criatura  perfiles  imprecisos  y  ondulantes;  unas  veces  era redonda,  otras  oval  o  triangular,  y  de  pronto  se  dividió  en  dos  partes  que  nadaban  sueltas  de  un  lado  a  otro  por debajo  de  la  balsa. Al final había tres de estos enormes fantasmas describiendo lentos círculos a nuestro alrededor. Eran verdaderos monstruos, pues solamente la parte visible debía  tener  de  ocho  a  diez  metros  de  largo.  Misteriosos  y  callados,  nuestros  brillantes compañeros se mantuvieron a una buena profundidad la mayor parte del tiempo por la banda de estribor. Y como hacen todos los duendes y fantasmas, desaparecieron en las profundidades cuando comenzó a romper la aurora». Algunas de las descripciones son similares a las de muchos  ovnis avistados en  el aire. Si  bien  las  curiosas  observaciones  de  Heyerdahl  y  sus  compañeros  son  susceptibles de  recibir  una  explicación  «natural», tal como  rayas  gigantes,  grandes  calamares  abisales, etc., no por ello dejan de suscitar incógnitas. A fecha 28  de  diciembre  de  1883,  la  revista  Knowledge  (Conocimiento)  publicó  la  carta  de  un lector que se escudaba tras un seudónimo, y que Fort transcribió íntegramente en su  Libro de los Condenados (The Book of the Damned): “Al  ver  publicados  tantos  fenómenos  meteorológicos  en  su  excelente  publicación Knowledge  me siento tentado a pedir una explicación para el siguiente, que vi hallándome a bordo  del  vapor  Patna,  de  la  «Compañía  de  la  India  Británica»,  cuando  navegábamos  por  el golfo  Pérsico.  En  mayo  de  1880,  en  una  noche  oscura  y  hacia  las  11:30,  apareció  de  pronto  a ambos  lados  del  buque  una  enorme  rueda  giratoria,  luminosa,  cuyos  radios  parecían  rozar  el barco.  Estos  radios  medían  200  ó  300  metros.  Cada  rueda  contenía  unos  dieciséis  de  estos radios,  y,  aunque  las  ruedas  debían  medir  entre  500  y  600  metros  de  diámetro,  los  radios  se distinguían  perfectamente.  El  brillo  fosforescente  parecía  deslizarse  al  ras  de  la  superficie  del mar, sin que ninguna luz estuviera visible en el aire y sobre las aguas… Debo mencionar que el  fenómeno  fue  visto  también  por  el  capitán  del  Patna,  Mr.  Avern  y  por  Mr.  Manning,  el tercer oficial. Las ruedas avanzaron junto con el barco durante unos 20 minutos”.

El  reputado  astrónomo  norteamericano  Carl  Sagan  y  los  célebres  autores  franceses Louis  Pauwels  y  Jacques  Bergier,  coinciden  en  afirmar  que  «la  civilización  empezó  en Sumer» de  la  mano de unos misteriosos hombres-peces venidos del espacio y que sentaron sus reales en las profundidades del golfo Pérsico. Estos extraterrestres serían los Akpalus, y conocemos su  existencia  gracias  a  Beroso,  que  fue  sacerdote  del dios  Baal-Marduk  en  Babilonia,  en  la época  helenística, siglo  IV  antes  de  Jesucristo.  Beroso  pudo  consultar  rollos  y  tablillas cuneiformes, que  él  sabía  aún  leer-  de  miles  de  años  de  antigüedad.  Estos  textos  de Beroso,  escritos  en  griego  clásico,  pasaron  a  varias  compilaciones.  Sagan  se  basa principalmente en los  Fragmentos Antiguos  de Cory, que recoge varios textos de Beroso. Por  ellos  nos  enteramos  de  la  existencia  de  un  «hombre-pez»  o  ser  anfibio  llamado Oanes,  que  pese  a  tener  cuerpo  pisciforme,  andaba  erguido.  Bajo  su  cabeza  de  pez poseía una segunda cabeza, algo así como una escafandra espacial. Oanes se presenta como un «educador cósmico», que enseñó a los hombres a construir casas, les inició en la escritura, las ciencias y las diversas artes.  Beroso dice que hubo después otros «animales» parecidos a Oanes. Uno de ellos fue el  Anedoto  Musaro  Oanes,  procedente  asimismo  del  golfo  Pérsico.  Después  de  éste surgió de las aguas del golfo otro Anedoto, el cuarto, que tenía la misma forma que los precedentes, o sea aspecto de pez con pies y otros rasgos humanoides. En  estos  fragmentos  de  Beroso,  comentan  Pauwels  y  Bergier  en  su  obra  L ’ Homme Éternel,  quedan  claramente  definidos  los  orígenes  “no  humanos  de  la  civilización sumeria,  cuya  aparición  súbita  sigue  constituyendo  un  enigma  para  los  arqueólogos. Una sucesión de seres de extraña catadura se manifiesta, surgiendo del golfo Pérsico y regresando  a  él,  en  el  curso  de  varias  generaciones  humanas.  Oanes  y  los  demás Akpalus son representados como «animales dotados de razón», o más bien como seres inteligentes  que  revestían  un  casco  y  un  caparazón,  «un  cuerpo  doble»,  que  bien pudiera  ser  una  escafandra.  Un  cilindro  asirio  representa  a  un  Akpalus  provisto  de aparatos en la espalda y acompañado de un delfín, para indicar su origen marino”. Y  en  su obra  ¿De  veras,  los  OVNIS  nos  vigilan?  Antonio Ribera se formula la  pregunta de si los misteriosos Akpalus seguirán habitando en las profundidades del golfo Pérsico.  Y  añade: “¿Y  pertenecerán  a  sus  inimaginables  ciudades  submarinas,  las gigantescas ruedas luminosas que tantas veces se han visto en este lugar del mundo, borde occidental de uno de los «rombos de la muerte»?“.

Probablemente los  Akpalus  procedían  de  un  planeta  en  el  que  el  agua  era  elemento dominante.  Tal vez  un  planeta  que  girase en  torno  a  la estrella  Sirio,  la estrella más  brillante  de  nuestro  firmamento.  Ésta  es  precisamente  la  tesis  sustentada  por  el estudioso  norteamericano  Robert  K.  G.  Temple,  en  su  obra  The  Sirius  Mystery.  Sirio  es una  estrella  de  primera  magnitud  (exactamente  1,3  de  magnitud  absoluta),  que  se encuentra a 8,7 años luz de nosotros. Desde 1926 sabemos, por observación telescópica, que constituye un sistema binario, pues está acompañada de una estrella enana blanca, Sirio  B,  compuesta  de  materia muy densa.  Un centímetro cúbico de esta materia, pesaría, en la Tierra, varias toneladas. Hay actualmente en África, al sur del Sahara y en el territorio  de  la  República  de  Malí,  una  tribu  negra, los  Dogones,  que conocen la existencia de la compañera invisible de Sirio,  llegando  incluso  a  trazar  perfectamente  su órbita elíptica, en uno  de  cuyos  focos,  con  una  ligera  excentricidad,  se  encuentra  Sirio  A.  E incluso afirman que hay un Sirio C, aunque nuestros modernos medios de detección todavía no han conseguido descubrirla. Este conocimiento está reservado a los sacerdotes de la tribu y a los iniciados en los misterios del culto de Sirio. El arqueólogo francés Marcel Griaule tuvo que vivir quince años  entre  los  Dogones  y  ganarse  la  confianza  de  sus  sacerdotes,  para  que  éstos  le revelasen su extraordinario secreto. Escribe  Temple:  «Vale  la  pena  señalar  que  en  el  caso  de  que  algunos  planetas  del sistema  Sirio  fuesen  acuáticos,  debemos  considerar  muy  seriamente  la  posibilidad  de que  en  él  existan  seres  inteligentes,  pero  anfibios.  Esto  se  relaciona  con  la  leyenda  de Oanes.  Él  sería  el  ser  anfibio  de  la  tradición  sumeria  mencionado  por  el  astrónomo Carl  Sagan,  y  él  fue  quien  aportó  la  civilización  al  hombre.  Dicho  de  otro  modo,  los seres de este tipo serían un poco como sirenas y tritones, y en cierto modo se podrían parecer a nuestros inteligentes amigos, los delfines».  Y  más  adelante  indica:  «Fue  en  esta  época  cuando  apareció  el  Musaro  Oanes Anedoto  del  mar  Eritreo,  que  para  los  antiguos  era  el  cuerpo  de  agua  que  hoy subdividimos  en  el  golfo  Pérsico,  el  mar  Rojo  y  el  océano  índico».  En  todos  estos lugares se han visto las «ruedas fosforescentes».  Pero,  ¿qué  significa  «Anedoto»?  Pues,  sencillamente,  según  Temple  quiere  decir  «los  Repulsivos»…  nombre  muy  adecuado para  unos  seres  extraterrestres  de  apariencia  «vagamente  humana».

Hay otro triángulo de la muerta en el océano atlántico, frente a la Patagonia argentina. Esta  región  marina  que  bordea  la  costa  argentina  es  el  equivalente  austral  del «Triángulo  de  las  Bermudas.  El  caso  argentino  más  antiguo  es  el  protagonizado en  junio  de  1950  por  Romeo  Ernesto  Suárez.  El  señor  Suárez  era  chófer  del  Cuerpo  de Bomberos de Ushuaia, capital de Tierra del Fuego, cuando decidió emprender un viaje a  pie  desde  esta  ciudad  hasta  Buenos  Aires,  lo  que  logró  en  cinco meses y catorce días, tras recorrer prácticamente 4.000 kilómetros. La  mayoría  de  los  periódicos  relataron  el  acontecimiento,  reproduciendo  las distintas  vicisitudes  por  que  atravesó  su  singular  protagonista.  Pero  lo  que  no  dijo  en aquella  oportunidad, por  temor  al  ridículo,  lo  reveló  en  1968,  a  causa  del  creciente interés demostrado por los organismos oficiales argentinos ante el fenómeno  ovni. Según  Suárez,  cuatro  o cinco  días  después  de  su  partida  de  Ushuaia,  se  encontraba entre  San  Sebastián  y  Río  Grande, en  territorio  de  Tierra  del  Fuego,  y caminaba  por  una  región  costera,  a  unos  600  metros  del  Atlántico.  Eran aproximadamente  las  23  horas,  o  sea  de  noche.  Súbitamente,  y  quebrando  el  silencio nocturno, escuchó algo que parecía el estrépito de aguas violentamente batidas. Varias ovejas  que  dormitaban  en  la  campiña  se  sobresaltaron,  inquietas,  y  acto  seguido  se alejaron.  No  había  viento,  tormenta  ni  tempestad  que  pudieran  explicar  el  hecho. Inmediatamente,  y  emergiendo  del  mar,  un  objeto  luminoso  de  forma  oval  apareció  a unos 500 metros de la costa. Se elevó  verticalmente hasta una cierta altitud, efectuó un viraje  en  ángulo  de  90  grados  y  desapareció  en  dirección  noroeste,  hacia  el  territorio argentino. Unos quince  días  después, cuando el  caminante solitario  se encontraba,  también  de noche, entre Río Gallegos y la ciudad de Santa Cruz,  pudo  observar  un  fenómeno  similar.  Esta  vez,  aunque  no supo precisar  su  distancia  con  respecto  a  la  costa,  los  objetos  luminosos  que  surgieron del Atlántico eran cuatro y parecían muy pequeños. Repitieron la misma maniobra que el  objeto  precedente,  es  decir,  tomaron  altura  verticalmente  y  luego,  en  perfecta formación,  se  aproximaron  a  la  costa  y  se  dirigieron  hacia  el  Oeste,  en  dirección  a  la cordillera de los Andes, donde muchas veces se han señalado también posibles «bases terrestres» de  ovnis. Posiblemente  la  más  antigua  observación  argentina  sea  la que recoge el gran navegante español Pedro Sarmiento de Gamboa, en su  Relación sobre su  primer  viaje  al  estrecho  de  Magallanes,  publicada  en  Madrid  en  1768  por  Bernardo Iriarte.

Dice  textualmente  Gamboa:  «Esta  noche,  a  la  banda  del  sudeste  cuarta  el  sur, vimos  salir  una  cosa  redonda,  bermeja  como  fuego,  como  una  darga  (escudos llameantes, de los antiguos romanos), que iba subiendo  por  el  cielo.  Sobre  un  monte  alto  se  prolongó;  y  estando  como  una lanza alta sobre el monte, se hizo como media luna entre bermeja y blanca. Las figuras eran  de  esta  manera». Y  siguen  tres  figuras:  una,  un  círculo;  otra,  una  elipse,  y  la tercera, un semicírculo. Resulta  curioso  constatar  que,  unos  tres  meses  antes  de  la  primera  observación  de Romeo  Ernesto  Suárez,  un  estanciero  argentino de  Santa  Cruz,  territorio de la Patagonia, llamado Wilfredo H. Arévalo, vio aterrizar, a las 6:30 horas de la tarde del  día  18  de  marzo  de  1950,  un  enorme  disco,  mientras  un  segundo  aparato  se mantenía en el aire sobre el primero. Este caso es un «clásico» de la ufología argentina y de los «aterrizajes» acompañados de humanoides. El hacendado envió a la prensa un detallado  relato  de  este  encuentro  con  un  aparato  mecánico  de  singulares características,  tripulado  por  seres  extraños:  «Una  de  las  máquinas  tomó  altura  y  quedó  fija  en  el  espacio,  mientras  la  otra, luego  de  describir  círculos  pronunciados,  se  posó  suavemente  en  tierra.  Era  una máquina  singular,  sumamente  plana  y  como  fosforescente,  de  cuya  parte  superior surgía un humo azulado, luminoso, y un denso vapor verdoso azulado, con fuerte olor a benzol quemado. Este  aparato  circular  tenía  un  gran  plano giratorio, que daba vueltas constantemente, a modo de disco. Su estructura parecía ser de  aluminio  o  de  algún  otro  metal  liviano  y  extrañamente  fosforescente.  En  su  parte media  había  una  cabina  como  de  vidrio,  en  forma  de  bóveda,  y  en  su  interior  se movían cuatro hombres sumamente altos y esbeltos, vestidos con ropas blancas, y que parecían tener más de dos metros de estatura». El  relato  del  hacendado  de  Santa  Cruz  continúa  describiendo  otros  detalles,  y concluye  diciendo  que  el  aparato  se  elevó  vertiginosamente  cuando  sus  tripulantes  lo divisaron.  Al  explorar  aquella  zona  al  día  siguiente,  Arévalo  y  sus  peones  encontraron  la hierba quemada. El estanciero comunicó el  caso a  la  Aviación  argentina y  al  periódico bonaerense  La Razón,  que publicó más tarde los nombres de otras personas que habían visto simultáneamente aparatos semejantes en la región. Esta  observación  antecedió  en  casi  dos  meses  a  la  del  «caminante solitario»  señor  Suárez,  quien  vio  una  «flotilla»  de  ovnis  emergiendo  del  mar.  Estas observaciones  de  verdaderas  flotillas  luminosas parecen constituir  un  hecho  bastante  frecuente  en  la  región  patagónica  argentina.

En  pleno océano  Indico, a  bastante  distancia  de la  costa sudoccidental  de  Australia, se  encuentra  una  zona  de  grandes  perturbaciones  magnéticas.  Setenta  y  dos  grados más  al  Este,  casi  sobre  Nueva  Zelanda,  hay  otra.  Según Charles  Fort,  el 11 de junio de 1881, a las cuatro de la madrugada, el buque  La Baccante  se hallaba navegando  entre  Melbourne  y  Sydney  (Australia).  Dos  testigos  vieron  un  objeto  que parecía  un  barco  completamente  iluminado,  «un  buque  fantasma  resplandeciente».  Se trataba  de  dos  testigos  de  excepción, ya que  eran  los  dos  hijos  del  príncipe  de  Gales,  uno  de ellos futuro rey de Inglaterra. Otro  caso  de  Fort explica que a  la  medianoche  del  24  de  febrero  de  1885,  en  un punto situado entre Yokohama y Victoria (Australia), el capitán del bergantín  Innerwich fue  despertado  por  su  segundo,  que  había  visto  algo  insólito  en  el  cielo.  El  capitán subió  a  cubierta  y  vio  que  el  cielo  parecía  encendido.  «Al  instante  siguiente,  una  gran masa  ígnea  apareció  sobre  el  barco,  cegando  completamente  a  los  espectadores».  La masa ardiente se precipitó en el mar. Su tamaño debía de ser considerable, por el agua que levantó y que se arrojó contra el barco en forma de ola gigantesca, produciendo un bramido  ensordecedor.  El  capitán,  que  era  un  viejo  lobo  de  mar,  declaró  que  «el espanto que les produjo aquel espectáculo no podía describirse con palabras». El  Diario  de Andrew Bloxam, publicado en 1925 por el Museo Barnice P. Bishop, de Honolulú,  contiene  el  relato  de  un  extraño  objeto  que  surgió  del  mar,  un  siglo  antes: «Alrededor de las 3:30 de la madrugada del 12 de agosto de 1825, el oficial que hacía la media guardia en el puente se quedó asombrado al ver que todo se iluminaba de pronto a su alrededor. Volviendo, él y sus compañeros, la mirada hacia el Este, pudieron contemplar un  gran  cuerpo  redondo  y  luminoso  que  surgía  de  las  aguas,  para  elevarse  unos  siete grados  hasta  las  nubes,  para  caer  luego  y  desaparecer  de  la vista,  efectuando  después  esta misma  maniobra  por  segunda  vez.  Parecía  estar  al  rojo  vivo,  como  una  bala  de  cañón,  y su tamaño aparente era el del Sol. Difundía una luminosidad tan grande que se podía ver hasta un alfiler en cubierta». Un «platillo volante» fue visto el 27 de  noviembre  de  1952  sobre  Nedin,  barrio  de  Auckland (Nueva  Zelanda),  por  M.  J.  P. Burke, piloto aviador desde hacía ocho años. Mr. Burke, que estaba en su casa, declaró haber  sido  despertado  «por  un  ruido  metálico,  muy  parecido  al  que  hace  un  avión  de reacción».  Asomándose  inmediatamente  a  la  ventana,  vio  a  unos  1.800  metros  de altitud  un  objeto que  parecía  un  gigantesco  címbalo y  que  estaba  rodeado  por  un  resplandor  gris  azulado.  Mr.  Burke  estimó su velocidad entre 400 y 450 kilómetros por hora.

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El  sábado  13  de  noviembre  de  1965  dos  pescadores  de  Bluff,  R.  D.  Hanning,  de  41 años,  patrón  del  pesquero  Eleoneai,  y  W.  J.  Johnson,  efectuaron  una extraña  observación.  Habían  zarpado  de Bluff, exactamente del  puerto  de  Invercargill,  para ir  a  visitar las  zonas  de  langostas  caladas  en  la  zona  de  la  isla  Stewart,  que  es  la  parte  más austral de Nueva Zelanda. A las once y media de la mañana se encontraban a media milla  de  las  islas  Rugged,  en  la  punta  noroeste  de  la  isla  Stewart,  y  fue  entonces cuando vieron salir un objeto del agua. Su  ahusada  estructura  se  elevó  hasta  casi  cinco  metros  sobre  la  superficie.  Medía unos  1,50  m.  en  la  parte  superior  y  unos  3,70  en  la  «línea  de  flotación».  Luego,  a menos  de  diez  metros  del  primero,  apareció  otro  objeto,  este  cuadrangular,  de  unos tres  metros  de  largo  por  1,50  de  alto.  No  había  señal  alguna  de  periscopio  ni barandilla;  sólo  eran  visibles  la  «torreta»  y  la  «proa».  El  agua  estaba  tranquila  y  el objeto  se  veía  perfectamente,  pues  lo  tenían  a  unos  300  metros  de  distancia.  Se encontraría a unos 500 metros de las islas Rugged. Ambos hombres lo vieron durante unos  diez  segundos,  hasta  que  de  pronto  ambos  objetos  desaparecieron repentinamente  entre  unas  aguas  espumeantes.  Ambos  pescadores  quedaron  muy impresionados, por no decir asustados. Permanecieron en el lugar unos minutos más, y decidiendo de común acuerdo no hacer averiguaciones. Luego el pesquero se alejó a toda  máquina.  En  el  lugar  donde  hicieron  la  observación  había  unas  30  brazas  de agua y el fondo era arenoso aunque la costa próxima a las islas Rugged es abrupta y rocosa. Aquel  mismo  sábado,  al  atardecer,  el  Eleoneai  regresó  a  puerto,  y  después  de  comentar  de  nuevo  la  observación  durante  la  cena,  Hanning  y  Johnson  telefonearon  a «Radio  Awarus»  y  preguntaron  si  había  submarinos  en  la  zona.  A  continuación relataron  lo que habían visto  y  al  poco  tiempo la  Marina  se  puso en  contacto  con ellos por teléfono. Al  volver  a  Bluff  el  martes  siguiente,  ambos  hombres  fueron  interrogados  por oficiales  de  Marina.  Hanning  declaró  tajantemente  que  él  sabía  lo  que  era  un submarino y que el objeto que ellos habían visto nada tenía que ver con un sumergible convencional,  y  que  tampoco  podía  tratarse  de ballenas  o restos flotantes,  pues  ambos eran  marinos  experimentados  y  los  hubieran  conocido.  Fue  entonces  cuando  dijeron que el objeto era de color negro o parduzco, sin ninguna clase de señales distintivas.  La  Prensa  sugirió  que  ambos  hombres  habían  visto  parcialmente  un  submarino  nuclear soviético, y que las autoridades navales les habían hecho jurar que guardarían secreto. Pero tanto los  dos  testigos  como  la  Marina lo  negaron.

Poco  antes  de  estos  extraños  sucesos,  el  3  de  febrero  de  este  año  de  1965,  un  ciudadano  de  South  Brighton  (Nueva Zelanda),  vio  una  luz  en  la  playa,  cerca  de  Penguin  Street  a  las  20:45  horas,  y  salió  de su coche para observarla. Oyó entonces un silbido modulado y vio elevarse de la playa un  objeto  de  7  m  de  ancho,  que  se  inmovilizó  a  unos  20  m  de  altura.  Regresó  al  lugar con otras personas y un perro, que se mostró muy inquieto en un sitio donde la hierba se  encontró  aplastada.  Otro  automovilista  que  circulaba  en  las  proximidades  de  la Avenida Humphrey, vio el objeto cuando éste se elevaba sobre South Brighton. Hay otras  tres  grandes zonas  de  perturbaciones  magnéticas  inexplicables.  Una se  halla  situada  frente  a  la extremidad sureste del continente africano y las otras dos zonas se hallan en  las  inmensidades  del  océano  Pacífico  Norte  y océano  Pacífico  Sur.  Especialmente  esta  última,  se  halla  lejos  de  cualquier  línea  de navegación  regular;  por lo que apenas  sabemos nada de  lo  que  pueda  ocurrir  allí.  Algo más  al norte  de  la  misma,  en  los  27º  30 ’  de  latitud  Sur,  se  encuentra  la  misteriosa  isla  de Pascua.  En  la  isla  de  Pascua,  totalmente  volcánica  y  compuesta  por lavas  y  cenizas,  existe  una  inexplicable  perturbación  magnética,  señalada  en  las  cartas marinas,  en  la  costa  norte. En  cuanto  al  triángulo  de  aberraciones  magnéticas  del  Pacífico  Norte,  éste  se encuentra  formando  el  vértice  de  un  gigantesco  triángulo  imaginario  cuyos  otros  dos vértices  serían  la  costa  de  California  por  el  Este  y  las  islas  Aleutianas  por  el  Noroeste. En el borde  de  las  islas  Aleutianas,  precisamente,  existe  un  estrecho  surco  o  fosa  marina de  gran  profundidad.  Además,  esta  cadena  está compuesta  por  unas  ochenta  islitas, pertenecientes  administrativamente  al  territorio  norteamericano  de  Alaska, y posee numerosos  volcanes  de  tipo  explosivo  todavía  activos.  Nos  hallamos,  pues,  de nuevo, en presencia de una zona de fractura que presenta fenómenos de vulcanismo y grandes  fosas  marinas,  como  ocurre  en  el  Mar  del  Diablo. En  marzo  de  1945,  catorce  marineros  pertenecientes  a  la dotación  del  transporte  de  ataque  Delarof,  de  la  US  Navy,  vieron  surgir  del  mar  una esfera  oscura,  que  después  de  seguir  una  trayectoria  curva  y  dar  una  vuelta  alrededor del barco, se alejó volando. En  la  República  Sudafricana  se  han  efectuado numerosas  observaciones  de  ovnis  y  bastantes  casos  de  «aterrizajes»,  que  han  podido ser  conocidos  y  divulgados  gracias  a  diversas  organizaciones  de  estudiosos  allí existentes, . con informes en la revista Skywatch. Quizás  algún  día  sepamos  cuál  es  la  verdadera  naturaleza  de  estas  misteriosas zonas.

Fuentes:

  • Charles Berlitz – El Triangulo de las Bermudas
  • Antonio Ribera – Los doce Triángulos de la Muerte
  • Ivan T. Sanderson – Invisible Residents: A Disquisition upon Certain; Matters Maritime, and the Possibility of Intelligent; Life Under the Waters of This Earth
  • Ivan T. Sanderson – Investigating the Unexplained
  • Aimé Michel – Los  misteriosos  platillos  volantes
  • Antonio Ribera – ¿De  veras,  los  OVNIS  nos  vigilan?  
  • Antonio Ribera –  El mar, ese mundo fabuloso
  • Jacques Vallée – Pasaporte  a  Magonia  
  • Charles Fort – The Books of Charles Fort
  • Lawrence  David Kusche – The  Bermuda  Triangle,  Mystery-Solved

Los misteriosos Triángulos de la Muerte

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