Marsilio Ficino, a veces apodado «el Platón florentino», fue uno de los grandes intelectuales del Renacimiento. Aunque es menos conocido que otras grandes figuras de la época, su influencia es comparable con la de cualquiera. Ficino fue responsable de traducir la obra de Platón y otros filósofos griegos, además de traducir importantes textos de magia y hermetismo, muchos de los cuales fueron esenciales para la recuperación de las fuentes griegas, a su vez fundamentales para todo el periodo renacentista en todas sus expresiones. Además, Ficino fue tutor y consejero de la familia Medici, y su pensamiento influyó en artistas de la talla de Sandro Botticelli, entre varios otros. Ficino fue un hombre «renacentista» en toda la expresión del término: se dedicó a la filosofía, la medicina, la teología, la magia y la astrología. Es quizá debido a la importancia que le dio a estas últimas dos que su nombre no figura comúnmente en las listas de los intelectuales del Renacimiento, pero su obra ciertamente no es menor que la de su pupilo Pico della Mirandola o que la del prominente cosmólogo y también mago Giordano Bruno.
Siempre es relevante sacar del olvido a una figura tan fascinante como Ficino y, por ello, recuperamos una nota publicada recientemente en el diario La Jornada, en el cual la catedrática de la UNAM María Teresa Rodríguez González tiene a bien rescatar las recomendaciones de Ficino para combatir la peste. Grosso modo, el filósofo creía que la peste se generaba en lugares impuros como los pantanos y advertía que la limpieza era esencial para evitar la infección. En este tenor, Ficino recomendó:
Consuma vinos puros, claros y aromáticos, que no sean ni muy ahumados ni dulces, pero suficientemente ácidos, y diluya con agua muy pura y clara. En resumen, siempre manténgase alejado de los ingredientes que hacen que la sangre se vuelva excesiva, acuosa, caliente o pesada y turbia, así como de cualquier ingrediente que altere el estómago (…) cuando se despierte por primera vez, frótese rápidamente y peine su cabello adecuadamente, y purgue todo lo superfluo, y asegúrese de que toda su persona esté muy bien limpia.
Fumigue su hogar a menudo con buenos olores. Haga lo mismo con su ropa (…) Use olores frescos y modere los olores calientes con ellos para que los olores frescos se ganen sobre los calientes, especialmente en climas cálidos, porque los olores calientes por sí mismos abren los poros y causan inflamación, incluso si purga el aire a su alrededor.
Lávese las manos y la cara con frecuencia también (…) haga ejercicio moderadamente. Cuando haga ejercicio en lugares infectados por la peste, debe hacerlo en un área sombreada (o cubierta), en espacios abiertos y con el estómago vacío. Aconsejo que cada persona tenga mucho cuidado al tocar cosas que provienen de áreas infestadas de plagas, y que no coma nada de estas áreas a menos que estén cocinadas, limpias o lavadas.
Estas recomendaciones en su mayoría podrían adoptarse hoy ante la pandemia; sin embargo, no dejan de ser una curiosidad histórica. Lo que merece más atención es la filosofía médica de Ficino, la cual expone fundamentalmente en el texto Los tres libros de la vida; esta se basa en la armonía con la naturaleza, entendiendo que el ser humano es un microcosmos, sensible a las influencia del cosmos (que a su vez es una imagen dinámica de la divinidad). Ficino es un médico holístico: recomienda una dieta basada en alimentos nutritivos, alimentos que tengan las propiedades del sol o de Venus o de Júpiter; recomienda también música, danza y diversos ejercicios para tratar no sólo al cuerpo sino al espíritu. Utilizando la medicina de los humores y la visión astrológica, Ficino entiende que el cuerpo humano está sujeto a las influencias del cielo y la verdadera salud es saber canalizar estas influencias y llevar una vida que apunte hacia lo alto, hacia la fuente de la existencia.
Lo esencial es siempre el equilibrio. Según Ficino, los padecimientos que podrían tener una causa «saturnina» (como la depresión o, como se decía en la época, la melancolía), pueden combatirse con yerbas, música, piedras, actividades y demás elementos «joviales», regidos por Júpiter. Ficino fue el consejero de príncipes y los exhortaba a bañarse bajo la luz del sol, a acercarse a la vida contemplativa y a disfrutar de las energías de la naturaleza, del amor, del placer, de la amistad, etc., entendiendo que el universo era un organismo divino, más aún, una especie de sinfonía divina, y cada persona tenía que encontrar su propio ritmo para participar en la sinfonía.
Quizá hoy no queramos optar por talismanes configurados según las influencias siderales para tratar nuestros padecimientos, pero la idea fundamental de Ficino de que la salud tiene que ver con un estado de armonía entre el hombre, la naturaleza y lo divino, y que requiere no sólo de una vida utilitaria sino de espacios para la contemplación y la admiración de la belleza merecería ser rescatada y, sobre todo, puesta en práctica, en vez de considerarla sólo como una curiosidad del pasado o una superstición superada por la medicina moderna.
Pues, sin duda, algo que ha olvidado la medicina moderna, con todo su poder y eficacia, es que la filosofía también cura.
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