JULIO VERNE Y EL ESOTERISMO…..

 

El escritor Michel Lamy es el autor del estudio Julio Verne y el esoterismo. Los viajes extraordinarios, los rosacruces. En él, encuentra signos de un lenguaje escondido en las novelas del autor francés, pertenecientes a un saber oculto que Verne compartía con su descubridor y editor, Hetzel, masón de alto grado y cercano a las sectas esotéricas. Con toda probabilidad, Hetzel –de quien Verne dijo en una de sus cartas que era «un guía especial»– pidió al escritor que desarrollase temas esotéricos, petición atendida también cuando, en sus últimos años, una crisis espiritual alejó a Verne de estas creencias.
Lamy analiza en su ensayo aspectos de las novelas de Julio Verne como tramas, símbolos y los significados escondidos en los nombres propios, revelando su carácter iniciático, la insistencia en el viaje como momento de purificación e iniciación, los fenómenos mágicos y, más específicamente, el uso de leyendas y creencias pertenecientes a sectas esotéricas francesas del siglo XIX. En suma, son novelas que divulgan un pensamiento anticristiano, en la línea de otros escritores como George Sand, Balzac, Nerval, Anatole France y toda una élite literaria sensible a las ideas de magos como Eliphas Levi, Papus o Péladan, adeptos a la metempsicosis.
Las sectas esotéricas, todas de carácter marcadamente elitista, comparten la voluntad de difundir las propias convicciones entre la gente común a través del arte, que se convierte así en sugestivo vehículo para dar una visión del mundo nueva y anticristiana. Considerando el éxito que alcanzan en nuestros días libros más o menos opuestos al cristianismo, como El Código da Vinci, o Harry Potter, el estudio de Lamy merece atención. El volumen saca a la luz elementos de las novelas de Verne que apuntan a un profundo conocimiento iniciático, y que Lamy liga a grupos esotéricos evidentemente conocidos por el escritor. Entre ellos, la masonería, presente en la historia del priorato de Sión, de los templarios y del Grial –todo ello reiterado por El Código da Vinci–; Lamy reconstruye con paciencia posibles cadenas de transmisión, como las relaciones de Verne con Emma Calvé, célebre cantante lírica que gravitaba en torno a los ambientes esotéricos de Saint-Sulpice.
En otras obras, como De la tierra a la luna; La vuelta al mundo en ochenta días; Matías Sandorf –que contiene ilustraciones con el rostro de Hetzel–; y Robur, Lamy encuentra trazos de la tradición rosacruz, resurgida en Francia en el siglo XIX gracias a Stanislas de Guaita, al cual hacen referencia las aventuras de Arsenio Lupin. Pero Lamy encuentra, en el recorrido literario de Verne, la influencia de una secta rosacruz muy elitista, Golden dawn, en cuya deriva estaba también Bram Stocker, el autor de Drácula. Lamy habla de cómo el autor francés incluye castillos en los Cárpatos, semidemonios y vampiros, y cómo encuentra solución a los enigmas en la electricidad, la energía invisible que hacía soñar a los espiritistas.
De la tradición rosacruz –que habla de un mundo subterráneo en el que viven seres superiores–, Verne pudo haber extraído la idea para Viaje al centro de la tierra. El lazo con los rosacruz se extiende a la secta de los Iluminati, de Baviera, nacida para contrarrestar la acción de los jesuitas, a quienes consideraban enemigos del provenir y de la Humanidad. A esta asociación pertenecieron grandes esotéricos, como Cagliostro y el Conde de Saint Germain, quien afirmó que las religiones fueron fundadas sobre la impostura y la quimera.
Sociedades secretas y complots de misteriosos personajes, para encaminar el mundo en la dirección que deseaban, fueron fenómenos que llegarían hasta el comunismo y el nazismo. Parece un argumento extraído de una novela del mismo Verne, pero hace falta reflexionar sobre el papel de una literatura –también la de nuestros días– muy difusa, y orientada a reforzar la fraternidad entre los hombres que preparan un evento futuro. Anticristiano.Luceta Scaraffia

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